Enzo se mantuvo firme frente a su padre, aunque sentía que le temblaban las piernas, no podía flaquear. El anciano dejó el libro sobre sus piernas, y una mirada que haría huir despavorido a un oso, atravesó directamente al joven. —¿Vienes a mi casa después de dos años para decirme que estoy equivocado con mi decisión? Porque es exactamente lo que he entendido. —Padre, me dejaste la empresa a mí porque Víctor estaba tomando un mal camino. Desde entonces, la he mantenido tal y como tú la dejaste y no necesité a una esposa para hacerlo posible. Tú mismo llevaste la empresa desde que mamá murió hace ya diez años, y no necesitaste a nadie más. ¿Por qué crees que necesito tener una esposa? Dímelo, padre. No porque Víctor te haya convencido, dímelo por tí mismo… Luca esbozó una sonrisa, or