La tienda donde Sarah entró casi a rastras estaba a menos de un minuto del restaurante donde iban a cenar. Más que una tienda, era una boutique de lujo situada en la avenida principal de la ciudad. Enzo caminó hacia una trabajadora y habló con ella de algo que la nerviosa Sarah no alcanzó a oír.
La dependienta se acercó a ella con una amplia sonrisa y comenzó a hablar con la joven que aún estaba frente a la entrada:
—Buenas noches señorita, por petición de su pareja me encargaré de encontrar el mejor modelo para esta noche especial. Acompáñame por favor.
—¿Especial? —susurró a Enzo cuando pasó ante él diciendo a la señorita de la tienda.
—Es nuestra primera cena, ¿acaso no es eso especial? —respondió sonriente.
Con un largo suspiro, Sarah comenzó a mirar los vestidos, accesorios y zapatos de tacón que la dependienta le mostraba. En menos de cinco minutos se sentía con la cabeza a punto de estallar tras tanta ropa que veía. No sabía que elegir, y aún menos sin poder ver el precio.
—¿Y bien? Puede probarse este n***o escotado y con un corte en este lado para mostrar pierna.
—No niego que es bonito… ¿Cuánto cuesta?
Enzo casi se ahoga con su propia saliva al escuchar esa pregunta.
—Sarah, ¿A qué viene esa pregunta? Si te gusta, pruébatelo y te lo llevas.
La joven se sintió avergonzada y fuera de lugar, ahora más que nunca. Incluso la dependienta la miraba de una forma un poco incómoda. Deseaba salir corriendo y regresar a casa, pero se tragó sus nervios y fingió una sonrisa:
—Estaba bromeando, no es como que necesite mirar los precios de nada —Tomó el vestido de la mano de la dependienta y esta la dirigió hasta los probadores.
Una vez se encerró tras la cortina, llevó la mano hasta su pecho y respiró calmadamente, pensando en lo que estaba ocurriendo. Si Enzo le compraba ropa allí, evidentemente sería cara, y dudaba mucho de que no quisiera nada a cambio. No veía a Enzo esa clase de hombre, pero tener desconfianza de todo es lo que más seguridad te brinda. Aparte de ese pensamiento, sentía que ese no era su mundo. Ella no estaba hecha para vivir en el mundo de los ricos, en un mundo tan hipócrita donde vales tanto como tanto tienes.
—Sarah, ¿estás bien? —preguntó Enzo desde el otro lado, sacándola de sus pensamientos.
—Sí, perdona. Realmente no estoy convencida de esto, Enzo ¿Por qué gastarías dinero en mí sin siquiera parpadear? Si tu idea es pedirme algo a cambio, sé claro ahora para negarme a comprar nada.
Desde el otro lado, Enzo la escuchaba pero durante unos segundos no dijo nada. Cuando la joven pensaba que quizás se había marchado, respondió:
—No sé qué tipos de hombres habrás conocido, o si acaso soy el primero pero ya dejamos muy claras las condiciones. Nada de tocarte, así lo dijiste. Sarah, te necesito para mantener la empresa, no haré nada que te haga sentir incómoda y mucho menos te forzaré a entregarte a mí.
—Lo siento, es solo que las personas no suelen actuar bien sin esperar nada a cambio.
—Tú lo hiciste. Aceptaste esta locura sin hacer demasiadas preguntas. Y yo todo lo que gaste en tí, lo hago porque quiero, lo hago por agradecimiento y lo hago para hacerlo lo más creíble posible.
Sarah suspiró, sintiéndose incómoda por hacerle decir esas cosas. Comenzó a desvestirse. Al menos por esa noche, decidió seguir el juego de “la primera cita” y cumplir con la parte que le tocaba en aquel trato.
Unos minutos después, corrió la cortina para que Enzo viera el vestido. El hombre se quedó sin palabras e inmóvil como si fuera una estatua de piedra.
—¿No me queda bien? —preguntó mirándose nuevamente al espejo que tenía en la pared del probador—. Nunca me había sentido tan sexy en mi vida.
—Te… te queda genial. No sé qué decir para no incomodarte con mis palabras. —Le costaba mantener su mirada en los ojos de Sarah pues se desviaba admirando la figura de la joven a través de aquel vestido—. A riesgo de resultar ofensivo, debo decir que luces tan hermosa que no me puedo imaginar cómo estuviste soltera hasta ahora.
Sarah se avergonzó de la penetrante mirada y palabras de Enzo, pero ella misma era consciente de su cuerpo, del bonito escote que le realzaba el pecho y de que cada curva de su cuerpo era suavemente dibujada por el vestido n***o.
—Por esta vez te lo dejaré pasar, creo que me enamoré de este.
La dependienta se acercó con un par de tacones negros forrado de rojo en el interior para mayor comodidad al caminar. Eran de tacón alto pero ya que se había probado el vestido, no le importó seguir y se puso aquellos tacones. Al mirarse al espejo, apenas podía reconocerse, ante ella había una hermosa mujer elegante, de mirada triste pero quizás misteriosa para quien no la conozca. Jugueteó con su cabello mientras posaba ante aquel espejo al tiempo que Enzo pedía varias cosas más a la joven que la atendía.
—¿Te gusta, Sarah? —Le preguntó sonriendo al ver que seguía ante el espejo como si estuviera buscando a su verdadero yo ante él reflejo.
—No sé ni qué decir. Me siento hermosa por una vez. Aparte de la ropa que uso para trabajar, el resto son simples vaqueros o leggins. Jamás imaginé viéndome vistiendo algo tan bonito…
—La ropa no es lo que te hace ver hermosa. Tú ya eres hermosa de por sí, al menos ante mis ojos. Ten más confianza en tí misma, el valor de una persona no lo decide la ropa que lleve.
Sarah le miró en ese momento. Minutos atrás, ella misma pensaba que aquel mundo hipócrita sólo veía la apariencia o el dinero, pero Enzo parecía valorar otras cosas.
—Aunque te la pasas riendo, eres muy amable cuando quieres.
—¿Cuando quiero? —cuestionó su jefe—. Yo soy amable siempre, al menos eso intento —sonrío a su compañera, y se apartó del probador—. Cuando llegue la dependienta, pruébate lo que traiga y nos vamos. Pagamos, quitamos la etiqueta y vamos al restaurante.
La chica llegó con un juego de pendientes dorados con una minúscula piedra azul en su centro, y un colgante de oro y varias piedras preciosas.
—No puedo aceptar eso, Enzo… ¿Te volviste loco? —protestó sin poder pensar en la cantidad de miles de dólares que valdría todo lo que debería llevar puesto.
—Lo siento amorcito, pero no recuerdo haberte preguntado si lo querías o no —respondió entre risas y lanzándole un beso mientras se dirigía hacia el mostrador.
—Su novio debe quererla mucho, señorita —dijo la dependienta—. Por lo general suelen venir con sus amantes, y son las que más desean gastar, en cambio usted es evidente que si son una pareja real, preocupada de lucir linda para él, pero sintiéndose mal por el gasto que deberá hacer. Si quiere mi opinión, deje que le llene de regalos, todos los hombres son igual así que cuando se aburra de usted al menos los mantendrá.
—Él no es así —respondió sorprendida de que estaba molesta por el comentario de aquella mujer—. Es infantil, siempre está riendo, pero en lo poco que lo estoy conociendo, siento que jamás le haría daño a nadie. Si algún día se cansa de mí, sé que me lo dirá con su encanto habitual, intentando no herirme.
La dependienta sonrió mientras terminaba de ponerle el colgante y le entregaba los pendientes:
—Ojalá pudiera decirle que tiene razón, pero seguro que el tiempo me acaba dando la razón.
Unos minutos después, Sarah estaba completamente cambiada; vestido, tacones, pendientes y el colgante. Retiraron las etiquetas para pasarla por caja, y tras casi desmayarse al oír que el gasto total fue de tres mil doscientos dólares, salieron caminando nuevamente hacia el restaurante.
Llevaba su cabello rubio suelto, y sintió que debería recogerlo pero caminaba en modo zombie, aún en shock.
—¿Estás bien? Parece que estás por vomitar —preguntó Enzo.
—Sí, estoy bien, sólo un poco aturdida. Es la primera vez que veo a alguien pagar una cuenta así sin inmutarse.
Enzo se rió y tomó la mano de Sarah.
—Permíteme tomar tu mano, por si nos viera alguien. Ya te dije antes que no te preocupes de eso. Sólo disfrutemos de la cena y tomemos champán. Celebremos nuestro acuerdo, y mañana hablaré con mi abogado para que prepare una cita para los dos donde negociaremos el acuerdo.
Sarah asintió, y le miró directamente a los ojos:
—Ni con tacones soy más alta que tú… te odio—levemente sonrió—. Gracias Enzo, agradecer es lo máximo que conseguirás de mí.
—Estoy tomando tu mano, para mí ya es suficiente —respondió con una sonrisa pícara.
Sarah decidió ignorarlo, sabiendo que al final acaba avergonzada o sonriendo, algo que nunca hacía. “Me gusta reír estando a su lado, pero nunca en la vida pienso decirle eso o me torturara de por vida hasta que siga riendo” pensó mentalmente mientras se detenían en la puerta del restaurante.