Los Artiere y la conquista de una noche.
Todo se remonta a siglos tras siglos de incertidumbre en la familia de mis primos, los que llevan corriendo por sus venas, la verdadera sangre de los Artiere sin diluir.
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Mi nombre es Castle Alí James Artiere, mi madre se llamaba Alí Artiere ella trabajaba en una cafetería donde conoció y se casó con un hombre maravilloso Castor James, mi padre que era un humilde maestro en el colegio Myers de Maryland.
Se dice que los Artiere antes se casaban entre miembros de su grupo familiar, para tener una sangre pura y soportar así las maldiciones que gente fuera de ellos pudieran ocasionarles y los que dejaron de lado esa tradición que hoy en día es mal vista, fueron exiliados de la familia y expuestos a un millón de peligros, fuera de ella.
Sobre las maldiciones, libros polvosos y sin cuidar habían en la pequeña estantería que mi madre poseía en nuestro pequeño apartamento cuando era niña, una de las pocas cosas que ella tenía sobre nuestra familia. En ellos se relataban las locas maldiciones que nos hacían especiales, Shandre Artiere fue el primero en manifestar este poder, se dice que él podía controlar la sangre y fue el más poderoso en nuestra familia, Arisa Artiere mi prima, heredó de él ese poder a través de una sucesión.
La sucesión, era un evento traumático que marcaba el inicio de una poderosa maldición, pero nunca un final.
Existían maldiciones que eran invasivas y otras muy inofensivas tanto para el usuario como para el mundo entero, muestra de esta última era mi primo Jhona, el podía entender a los animales con este tipo de maldición no hacía daño a los demás al menos que él quisiera y esa era la diferencia entre nosotros.
Si contara esta historia a todo el mundo, sé que nadie me creería, principalmente, porque la familia Artiere que antes contaba con cientos de personas dentro de ella, fue desapareciendo hasta el punto en que solo quedaron mis primos Arisa y Jhona Artiere de la rama principal luego de sufrir mucho en esta vida.
Se dice que si deseas ser feliz y eres un m*****o de la familia Artiere, primero debes caminar sobre espinas y soportar el dolor de estas en tu alma y corazón y luego morir para lograr la paz interna que todos deseamos.
Mi nombre es Castle Alí James Artiere, tengo 28 años, soy de la familia Artiere de una rama que fue exiliada de la familia principal y yo tengo una maldición de tipo invasivo, aunque nadie lo crea soy muy buena y a la vez muy mala para mentir.
¿Todos los Artiere reciben una maldición o son solo unos pocos y con el tiempo la desarrollan?
Sí, cada m*****o de la familia recibe su maldición al nacer y todos tenemos que caminar sobre espinas para poder ser felices, mi camino inició a los 18 años, cuando conocí a cierto chico al que amé con todo mi corazón y perdí por culpa de mi maldición y del que aún conservo un recuerdo de lo que fue mi primer y más dulce amor.
—Mami, tengo hambre —dijo acercándose a mí Louise, mi pequeña hija de 9 años.
—Terminaré de firmar estos papeles y podremos ir a comer a algún lugar de comida muy rica —le dije tomando con mi mano una de sus abultadas mejillas.
—¡Quiero una hamburguesa con papas! —exclamó contenta y mi corazón saltó de alegría al verla actuar tan feliz a pesar de todo, porque yo estaba consciente que nunca podría ser una madre completamente buena para ella.
—No seas tan ruidosa, eso me molesta —dije con una fría voz y vi sus ojos iluminarse en lágrimas, eso me hizo sentir muy triste, pero contrario a mis verdaderos sentimientos, mi cuerpo comenzó a retorcerse de la risa contento con el sufrimiento de mi pequeña.
—No te sientas mal, mami —me dijo —, sé lo que sientes.
Por eso que dijo mi hermosa niña, le daba gracias a todo lo bueno del mundo, porque ella era la primera Artiere que no había recibido una maldición al nacer, por el contrario, mi nena parece haber adquirido una bendición.
La bendición de la verdad.
—Señorita Artiere —entro mi secretaria —, es la hora del almuerzo.
—Entendido.
Sé que es la hora del almuerzo, pero le había pedido a Xiomara que me avisara, para no tener por más tiempo a mi hija esperando para ir a comer.
Me levanto de mi silla, y camino hacia mi pequeña quien me ve con una linda sonrisa.
—¿Comeremos hamburguesas, mami? —pregunta ella con esa inocencia característica de una niña de su edad y yo respondo:
—No.
Pero ella sabe que vamos de camino a Lolo's, nuestra hamburguesería favorita en búsqueda de algo que comer y sus mejillas se sonrojaron un poco mientras sonreía para mi tan brillantemente.
Ella canturreaba felizmente y yo me sentía tan bien de verla en ese estado que sonreí un poco, lo máximo que mi maldición me permitía expresar lo feliz que me encontraba al no estar sola en este mundo lleno de espinas y dolor que no merecía.
—Señorita Artiere —Llamó Xiomara y volteé a verla antes de salir por la puerta de mi oficina —. Su amiga Roxan, me pidió que le recordara que esta noche irán al bar a divertirse.
Sonrio hacia Xiomara y asiento en su dirección, no quería ir, pero mi cuerpo estaba muy entusiasmado por la idea aunque mi mente quisiera quedarse en casa viendo alguna película con mi hija o simplemente durmiendo.
Roxan era la única amiga que conservo del bachillerato y posteriormente de la Universidad, a ella nunca le ha afectado mi maldición y creo que es porque ella es una humana muy mentirosa que lleva a la perdición a muchos de su misma especie, por lo que, siempre ha sabido cuando miento y cuando no.
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Para cuando la noche llegó, había llamado a Gladis, la niñera a cargo de mi nena cuando salía de negocios y esta fue puntual en llegar.
Cuando Roxan llegó, yo estaba lista con mi vestido rojo pegado al cuerpo y mi perfume caro inundando mis fosas nasales, me subí a su carro y ella silbó para mí.
—Si no estuviera loca por los hombres, en vez de irnos al bar, te llevaría a mi cama para hacerte cositas —dijo la muy descarada, colocando su mano sobre mi pierna desnuda.
—Ya vámonos, quiero llegar tarde a mi casa de nuevo.
Y aunque le digo esas palabras, mi cuerpo rebosa de alegría como si de verdad quisiera llegar tarde a casa de nuevo y no me encontrara disgustada con la idea, lo que me hace ver como si estuviera pidiendo nunca llegar, cuando la verdad era que me moría por quedarme en casa.
—Sé que es lo que quieres, Alí.
Para este punto, me recuesto en el asiento del copiloto y dejo de prestar atención a todo a mi alrededor, sé que Roxan va cantando alguna canción de su repertorio, mientras yo repaso el nombre de los que estarán en la reunión de la tarde de mañana, donde habrá nuevos socios de mi empresa.
Robert Martins, Clara Strong, James Orleans, y un nombre que se me hacía muy conocido, pero no sabía de donde, pronto, me quedé dormida quizás por unos segundos, cuando Roxan me despierta con un estruendoso:
—¡Llegamos, bella durmiente!
Cuando salimos del auto, pude sentir mi cabeza estallar por solo el hecho de ver las luces opacas y neones salir por la puerta del bar, Roxan está que no cabe a la par mía y de alguna forma, su actitud hace que me de un poco de curiosidad y me entusiasme un poco.
Caminamos hacía la puerta y el hombre en ella nos dejó pasar, claro, después de que Roxan le mostrara un poco por no decir que por completo, sus pechos y ya adentro, la música era buena al igual que el ambiente, muchas parejas estaban bailando pegados y otros besandose.
—¡No pierden el tiempo! —gritó ella por el ruido de la música y señaló a una esquina, donde había una pareja literalmente comiéndose en un rincón muy oscuro —. No se tu, pero yo sí quiero follar esta noche, así que si después deseas irte no me busques.
¡Maldita!
Me dijo que solo vendríamos por unas bebidas y tal vez bailar un poco, ella salió mas mentirosa que yo, quien portaba esa maldición.
Nomas dijo eso, se fue por su lado y me dejó sola, así que empecé a beber, ya que vine a este lugar con ese objetivo al final del día.
Un trago.
Dos tragos.
Tres tragos.
Quince tragos y luego ya no podía ni recordar mi nombre.
Mi sangre comenzó a latir por todo mi cuerpo y esto era solo algo que experimenté una vez en mi vida, precisamente a los 18 años, cuando me enamoré por primera vez, al ver a un hombre joven sentado en la barra esperando que el bartender le diera una bebida.
Entonces, me fui acercando lentamente como una leona que acecha a su presa, con mi raciocinio por el caño gracias al alcohol, cuando estuve de pie detrás de él, coloqué mis brazos alrededor de su cuello en un meloso abrazo y aun con todo ese alcohol en mi sistema, mi maldición me pedía mentirle a este hermoso hombre de la peor forma posible.
—Eres el hombre más horrible de este bar —le susurré con palabras arrastradas delatando lo borracha que estaba —. Me das asco, por eso nunca acabaré en tu cama.
Y aunque me arrepentía de decir esas palabras, mi cuerpo actuaba según mi maldición quería, juro que cuando él se volteó indignado por lo dicho, mi respiración me fallo.
Ojos azules, cabello castaño, sus cejas tan pobladas y hermosas, su piel blanca y esos labios rosa tan apetecibles, me hacían desear estar sentada sobre ellos haciendo cosas que ahora él de seguro no quería hacer por culpa de lo que dije.
—Maldita mentirosa —dijo con su ronca voz y al imaginar su cuerpo sobre el mío, al escucharlo sentí que podría tener un orgasmo con tan poca cosa.
Un trago más y pronto, ya no fui consciente de lo que hice por el resto de la noche.