CAPÍTULO CUATRO
Como era domingo, no había nadie sentado al escritorio de la zona de espera que tenía afuera el despacho de McGrath. De hecho, la puerta de su oficina estaba abierta de par en par cuando llegaron Mackenzie y Ellington. Mackenzie llamó a la Puerta antes de pasar al interior sin esperar a una respuesta, sabiendo lo riguroso que podía ponerse McGrath cuando se trataba de su privacidad.
“Pasad adentro”, les gritó McGrath.
Al entrar, se encontraron a McGrath sentado a su escritorio, revolviendo entre unas carpetas. Había papeles esparcidos por todas partes y su escritorio parecía encontrarse en un leve estado caótico. Ver al generalmente ordenado McGrath en tal estado hizo que Mackenzie se preguntara qué tipo de caso había conseguido alterarle tanto.
“Os agradezco que hayáis venido tan deprisa”, dijo McGrath. “Ya sé que utilizáis la mayoría de vuestro tiempo libre para planear la boda”.
“Eh, me arrancaste de las garras de mi madre”, dijo Ellington. “Me pondré a trabajar en cualquier caso que quieras darme”.
“Está bien saberlo”, dijo McGrath, seleccionando una pila de papeles unidos con clips del revoltijo de su escritorio y arrojándoselo a Ellington. “Ellington, cuando empezaste a trabajar como agente de campo, te asigné la limpieza de un caso en Salem, Oregón. Alguna cosa con las consignas de almacén. ¿Te acuerdas?”.
“Lo cierto es que sí. Cinco cadáveres, todos aparecieron muertos en unidades de almacenamiento. Nunca se encontró a ningún asesino. Se dio por sentado que, cuando se implicó el FBI, se asustó y se detuvo”.
“Ese es. Ha habido una búsqueda continua por el tipo, pero no ha dado ningún resultado. Y han pasado ya casi ocho años”.
“¿Le encontró alguien al final?”, preguntó Ellington. Estaba hojeando los papeles que le había entregado McGrath. También Mackenzie pudo echar una ojeada y ver los pocos informes y detalles de los asesinatos de Oregón.
“No, pero han empezado a aparecer cadáveres en unidades de almacenamiento de nuevo. Esta vez es en Seattle. A uno le hallaron la semana pasada, que podía ser juzgado de coincidencia, pero encontraron otro más ayer. El cadáver llevaba muerto algún tiempo, al menos cuatro días por la pinta que tiene”.
“Entonces, ¿es bastante certero decir que ya no se están considerando los casos de Seattle como incidentes aislados?”, especuló Mackenzie.
“Eso es, con lo que el caso es tuyo, White”. Entonces McGrath se volvió hacia Ellington. “No estoy Seguro sobre si enviarte también a ti. Me gustaría hacerlo porque vosotros dos os las arregláis para trabajar bien juntos a pesar de la relación, pero con la boda tan cerca en el tiempo…”.
“Es su decisión, señor”, dijo Ellington. A Mackenzie le sorprendió bastante ver lo frívolo que estaba siendo sobre ello. “Aunque creo que mi historial con el caso de Oregón podría beneficiar a Macken—la agente White. Además de lo de dos cabezas y todo eso…”.
McGrath lo ponderó durante un momento, mirándolos alternativamente al uno y al otro. “Lo permitiré, pero puede que este sea el último caso en que os pongo juntos. Ya tengo a bastante gente incómoda con que una pareja que está comprometida trabaje en equipo. Cuando os caséis, podéis olvidaros de ello”.
Mackenzie lo entendía y hasta pensaba que era buena idea en principio. Asintió mientras McGrath hacía su presentación mientras tomaba los papeles que tenía Ellington en la mano. No se tomó el tiempo de leerlos allí mismo, porque no quería ser grosera, pero los examinó por encima lo bastante como para hacerse una idea.
Se habían hallado cinco cadáveres en consignas de almacenamiento en 2009, todas ellas en un periodo de diez días. A uno de los cadáveres parecía que le habían matado hacía poco, mientras que a otro le habían matado tanto tiempo antes de que lo descubrieran que la carne había empezado a pudrirse en los huesos. Habían detenido a tres sospechosos, pero todos ellos habían salido a la calle gracias a coartadas o a falta de pruebas reales.
“Por supuesto, tampoco nosotros estamos preparados para afirmar que hay un enlace directo entre los dos, ¿no es cierto?”, preguntó.
“No, todavía no”, dijo McGrath. “Pero esa es una de las cosas que me gustaría que averiguaras. Busca conexiones mientras estés buscando a este tipo”.
“¿Alguna cosa más?”, preguntó Ellington.
“No. Se están encargando del transporte en este preciso instante, pero deberíais estar volando en menos de cuatro horas. Realmente me gustaría resolver este asunto antes de que este maniaco pueda cargarse otras cinco personas como hizo antes”.
“Pensé que no estábamos diciendo que hubiera un enlace directo”, dijo Mackenzie.
“No oficialmente, no”, dijo McGrath. Y entonces, como si no pudiera evitarlo, sonrió con sarcasmo y se volvió hacia Ellington. “¿Y tú vas a vivir con ese tipo de escrutinio para el resto de tu vida?”.
“Oh sí”, dijo Ellington. “Y estoy deseando hacerlo.”
***
Estaban a mitad de camino del apartamento antes de que Ellington se molestara en llamar a su madre. Le explicó que les habían reclamado y le preguntaba si le gustaría quedar con ellos cuando regresaran. Mackenzie escuchaba de cerca, apenas capaz de entender la respuesta de su madre. Dijo algo sobre el peligro de trabajar y vivir juntos para una pareja romántica. Ellington le interrumpió antes de que se le subiera a la parra de verdad.
Cuando concluyó la llamada, Ellington arrojó su teléfono al piso y suspiró. “Pues bien, mamá te envía saludos”.
“Estoy segura”.
“Pero eso que dijo sobre el marido y la esposa que también trabajan juntos… ¿estás preparada para eso?”.
“Ya oíste a McGrath”, dijo ella. “Eso no va a suceder cuando nos casemos”.
“Lo sé, pero aun así. Vamos a estar en el mismo edificio, oyendo hablar de los casos del otro. Hay días en que creo que eso sería estupendo… pero hay otros en que me pregunto lo extraño que podría llegar a ser”.
“¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo de que te acabe eclipsando?”.
“Oh, ya lo has hecho”, le dijo con una sonrisa. “Es solo que te niegas a reconocerlo”.
Mientras iban a toda prisa al apartamento y procedían a la tarea de hacer la maleta, la realidad de la situación le impactó de verdad por primera vez. Este podía ser el último caso en el que Ellington y ella trabajaran juntos. Estaba segura de que recordarían sus casos juntos con gusto cuando se hicieran mayores, casi como una especie de broma privada. Pero, por el momento, con la boda todavía cerniéndose sobre ellos y dos cadáveres esperándoles al otro lado del país, resultaba estremecedor, como si fuera el final de algo muy especial.
Supongo que tendremos que despedirnos con una buena, pensó mientras hacía su maleta. Le echó una ojeada a Ellington, que también estaba haciendo su maleta para el viaje, y sonrió. Sin duda, estaban a punto de meterse en un caso potencialmente peligroso y posiblemente había vidas en riesgo, pero estaba deseando echarse a la carretera con él una vez más… quizá la última vez…