Capítulo 1 Recuerdos
Cuatro años atrás
— Hola Thomas, soy yo Bri, acabo de salir del hospital, en treinta minutos estaré en casa, nos vemos ahí, te espero.
“Creo que es una locura lo que hago, en todos los sentidos lo es, digo estoy caminando por las afueras del hospital hablando sola mientras esta grabadora toma nota, es que me he acostumbrado a grabar todo mi día a día, quizás porque es la única forma en que tengo de recordar cada parte de lo que pasa con lujos de detalles, también puede ser porque no quiero perderme de nada de lo que pase.
Digo, uno se acuerda de las cosas que hace, recordamos cada pequeña cosa que pasa a nuestro alrededor, pero de forma tan distorsionada en ocasiones – su risa invade el ambiente.
Joder, estoy loca y quizás tú estes más loco que yo por aceptarme en tu vida, pero bueno, por ahí uno necesita un poco de locura, quién te dice, en unos años esto sale bien, podemos tener algo juntos, te mostrare estas grabaciones, cada una de las que tengo, esas que hice sin tu permiso, violando tu privacidad, la de todos.
— ¿Mateo ayuda en estas cosas? –vuelve a reír.
Tengo que ser sincera, sé que lo tendría que haber sido hace mucho y hoy me vas a dar la oportunidad de que eso pase, de poder demostrarte que así de rota como estoy, puedo amarte, sé que quizás no de la mejor forma, pero podemos aprender juntos.
Los médicos dicen que es un largo camino, poder mejorar mi depresión, atender lo pasado, aumentar la falta de amor que me tengo, es un trabajo largo, pero estoy segura de que puedo, podemos hacerlo juntos.
— Si no arranco el auto no llegaré nunca a casa –el motor sonó.
Durante los últimos cinco meses he pensado cómo haré esto, me senté en aquel sillón a charlar con el doctor Douglas, mostrándole cada parte de mí, desmembrando cada maldito espacio, sacando lo feo, lo lindo, dejando al descubierto cada cosa mala que habita en mí, temiendo ser juzgada y dañada, para poder hacer esto.
Tengo que decirte que no importa cuántos médicos visité, tampoco el tiempo que estuve en tratamiento, es la primera vez en años que lo hago en serio, la primera vez que en realidad pongo de mí y trato de sanarme porque jamás lo quise hacer.
Crecí en un ambiente para nada agradable, con los cuidados que me pudieron dar en ese momento, encapsulada en una realidad que no existía para evitar que el golpe fuera más duro y sabes qué hizo aquello, me destruyo.
Mamá trató por tanto tiempo que yo no sufriera por las cosas de mi padre, que me pinto un mundo donde todo estaba bien, donde el machismo de mi padre no era más que amor, donde sus golpes pasaban cuando yo dormía y los te amo resonaban en el día.
Quiso cuidarme y ahora lo sé, pero en su afán de hacerlo me terminó marcando más, para mí los “Te amo” perdieron significado, porque ¿Qué clase de amor lastima así?
Ahora sé que el amor sano, no lo hace.
Me prohibieron tantas cosas, tener amigos varones, vestirme como quería, ir a cumpleaños, cada una de esas cosas que me negaron, fueron las mismas que me hicieron desbocarme apenas deje de sentirse sofocada, salí, me emborrache, lo arruine y me divertí. Pero esas cosas jamás me llenaron, nada de eso lo hizo, no hay nada que haya podido mejorar mi interior.
Busque tantas formas de sentirme viva, de sentirme completa, que me la pase de aquí para allá, probando, fijándome que necesitaba, sin dejar pasar a nadie, porque el amor era malo y los hombres solo nos usaban, nos jodian la vida y joder, yo se las jodería a ellos mil veces más, porque no era mi madre, no, yo era todo lo que ellos odiaban y me gustaba.
Entonces apareciste tú.
— Hola, buenas tardes –la puerta del local se cierra –¿Cómo está?
— Bien doctora ¿Usted? –el cajero la saluda.
— Bien, buscando para cocinar, ¿trajiste algo nuevo? –se mueve.
— Hay unas patitas de pescado –grita desde la entrada.
— Creo que me quedo con las ensaladas –le responde.
Las puertas se abren y cierran, el ruido de la grabadora con el roce de su ropa hace un poco de interferencia, está tarareando una canción, parece ser la misma que suena en el lugar, la voz de Justin Bieber llena el ambiente mientras ella canta por lo bajo, los ruidos de las bolsas interfieren, pero ella sigue con sus pasos ajena a todo, como siempre.
— Qué canción más triste –niega –Paolo, cambia eso –se escucha la risa de fondo.
— Es lo que dejó mi hija en la máquina Britney –suspiro.
— Tú hija es muy melancólica –se queja –No sé si llorar o cortarme las venas –vuelve a caminar –Me llevo esto, saca eso por favor, mi novio me dejo, no puedo escuchar como la dejan a la cantante también –ambos ríen.
— ¿El rubio con el que venías? –consulta.
— ¿Cuándo me visto con otras personas? –responde.
— Nunca, pero tengo que corroborar que hablemos del mismo –la máquina hace ruido. –Lamento que la dejaran –se quedan callados –¿Fue su culpa? –jadea.
— Tengo cara de culpable –otro silencio.
— Sí –comienzan a reír.
— Fue mi culpa, pero hoy voy a intentar arreglarlo –la campanilla vuelve a sonar.
— Se quedan quietitos y me dan todo lo que traigan –un clic se oye –Vamos doctora, las cosas.
— Es lo único que traigo –habla tartamudeando –Celular y billetes –se escucha un golpe.
— Tú, vamos, la plata –unos gritos suenan –Todos quietos y callados, esto es rápido, si no hacen nada, todo estará bien –silencio.
Las personas estaban en silencio, podía escuchar la respiración agitada de Bri, ese silencio ensordecedor, que se unen a las imágenes de las cámaras de seguridad, las manos del cajero poniendo la plata, el asaltante mirándolo, sus manos tocando el pequeño botón y todo comienza.
— ¿Qué hiciste? –grita –¿Tocaste la alarma? –niega.
— No, no –balbucea.
— Por favor, cálmate –Bri levanta sus manos.
— Tú cállate –la apunta y mira para afuera –La plata –la bolsa se cae.
— Perdón.
— ¡Cabrón! –grita y luego llegan –¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
— Ouch –la castaña lleva sus manos al abdomen.
— ¡Pum!
— Sniff –su respiración salió dificultosa.
¡Din! –la puerta anunció la salida del maleante.
Las manos de Bri seguían en su abdomen, sus ojos estaban abiertos mientras intentaba caminar, hacer algo, sus piernas fallaron, su espalda dio contra la caja, intentó agarrarse de ella, su mano quedó marcada en el mueble, todo la sangre, su sangre quedó ahí. Volvió a jadear, mientras se quedaba tendida en el suelo.
— Señorita, señorita –una chica se acercó –¡Llamen a la ambulancia! –Bri la miro y luego su herida.
— Toma –hablo con dificultad –Un trapo –tosió –Trae un trapo – jadeo de dolor –Mierda, duele –intento acomodarse -Joder… –miro.
— Aquí está –sus ojos intentaban cerrarse –Doctora.
— Presiona con fuerza acá –la chica le hizo caso –¡Ay! –su grito de dolor me helo la sangre.
— Ahí viene la ambulancia –su mano fue a la otra herida mientras el cajero se acerca. –Lo siento, yo… –Bri negó.
— No importa –suspiro –Yo, me siento débil –su rostro cae a un costado y la palmean.
— No se duerma, no se puede dormir –la chica habla.
Las manos de Bri se caen al igual que su rostro, Paolo se saca la campera para contener parte de la otra hemorragia, la recuestan con cuidado en el suelo, las sirenas suenan a lo lejos, las demás personas intentan ayudarla, pero ella está completamente ida, jadea y trata de hablar, pero no puede, su tos se lo impide, tos que sale con sangre de nuevo.
— Lo siento, lo siento –el hombre llora y la puerta se abre.
— Doctora Higgins –el paramédico la mira –Llamen al Seattle, que nos esperen con todo listo, diles quién es –sus manos se mueven veloces por su cuerpo –Quiero un poco de epinefrina, suero, pidan sangre –da indicaciones mientras el otro avisa.
— Ha…Hannah –balbucea."
La mano de Nathan aparece frente a mis ojos, justo para parar la cinta, sus dedos se mueven despacio hasta la grabadora, una grabadora que deje en la mesa porque quería escuchar y ver todo con mis propios ojos.
— No sé te ocurra tocar ese botón –gruñí.
— Thomas, esto solo te hará más daño –mis ojos se llenaron de lágrimas.
— No se te ocurra tocar ese botón Nathan, porque no tendré problema en golpearte –otra mano apareció frente a mis ojos.
— Nathan, déjalo –la voz de Mateo me hizo suspirar –Hay cosas que uno tiene que ver para aceptarlas.
El ruido de la máquina inundó el ambiente, su tos seguía, los paramédicos mandaban indicaciones, ella balbuceaba algunas cosas, hasta que su voz pareció más clara.
— Me estoy muriendo –jadeo –Joder –se quejó.
— No vamos a dejar que muera –otra vez silenció.
— Tú sabes tanto como yo –hablo con dificultad –Herida en Hígado, la otra quizás uno de los riñones, bazo, o algo así, las probabilidades de sobrevivir –se quejó –Joder, o te mueves o muero –lo último fue un susurro antes del paro.
— Doctora Higgins, mierda.
Las máquinas sonaban, el médico hablaba, un despeje llegó y luego el ruido de las paletas, otra vez lo mismo, ruido, despeje, la descarga.
La respiración faltaba, mi cuerpo apenas podía con lo que aquello significaba, no podía, me dolía, pero necesitaba hacerlo, terminar con esto, entender qué fue lo que pasó.
Ahora ya no había imágenes, solo voces, ruidos y oscuridad, nada de esto estaba grabado, no había cámaras en la ambulancia, no había algo que me dejase verla, solo su tos y la respiración que volvía, la máquina marcando su ritmo, su vida, mostrando que estaba de nuevo.
— Joder –se quejó –¿Cuánto falta? –apenas podía hablar.
— Estamos llegando –seguía en silencio.
La alarma se apagó, el ruido de las puertas llegó y todo pasó rápido.
— Britney –la voz agitada de Hannah hizo cerrar los ojos a Nathan –No, no, no, tienes que aguantar, te salvaré, lo haré –la tos volvió.
— No puedes, no puedes entrar –jadea –Hannah.
— ¿Cómo qué...? –no la deja terminar.
— Te tengo como familia.
— El quirófano tres está listo –el ruido del ascensor avisa.
— Tranquila Hannah, haremos todo lo posible –niego.
— No, no pueden, tienen que ser rápidos y ella… –solloza.
— Ey, ey –se queja –Necesito que me hagas un favor –silencio –Hannah mírame.
— ¿Qué? –su voz suena rota.
— Dile a Thomas que lo amo, por favor, dile que lo siento mucho, que…
— No, no, no te despidas, no lo hagas –vuelve a llorar.
— Las dos sabemos que no voy a sobrevivir, mira esa herida, tú no estarás –se queja. –No te ofendas doc, pero perdí mucha sangre –se escucha una risa baja.
— No lo hagas, te van a salvar, Rosita –se calla.
— No tengo miedo, no lo tengas, te amo, lo sabes –el llanto de Hannah sigue –Siempre estaré contigo, no lo dudes.
— Doctora, lo siento, pero hasta acá llega.
— Te esperaré afuera –responde Hannah.
— Yo los esperaré a ustedes.
— Es hora de dormir Britney, nos vemos luego –murmuró el doctor.
— No, no lo haremos –jadeo –Lo sabes, yo…
No mintió, a partir de ahí todo pasó mucho más rápido, volvió a entrar en shock, los médicos hablaban, o los enfermeros, todo era ruido, indicaciones, su corazón volvió, un segundo, haciendo que todos celebraran.
— ¿Por qué sigue la grabación? –consulte.
— Lo tenía en la ropa, no para hasta que no se quedó sin carga. –Nathan habló. –Hannah lo ha escuchado al menos unas tres veces entero, está todo, no sacaron la ropas del quirófano y después es cuando le entregan las pertenencias en la morgue.
Se escucha todo, los pedidos de sangre, como intentan contener la hemorragia, cuando avisan que el hígado está completamente dañado, su otro infarto, los intentos de dejarla viva, sangre, ruidos, indicaciones y la frase final.
— Hora de la muerte, dieciséis y veinticinco –el silencio volvió y luego sollozos.
Apago la grabadora, mis mejillas estaban completamente húmedas, mis manos tiemblan y el silencio parece ser un fiel aliado en este momento.
Mateo está a mi lado, Nathan del otro, puedo escuchar los murmullos fuera del quirófano, las voces de los Hamilton, están consolando a Hannah, la morena que no ha parado de llorar en tres días, la misma que ahora espera a nuestra ahijada.
Las palabras del médico vuelven a mi mente.
— Lo lamento mucho Hannah, no logramos salvarla.
Mi mundo se rompe en mil pedazos, unos piernas me sostienen, pero no puedo procesar lo que ocurre, lo único en lo que pienso es ella, sus ojos, la sonrisa que siempre tenía para mí, el último beso que le di, mis dedos recorriendo su piel desnuda cuando amanecía.
Aquel mal humor de la mañana cuando solo dormía unas tres horas.
Su perfume a flores, ese que permanecía en la almohada de mi casa, el mismo que llenaba su casa.
Sus ojos cafés parecen desvanecerse entre sus sonrisas.
— ¿Crees que exista vida después de la muerte? –voltee mi rostro para observar el suyo.
— ¿Por qué esa pregunta? –suspiro y volvió a mirar el techo.
— Hoy murió una mujer, su esposo estaba ahí, se veía tan roto, tan vació –estábamos acostados en el piso de su living, era algo que a ella le gusta hacer.
— Creo que cuando morimos vamos hacia otro lado, uno mejor –sus dientes asomaron.
— Ojalá haya música allá –comencé a reír –Y unos cosmos.
— Sí que te gusta el alcohol –carcajeamos.
— Prométeme una cosa –su rostro giró.
— ¿Qué? –pensó un momento.
— Sí algún día muero, si ya no estoy y estamos juntos, seguirás viviendo tu vida, serás feliz, tendrás minis boxeadores –niego.
— ¿No vas a querer tener hijos nunca? –hizo una mueca.
— Acabas de romper el momento –carcajeo –Pero puede ser, sí llegamos a los tres años juntos, revertimos la ligadura de trompas y encargamos ese bebé –mueve la mano con el puño cerrado.
— ¿Qué tan ebria estás? –apoyo mi codo en el piso.
— Muy ebria, por eso digo todo esto –carcajea –Vamos, que sobria no hablaría, solo fallaríamos –niego.
— Entonces, mini boxeadores –seguí con nuestra charla –¿Tú que harás?
— Mejorare, sí un día me faltas, haré todo para ser mejor persona, esa que ahora no puedo darte –entrecerré mis ojos.
— ¿Por qué no hacerlo ahora?
— Porque no sé cómo –suspira –No sé cómo arrancar mi vida, tú haces que funcione mejor –mira hacía el techo –Pero nada está mejor, solo nosotros, lo demás sigue roto.
— Mejoraras –me mira.
— ¿Tú crees?
— Yo lo sé, lo harás –se acercó para besarme. –Solo tienes que quererlo.
— Tú me haces querer ser mejor –toma mi mano. –No dejes que te dañe Thomas, no me lo permitas –tomó aire –Eres muy bueno y yo una perra –suspiro –Vamos a dormir, el alcohol ya está bajando.
— Vamos –la llevo al cuarto.
— Thomas –suspiro –No me olvides nunca –abrí mis ojos.
— Nunca lo haré.
— Más te vale. –niego divertido –Pero se feliz –me señala.
— No te olvido y soy feliz –sonrió.
— Alguno tiene que serlo –susurro mientras se acomodaba –Tú me hiciste feliz, gracias, en verdad, gracias.
Bostezo y se acomodó.
Yo me quedé observándola, acariciando su cabello, viéndola sonreír y pensando sus palabras.
Me quedé perdido en ese recuerdo hasta que desperté.