—Desata esta cuerda —susurro, bajando los ojos. Joder, joder, joder. No quiero tener sexo con él aquí. Pero sí quiero tener sexo con él. —¿Por qué debería? Me gusta esta vista —el responde en su habitual tono arrogante. Levanto la cabeza. Otra ola de calor recorre mi cuerpo. Jadeo cuando nuestras miradas se encuentran. Descansa su espalda contra el árbol frente a mí tranquilamente y cruza los brazos sobre su pecho. En la oscuridad, observo su intimidante silueta con el deseo arremolinándose en mis ojos. —Por favor. ¿Estoy rogando? No. Demonios no. Pero sí. Un poco. —No me escuchaste cuando dije que no deberías causarme dolor de cabeza —me recuerda. Yo respiro. Y aprieto mis muslos. La humedad se acumula entre mis bragas a medida que el dolor en mi núcleo se vuelve más fuerte.