Pídelo

1621 Words
Yo jamás desmeritaría los esfuerzos de mi hermana, la manera en la que ha aprovechado cada oportunidad hasta llegar a donde está. Esa mujer se aprendió de memoria las tablas de multiplicar desde muy temprano en la vida; quemaba horas anotándolas y después me preguntaba una difícil. Regina había entrado rápido al colegio, se devoró sus clases y después dedicó su vida a estudiar más. Yo creo que, si no hubiese sido por un par de distracciones que se permitía (los hombres y compartir la vida extrema con su mejor amiga), habría avanzado incluso más rápido. Regina estaba bastante nerviosa por su primer día en el puesto, pero trataba de disimularlo. Su amiga estaba aparcada frente a su edificio. No le encantaba toparse con su novio, pero él había decidido esperarla con un café para llevar y una sorpresa. —Eres brillante, que no se te olvide —le advirtió mientras le acercaba la bolsa de regalo. Ella sonrió y le dio un beso en los labios. —Gracias, mi amor. —Ábrelo —la animó. Regina sacó de la bolsa una caja roja de joyería. Dentro había una pulsera de diamantes, unos aretes y un anillo a juego. Ella sonrió encantada, se cambió los aretes, se colocó el anillo y, aunque pensó que la pulsera era casi un escándalo, no pudo evitar ponérsela. Al final, ¿quién rechazaría diamantes justo antes de comenzar en un nuevo trabajo? Claudia odiaba admitir que el novio de su amiga tenía detalles apropiados, así que trató de cambiar el tema de los aretes. —Dale una oportunidad —le pidió Regina. —Solo no me gusta su vibra, no sé si le creo —respondió incómoda, encogiéndose de hombros—. Pero si a ti te gusta y tú quieres que le dé una oportunidad, se la daré. De nuevo. —Gracias. —Te amo —respondió su amiga—. Ahora, cuéntame, ¿qué es lo que vas a hacer exactamente? —No voy a dejar que me enredes de nuevo con esta pregunta. Llevo años explicándote y no lo entiendes, lo cual es básicamente una falta de respeto a mi inteligencia. Para ser justos con Claudia, ella era demasiado artística como para entender de números tan grandes. Cuando fui a matricular a Regina en la universidad, me costó demasiado entender cómo iba a llevar contabilidad, finanzas y negocios en un solo minuto. Es una mujer impresionante, inteligente y muy segura de lo que pasa en su cabeza, casi siempre controlando cada segundo de su día. Eso había llamado la atención de uno de sus profesores, quien le brindó la oportunidad de realizar una pasantía temprana en una de las empresas de economía más importantes del país. Regina estaba tomando notas en una reunión cuando el dueño de la empresa preguntó: —¿Qué nos falta para crecer? Todos tenían ideas: más sedes, más personal, aumento de divisas, convenios. Regina escuchó a todos, tomó notas y analizó cómo cada propuesta afectaría y beneficiaría a la empresa. Finalmente, su jefe pidió las notas de todos los pasantes, pero hubo una que le llamó la atención. Regina incluyó una propuesta: un ensayo explicando por qué era necesario dar un salto hacia la tecnología y crecer en lo virtual. ¿Qué es lo que más le gusta a un banquero? Una mujer joven, competir, ganar y el dinero. Regina era esas tres cosas: joven, hermosa e inteligente. Altamente competitiva, no tenía miedo de ganar y amaba el dinero. Esa combinación la llevó a estar en la oficina del dueño a primera hora de la mañana. —Señorita Rigott, leí sus observaciones... su ensayo. No sé qué mosquito le picó, pero me gusta, y es el tipo de visión que quiero en mi mesa. Espero que no se vaya. —Solo estoy en una pasantía. —¿Y qué le gustaría? —Un salario de verdad, no ese par de monedas que tiran en mi cuenta para hacerme sentir obligada a volver si no quiero morir de hambre. Él sonrió. —Vamos, tenemos una reunión a las nueve. Estoy casi seguro de que, si asiste, le pagarán mejor. —No traigo cafés. No lo hago, y mucho menos voy por sus bóxers ni recojo los sucios. —¿Algo más? —Viajo en primera clase. —Eres una niñata —acusó divertido—. Primero produce y después vienes a exigirme. Al principio, ambos eran muy profesionales. Aunque la química estaba ahí, Regina no quería distraerse ni perder una oportunidad que la vida le estaba sirviendo en bandeja de plata. Tener un trabajo era maravilloso, pero el puesto que se había ganado por su honestidad era impresionante. Cuando tienes una idea revolucionaria, abres paso y creas tu propio nombre, trabajas duro e inagotablemente todos los días. Ella se acostó sobre el sofá y colocó una alarma para despertarse. —¿Qué estás haciendo? —Voy a tomar una micro siesta. Es para recargar energía y devolverle funcionalidad a mis neuronas. —¿En serio? —Mi mamá y mi hermana son médicas. A las dos les gusta Neuro, pero ninguna es neurocirujana ni nada… —¿En qué se especializó tu mamá? —Me estás restando segundos valiosos. —Vamos, levántate del sofá —insistió George, extendiendo su mano hacia ella. —Necesito descansar. Eso no me hace débil ni menos profesional. —Lo sé, pero vive en el piso de arriba, donde hay una ducha. Pediré comida. ¿Carne roja o mariscos? —Carne roja, vino tinto y ropa limpia, por favor. George no tenía nada demasiado femenino, pero le dejó un juego de pijama y ropa interior nueva. Ella sonrió cuando vio la ropa masculina colocada en el baño para ella. Él decidió tomar una ducha y refrescarse en el baño de visitas mientras Rinnie se arreglaba en el principal. Cuando salió del baño, se dirigió a la cocina, donde él estaba preparando el bistec por su cuenta. Iba descalzo mientras jugaba con el sartén y le daba un sorbo a su copa de vino. —Incluso cuando te relajas, te ves tenso. —Me gustaría esto mucho más. —¿Qué hacías antes? —Dirigía las sucursales, iba de aquí para allá, tenía tiempo de dormir un par de veces por semana... —los dos rieron. —¿No estás en finales? —Estoy de vacaciones. —¿Cuánto te falta? —Un par de semestres y el máster. —Entendí que eres tan loca como para estar trabajando, terminando una carrera y sacarte un máster, ¿en qué exactamente? —Ciberseguridad —respondió ella, y él asintió. Rinnie se acercó para tomar una copa, y él para tomar un plato. Los dos quedaron lo suficientemente cerca como para rozarse el uno con el otro. Fue ella quien se apartó. George sirvió los dos cortes en platos diferentes, y ambos tomaron asiento para comer. Sin embargo, podía notar lo cansada que estaba Rinnie. —¿Quieres dormir de una vez? —Necesito descansar un poco, pero son las doce.—propone Rinnie. — ¿Qué tal si iniciamos a las cuatro? —No, mañana es domingo. Vamos a trabajar, así que es hora de dormir. Mañana, después de desayunar, trabajaremos como locos. —Y puedo dormir horas —respondió Rinnie. George era más de rutina: a las seis estaba despierto intentando comerse el mundo. Ella, en cambio, necesitaría unas cuantas horas más, pero ambos estaban lo suficientemente agotados como para meterse en la cama. —Estaré bien en el sofá. —Mi cama es lo suficientemente grande como para que no nos rocemos nunca. Vamos —insistió, tomándola de la mano. Rinnie lo siguió algo nerviosa y tomó el lado opuesto de la cama. George le pasó unas cuantas cobijas antes de apagar la luz y apoyar su cabeza contra la almohada. Ambos se acostaron de medio lado, algo ansiosos, con las hormonas a tope, deseando la mínima excusa para entrar en contacto. Él la escuchaba resoplar cada tanto, y ella lo sentía moverse de un lado al otro. —Dijiste que tienes más hermanas —comentó George para romper el silencio. —¿George, de verdad? ¿No quieres dormir? —preguntó Rinnie. —Estás muy lejos y respiras incómoda —respondió él—. Solo era conversación... ¿Quieres que duerma en el sofá? —No. Es tu casa. Tal vez yo debería irme —reconoció, sentándose sobre la cama. Él quitó las almohadas de en medio, se acercó, la tomó de la cintura y la atrajo hacia su cuerpo. Rinnie trató de zafarse de su agarre y le recordó que lo que sea que hicieran en ese momento les complicaría demasiado la vida. —El lunes será incómodísimo. Y el martes... quizá el resto del mes —dijo ella mientras él le apartaba el cabello del rostro. —Me gustas, Rinnie. Y creo que te gusto. —Eres... eres mi jefe. —Sí. —Te estás divorciando. —Lo sé... y no vamos a regresar —aseguró él, dándole un beso en la comisura de los labios. Ella se alejó un poco, y George la miró a los ojos. —Rinnie... te deseo, no voy a hacer nada que no aceptes, pero, quiero besarte—reconoce y le acaricia el cuello. Ella le mira de vuelta y le acaricia cerca del dobladillo del pantalon, el le mira expectante, y sonríe él continua repartiendo besos contra su cuello, y elal va subiendo su mano por su abdormen, acia sus pectorales. —Bésame—le pide Rinnie. —¿Estás segura? —Si me voy en un mes o una semana, es tu probema. —Voy a asegurarme de queno te vayas nunca.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD