Que alguien le diga
Regina Rigott sentía que todo en la vida le estaba yendo fenomenal. Tenía el trabajo de sus sueños, el hombre de sus sueños, y la casa de sus sueños.
Estaba preparando el café para su novio mientras veía el sol acomodarse cuando este le dio un beso en el cuello y le preguntó cómo se sentía para su primer día.
—Estoy bien, estoy segura de mí misma, pero me gustaría que fuéramos en autos diferentes por un tiempo.
—Wow, que romántica, mi cielo—Bromea su novio de hace tres años y la obliga a girarse.
—Yo sé que me gané esto, pero no quiero que nadie lo ponga en cuestión porque de vez en cuando me monto en tu polla, entonces podemos seguir separados en la oficina.
—Vale, trataré de ignorarte y quizá te trate como a una empleada.
—Recuerda que tienes que venir a esta casa espectacular que me has regalado.
—Vale, acepto volver siempre a donde estés.
—Te amo, ahora voy a alistarme.
—Faltan dos horas.
—Sí, pero no quiero arriesgar.
—Te amo y lo vas a petar, estás guapísima.
—Tu también pero no voy a jugar contigo —Responde y le acaricia la entrepierna. —hasta saber qué tipo de jefe eres.
Que alguien le diga a mi hermana que el sexo con el jefe nunca sale bien.