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La roomie del millonario

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Blurb

Estela Anderson es desordena y bastante distraída, esas dos características la condenarán cuando descubra que el edificio donde vive ha sido vendido. Cuando se da cuenta de que literalmente se ha quedado en la calle, se derrumbará. Pero entonces un ángel llamado Reese Becker le tenderá su mano y volverá a levantarla. Reese es el nuevo dueño del lugar, es gentil y se ofrece a darle hospedaje hasta que ella pueda encontrar otro sitio donde quedarse.

A partir de esa decisión sus vidas cambiaran para siempre, es innegable la conexión que ambos tienen. Pronto se dan cuenta de que no quieren renunciar a la compañía del otro, pero Estela se niega a seguir viviendo allí gratis, eso los llevará a hacer un trato que la convertirá en la roomie del millonario.

Mientras más tiempo pasan juntos, más se gustan mutuamente, las líneas comienzan a desdibujarse, los roces, las miradas y las sonrisas sugerentes tendrán otro tipo de intenciones.

Más temprano que tarde sus familias los juzgaran y los problemas de sus diferencias surgirán, porque después de todo, Estela es solo una chica con sueños tan grandes que no le caben en los bolsillos, mientras que él…es ese hombre poderoso que puede poner al mundo en la palma de su mano. Ambos van a tener que pelear por permanecer juntos, aunque eso los separe a veces.

¿Se negaran a renunciar el uno al otro? ¿O serán consumidos por las adversidades?

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Capítulo 1 "En la calle"
Había tenido un sueño interesante, mi pequeño departamento se llenaba de crema pastelera y terminaba siendo empujada por la ventana de mi habitación. Cuando impacté contra el suelo desperté. Sabía que muchas personas creían en que los sueños podían ser premonitores, pero yo no tenía idea de cómo interpretar aquello. Tal vez tendría demasiados pedidos por atender esperándome en la tienda, eso no sería malo, me vendría bien. O quizás, mi crema pastelera se estropearía hoy, eso no sería tan genial. Me puse unos jeans, tenis y una camiseta que llevaba el nombre de una de mis bandas favoritas. Antes de ir a mi negocio debía hacer unas entregas en el centro de la ciudad y prefería estar cómoda. Tomé un desayuno ligero sobre la isla de la cocina y me deleite en silencio. En la calle se escuchaba a una pareja peleando, desde la ventana de la cocina que daba al callejón entraba un olor un tanto…curioso. El gato de mi vecina se paseaba entre mis desgastados muebles. Su nombre era Jefry y siempre entraba por la ventana de mi habitación en busca de restos de comida. Antes de irme me aseguró de dejarle algo de atún y agua fresca. La puerta principal del departamento queda hacia el callejón donde están los contenedores de basura, no era nada bonito, pero no podía costear nada mejor. —Ten una bonita mañana, Estela. Sonreí en dirección al grupo de chicos que me había acostumbrado a ver aquí, eran delgados, sus ropas estaban andrajosas y olían mal, pero siempre me saludaban y nunca habían hecho nada contra mí, tampoco se metían con mi tienda, que quedaba ventajosamente bajo mi departamento. Fue una ganga que vi en el periódico una vez, sabía que la ubicación no tenía buenas referencias, por eso resultaba barato el alquiler, pero no había creído que fuera tan malo. Y no lo era, me había hecho amiga de muchas personas y mis ventas iban. El lugar que consideraba “mi tienda” era minúsculo, apenas tenía espacio para un mostrador, una mesa y una planta que utilizaba para que el lugar se viera más fresco. Lo que más me gustaba era la cocina que estaba escondida atrás, allí era donde creaba todo tipo de dulces para ofrecer a la venta. Allí había estado la noche anterior hasta entrada la madrugada. Los dulces ya estaban en cajas por lo que solo tuve que tomarlos y salir. Debía llegar a la parada de autobuses cuanto antes. En el camino me fije que pasaban varios camiones cargando mobiliario fuera de la calle y también noté que varios negocios se encontraban cerrados. Pensé en llamar a Leslie, ella tenía un salón de belleza a un par de negocios del mío, pero me di cuenta de que había olvidado mi teléfono. Resoplé con fastidio y me planteé regresar solo para poder preguntarle si sabía que estaba ocurriendo, pero ya casi llegaba a la parada de autobús y no podía arriesgarme a entregar este pedido tarde, necesitaba mejores reseñas en internet. Seguí adelante y me dije que tarde o temprano terminaría enterándome de lo que sucedía. ***** Algo sin dudas estaba pasando. De regreso, los camiones de mudanza eran más frecuentes y toda la calle parecía estar sacando sus pertenencias de los edificios. Comencé a retorcer mis manos con ansiedad. Frente a mi negocio me estaba esperando Jonathan Parker, el hombre que me alquilaba el local y el departamento. Mi estómago se revolvió presintiendo algo terrible. El hombre estaba sudoroso y tenía una expresión azorada. —¡Estelita, por dios santos, niña! —exclamó, haciendo que me detuviera al instante—. ¿Todavía no has sacado tus cosas? Palidecí. —¿Mis cosas? ¿Pero por qué? —tartamudeé. Jonathan pestañó con incredulidad. —Tengo que entregar las llaves antes de las seis, niña —dijo, la saliva salpicó fuera de su boca—. No me digas ahora que no sabes nada, te he estado dejando mensajes desde hace más de dos meses. Toda la calle fue comprada y debemos dejarla desalojada para hoy. Mi mundo se sacudió. Sus palabras parecían un chiste, una mentira terrible. —Yo no recibí ningún mensaje —balbuceé a la defensiva—. ¿Qué me estás diciendo, Jonathan? Tú no…no puedes dejarme en la calle, ¿Qué pasa con mi negocio? ¡No puedes estar hablando en serio! Dándose cuenta de mi estado de abatimiento, Jonathan cambió su expresión a una de lastima. —Estela, te dejé mensajes en tu puerta —aseguró calmando su tono—. Cumplí con todas las normas y te avisé con meses de antelación para que pudieras buscar otro lugar, yo acabo de llegar del país, pero me aseguré de que recibieras las cartas. Lo siento, pero no podemos hacer nada, tienes que desalojar ahora y si te niegas tendré que llamar a la policía. Los latidos de mi corazón marcaron la sentencia. Tuve que sentarme en el suelo, porque sentía que mi mundo no dejaba de sacudirse, yo…me había quedado en la calle, no iba a conseguir un lugar de una hora a otra y todavía tenía que recoger todas mis cosas. ¿Qué demonios iba a hacer? Parecía un sueño, un sueño donde no era la crema pastelera la que me empujaba fuera de mi hogar, porque esto era real. Era real y me había quedado sin nada en cuestión de segundos. Los chicos del callejón me ayudaron a poner de pie, apenas fui consciente de lo que les decía. Subí las escaleras hacia mi departamento y cuando abrí mi puerta, vi tiradas hacia un lado un montón de correspondencia que no me había interesado. Quise golpearme cuando localicé las cartas de las que Jonathan me había hablado, existían, eran tan reales como lo que sucedía. Diablos, no iba a poder argumentar nada en su contra, había sido mi error, siempre llegaba tan cansada que no prestaba atención a nada más. Pero aquí estaba, su primera carta hacía tres meses: “Mi estimada Estela Anderson. Le escribo con la lamentable tarea de informarle que el edificio fue vendido y debemos tenerlo desocupado dentro de tres meses. Es mi deber hacerle llegar esta noticia con premura para que puedas buscar otras alternativas de vivienda. Espero que sea comprensiva”. Todas eran un poco más de lo mismo, Jonathan escribía para saber si ya había encontrado un lugar o si necesitaba ayuda para empacar. Ninguna carta había sido respondida y todas recalcaban el tiempo que me quedaba para marcharme. Si la policía venía aquí iba a estar en problemas, porque Jonathan había cumplido, la que lo había ignorado había sido yo. Miré mi hogar desde el suelo, las manchas de las paredes que ya conocía, el pelo de gato adherido a los sillones y la marca de sus patas en las ventanas. Tenía que darme prisa y comenzar a recoger, pero no podía moverme, como si quedándome quieta pudiera detener al mundo conmigo. Deseé eso, que todo se detuviera y me dieran más tiempo aquí, dentro de estas paredes desgastadas que consideraba mi hogar. Quería que el tiempo se detuviera y me dejara quedarme un poco más. No lo podía creer, me parecía una locura que mañana ya no tendría mi negocio, ni despertaría en mi cama y observaría las estrellas que había pegado en mi techo, las que brillaban en mis noches oscuras. Era un desastre. Un terrible desastre. Y en mi cabeza no dejaba de tronar la misma pregunta. «¿A dónde iba a ir?».

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