El Sujeto N°1

Esta es una historia que había leído y me gustaría compartirlo con ustedes, yo no cree esta historia pero me encantó y me gustaría que leyeran, se qué les va a gustar _ Sther Balbuena_ Estocolmo, 1957 El niño de seis años correteaba impaciente por la casa. Esperaba la llegada de un momento a otro, y tenía una sonrisa de oreja a oreja, aquello era mejor que los regalos del día de Navidad, pensaba mientras recorría de nuevo el pasillo que conducía a la puerta principal. Se cruzo alguna vez con su abuelo, que le revolvió el pelo con cariño, y con su abuela, que le hizo detenerse en su inalcanzable carrera para meterle la camisa por dentro del pantalón " ya faltara poco" fue lo que le había asegurado. Ellos también estaban nervios. No todos los días nacía un nieto. Su padre estaba con ella, el también era un doctor, así que seguro que la estaría cuidando - tu padre no es un médico de esos, cielo mio- le había explicado su abuela, pero el niño no parecía haber comprendido aquella palabra tan rara que había usado su abuela para hablar del trabajo de su padre. Las horas pasaban. Llego la hora de comer y Philippe no supo si tenía que poner mesa para 3 personas o para 5. O para 6, pues tal ve su hermano quisiese comer algo "seguro que estará cansado después de nacer " lo mismo ocurrió a la hora de la cena. La alegría que se había respirado durante todo el día en aquella casa dio paso a una incertidumbre que, para el niño, era desconcertante. Sus abuelos ya no sonreían cada vez que se cruzaban en su camino y él estaba cansado de saltar y correr. Acabó sentado en una silla que le venía grande, con una mano apollada en su barbilla. Su abuela le acababa de acostar, cuando sonó el teléfono. Lo cojio su abuelo. El estruendo que provocó uno de los muñecos de porcelana que decoraban el salón al caer contra el suelo le sobresaltó entre las sábanas. Su abuela, aún arropandole, palideció ante aquel sonido, que interpreto como el peor de los augurios, la mujer salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Los siguientes minutos fueron eternos. La voz grave de su abuelo murmurando al teléfono. Y un segundo de silencio. Sólo uno . Después, el grito ahogado de su abuela le puso los pelos de punta. Aún con la puerta cerrada, el sollozo contante de la mujer llegó hasta sus oídos. Salió de la cama descalzo y anduvo los metros que le separaban del salón. Su abuelo aún hablaba por el teléfono; tenía los ojos anegados en lágrimas, su abuela hundía la cabeza en el hombro de su marido, gimoteando desconsolada. Aunque intentaba acallar su llanto en aquel abrazo, Philippe la había podido oír desde la habitación, fue su abuelo quien descubrió su cabeza asomándose tras la puerta. La mujer intento secarse las lágrimas con el dorso de las manos, para no asustar a su nieto. Sin embargo, al posar su mirada sobre el chiquillo, aquella oleada de dolor volvió a desbordarse. Salió de la habitación , temblando, mientras ocultaba su rostro entre las manos. - Philippe está aqui- le dijo su abuelo con la voz entrecortada, al interlocutor. El niño espero impaciente a que su abuelo le cediese su lugar, pero eso no sucedió. Si eran sus padres no querían hablar con él. Se cruzo de brazos y frunció el ceño, en un esfuerzo por demostrar su enfado, pero su abuelo no pareció advertir su estado de ánimo. Con el dedo, le indicó a su nieto el camino hacia la puerta y le pidió que cerrase la puerta al salir. Philippe esperó fuera de la habitación, desde donde sólo podía oír algunos fragmentos de la conversación. El anciano hablaba a media voz y en sus palabras había una mezcla de furia y tristeza. Su abuelo parecía enfadado, pero, a veces, se le cortaba la voz y dejaba una frase a mitad - Mi pequeño Philippe...- dijo su abuelo, agachandose ante él cuando salió de la habitación. Comprendió que algo grave estaba pasando- Tu padre no vendrá en un tiempo- recibió por toda explicación. Aquella frase no era tan difícil de decir, pero a su abuelo le había costado pronunciarla. El niño quiso preguntar si se debía a otro de los viajes de trabajo de su padre, pero no se atrevió. La voz de su abuelo sonaba lejana, débil, rota. Parecía como si solo le quedasen fuerzas para contestar una pregunta más, y el niño no quiso desaprovechar su oportunidad. - ¿ Y mamá y el bebé?- El silencio reinaba en la habitación. Su abuelo cerró los ojos y contestó con una sola palabra - Tampoco- su abuelo, que se negaba a mirarle, se apoyo en el hombro de su nieto para poder levantarse. Philippe relaciono aquel quejido de dolor con sus envejecidas rodillas. No era la prima vez que lo dejaban solo a causa de un viaje, pero los compromisos profesionales de su padre no solían durar mucho. Sólo tendría que esperar unos días hasta que algunos de ellos regresase. Puede que incluso esta vez le trajesen regalos.... Pero al día siguiente no llegó nadie. Ni al otro. Ni al otro. El silencio sepulcral que ahora invadía aquella casa sólo era interrumpido por los llantos de su abuela. A Philippe le parecía que aquello era una broma muy pesada. Siempre la oía llorar cuando el estaba en otra habitación, y entonces acudía corriendo a socorrerla, pues esperaba encontrarla en el suelo, como cuando el se caía jugando. Pero ella ponía cara de estatua y le aseguraba que todo estaba bien. Menudo sustos le daba Una parte dentro de él, dentro de aquella inocencia infantil, le decía que algo no andaba bien. No sabía ponerle voz a ese presentimiento que aveces le invadi, a esa intuición de que sus abuelos sabían algo que el ignoraba. Tendría que preguntárselo.