La última semana de enero es el cumpleaños de una de mis mejores amigas, con la cual comparto clases de baile, Sandra. Ella y sus padres tienen una casa de campo en las afueras de Murcia, y otros años ya habíamos celebrado su cumpleaños aquí. Cogíamos las llaves, alcohol, comida, algunas cachimbas para fumar, algo de marihuana, unas cartas... y nos pegábamos un día de puta madre desde la hora de comer hasta bien entrada la noche. Este año iba a ser algo distinto, ya que además de ir mi grupo de amigas (somos unas 6, los nombres no vienen al caso) iban a ir un grupo de chicos amigos del novio de Sandra. Era el primer año que Sandra tenía novio más “formal”, quitando los típicos rollos de la adolescencia. Sandra cumplía 19 años y al igual que las demás ya estaba en la universidad, yo en camb