Capítulo 06 |Recados del infierno |

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Marco el número de Logan para luego responderle a Raquel. ─¿Vas a tomar a ese donante ególatra? ─Contesta con la pregunta, sin dejarme esperar otro tono. Me siento en la cama, dejando mi espalda en el cabecero. ─La verdad algo en ese perfil me atrapó entre muchos otros candidatos ─menciono con calma. Escucho cómo suspira al otro lado de la línea. ─Desearía poder ayudarte, no tendrías que hacer todo esto ─dice molesto consigo mismo. ─Tranquilo, me estás ayudando, a elegir mi futuro esperma ─digo jocosa. ─Gini, por Dios, ten sutileza al buscar al padre de tu hijo ─murmura, puedo imaginarme cómo acaricia su sien. Dejo salir una carcajada. ─¿Qué cargas puesto? ─Inquiere sugestivo. ─Adiós, pervertido ─digo, colgando la llamada y comienzo a revisar mis r************* para dormirme en una larga e inevitable pesadilla. Elevo mis ojos a los suyos, oscuros y hermosos, mientras que él esboza una sonrisa domadora posando sus manos en mi vientre. Bajo la mirada encontrándome con mi estómago abultado, mi corazón comienza a latir con fuerza de felicidad. Magnus se inclina a mí, besando mis labios, abro los ojos sorprendida. Pero al sentir sus labios siento cómo mi cuerpo flota. ─Despierta, conejita ─menciona. Sobre saltándome, abro los ojos, aún con mi corazón palpitando con fuerza. Ruedo en mis sábanas enredándome en ellas para caer de la cama. Justo en mi trasero. Mis ojos se quedan en el techo, asimilando mi mala suerte. ─¡Pero qué cara…! ─Exclamo al recordar el sueño o más bien pesadilla cuando mi padre abre la puerta asustado. Se asoma por encima de la cama hasta verme tendida en el suelo frío. ─¿Estás bien, Gini? ─Cuestiona con una sonrisa. ─Sí, nada me podría humillar más ─declaro, sabiendo que eso no es así. Recargo mi café, refunfuñando. Tomo uno de los panecillos de la oficina y tomo asiento en el mesón elegante del edificio. Mis ojos se quedan viendo las flores moradas que se encuentran en el jarrón, mientras le meto un mordisco al panecillo de arándanos para encontrarme detrás de las flores, un cuerpo alto y fornido, caminando hacia mí en un traje completamente n***o. Elevo mis ojos cada que lo siento más cerca, encontrándome con su rostro tallado por los malditos del Olimpo ¡Gracias, por darle todo lo bueno a él! ¡Egoístas de mierda! Exclamo en mi interior admirando la notable belleza y prepotencia de Magnus. ─Hola, conejita ¿Acaso te has revisado de la rabia? ─Dice, haciendo que me ahogue con el mordisco del panecillo, toso torpemente. Mirando su sonrisa. ─¿Y tú, ya latigaste a los demonios del infierno, satanás? ─Inquiero con el mismo tono, entornando mis ojos y arrugando mi nariz. Termina de acercarse a mí y mi cuerpo se queda inerte, congelada quedé por su presencia. Se inclina observándome de cerca. ─Que tierna ─murmura, pellizcando mi mejilla. ¡Apártate, te patearé el trasero! Se aleja de mí con una sonrisa satisfactoria en el rostro, dejándome pasmada, choqueada y con ganas de patearle el trasero. Aprieto el pobre panecillo en mi mano, destrozándolo. Con mi mano acaricio mi mejilla, sintiéndola arder de calor. Camino en pisotones hacia mi escritorio, casi sintiendo cómo sale humo de mis orejas. ─Virginia, te tengo buenas noticias ─anuncia Mariano Maxwell asomándose desde su oficina. ─Dime por favor que ellos aceptaron mi apelación ─pido entrelazando mis manos. Él asiente con una sonrisa, levantando su pulgar. ─Felicidades, Virginia, sigue logrando lo que te propones ─acota guiñando su ojo, para comenzar a escuchar los aplausos detrás de mí. Todos los presentes vitorean mi gran victoria. Doy saltitos emocionada, agradeciendo a mis ángeles que no me cuidan de tropezarme pero me empujan a esforzarme para lograr lo que me propongo. De repente, Magnus sale de la oficina, aplaudiendo lentamente con su mirada intensa en mí. ─Felicidades, conejita ─recalca casi en un murmuro. ¿Qué le pasa a ese tipo con los conejos? Me sentiría ofendida si no fueran tan lindos, pienso, levantando mis hombros para quitarle importancia. Tomo mi celular, tecleándole la gran noticia a Raquel y a Logan, para sentir la presencia pesada de una figura que me proporciona sensaciones que no puedo controlar, a parte de un temor inevitable por esas mismas sensaciones. ─Tienes trabajo que hacer… necesito que vayas a buscar mi ropa de la lavandería y lleves personalmente un recado ─demanda, juro haber visto cómo sus cuernos salieron y el fuego del infierno se posa detrás de él. ─Claro, indícame por favor las direcciones y el recado específicamente ─digo con una sonrisa, buscando mi libreta para esperar las indicaciones. Magnus desliza sus dedos demoniacos en mi libreta apartándomela. ─Te doy las indicaciones a tu celular, llévate esta tarjeta de crédito. ─dice, haciéndome sentir toda su maldad y el comienzo de mi verdadera pesadilla aquí en el trabajo. Camino por las calles abarrotadas de personas buscando la endemoniada lavandería recóndita llamada “el tony sucio” cuyo nombre me da mucho de qué hablar ¿Acaso este hombre no tiene suficiente dinero para llevarla a una con un nombre más elegante? Me cuestiono nuevamente, mirando la dirección que me ha enviado y los letreros enormes de los locales a mi paso. Me detengo de repente en donde indica ser “el tony sucio” cruzo la puerta, provocando el sonido tintineante común en las lavanderías de la ciudad. Paso al recibidor sin ver a nadie para preguntar por el pedido de satanás. ─¿Hay alguien aquí? ─Pregunto en un canturreo. Sale un anciano un poco prejuicioso de la nada. ─¿Número del pedido? ─Cuestiona sin más. Le muestro el número y él me mira de arriba abajo. Él asiente, yéndose a la parte de atrás del lugar. Llevo mi corto cabello hacia atrás, sintiendo el calor de mi caminata junto al ajetreo. El señor vuelve, entregándome una especie de forro de saco. Entrego la tarjeta y p**o el monto indicado, que para mi sorpresa es más bajo de lo que pensaba. ¿Solo doce dólares? ¿Tanto para doce dólares? Ruedo los ojos tomando la tarjeta y dándole las gracias. Salgo del extraño lugar con prisas tecleándole el mensaje corto: “ya tengo el pedido” Al cabo de unos segundos recibo la siguiente indicación. Satanás Maxwell: Ve a esta ubicación. Dice sin más especificación, compartiéndome el enlace de GPS, tomo un taxi amarillo, tendiendo mi mano. Le informo el punto al que me envía la ubicación, para llevarme allí. Miro a través de la venta y reviso la hora en mi celular, marcando la hora del almuerzo, pensé que no iba a tardar más de la cuenta. Coloco la palma de mi mano en mi estómago, sintiendo cómo truena. No sé si es por el hambre o solo por los nervios de hacer las cosas bien para este nuevo jefe que me quiere ver en el piso lamiéndole los zapatos cuando cometa el más mínimo error. Aprieto mis labios, visualizando la calle cuando el auto se detiene, p**o lo previsto en el taxímetro y me bajo, para encontrarme con una tienda de ropa interior costosa… muy costosa, diría que es de alta costura. Tomo una bocanada de aire, entrando a la tienda, las miradas quedan mí, la chica de baja estatura con un traje reciclado y un guarda saco en mis brazos. Veo en mi celular un mensaje de Magnus. Satanás Maxwell: Elige lo más bonito que veas, págalo y dirígete a esta ubicación. Hay algo que quiero que recojas. Tomo una bocanada de aire, esbozando una sonrisa. ─Hola, ¿En qué te puedo ayudar? ─Cuestiona una de las vendedoras. ─Daré una vuelta ─murmuro, pasando de ella para vislumbrarme con todas las prendas de encaje, sexys y llenas de pedrerías, quizás diamantes. Elevo mis pupilas hacia uno en particular, uno de color purpura, tierno, con un bordillo de pequeños cristales plateados. ─Deseo ese ─indico, sintiéndome nerviosa. Sabiendo que en mi cajón de ropa interior solo hay con estampados de dibujitos y las viejitas que dejo para cuando llega la marea roja. La chica me observa de más, como desconcertada. ─Ese es un diseño exclusivo ¿Está segura? ─Inquiere, entiendo la referencia. Y esto definitivamente no es “mujer bonita” dejo salir un suspiro. ─Sí, cóbrate con esta tarjeta ─digo, entregándole la tarjeta negra sin límites de Satanás. Ella simplemente observa la tarjeta y le da una mirada a las demás chicas, corre hacia el mostrador y busca una copa de champan rosado para mí. Lo tomo en mis manos, dándole un gran sorbo, no sé si sea buena idea tomar alcohol con el estómago vacío, pero dejar que Magnus me use para los mandados me tiene con estragos mentales. Al entregarme la caja perfectamente sellada con el conjunto seguro muy costoso. Me retiro del lugar para hacer maromas de tomar mi celular y dirigirme a lo que creo es el último recado. ¿A quién le habrá comprado este lujoso conjunto? ¿A la rubia del auto? Me cuestiono inútilmente porque no me concierne en lo absoluto el porqué y para quién, debajo del sol incandescente del otoño. Camino unas dos cuadras dándome cuenta que el local estaba cerca. Encontrándome con una gran floristería, le doy una sonrisa a la anciana que me saluda animada. ─Oh, vengo por el pedido del señor Magnus Maxwell ─acoto rápidamente, ya con un dolor en mi talón de la posible ampolla por el uso constante de las zapatillas. ─¡Claro! Ya está listo, tal y como lo pidió ─dice, buscando un ramo de rosas rojas con pequeños toques en sus botones. ─¿Esos son diamantes? ─Inquiero anonadada. La anciana suelta una risita. ─¿Cómo cree? Son falsos, pero le dan un toque de elegancia ─responde dejándome como una tonta entrometida. Le entrego la tarjeta haciendo maromas para cargar todo en mis únicos brazos. Ella niega con su cabeza. ─Ya está p**o ─declara, colocándole el sobre de lo que parece ser la dedicatoria. ─Muchísimas gracias ¿Podrías por favor colocarme la tarjeta en el bolsillo? ─Cuestiono, indicándole con mi cabeza. Ella la deja ahí, dándome una sonrisa. Tomo aire para seguir mi rumbo a lo desconocido. O algo así. Escucho mi celular en una llamada pero con las manos ocupadas no puedo tomar la llamada con rapidez. Dejo el cubre traje en el suelo y viendo en la pantalla de mi celular, me encuentro con la llamada perdida de Satanás. Presiono el botón de “devolver llamada” ─¿Acaso no puedes atender cuando te llamo? ─Contesta prepotente, ruedo los ojos queriendo lanzarle el ramo de rosas encima. ─Tengo todos tus pedidos en las manos ¿Con qué contesto, con el trasero? ─Farfullo sin pensarlo. Aprieto mis labios, maldiciendo. Al otro lado de la línea escucho un silencio rotundo. ─Ve a esta última dirección y entrégale solo el último pedido ─demanda, colgando. Dejándome con las palabras en la boca. ─Imbécil ─gruño a mi celular, guardándolo en mi bolsillo. Para seguir el camino que me indicó. Levanto la mirada, encontrándome con un gran edificio lujoso que parece ser de departamentos. El portero me da paso sin preguntarme nada, y puedo notar el gran recibidor elegante. Satanás me indico que subiera al piso seis, habitación seiscientos uno. El ascensor se abre sin haber presionado algún botón, pero dentro se encuentra el que presiona los botones. Él inclina su gorro rojo. ─Piso seis, por favor ─menciono haciendo maromas y rogando no caerme. Al presionar los botones me da una sonrisa. ─¿Trabaja para el señor Maxwell? ─Cuestiona sorprendiéndome. Asiento, tomando con fuerza el ramo de rosas. ─Él es un sujeto agradable, me dejó una buena propina indicándome que usted subiría a su departamento ─habla con fluidez. Se levanta de su silla, para ayudarme con el paquete de la ropa interior. ─Te ayudo a llevar las cosas ─menciona con una sonrisa. ─Gracias, de verdad ─murmuro. Las puertas se abren para nosotros, y él me guía el camino hacia lo que parece ser el departamento del señor satanás. ─Es una de los Penthouse, ese señor tiene mucho dinero ─menciona el chico agradable del ascensor. Toca el timbre y nos quedamos esperando a que alguien abra la puerta… espera ¿Alguien está aquí? Me pregunto, seguro será el ama de llaves o su otra asistente. Pienso rápidamente. De repente, la puerta se abre, respondiéndome la anterior pregunta y dejándome saber que estaba equivocada. Su rostro sonriente y perfecto, nos da la bienvenida a la admiración de su cabello rubio con largas piernas. ¡Es la chica del auto! Exclamo en mi interior. ─¡Oh por Dios! Magnus es tan detallista ─menciona, tomando las rosas de mi mano, o arrebatando. Las olisquea y sonríe dándome sus ojos azules. Observa las demás cosas, desconcertada. ─¿Solo las rosas? ─Cuestiona ahora en un tono molesto. ─Creo que sí ─murmuro. Él chico, me da la caja y hace ademán de irse. ─Un gusto señorita ─dice apresurado, abandonándome con la larguirucha y cuerpo de modelo. ─Eh… creo que eso es todo, me iré ─menciono, haciendo ademán de retirarme. ─¡Espera! ─Exclama, deteniendo mi escapatoria. Giro mi rostro, encontrándome con el suyo leyendo el sobre que traían las rosas. En milisegundos su semblante comienza a deformarse, en uno muy enojado y entristecido. ─¡Ese malnacido! ─Grita, lanzando las rosas al marco de la pierna, dejando pétalos por doquier, lo estrella una y otra vez con rabia, mientras farfulla improperios hacia satanás. Ahora la curiosidad me carcome ¿Qué le habrá dicho que la colocó así? Me pregunto, colocándome de puntilla para ver mejor. Pero ella se detiene, mirándome con odio. ─¿Y tú quién eres su chica de los mandados? ¡Cómo se atreve! ─agrega con enojo. ─Soy su asistente ─murmuro sin saber las consecuencias de mis palabras. Ella abre la boca para insultarme pero mira la caja en mi mano. Arrebatándomela. Cuando ve lo que se encuentra dentro, comienza a llorar a borbotones. Como si alguien se le estuviera muriendo miro a los lados, rogando que nadie me encuentre en esta escena tan incómoda de ver. ─¡¿Cómo se atreve a dejarme por una nota y un ramo barato de flores mientras que a otra le envía un conjunto exclusivo y costoso?! ─Me pregunta gritándome. Oye loca, a mí ni me mires.  Tomo la caja devuelta. ─Debería de preocuparse más sobre el porqué sale con otras no qué les regala, quiérase tantito ─digo, dándole una sonrisa que ella toma como el peor insulto, toma lo que parece ser su bolso y lanzando la puerta comienza a caminar en pisotones hacia el ascensor. Espero a que ella se vaya para revisar el celular. Me encuentro con un mensaje de él. Satanás Maxwell: Conejito, regresa a tu madriguera. ─Maldito ególatra ─farfullo a mi celular, lanzándole un grito. Tomo una bocanada de aire, apresurándome para poder deshacerme de estas cosas. 
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