Asiento sin pensármelo dos veces y aunque no lo conozco., aunque sé que no debo aceptar nada de desconocidos, ese hombre me ayudó., el misterioso sujeto apareció para impedir quién sabe cuánta atrocidad y por ello me aferro a su mano como si de un salvavidas se tratara. Mis pantalones se ensuciaron producto de la caída y las rodillas han comenzado a dolerme., no obstante la seguridad que los dedos cálidos proporcionan influyen a olvidar breves segundos el mal momento atravesado. —Eso es. —Sisea poniéndose de pie, y poniéndome de pie a mí también, sin recurrir a algún esfuerzo. —Dime, ¿te hicieron daño? —Pregunta lúgubre, adoptando un matiz vocal tan bajo que genera precaución., cierto grado de terror. Evito mirarle y niego. Cabizbaja evitando las retinas de todos los hombres alrededo