Al cruzarme de brazos, encaro a Ezra, quien no deja de mirarme con su intensidad habitual. ─¿Te lastimaste? ─Inquiere, mirando mi brazo, bajo la mirada, encontrándome con un pequeño raspón. Arrugo mi entrecejo, apartándome cuando él pretende tocarme. Su rostro es un poema, ante mi rechazo. ─No evadas lo que te pregunté, ¿ahora resulta que mi esposo es un criminal? ─Cuestiono, él, suelta un bufido por mi pregunta, como si le hubiera preguntado si le gustaba el pan, o algo absurdo. ─No soy un criminal, solo…me encargo de quiénes provocan un daño colateral en mi vida o algún estorbo ─expresa, con simpleza. ─¿Qué hay con lo que dijiste de mi padre, qué sucede con él? ─Insisto, sin dejarme evadir «sé que hay muchos secretos en Ezra» pienso, empapada de sus ojos miel. Volker se nos queda