Niego con la cabeza rápidamente, tragando con dificultad. ─Quería ver cómo…estabas, también llegué a sufrir de… ─Tú no sabes nada de lo que he sufrido ─espeta, en un gruñido. ─Puede que no, pero…puedo ayudarte ─manifiesto, insistiendo, puedo sentir en mi pecho cómo algo me llama y me suplica a querer ayudarle. Él suelta una carcajada sardónica que remueve todo en mi interior. ─Tú…quizás puedes ayudarme a liberar un poco de presión, pero nada más ─declara lascivo, bajando la vista a mis labios. Mi pecho sube por una bocanada de aire y mis ojos se abren, empujándole en mi contra. Chasquea su lengua, golpeando la bolsa de boxeo una vez más─. Deja de mirarme como si te diera pena, soy tu señor ─agrega, colocando sus luceros en los míos. ─No me das pena…al contrario ─murmuro, abrazán