Arrastro la valija con los juguetes de Madison y me paro delante de mi hermana. Ella me mira con cara de pocos amigos; su típica cara de pocos amigos con corrector, rubor, rímel y labial fucsia.
—¿Liam nos va a cuidar? ¿En serio? —se cruza de brazos—. No tenemos cinco años.
—No, casi tienes catorce y aún así... Liam y Vanessa se quedarán al cuidado de ambos.
Sujeto la manija y tiro de la maleta cargada de muñecas que con apuro llené bien temprano en la mañana.
Anoche no pude pegar el ojo y después de que Jordan se quedó dormido, me levanté y me fui al cuarto de Madi. Saqué cuatro maletas, en dos cargué todos sus juguetes favoritos y sus libros, y en otra ropa.
La precipitación del viaje realmente me ha dejado de muy mal genio. No entiendo la causa de su prisa, si habíamos acordado ir el domingo.
Él y su trabajo.
A veces creo que ya no es amor lo que siente por su profesión sino una obsesión.
Sacudo la cabeza y sigo caminando hasta la puerta. Voy a poner las valijas en su auto, porque es en lo único que últimamente hemos podido ponernos de acuerdo sin antes pelear.
—Liam estará aquí sólo dos semanas —sigue quejándose Alex, siguiéndome de atrás—. Y ustedes se van como por dos meses o más.
Respiro profundo, hago un "oooommmm" interior y me vuelvo hacia ella.
—Cuando Liam regrese a la universidad ustedes vendrán conmigo.
Su cara se ilumina como si hubiera recibido la mejor noticia del mundo.
—¿A Nueva York? ¿A dónde están las grandes celebridades y todo eso?
Suspiro y ruedo los ojos.
Mi hermana es toda una cholula, le encanta ese mundo. Sólo de recordar cuando Jordan la llevó al set de grabación de GOT que casi la hace enloquecer de fan-delirio, me dan ganas de ahorcarla.
Contra viento y marea insitió en ver la serie al igual que toooodas sus compañeras y ahora no sólo parece que tiene un alter ego Daenerys Targaryen sino que en cada una de sus r************* se hace llamar Khalessi.
Así de loca me está volviendo la adolescencia de mi hermana.
Hago un ademán con la mano y me concentro en llevar la maleta al carro.
—¿Nos vamos a quedar en un hotel en La Gran Manzana?
Su expectativa es palpable y no la culpo por eso. El centro del monopolio de Nueva York es el sueño de muchas adolescentes. Más aún el de ella, que vive en la zona más alejada y periférica del centro de Manhattan, Central Park y el vigoroso glamour de New York City.
Imagino que es por ésto que Jordan se refiere al centro, como un país básicamente distinto al vencindario dónde vivimos, pese a que no deja de ser todo lo mismo.
La ciudad que nunca duerme alberga zonas deslumbrantes pero también periferia y muchos suburbios.
—Después de que pasen estas dos semanas, alquilaremos una casa bien bonita y los vendré a recoger.
Camino para entrar al interior de nuestro hogar, pero freno al ver salir a Madi con su casita portátil, en dónde lleva a Lola.
Está súper contenta de traer a la bolita peluda que tanto ama y yo estoy feliz de verla entusiasmada pese al cambio que se avecina.
—Mami, ya me voy a subir al auto —me dice con esa adorable independencia que la caracteriza.
Me muerdo los labios para no agarrarla a besos y sólo asiento.
—¿Nos vamos? —Jordan pasa por mi lado, besa mi mejilla y sube las últimas dos valijas al carro.
—Voy a hablar con Liam y luego nos vamos.
Antes de cruzar el umbral arreglo su corbata azul, a tono con el traje azul marino que usa y, entro.
Alex me sigue y en el living comedor están mis dos hermanos esperándome.
—Esto es para gastos —le doy a Liam una tarjeta de débito bancario. No deposito mis ahorros ahí pero siempre guardo una suma de dinero para que ellos usen en caso de emergencias.
Debo decir que recibo un buen salario y lo administro bien. Lo he administrado muy bien con el correr de los años.
—¿Podemos comprar lo que sea? —curiosea Alexandra.
—. Lo que sea... Que Liam, quien estará al mando, acepte.
Ella bufa y se queja como una adolescente caprichosa y yo aprovecho para darle un beso de despedida.
—Vendremos el fin de semana —beso el cachete de Chris y me acerco a Liam—. Los dos fines de semana.
Li se guarda la tarjeta en el bolsillo del pantalón y me toma de las manos.
—Ten mucho cuidado, Lotte —me dice con preocupación—. Tengan cuidado, las dos.
Desde que se lo comenté no se ha mostrado muy convencido de mi viaje de trabajo. Jamás ha querido confiarme lo que le pasa y aunque Jordan es de su agrado, hay algo de él que a mi hermano le genera cierta reticencia. No hace falta que me lo diga, me doy cuenta con sus gestos, sus palabras y sus actitudes. Como si le costara confiar cien por ciento en Jordan.
—Tranquilo —me suelta y paso mi mano por su mejilla cubierta de barba dorada—. Todo va a estar bien.
Me da un fuerte abrazo, uno apretado que me llena de amor y de su loción, y por último saludo a Vanessa.
—Los voy a llamar apenas llegue —les hago adiós con la mano, y me repito que no debo llorar.
Me cuesta tanto trabajo despegarme de mis hermanos. Me cuesta muchísimo aceptar que de a poco ellos van abriendo sus alas y que un día, todos terminarán abandonando su nido.
Incluso Madi también lo hará.
Ay, no, carajo...
Me rasco la frente y salgo de casa.
Me da un ataque de pensarlo. Todavía faltan millones de años para que eso suceda. Para que mi hija crezca y haga su vida.
—¿Te atacó la nostalgia? —se interesa Jordan apenas me siento del lado del acompañante y me pongo el cinturón.
Volteo para ver a Madison.
—Bastante —confieso, acomodándome—. Pero me alivia el hecho de venir los fines de semana y luego llevarlos conmigo cuando Liam regrese al campus.
El automóvil se pone en marcha.
—¿Cómo que vendrás los fines de semana? —me pregunta, muy serio.
—Pues claro que vendré, no estaré más de dos semanas sin verlos, sin saber realmente cómo están y sin compartir con ellos.
—Tengo planes para nosotros los fines de semana —frunzo el ceño y miro su perfil. Se ha puesto tenso y aprieta el volante—. Compré pasajes de avión para irnos a esquiar el próximo fin de semana.
Inhalo hondo. Muy hondo y ojeo a Madison. Está muy entretenida en la tablet, con sus audífonos de Minnie puestos.
—Pues vas a tener que cancelarlos —espeto en un murmullo.
—Tus hermanos están grandes, pueden cuidarse solos.
—No me interesa si pueden cuidarse solos —replico molesta—. Yo quiero venir a verlos los fines de semana y punto. Tú puedes acompañarme o no.
Frena en un semáforo pero no me mira.
—¿Y nuestros momentos para cuándo quedan?
Relamo mis labios—. Cuando empezamos a salir sabías que tenía una familia por la cual velar. Me conociste así, siempre poniendo a mi familia primero. Mis momentos; o nuestros momentos siempre estarán después que ellos.
—¡Qué bien! —se queja y sigue conduciendo.
—Pues por supuesto —replico más y más enojada—. Pretendes tomar decisiones sin antes consultar conmigo. Se supone que somos una pareja.
—Era una sorpresa —se justifica—. Quise darte una sorpresa.
Me cruzo de brazos y miro al frente.
—Nunca me han gustado las sorpresas —murmuro.
—Está bien, cielo —frena frente a una cafetería y restaurante—. Tú ganas... —apaga el auto y me quito el cinturón—. Tú ganas.
Salgo del coche y voy a la portezuela trasera. Jordan le saca el bloqueo automático y la abro.
—Mi amor, vamos a almorzar —desabrocho su cinturón y ella muy contenta se quita los audífonos y apaga la tablet.
—¡Vamos a comer, Lola! —agarra la manija de la cajita donde está nuestra gata y sosteniendo mi mano baja de la camioneta.
Entramos al restaurante y tomamos asiento en una de las mesas con vistas a la acera.
Jordan ordena ensalada césar y camarones para él, Madi por su parte me insiste con la pizza de peperonni y soda de fresa y yo me conformo con un sándwich tibio de jamón y queso y un té.
El mozo regresa rápido con todo el pedido. Jordan es muy asiduo del restaurante. Hemos venido muchas veces a almorzar y también a cenar, y los camareros saben que sus propinas son sustanciosas.
El empleado dispone los platos en la mesa y la enorme pizza de queso y peperonni que Madison ordenó, y mientras hablamos de tonteras, empezamos a comer.
Ella le curiosea a Jordan sobre lo que nos vamos a encontrar al llegar al centro y él no para de describirle un mundo de princesas, de lujos, de viajes, de cosas hermosas y costosas. El mundo al que verdaderamente pertenece.
—Con cuidado, hija —digo al ver que se devora un pedazo tras otro de pizza y los rebaja con un trago de soda—. Más despacio que podrías atragantarte.
Me sonríe con todo y salsa de tomate en sus dientes—. Es que está deliciosísima, mami.
—Entonces, tesoro, como te decía, hay casas muy hermosas que parecen castillos. Yo vi una preciosa con un jardín lleno de rosas. Tiene un lago con patos. Te encantaría vivir allí.
Cuando me percato del motivo por el cuál la está seduciendo con tanta magia y lugares pintorescos, carraspeo.
Se calla de inmediato y me mira fijo. Sabe perfectamente que está prohibido hablar de mudanza porque no nos vamos a mudar.
Y sabe que me enoja que intente manipular a mi hija para que cambie de parecer.
—¡Está bien, lo siento! —se disculpa con humor. Un humor que no me hace gracia—. No hablaré más de eso —se inclina hacia Madi—. Aunque se parecen a los castillos de las princesas que tanto te gusta ver —le susurra.
—Jordan —advierto.
—Okey, vamos a pedir tarta de frambuesa para mamá a ver si cambia esa cara de limón.
Ella se ríe y yo me relajo. Jordan es persistente e intolerante si se lo propone, pero yo sin lugar a dudas soy el freno de mano que le hace dar la cabeza contra el volante si es que se pasa de la raya.
***
Releo el papel que Jordan me dio una vez más.
—¿Qué tanto te puedes involucrar si es un caso de la corte de familia?
Me cruzo de piernas y deslizo el documento por el amplio escritorio de vidrio que nos separa, para que lo agarre.
—Se trata de un incumplimiento de la orden de alejamiento —abre otra carpeta y se acomoda las gafas de lectura—. Hablamos de un matrimonio reconocido en el ámbito del espectáculo y entretenimiento que está en trámites de divorcio pero que aparte, se señala como una relación de conflicto y violencia doméstica —me tiende otro papel.
Lo sostengo y miro con asombro el contenido.
—Denuncia reciente por abuso físico e intento de homicidio —leo en voz alta—. Investigación en curso.
—La fiscalía debe tomar el caso, no por incumplimiento de la orden de alejamiento, sino por la denuncia sobre violencia que la víctima plantó en la estación de delitos sexuales y violencia doméstica.
Asiento lentamente y continúo leyendo todo lo que me da.
A lo largo de los años aprendí mucho a su lado. Empecé trabajando como telefonista en el piso de abajo y luego de unos meses me ofreció puesto de secretaria. Su secretaria. A pesar de que le gusté desde el comienzo y de que trató de coquetearme mediante mi trabajo, vio en mí a una estudiante de derecho a la cuál enseñar.
Ha sido mi mentor en el territorio legal. Un duro fiscal de homicidios, vicio y narcóticos pero también un buen abogado en crímenes sexuales y delitos de violencia de género.
El prestigio se lo ganó no por su apellido y su linaje, que viene de generaciones de fiscales y jueces, sino por lo astuto, brillante y duro de roer que es.
—Esto nos lo tenemos que llevar todo —alguien da dos toques a la puerta y enseguida se abre.
—Hayden, perdona pero tengo que darte avances del caso.
Giro en mi silla y observo al recién llegado. Se trata de Brian, otro abogado asociado a Jordan que se encarga de crimen organizado y narcóticos.
—Hola Charlotte —me saluda.
—Hola Brian.
Abre de par en par y entra. Se acomoda las solapas de su chaqueta gris y avanza hacia el escritorio.
Le choca los cinco a Madi, que juega a las muñecas, sentada en la alfombra y sigue hacia nosotros.
Cada dos por tres o en vacaciones, traigo a Madi al estudio. Ella carga juguetes, libros para colorear y la tablet y viene conmigo. Mientras yo trabajo, ella juega.
Casi siempre Jordan está aquí, en el bufete, pero tiende a marcharse al piso dónde se reúne con detectives y policías. Allí es en dónde recibe información a todo lo relacionado con Homicidios, narcóticos y crimen organizado. Tal vez sea eso lo que explique la extraña presencia de Brian, hoy.
—Adelante, toma asiento —Jordan le señala la silla giratoria vacía, a mi lado—. Charlotte, cariño, ¿nos traes dos capuccinos, por favor?
—Por mí no te preocupes —dice el recién llegado, tocándose la barriga—. Estoy sufriendo de acidez y dejé la cafeína.
Retiro mi silla y entonces observo a Jordan.
—Yo sí quiero un capuccino —se quita las gafas—. Bien cargado de espuma.
—Okey —camino hasta la alfombra redonda y roja que adorna el enorme despacho donde el color marrón predomina, y toco la trenza de mi pequeña—. Mi cielo, vamos hasta la cafetería.
—¡Siiii! —se pone de pie rápido y me agarra de la mano.
Salimos de la oficina y caminamos por el ancho pasillo hasta el final, dónde se encuentra la mini y coqueta cafetería.
—Mami, ¿podrías comprarme gomitas? —la observo alzando una ceja—. Y esos malvaviscos rosados tan deliciosos.
—Está bien, pero pocos —le sonrío y sigo avanzando hasta que algo me hace frenar en seco, fruncir el ceño y replantearme lo que Jordan acabó de pedirme.
¿Acaso me dijo que quería capuccino?
¿Cómo puede ser eso posible?
Jordan odia completamente el café y ni que hablar el capuccino.
De seguro le entendí mal.
—Madi espera. Vamos al despacho a ver si Jordan realmente quiere capuccino —bufando me sigue.
Regreso a la puerta de la oficina y la abro.
Cruzo el umbral y cuando estoy por mediar palabra un nombre invadiendo mis tímpanos me congela.
—Se negó rotundamente a su derecho de abogado o representante legal —ese es Brian. Los dos están de espaldas a mí, ligeramente encorvados hacia el escritorio, tan metidos en el asunto que ni se percataron de que yo abrí la puerta—. Se le informó que si no puede pagar un abogado la corte le asignaría uno pero también se negó. Dijo que enfrentará todos los cargos.
—Ma —Madi intenta decir algo pero de inmediato cubro su boca con mi mano y le hago un suplicante gesto de silencio que mi adorada compinche capta a la perfección.
—Eso es más, y mejor de lo que esperaba —la voz de Jordan entre triunfante y siniestra me eriza la piel. Es la primera vez que le escucho hablar así—. Condenarlo por triple homicidio será muy fácil.
Las piernas me tiemblan y mi pulso se acelera.
Tengo miedo de estar mal interpretando lo que oigo y que el nombre que escuché al principio haya sido producto de mi imaginación.
—Rechazó su derecho a una llamada —prosigue Brian—. Y cualquier intento por comunicarse con su familia.
Jordan se ríe, poniéndome los pelos de punta—. Mató a su hermano. Con eso empezaremos el caso en la corte. Las pruebas en sí lo condenan y su testimonio alcanzará para una pena de veinticinco años.
—¿Erick Henderson, entonces?
Mi corazón se acelera de una manera peligrosa. Lo siento latir tan fuerte que me da un suave pinchazo en el pecho.
—Erick Henderson. Luego seguiremos con los otros dos muertos y si los años de condena no me complacen, añadiré cargos por narcotráfico, distribución y reclutamiento de vendedores.
Me descompongo.
Es como si me dieran una piña en la cara y otra en el estómago.
—Podemos ir mañana mismo a la estación para que Nicolas Henderson firme su declaración.
Empiezo a avanzar hacia ellos. Estoy... No sé cómo estoy...
No sé cómo me siento en este momento.
Sólo quiero... Matarlo.
Sólo pienso en estrangularlo.
—Yo también iré a la estación con ustedes, caballeros —mascullo totalmente cegada por el asombro, la ira y muy en lo profundo, la emoción por volver a saber de él.
Jordan se paraliza y al cabo de unos segundos lentamente se da la vuelta. Sus ojos chocan con los míos y es como si acabase de ver a un fantasma.
—Charlotte, no es conveniente que...
Me tenso, mis dientes rechinan, estoy al borde de perder el control y arrancarle la cabeza.
—¿Cómo te atreviste a tanto? —pregunto con una calma terroríficamente inquietante—. Dame los documentos. Los voy a leer —Brian es quien sin dudar me los entrega. Su rostro refleja temor y debería sentirlo. En este preciso momento me encantaría cortarles los dedos.
Mis sienes me duelen y mi mente se embota con sólo leer la presentación de la carpeta. Una que lleva el nombre de Nicolas, la fecha de la primer audiencia en la corte y el cargo por el que se le imputa.
—Brian —tiro al piso la carpeta, cerca de él; del mentiroso que ha estado viviendo conmigo, cogiendo conmigo y fraternizando con mi hija, mientras le daba caza al hombre que todavía amo con el alma—. Dime en qué estación se encuentra detenido.
—Charlotte
—No me vuelvas a hablar —le regalo una mirada asesina—. ¿En qué estación?
—La 18 —contesta el abogado.
Agarro mi cartera, las cosas de Madi y la mano de mi pequeña.
—Vas a lamentar haberlo hecho a mis espaldas —es lo último que le digo antes de salir de la oficina como alma que lleva el diablo.
—¿Mama a dónde vamos? ¿Porqué estás tan enojada?
Subimos al ascensor y es cuando mi hija me habla, que comienzo a calmarme.
—Tú irás a casa con los tíos —acaricio su frente—. Y mamá irá a ver a alguien que necesita muchísima ayuda en este momento.
Otra vez... Y como hace ocho años atrás... Voy a estar allí, para ayudarlo.
Miro el rostro conflictuado de Madi, lo acuno entre mis dedos y le sonrío.
«Voy por tu papá, tesoro... Voy por tu papá»