Salgo del edificio tan envalentonada, que es Madi quien tira de mi mano y me señala un taxi que paró a nuestro lado. Al parecer yo hice ademanes por uno y ni cuenta me di.
Estoy tan confundida y tan segura al mismo tiempo. Me siento traicionada y furiosa por la sucia jugarreta de Jordan pero en paralelo también siento que me importa un cuerno eso. Mi corazón se acelera sólo de pensar que encontré a Nicolas.
Subo a mi niña al asiento trasero, a Lola en su casita rodante y luego me acomodo yo. Le doy la dirección de mi casa al taxista y nos ponemos en marcha.
La manita tibia y transpirada de Madi toca mis nudillos y me vuelvo a verla. Está demasiado contrariada.
—Mami, ¿porqué volvemos a casa? —me pregunta—. ¿No vamos a ir a Nueva York con papá?
—No —mi respuesta es rotunda.
—¿Porqué?
Porque las cosas cambiaron radicalmente, Madison. Porque tu vida está a punto de dar un vuelco y la mía a punto de torcerse. Porque ahora es el momento de prepararte para enfrentarte a quien pensé que jamás llegaría a conocerte, y porque ahora es el momento en que yo debo prepararme para permitir que eso suceda.
—Porque nos vamos a aburrir mucho allá. Aparte a mamá le surgió un nuevo trabajo —le explico con dulzura.
—Mejor —dice, recargando la cabeza en el asiento—. No quería ir de todas formas. Ni siquiera con los castillos y todas esas cosas bonitas que papá me describió.
Hago una mueca de esas que reflejan el absoluto orgullo que siento por mi hija y le acaricio la frente con el dorso de la mano.
Mientras miro su perfil, su nariz ligeramente respingada y su contorno bien definido trato de organizar mis pensamientos.
Trato de clasificar en mi mente cuál ordenador de documentos, los hechos, para no terminar reventando como una bomba.
Por un lado me enveneno con la canallada que me hizo Jordan. Lo sucio que fue al jugar a mis espaldas con un asunto tan importante y delicado para mí.
Lo que hizo es una traición en su máximo esplendor, porque nunca dejé de repetirle cuán desesperada estaba por hallar al padre de Madison, nunca dejé de ser clara respecto a mis sentimientos, nunca renuncié a la esperanza de volver a ver a Nicolas y aún así, él ha estado quien sabe por cuántos años tratando de darle caza. Lo ha estado acechando, ha sabido de Nico y jamás tuvo la decencia, la hombría, los cojones de decirme la verdad.
Froto mis párpados sin temor a que el delineador me deje como un mapache. De algún modo y sin contagiarle mi malestar a Madi necesito descargar toda esta ansiedad que estoy sintiendo por dentro, pero que no sea a expensas de la píldora.
No me gusta tomar mi medicación delante de ella. Hay ciertas explicaciones que no me gusta darle. La ansiedad es una de pocas.
—Señora, ¿usted me dice dónde estaciono?
Pestañeo y miro por la ventanilla—. Avance un poco más. Dónde está el buzón del correo con unicornios... Ahí es.
Unicornios...
Mi niña se empecinó en pintarlo y estamparle unicornios. En una pelea feroz con Alexandra y su decoración glitter, la más pequeña de la casa terminó venciendo.
—Son veinticinco dólares —el taxi se detiene.
Abro mi bolso, saco dinero de mi monedero y le p**o.
—Vamos mi cielo —agarro la casita de Lola, nuestras cosas y salgo del automóvil.
Madi lo hace detrás de mí, agarrándose del orillo de mi blusa. Se lo he enseñado cuándo estoy cargada de bolsos y no puedo sostener su mano.
Le enseñé a llevar la costumbre de aferrarse a mi ropa, porque entonces estaré tan al pendiente de ella como si estuviera sujetándole.
Caminamos hasta el portón que conduce a la entrada de casa y recorremos el corto trecho de jardín que nos separa de la puerta.
Apoyo la casita de Lola en el concreto del porche, rebusco mis llaves y es cuando me doy cuenta que mis hermanos no tienen clases hoy.
Con felicidad mi niña se quita los tenis, arrastra la caja de Lola y la libera para que ande por el living comedor.
Dejo el bolso y los abrigos en la mesa ratona que está contigua a la puerta y me acerco a los sillones.
Allí están mis tres hermanos y Vanessa. Creo que miran el televisor. Bah, en realidad lo miraban porque en este preciso momento sus ojos abiertos de par en par se centran en mí con elocuente preocupación.
—¿Qué pasó? —se inquieta Liam, poniéndose de pie.
—¿No que estaban de camino al centro? —esa es Alexandra. Su voz también denota inquietud.
—Hubo cambio de planes —informo—. Pronto hablaré con ustedes pero mientras tanto... Quiero que eviten las infidencias con Jordan.
El rostro de Liam se frunce y su preocupación se transforma en enojo.
—¿Qué te hizo?
—Tranquilo —aprieto suavemente su hombro—. Tengo que salir con urgencia así que necesito que cuiden a Madi.
—¿Pero a dónde vas? —interviene Christopher con el ceño arrugado.
—A la estación policial —retrocedo—. Todo está bien, descuiden. Apenas regrese les voy a contar.
—Cuídate —me pide Chris acompañado de un asentimiento de mis dos hermanos.
—Cualquier cosa llámanos —añade Alex.
Les afirmo con la cabeza y con prisa me doy vuelta. Regreso a la puerta principal, no sin antes despedirme de mi hija.
—Volveré en la tarde, linda —beso sus dos mejillas. Ella abrazada a la rapunzel que su amigo de la escuela le regaló, me sonríe—. Hay helado en la nevera. Pónganle chispas y salsas y devóralo con tus tíos que luego compraré más.
—Haremos la cena para esperarte.
Me contengo de no lanzarme a besuquearla como siempre quiero hacer y agarro las llaves de mi auto, mi bolso y mi abrigo. Salgo de la casa, voy al garage y me siento frente al volante.
La estación 18 está como a unos quince minutos de aquí. No me tomará demasiado tiempo llegar si el tránsito me colabora.
A medida que avanzo y las manzanas se van sucediendo una a la otra, acercándome cada vez más a mi objetivo, mi cabeza no para de maquinar. No me extrañaría echar humo en cualquier momento.
¿Acaso estaré haciendo lo correcto o estoy por cometer una locura?
Suspiro.
Estoy capacitada.
Llevo años preparándome.
Llevo años de dedicación a la profesión que quiero ejercer.
Llevo años de aprendizaje.
Estoy haciendo lo correcto. No me voy a poner de indecisa. No a estas alturas de mi vida.
Ensimismada en mis pensamientos acelero un poco. El tránsito está fluido. Es agradable cuándo una trae prisa.
Estás haciendo lo correcto, Charlotte.
Será la primera vez que defenderás a alguien. Todavía no obtienes el título pero no es ilegal. Jurídicamente cualquiera puede representar en la corte, incluso el mismo implicado podría hacerlo si lo quisiera.
No es disparatado defender a tu ex. No, claro que no.
Golpeteo el volante.
No es alocado ni estúpido. Esta es mi vocación y soy la única capaz de entender el proceder de Jordan... Porque he aprendido de él.
Si alguien puede evitarle una larga condena a Nicolas, sin alardear, esa soy yo.
Me rasco la cabeza y mis nervios en el estómago crecen cuando vislumbro la fachada del distrito 18.
¿Qué demonios me voy a encontrar allá adentro?
¿A qué Nicolas voy a enfrentar?
Me punza el pecho al imaginar toparme con alguien completamente diferente. Con un Nico distinto al de hace ocho años atrás.
¿Cómo voy a reaccionar?
¿Cómo va a reaccionar él?
¡Ay Dios! ¿Cómo voy a preparar a Madison si ella odia a su padre?
Estaciono en la acera de enfrente, apago el automóvil y respiro profundo muchas veces.
Bajo el espejo retrovisor de forma tal que pueda ver todo mi rostro.
Por partes, Charlotte. Por partes.
Abro mi bolso, busco mi píldora mágica y me la trago. Es pequeña, pasa con facilidad por mi garganta.
Revuelvo el interior y saco mi labial. Es rojo. Un rojo casi carmesí que deslizo por mis labios con perfección.
Me limpio las marcas de delineador, me peino el cabello con las manos, me pongo un poco de perfume y me baño de actitud.
¡Actitud, mujer! Ac-ti-tud
Le doy algo de gracia a mis ondas desarregladas y con mi bolso y las llaves salgo del coche.
Hace calor. Es pasado el mediodía y el sol pega de una forma agradable.
Miro para un lado y otro de la calle. No viene ningún vehículo así que cruzo.
No se me hace indiferente las miradas que me regalan los oficiales al entrar a la seccional policial.
El pantalón de vestir n***o de tiro alto y tela tan alycrada como discreta le da un aspecto muy atractivo a mis piernas, no traigo tacones pero sí unos zapatos que me hacen lucir más erguida, y opté por mi blusa favorita, la de seda blanca que se ajusta muy bien a mi figura.
—¿Señorita? —una oficial me recibe en la recepción—. ¿En qué soy de ayuda?
Levanto un poco el mentón—. Soy la representante legal de un detenido en su estación —sin sonar prepotente ni altanera, pero mostrando determinación, enfatizo—. Jean Nicolas Henderson.
La mujer, cuya distinción en su uniforme, indica que se apellida Williams, me observa, coge su teléfono, repite lo que acabo de decirle y sigue mirándome.
—Un oficial la recibirá de inmediato —me informa tras colgar—. Puede esperar en la cafetería.
Tomo aire y trago saliva—. Si no le molesta prefiero esperar aquí.
Mi actitud no le gusta y el cambio en la suya después de cortar la llamada, a mí tampoco me simpatiza.
—Como desee —dice simplemente, dándose la vuelta y regresando a sus quehaceres.
Sin perder mi postura derecha y segura aguardo a que ese oficial me atienda.
Uno que baja las escaleras y me mira fijo. Trae cara de pocos amigos y por su forma de observarme estoy convencida de que es el mismo que habló con la oficial Williams.
—Detective Roger Collins —extiende su mano y sin dudar la estrecho.
—Charlotte Donnovan.
—Según me informaron usted viene en razón de...
—Abogada de un imputado —concluyo.
—Henderson.
—Henderson —ratifico.
Hace un ligero y pensativo asentimiento y se toca la barbilla.
—El sospechoso renunció a su derecho de defensa en la corte —me dice, repitendo casi exacto las palabras de Brian.
—Tal vez y sin ánimo de ofender... El sistema no ha sido demasiado... Claro, al explicarle sus derechos al presunto sospechoso —recalco, manteniendo mi voz segura y cauta.
Su semblante se frunce y me observa con desagrado. Es obvio que algo de mí le molestó. ¿Qué pensaba? También conozco algunos trucos dentro las estaciones policiales.
—Si el detenido renuncia a sus derechos, la presencia de un abogado en su nombre es innecesaria —comenta.
Vuelvo a respirar profundo para acompasar el latir desbocado de mi corazón. Quien me viera ni de broma creería que me estoy muriendo de los nervios.
—Detective Collins, ¿sería tan amable de enseñarme el documento que demuestre que efectivamente Nicolas Henderson renunció a su derecho legal?
El hombre de unos cuarenta y pico, aspecto discreto, trajeado, alto y delgado, se muestra sorprendido por mi pregunta.
Universidad, mi amigo.
Universidad.
—No lleva veincuatro horas de detención. Aún no le presentamos oficialmente el documento dónde declarar el rechazo a un representante legal.
Enarco una ceja—. Entonces, lléveme a dónde permanece retenido —le regalo una tibia sonrisa—. Ese también es mi derecho, detective. Brindar un servicio y que el caballero tome una decisión, oficialmente.
Collins mete las manos en los bolsillos de su chaqueta y tras pensárselo unos segundos me da un asentimiento.
—Sígame —dice, girando y caminando hacia las escaleras.
Muy conforme con el resultado, subo los escalones detrás de él.
No quiero tirarme en contra el sistema, pero tampoco puedo permitir que la influencia de Jordan empañe el derecho, en este caso de Nicolas, de acceder a una aceptable defensa.
Jordan es implacable, intransigente, incluso parcial cuando de sospechosos de casos de homicidios y narcotráfico se trata. Siendo fiscal de Nueva York no dudo en que la acción policial desfavorezca ligeramente a la parte a encarcelar gracias a su influencia.
Subimos al primer piso y Roger Collins me señala un corredor a la derecha.
—¿Se encuentra en sala de interrogatorio? —me animo a preguntar cada vez más y más nerviosa.
Dios... Mi estómago se retuerce, mi corazón se acelera y mis sienes laten.
—No —contesta sin detenerse ni mirarme—. Está en una celda. Se negó al interrogatorio y se ha mantenido en que se declarará culpable de todos los cargos.
Inhalo hondo.
¿Porqué haría semejante locura?
Él no mató a su hermano y al otro sujeto... Pues se defendió. Yo estaba ahí. Yo lo vi.
¿Porqué adjudicarse entonces la culpa de lo que no hizo?
¿Qué demonios le pasa?
—Venga por aquí —me guía hasta el final del corredor. Frío, gris y silencioso. Lleno de cubículos con rejas, bancos de concreto y mantas polares.
Inhalo, exhalo. Inhalo, exhalo. Lo hago muchas veces para dominar aunque sea un poquito, mis destrozados nervios.
Nos acercamos a la última celda y por fracciones de segundos el latir de mi corazón se paraliza.
Me sujeto de las rejas porque me tiemblan las piernas.
Es como si no hubiera esperado ocho años por él. Como si pasado y futuro se mezclaran en el presente.
Dios mío.
Ahí está.
Ignora que tiene visitas.
Su espalda luce más ancha de lo que recuerdo y trae puesta una brillante campera de cuero que se tensa con el ligero movimiento que hacen sus músculos al encorvarse.
Su pelo está muy corto, estilo militar: al raz.
Creo que se encuentra cruzado de piernas, a lo indio, sumergido en sus propios pensamientos.
—Henderson —se endereza y se queda quieto—. Ha llegado su abogado.
Levanta los hombros y no puedo reprimir una rápida sonrisa. Hay cosas que no cambian. Eso era común en él cuándo algo le molestaba.
Madi actúa exactamentente igual.
—Ya dije mil veces que no quiero un aboga... —mientras habla con una frialdad electrizante y una voz que nada se asemeja a aquella dulce de tiempo atrás, se da la vuelta pero no acaba la oración porque verme, seguro era lo último que se esperaba en el mundo.
Está boquiabierto, pero con el ceño fruncido. Me observa de arriba hacia abajo sin decir nada. No puedo descifrar lo que expresa su cara y eso me pone mucho más nerviosa.
—Tiene media hora —me informa el detective, abriendo la reja para permitirme el ingreso—. Estaré a unos metros por si acaso.
Asiento, sin quitar mi mirada del rostro de Nico.
Las mariposas en mi interior vuelven a revolotear sólo por tenerlo frente a mí, y le regalo una sonrisa pese a que lo noto reticente, desconfiado y cauteloso.
Está apuesto e increíblemente maduro.
Si la memoria no me falla, el próximo mes cumplirá treinta y uno.
Demonios.
Hay un no se qué en su aspecto que desprende magnetismo. Tal vez será esa seriedad con que me observa, o la postura tan masculina en que permanece sentado. Con sus piernas abiertas, sus pies bien plantados en el suelo, los codos apoyados en sus muslos y sus manos entrelazadas.
Quizá sean sus ojos que no brillan, sino qur parecen estar nublados por una tenue sombra. O su boca fruncida en una mueca inexpresiva. Tal vez sean sus facciones que tras ocho años le dan un toque enigmático, atractivo y amedrentador.
Amedrentador pero sexy.
Dios... Se me hace imposible no sentir millones de cosas por él. El muy condenado está para perder la compostura y no es de calentona... Es que verlo tan cambiado, tan malditamente masculino, tan... Peligroso me hace pensar en lo que no debo pensar justamente ahora.
Me aclaro la garganta y avanzo un par de pasos hacia el banco de concreto. En otras circunstancias y después de lo que sucedió la última vez que nos vimos, no sabría cómo romper el hielo pero hoy, que estoy aquí con el propósito de convertirme en su representante legal sé exacto cómo actuar y qué decir.
—Por millonésima vez —sus ojos verdes me escudriñan con recelo—. No quiero un abogado. Lárguese.
Alzo ambas cejas, pestañeo, trago saliva y repito el procedimiento.
Está bien, no me imaginaba besos, amor y sexo pero... De ninguna forma me esperaba este reencuentro tan... Frío e indiferente.
Como si fuera una completa extraña.
—Nicolas —carraspeo—. Soy yo. Soy Charlotte.
Enseguida que digo aquello me siento una estúpida.
Me mira de arriba hacia abajo de nuevo pero esta vez sin disimular su desprecio.
Y vaya. No me gusta la forma en que me mira. Me duele que lo haga.
—Lárguese —repite, masticando cada sílaba. Destilando frivolidad. Erizándome la piel.
—Nicolas —relamo mis labios—. Estás cometiendo una locura. ¿Declararte culpable?
Se mandíbula se tensa y respira profundo.
—Eso no le concierne así que váyase de una buena y jodida vez... Abogada —gira, dándome la espalda y es esa frase lo que me hace perder la paciencia y todo el profesionalismo con el que me había motivado antes de llegar a su celda.
Cierro mis manos en puño, rodeo la banca gris y larga de material.
—Escúchame muy bien —digo con seriedad y advertencia—. Yo soy tu única salida, y te conviene ir adecuándote a ello. Soy la única persona dispuesta a representarte en la corte porque nadie, absolutamente nadie quiere ir contra el fiscal de crimen organizado que ordenó cazarte —levanta la cabeza y me mira hirviendo en furia. Como si de repente deseara asesinarme—. Te espera cadena perpetua apenas firmes que te rehúsas a tus derechos de ciudadano. Te vas a morir en prisión —le apunto con mi dedo índice—. Y yo no pienso fracasar. No en mi primer juicio como abogada.
Bajo el dedo, me enderezo lo más que puedo y le sostengo la mirada.
Definitivamente este encuentro ha sido de lo peor y ni de asomo a lo que me imaginaba.
Hay un Nicolas Henderson mucho más orgulloso y prepotente delante de mí y aunque cueste me toca asumir que las cosas cambiaron muchísimo. Que ya no somos las mismas personas que fuimos hace ocho años.
Que él es peligroso; lo intuyo hasta con su forma de mirarme.
Todo en él parece indicarlo. Indiferente, altanero, agresivo si se lo propone.
Pero yo no pienso echarme atrás.
No lo hago por mí. Ni por él. Ya no lo voy a hacer por él como creía antes de poner un pie en la estación.
—Tienes tiempo hasta mañana a —miro mi reloj de pulsera—.... A mediatarde para decidirte. Me contratas o te pudres en la cárcel.
Me dispongo a salir de esta asfixiante jaula pero su risa casi maquiavélica, me congela en el lugar.
—De traidora a salvadora. Qué irónico —dice en un tono sarcástico y despectivo que en mi mente suena a acordes del resentimiento.
Me vuelvo hacia su cuerpo sentado de lado y le observo por encima del hombro.
—No me importa salvarte, Nicolas —mi voz tranquila le obliga a girarse por completo—. Si estoy aquí ya no es por desear salvarte —salgo de la celda y el detective se acerca en mi dirección—. Si estoy aquí es porque pretendo impedir que quien más amo nunca en su vida tenga que ir a visitarte a la cárcel —la reja se cierra y antes de marcharme, con el corazón arrugadito y el orgullo intacto le regalo una última mirada—. Tienes tiempo hasta mañana, no lo olvides.