Capítulo 9

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Todos a mi alrededor cenan muy animados. Charlan sin parar, se ríen, hacen bromas. La comida que preparé con ayuda de Vanessa ha sido un éxito: pescado zazonado a la plancha y puré de verduras. Pincho un trozo y lo paseo por el plato. No tengo apetito. Mi estómago está completamente retorcido de nervios. Me enderezo en la silla, miro mi reloj de pulsera —son las nueve en punto— y luego miro a Madi. Ella le sonríe a sus tíos. A los tres por igual. Les observa con embeleso y admiración y se ríe de lo que ellos dicen, aún sin entender del todo, lo que están conversando. Mis hermanos, Vanessa, Madison. En casa son ajenos a lo que pasó a mediodía en la estación policial. No encontré las palabras adecuadas y precisas para hablarles de la aparición de Nicolas. Y tampoco han salido de mi boca palabras para David, Orianna ni Ámbar. He estado pensando y pensando en cómo contarles a todos que Nicolas volvió, que está detenido y a punto de ser llevado a juicio, que se comporta como un reverendo mezquino resentido y que para colmo, Jordan, el hombre que vive bajo este mismo techo se ha encargado de apresarlo. Quise hacerlo pero no he podido; mi cabeza ha terminado el día medio embotada. Mi cerebro está como a punto de reventar y ni siquiera Leslie atendió a mis llamadas. Ocurre que mientras mi familia disfruta de una deliciosa cena, yo siento que me estoy asfixiando, que mi corazón se acelera y desacelera, que mis sienes laten, que me suda la espalda. Tuve que duplicar la dosis hoy, pero nada que nada de calmarme. Debería mantener la situación controlada pero por varios factores, en mi mente se presenta un escenario enredado y confuso y no sé por dónde demonios empezar. No sé si esperar hasta mañana para llamar a David. No sé si llamarlo ahora y explicarle todo, incluso el ultimátum que le di a Nicolas. No sé cómo hablarlo con mis hermanos porque me van a preguntar con lujo de detalles cómo fui a parar a la estación policial. Quiero estar segura cien por ciento de no exponerlos a un desagradable cruce con Jordan. Porque si él llega a pasarse de listo con alguno de ellos, me conozco, sería capaz de aventarle lo que sea por la cabeza. Tampoco sé cómo voy a afrontar el tema con Madi. Mi corazón dicta que tiene que saber que su padre está aquí. Que por muchas diferencias que tengamos Nicolas y yo, ella tiene derecho a conocer la verdad, así como él también tiene el derecho de enterarse que existe una niña que lleva su sangre, sus genes, sus manías y su apellido. Sobre todo lleva su sangre... Y su apellido. Al año de haber nacido Madison, David y Orianna contrataron a un buen abogado que declaró en la corte de familia desaparecido al padre de su nieta y sobrina, además de haber presentado exámenes de adn que comprobaban el lazo sanguíneo de Madison con los Henderson. De esa manera, como abuelo paterno, pudo reconocer a mi hija. Madison Danielle Henderson. Esbozo una ligera sonrisa al apreciarla pero de inmediato vuelvo a tensarme. He estado de esta manera el día entero. No consigo relajarme ni un minuto. No puedo. Soy consciente de que Jordan cruzará la puerta de mi casa en cualquier instante y ello significa que habrá una discusión caótica. —Mamá —la voz de Madi me devuelve a la mesa—. ¿Puedo ir a ver los dibujitos a tu cuarto? —Sí linda. Pone cara feliz y se baja de la silla. Pasa por mi lado, besa mi mejilla y sale corriendo a mi cuarto. Mojo mis labios con saliva. Es ahora. Es el momento. Voy a tratar de hacerlo de la mejor forma. Este es el momento. —Charlie, ¿te pasa algo? —se preocupa Alexandra, al ver cómo retiro mi silla y me pongo de pie. —No —le digo en un tono cauteloso que pretende sonar calmo—. Tengo que hablar una cosa con Madi, así que no vayan a mi habitación por un rato. —¿Pero porqué? ¿Qué sucede? —insiste. Cuatro rostros se centran en mí con alarma y eso me hace sentir doblemente agitada. Entrecierro los ojos y recurro a la técnica de auto regulación que me ha enseñado Leslie. Tomo aire; mucho aire. Lo retengo diez segundos, y despacio lo voy soltando. Es lo que me descomprime aunque sea un poco, cuando estoy tan aturdida que creo que voy a explotar. —No se preocupen —digo con seguridad—. Todo está bien. Conversaré con ustedes luego, ¿si? Les veo asentir desconfiados pero por el momento me alcanza. Me basta que sepan que está ocurriendo algo, que estén alerta, pero que sigan desconociendo razones. La ignorancia de ellos les evitará un encontronazo con Jordan. Camino por el pasillo corto y ancho que acoge las habitaciones, y voy hasta el final. Hasta mi dormitorio. Inhalo y exhalo varias veces antes de abrir por completo la puerta. Mi corazón vuelve a acelerarse. He deseado por tantos años este instante, el de decirle a mi niña que su papá está de vuelta, que ahora, que estoy saboreando las palabras en mi boca me muero de los malditos nervios. Ay Dios... Empujo suavemente la puerta y entro. Madi está sentada a los pies de la cama, con las piernas cruzadas y prendada del televisor. —¿Qué estás mirando? —me acomodo detrás de ella pero ni se molesta en voltear a verme. Está hechizada con un dibujito nuevo de hadas que la cautivó desde el capítulo uno. —El Club Winx, mamá —me responde bufando. Como si yo fuera una total idiota que no entiende lo que están pasando en la tele. Evito rodar los ojos ante su respuesta, y empiezo a peinar su cabello con mis dedos. Está muy largo y el brillo de sus bucles realza el color caramelo de sus mechones. Tiene un pelo precioso. —Son muy lindas —admito al detener mi mirada en el plasma. —Lo son —concuerda, en un suspiro que delata su embeleso—. La que más me gusta es Bloom. Analizo la secuencia y entonces sonrío—. ¿La del cabello rojo? —¡Sí! Me encanta su cabello. Es rojo y lacio. —Pues el tuyo dorado y ondulado es mucho más hermoso. Mueve sus pequeños hombros en molestia a mi comentario. —A mí no me gusta mucho. —¿Porqué, no? Es parecido al mío. —Pues a mí me gusta el de Bloom. El de la tía Alexandra se parece al de Bloom aunque no es tan rojo. Una luz en mi cerebro se enciende y me doy cuenta de que aquí está la oportunidad ideal para meter a Nicolas en nuestra conversación madre e hija. —¿Sabes? A mí siempre me gustó llevar el pelo suelto, porque desde siempre he amado mis ondas —susurro, trenzándole la cabellera. —Pero tu pelo no tiene el mismo color que el mío —se gira y me observa. La trenza se deshace y ya no voltea a ver su dibujito preferido. —No, Madi —acaricio su barbilla e imitándole me cruzo de piernas de frente a ella—. Tu pelo de rapunzel tiene el mismo color que el pelo de tu padre. Su ceño se frunce y hace una de sus caras horrendas. Esas caras de que no le gusta sobre lo que estamos hablando. —No me importa —refunfuña. Toco su frente. —Tu padre, Nicolas, también arruga la frente así cuando se enoja —deslizo mi dedo por su mejilla—. Y cuando algo le hace gracia, se sonroja así, como lo estás haciendo tú ahora —suelta una risita—. Eres tan igual a él Madi. Eres hermosa como él, y enojona y caprichosa como él, y eres dulce y noble como él, mi chiquita. —¿Y tú? —se interesa—. ¿En qué nos parecemos? —Bueno —alzo mis dos cejas y me enderezo—. Somos únicas, hija. Somos la una para la otra. Eso nos hace idénticas. La bella sonrisa en su rostro se esfuma y se pone triste de repente. Su tristeza se refleja en su ceño, en su boca, en su mirada llorosa. —¿Por qué mi papá no me quiso? —me pregunta. Niego varias veces y agarro sus manitos entre las mías. —Tu padre te habría adorado con el alma. Te habría amado más que a nadie en este mundo. Habría sido inmensamente feliz si te hubiera tenido en sus brazos el día que naciste —una lagrimita cae por su mejilla y me retuerce el corazón de dolor. Nada me duele más que su sufrimiento—. Hija, no es que tu papá no te quiso. Tu papá no tuvo la oportunidad de saber que existías. Su mohín se hace más grande y se larga a llorar. —¿Porqué no sabía de mí? —me reclama entre lágrimas. Inhalo hondo. Aquí vamos... —Nicolas tenía muchos problemas cuando nos conocimos. Habían muchas personas que querían lastimarlo —limpio su llanto con delicadeza—. Fuimos novios, así como Flynn y Rapunzel —ella parpadea—. Pero un día las personas malas lastimaron a tu tía, a tu tío, a tu abuelo y a mí. —¿Mi tío... Erick? —me pregunta y afirmo. Quizá soy la más desastroza de las madres. Quizá cometo más errores que aciertos en la crianza de Madi, pero si de algo estoy segura es que jamás le oculté su historia. Con muchos giros y toques de cuentos de princesas le he explicado muchos detalles acerca de la familia de su padre. —Exacto, linda, el tío Erick. —Que está en el cielo —resume. —Sí —hago una pausa, la tomo por los hombros y la pego a mí. La envuelvo entre mis brazos y beso su frente—. El día en que esas personas crueles y despiadadas nos lastimaron, tu papá se fue lejos. Se fue muy lejos para protegernos. —¿Porqué? —susurra. —Porque si él estaba lejos de todos nosotros, entonces a nosotros nadie nos haría daño. La escucho hipar y la abrazo más fuerte. —Eso me pone muy triste —confiesa. Mi mirada se empaña. Entorno los párpados para no llorar. —¿Recuerdas lo que te dije en la mañana? —me animo a preguntarle. —No... —Que había un amigo que necesitaba ayuda. —Sí... Me acuerdo. —Pues ese amigo —suspiro profundo—. Ese amigo es papá. Ella se queda quietita en mis brazos y yo no me arriesgo a separarla de mí para observar su rostro. Aún temo por su reacción. —Tu padre, Nicolas, necesita de nuestra ayuda para que nadie vuelva a lastimarlo de nuevo. —¿Y qué? —su voz de pronto se escucha agresiva. Se remueve y se aleja de mí. Ahí está de vuelta su cara molesta. —Que haré lo que esté a mi alcance para, si un día quieres conocerlo, al menos verlo, puedas hacerlo... Y él también a ti —le regalo un gesto dulce—. Vas a darte cuenta incluso que todo lo que te he dicho es cierto. Que se enamorará de ti a primera vista. Y querrá darte el amor que no pudo darte durante estos años. Su enojo se hace cada vez más notorio. Se levanta de la cama, se cruza de brazos y se pone a saltar en el piso. —¡No quiero verlo! ¡No quiero conocerlo! —grita desaforada—. ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio! Rápido me pongo de pie. Trato de tocarla pero ella se apresura y sale corriendo de mi cuarto. —¡Madi! —la llamo con desesperación. Demonios. Maldición. La gran mierda. Esta era la reacción que más esperaba y la que más temía. —¡Lo odio! ¡Lo odiooo! —sigue gritando, entre berrinches. Con ese carácter igualito al de Nicolas—. ¡No quiero verlo! ¡Yo lo odio! Se encierra en su habitación. Obviamente sin seguro, y yo me apoyo en su puerta. Hago mis ejercicios respiratorios y me auto cuestiono, me auto critico, me sermoneo, me reprendo. Tendría que haber buscado otra manera. Tendría que haber pensado en otra alternativa. —¡Madison! —golpeo y abro—. ¡Madison! —No, mamá —zapatea, chilla, llora. Dios, nunca imaginé verla así—. ¡No! —Madi... Estoy por entrar pero una mano en mi hombro me lo impide. —Lotte —es Liam, suena preocupadísimo. —¡Ahora no, Li! —me exaspero. —Es de la policía —como un rayo me vuelvo hacia él—. Dicen que tienen que hablar contigo. Boquiabierta agarro el teléfono que me está ofreciendo. Es Nicolas. Algo pasó con Nicolas. Relamo mis labios y pego el teléfono a mi oreja—. Hola, buenas noches. Liam palmea mi espalda—. Yo me quedo con Madi —me susurra. —Disculpe la hora, señora Donnovan —me dicen—. Le habla el detective Collins. Mi corazón da un vuelco. Se trata de Nico, es obvio. Con prisa salgo del cuarto de Madison y voy al mío. —Dígame, detective —carraspeo y trato de disimular toda mi preocupación, mi ansiedad y mi nerviosismo. —Le traigo noticias acerca del sopechoso Henderson. —Presunto —le aclaro por inercia—. Es un presunto sospechoso. Mojo mis labios de nuevo. Están resecos. Le escucho soltar una risita baja. Imagino que estará burlándose pero no me importa. No me importa nada más que saber qué es lo que pasa. ¿Será que Nicolas efectivamente fue tan estúpido, irracional e inmaduro como para rechazar mi defensa? Mi temor es porque ya conozco su temperamento. No pongo dudas a que se haya rehúsado. —Okey, el presunto sospechoso —repite, acentuando la palabra que corregí—. Rechazó oficialmente su renuncia a un abogado defensor que le represente. El juego de palabras en su oración me hace analizar con detenimiento lo que acaba de decirme y cuando caigo en cuenta del significado no puedo evitar sonreír con satisfacción. —Accedió a que lo represente en la corte —afirmo. —Exactamente —hace silencio y oigo de fondo el sonido de las hojas al pasar. Como si estuviera leyendo algo—. Será trasladado a la ciudad de Seattle para ser juzgado por los delitos que se le acusan y quedará detenido bajo custodia en el departamento policial de Southwest Precinct. Seattle, Washington. Hay dos cosas que en este preciso momento no puedo quitar de mi cabeza. Uno: mudarnos. Regresar a Seattle... Otra vez. Y dos: mi caso contra el Estado de Washington, nada más y nada menos que contra el Estado de Washington. —Está bien —es lo único que digo, mientras como loca busco un bolígrafo para apuntar el nombre del lugar donde Nicolas va a quedar detenido. —Mañana mismo será trasladado y el lunes a primera hora comparecerá en la corte de arraigos para que se le informen oficialmente los cargos a enfrentar y se le manifieste la posibilidad o no, de fianza. Inhalo hondo, exhalo bien despacio—. Gracias, detective. —De nada abogada. Puede entonces empezar a preparar una buena defensa porque Henderson la va a necesitar. Le deseo suerte. Sin más corta el teléfono y yo hago lo mismo, sólo que el mío lo pego a mi pecho. Necesitaba de este llamado. Necesitaba la certeza y la calma, por saber que Nicolas eligió poner su vida en mis manos. Como hace ocho años atrás, vuelvo a tener la oportunidad de salvarlo... Sólo que esta vez no pienso fallar. Esta vez no voy a fallar. Dejo el teléfono en la cama y me froto las manos. Es hora de ponerme a trabajar.
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