Capítulo 3: Un nuevo amigo; una nueva aventura

2016 Kata
*Harper* «¡Qué grosero!» Pensé mientras recogía mis sandalias y mi ropa antes de regresar a la casa desde la piscina. Mi bikini todavía estaba un poco húmedo, pero no empapado. Incluso si todavía estuviera empapado, no iba a sentarme afuera y posiblemente tener a ese hombre gruñón gritándome otra vez. Cerré la puerta detrás de mí y me dirigí a la sala de estar. Cocoa levantó la cabeza para mirarme cuando entré. La perrita todavía estaba acostada exactamente donde la había dejado. ¿Cuál era el problema de ese viejo malhumorado? Qué manera de conocer a mi nuevo vecino temporal. Era sólo música... y buena música, si tan solo se hubiera tomado el tiempo de escuchar la letra. ¿Qué pasó con un simple «Hola, bienvenido al vecindario»? Una bandejita de magdalenas hubiera sido un mejor regalo de bienvenida. —¿También crees que mi música está demasiado alta, Cocoa? —Pregunté, y ella movió sus orejitas. Bueno, tal vez la música también irritaba sus oídos... ¿o estaba diciendo que estaba escuchando la conmovedora letra de la canción? Me encogí de hombros y me moví para bajar el volumen. Caminé hacia la ducha de abajo. Después de colocar mi mano debajo del chorro de agua y jugar un poco con los nobs, quedé satisfecha con el flujo constante de temperatura perfecta. Me quito el bikini y me meto en la ducha, deleitándome con la sensación del agua tibia en mi piel. Me tomé un tiempo para hacer espuma y enjuagar mi cabello dos veces antes de al final aplicar una cantidad generosa de acondicionador sin enjuague a lo largo. No quería que el cloro de la piscina dañara mi cabello. Después de la ducha, me sequé el cabello con una toalla y envolví mi cuerpo con la enorme toalla de la barra del baño. Luego, fui a recoger mi bolso al pasillo donde lo había dejado cuando llegué. Me dirigí a la habitación de arriba que daba al jardín. La habitación era enorme y estaba segura de que cabía en todo el salón y el comedor desde casa con gran facilidad. La profesora Martin me había dicho que había dejado una caja de bombones en la cama de la habitación que yo ocuparía. Sonreí al ver la cajita llena con una variedad de chocolates. «Espero que encuentres todo de tu agrado», decía la nota que había sido colocada debajo de la caja. Me hizo sonreir. La profesora fue dulce y, por el momento, pude olvidar todo el encuentro con mi vecino, que parecía irritado al verme. Esperaba que toda la gente de por aquí no fuera tan engreída como él. Afuera todavía brillaba el sol, pero decidí ponerme el pijama de todos modos. No iba a ninguna parte y no esperaba que me llamaran por la noche. Me reí ante la idea, ya que nunca había sido alguien que tuviera muchos amigos o mucha vida social de la que hablar. Bajé las escaleras y me senté en el sofá frente al televisor grande. Cocoa se arrastró hacia mí y apoyó la cabeza en mi regazo. —Al menos te gusto, ¿verdad? Mientras pasaba por los canales de televisión, recordé que la profesora me había pedido que revisara su correo diariamente y la actualizara si aparecía algo importante. Suspiré y me levanté. Cocoa gimió en protesta por perder su almohada humana y me dirigí hacia la puerta. El buzón estaba al final del camino de entrada. Caminé apresuradamente hacia allí. En ese momento, un pequeño ladrido me alertó de un estúpido error que había cometido; Había dejado la puerta abierta. Al darme la vuelta, vi a Cocoa pasar corriendo a mi lado hacia la valla blanca. Seguramente corrió rápido por algo con un cuerpo tan pequeño y unas piernas regordetas. —¡Cocoa! Ven aquí, niña —le grité al pequeño bebé peludo y marrón que ahora corría hacia la acera. Sabía que tenía que intentar perseguirla. Bueno, esta iba a ser de verdad una estancia llena de acontecimientos. Mientras convertía mi caminata apresurada en trote, vi a una niña caminando por la acera con un enorme husky atado a una correa. «¡Oh, no!» Pensé mientras Cocoa se dirigía hacia la niña y su perro. —¡Cocoa, vuelve aquí! —Grité con terror en mi voz. Cocoa me ignoró por completo y continuó ladrando agresivamente, con el pelaje de su espalda erizado. ¿Esa pequeña bola de pelo pensó que podría luchar contra un husky? La chica del perro pareció darse cuenta de lo aterrorizada que estaba y caminó hacia Cocoa, que se había colado por un hueco en la cerca. Mientras convertía mi trote en un mini sprint hacia ellos, pude verla agachada junto a Cocoa y tratando de calmarla. —Cálmate niña, este tipo grande aquí podría ser tu mejor amigo. Sé que parece aterrador, pero Leo es muy tierno —dijo, señalando a su ronco y riéndose. Cuando al final alcancé a Cocoa, me doblé y puse mi mano en mis rodillas mientras luchaba por recuperar el aliento. Para una chica de mi edad, no cabe duda que estaba fuera de forma. —Hola —le dije a la niña, mientras respiraba con dificultad después de mi minimaratón—. Soy... Har... Harp... Harper. —Levanté la cabeza para mirarla y sonreí disculpándome. Me preguntaba si ella también me iba a gritar como lo había hecho mi vecino. Si todos aquí estuvieran tan tensos, de seguro me diría que mantuviera a mi rata de gran tamaño con correa. —No corres a menudo, ¿verdad? —preguntó la niña con una risita—. ¡Por un momento, cuando te inclinaste para tocarte las rodillas, estuve segura de que estabas a punto de empezar a hacer twerking! Me tambaleé hasta quedar erguido y miré a la chica. ¿Qué tal si yo persiguiera a un perrito por la calle y le hubiera dado la idea de que quería hacer twerking? ¿Hacer twerking era una forma creativa de pedir perdón por dejar que mi perro se volviera loco? La chica que estaba frente a mí estaba vestida con pantalones deportivos de color rosa neón y zapatillas de deporte a juego. Su largo cabello rubio estaba recogido en una elegante y alta cola de caballo. —Oye, encantada de conocerte, Ha-harp-harper. Soy Jolee —me dedicó una sonrisa. Nunca había visto una chica tan hermosa y no estaba segura de que sus dientes pudieran ser tan blancos y perfectos sin un filtro. —¿Estás relacionado con la profesora? —ella preguntó. —No, no, no lo soy. Sólo estoy cuidando la casa —respondí. —Ah, okey. Me alegro mucho de tener a alguien de mi edad por aquí para variar. Eres tan joven como pareces, ¿verdad? ¿O eres vieja y tienes genes bastante buenos que te hacen parecer como si hubieras caído de la portada de una revista? —preguntó Jolee. Sentí que mi cara se calentaba cuando me di cuenta de que estaba tratando de hacerme un cumplido. Dudé porque me habían dicho innumerables veces que una dama nunca revelaba su edad real. Esta chica parecía muy amigable y no encontré ninguna razón para ocultarle mi edad. —Tengo veinte y uno. No estoy segura si eso es viejo o joven —dije. —¡Hurra! Alguien de mi edad, por fin. Este vecindario es genial y todo eso, pero está lleno de viejos gruñones —dijo Jolee. Me reí y asentí con la cabeza en señal de acuerdo. —Creo que conocí a uno de esos vejestorios —dije. —¿Señor Rupert? —ella preguntó. Me encogí de hombros porque todavía no me llamaba por mi nombre con nadie. —El hombre que vive allí. —Señalé la casa de al lado donde el hombre me había gritado que bajara el volumen de la música. Jolee se rio. —Sí, papá puede ser un vejete bastante irritable. Me llevé la mano a la boca. Esto fue incómodo. —Lo siento; no me había dado cuenta de que ese era tu papá. —No, no lo estés. Sé que papá puede ser muy molesto. ¿Entonces qué pasó? —Estaba nadando con música a todo volumen de fondo. Me dijo que bajara la música. Me dijo que estaba tratando de dejar sordos a todo el vecindario. Jolee se rio a carcajadas. —Creo que tú y yo nos llevaremos bien. Entonces, ¿te gusta la música? ¿Puedes bailar? Sonreí con timidez. —Amo la música, pero no pude bailar para salvar mi vida. Digamos que no bromeo, giro. Así llama mi compañero de cuarto de la universidad a mis intentos de bailar. —¿Ya te estás preparando para ir a dormir? ¿Es tan temprano y ya estás en pijama? Esperaba que pudiéramos ir a un club que conozco que tiene buena música y que puedes mostrarme cómo giras —dijo y me dio una sonrisa deslumbrante. —No precisamente. Iba a prepararme una comida rápida y luego buscaría algo que ver. Tal vez cualquier cosa que vea también podría servirme como canción de cuna —respondí. —Aburrido —dijo Jolee, poniendo los ojos en blanco un poco y fingiendo un bostezo—. ¿Estás segura de que eres tan joven como dices ser? Suenas como un viejo, si me preguntas. Vamos, salgamos esta noche. Te mostraré los alrededores y podrás conocer a algunos de mis amigos de verdad geniales. —Eso sería genial, pero no puedo dejar la casa sin supervisión. Es mi primer día aquí y me sentiría mal si descuidara mis deberes —respondí. —Oh, te entiendo totalmente, pero saldrás solo dos horas como máximo. Vamos, Harper. De verdad quiero que nos llevemos. ¿Qué tal si me das tu número y te llamo más tarde? Ve a prepararte y te recogeré a las ocho. Te llevaré a casa a las diez, lo prometo. Nadie sabrá nunca que te escapaste por un momento —sugirió Jolee. Dudé un poco. Había estado en fiestas antes, pero nunca había ido de discotecas. Esta era mi oportunidad de ver cuál era el revuelo en torno a todo este asunto de las discotecas. Serían solo dos horas, ¿verdad? ¿Qué puede salir mal? Además, tenía muchas ganas de conocer un poco más a Jolee. Como persona que tenía casi cero amigos cercanos, seguro que me vendría bien uno. —Bueno. Sólo por dos horas —dije. —Dos horas, honor del explorador —dijo Jolee mientras levantaba la mano. —Está bien —dije mientras intercambiábamos números de teléfono. El husky y Cocoa parecían haberse hecho amigos cuando nos separamos. Tomé al perro pequeño y regresé a la casa. Me apresuré a subir las escaleras para cambiarme y ponerme uno de mis mejores conjuntos dominicales. Me puse una falda vaquera y mi camiseta negra favorita. No tenía nada que se pudiera etiquetar como ropa de discoteca. Esperaba que mi primera experiencia de discoteca fuera mejor que mi primer encuentro con un vecino. Entonces, ¿el viejo atractivo y gruñón era el padre de Jolee? Me reí entre dientes de lo extraño que era poner las palabras atractivo y viejo en la misma oración. Cuando terminé de cambiarme, sonó mi teléfono y era Jolee diciéndome que estaba afuera. Corrí buscando mi bolso y las llaves de mi casa. Cocoa estaba tirada en el suelo del salón. Parecía que podía sentir que me estaba preparando para deshacerme de ella. —Hasta luego, amigo —le dije mientras le daba unas palmaditas suaves en la cabeza. Salí corriendo, cerrando la puerta detrás de mí. Salí entusiasmado por esta nueva libertad. Caminé hacia el auto de Jolee que estaba estacionado en el camino de entrada de la profesora. Era un Porsche rosa, pero no pude distinguir el modelo, lo único que pude adivinar fue que era caro. Mientras me acercaba al auto, me di cuenta de que ella no estaba sola en el auto. Fue entonces cuando apareció mi ansiedad social.
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