Capítulo 4: La fecha que no terminaría

1862 Kata
*Oliver* Levanté la mano hacia la camarera y ella se acercó corriendo con una sonrisa bien ensayada. —Dame otro vaso de whisky con hielo —dije. —Muy bien, señor —respondió y recogió el vaso vacío frente a mí. Estaba tratando de ignorar la mirada de disgusto de Gia. —¿Vas a sentarte ahí y beber toda la noche? —Esta era la tercera vez que me hacía la misma pregunta. Me pregunté si mi continua solicitud de recarga no era una respuesta suficiente para ella. —Perdí la oportunidad de jugar golf con un inversionista potencial porque no podías decidir qué tono de lápiz labial ponerte —respondí. Mientras pronunciaba la frase, me pregunté si a ella le sonaría tan estúpida como a mí. ¿Quién puso tanto esfuerzo y tiempo en algo tan trivial como un lápiz labial? Intenté recordar cuando estaba casado. Es cierto que mi exesposa había estado igualmente obsesionada con su apariencia, pero nunca había tenido un colapso mental solo porque no podía decidir qué tono de lápiz labial se vería mejor en las raras ocasiones en que algunos paparazzi le tomaban algunas fotos. —Mi apariencia es mi fuente de ingresos. No quiero estar en la portada de alguna revista con un tono de lápiz labial que parece pastoso o que no hace que mis ojos se destaquen —dijo, y me hizo un puchero con sus labios rojos para dar énfasis. —¡Pintalabios rojo! Eso es lo que terminaste buscando. ¿De verdad tuviste que pasar una hora y media decidiendo el tono de lápiz labial para terminar decantándote por el rojo? ¿El rojo que siempre usas de todos modos? —No, cariño. No siempre me visto de rojo. Esto es cereza. Por lo general uso rubí o encanto —dijo mientras me señalaba con un dedo. Suspiré. ¿De verdad estábamos discutiendo por el lápiz labial? ¿Y estaba tratando de sermonearme sobre los diferentes tonos de rojo? ¿A qué hombres, o cualquier otra persona, les preocuparía qué tono particular de rojo adornaba los labios de una persona? El rojo era rojo. La camarera volvió con un vaso de whisky en una bandeja. Ella sonrió mientras lo colocaba frente a mí. Antes de que la condensación en el exterior del vaso pudiera siquiera deslizarse hacia el posavasos, levanté el vaso y tomé unos tragos del líquido, agradeciendo la sensación ardiente, aunque entumecedora, del fluido dorado. —Pintalabios rojo. Gia, me sorprendes —dije mientras colocaba el vaso sobre la mesa. —Gracias —me sonrió, eligiendo tomar mi declaración como un cumplido, lo cual no cabe duda que no lo era. La camarera regresó a nuestra mesa con la misma sonrisa pintada en su rostro. Miré por encima de su hombro y pude ver al gerente parado en la barra observando a la camarera como un halcón. La sonrisa en el rostro de la niña parecía dolida y forzada. Estaba seguro de que de seguro le habían dicho que estaba atendiendo a gente importante. Quería intentar hacerla sentir cómoda y mostrarnos una sonrisa genuina, pero mi estado de ánimo actual no permitía que fluyeran ninguno de los chistes de mi padre. Mi compañero tampoco hacía nada para mejorar mi estado de ánimo. —¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Lisa? —Pregunté, leyendo la etiqueta con su nombre. La chica me miró y miró a su jefe. Me di cuenta por su mano un poco temblorosa mientras ponía la bandeja vacía que sostenía detrás de su espalda que estaba asustada. Parecía que no estaba acostumbrada a que los clientes le hicieran preguntas personales. —Yo... estoy trabajando aquí durante el verano, señor. Espero que todo sea de tu agrado. —Me di cuenta de que de seguro pensaba que yo no estaba contento con el servicio. —Todo está bien, Lisa. Gracias. —¿Quieres pedir algo de comer? —ella preguntó. —Cuando estemos listos, la llamaremos. ¿No ves que estamos en medio de una discusión seria? ¡Qué grosera! —dijo Gia mientras agitaba su brazo hacia la niña como si estuviera espantando una mosca. La chica murmuró una apresurada disculpa y se escabulló. —¿En realidad? ¿Es el tono de tu lápiz labial una discusión tan importante como para justificar una respuesta tan dura? La pobre chica sólo está tratando de hacer su trabajo —dije mientras dejaba que mi palma descansara contra el ancho del vidrio. —Ella te estaba desnudando con la mirada. Estoy segura de que ella sabe quién eres y cuánto vales. También estabas coqueteando con ella y no toleraré esas tonterías. De hecho, quiero hablar con el gerente y pedirle un camarero más experimentado. Tomé otro sorbo de mi bebida y fruncí el ceño. La bebida amarga no tenía nada que ver con la expresión amarga de mi rostro. Gia era insegura y sus inseguridades nunca podrían catalogarse como lindas. la volvieron amarga y desagradable. —No harás tal cosa, Gia. La pobre chica no estaba coqueteando —digo. —¿En realidad? ¿Entonces la estás defendiendo, Oliver? Qué típico. Se supone que un hombre de verdad debe hacer que su mujer esté segura, no que ella luche por su atención. Pensar que iba a darte algo especial esta noche. Ahora puedes olvidarlo. O pídele a la señora Palm y a sus cinco hijas que se encarguen de esa área o llévate a tu querida Lisa a casa contigo —dijo Gia en voz un poco alta, lo que provocó que algunos comensales se volvieran y miraran en nuestra dirección. —Baja la voz, Gia —le advertí. Mi voz sonó sorprendentemente fría incluso para mis propios oídos en comparación con la rabia que burbujeaba en mi pecho, más caliente que la bebida que estaba consumiendo. —¿Bajar la voz? ¿Coqueteas con nuestra camarera y ahora me ordenas que baje la voz? ¿Qué parte quieres que se mantenga en secreto? ¿El hecho de que estés coqueteando con una simple camarera y me ignores o que no dejaré que tu polla se acerque a mí esta noche? —gritó aún más fuerte. Todo lo que pude hacer fue mirarla fijamente. Parecía que estaba esperando el momento en que dos cuernos salieran a cada lado de su cabeza. El vestido rojo y el lápiz labial rojo ya eran un gran color para complementar el código de vestimenta de este demonio reencarnado frente a mí. —¿Alguna vez te detienes a pensar antes de crear escenas? Para ser una persona a la que le gusta mantener las apariencias, seguramente sabes cómo quedar mal. Incluso tu supuesto gran sentido de la moda no puede hacer mucho para ocultar la fealdad interior. ¿Qué diablos te pasa? —Oh, ¿entonces ahora me estás insultando? ¿Qué mal te he hecho, Oliver? Todo lo que he hecho siempre es amarte y estar ahí para ti. ¿Por qué insistes en abusar tanto de mí mentalmente? —Con eso, comenzó a sollozar y a buscar un pañuelo en su bolso. ¿Qué le pasaba a esta mujer? ¿Cómo era tan buena haciendo su propia cama de clavos y luego acusándome de obligarla a dormir en ella? —Creo que es hora de que me vaya —dije mientras me levantaba y arrojaba un fajo de billetes sobre la mesa. —¿Me vas a dejar aquí, Oliver? Eres tan desalmado. ¿Cómo se supone que voy a llegar a casa ahora? Me detuve y la miré mientras ella intentaba y no lograba producir lágrimas reales mientras sollozaba. Para ser una gran actriz, me sorprendió cómo no podía llorar en el momento justo. —Te llamaré un taxi —dije mientras colocaba mis manos en mis bolsillos. —¿Taxi? ¿Quieres que use un taxi? Oliver, ¿sabes quién soy? —¿OMS? ¿La mejor actriz viva? Si un taxi no es tan bueno para ti, contrata un jet privado para que te lleve a casa, princesa. Ya terminé con tu drama. ¿No te cansas? Drama dentro y fuera de la vida real. ¡Ya no puedo hacer esto! —Dije mientras me preparaba para alejarme. —¿Vas a romper conmigo, Oliver? Si te vas, nunca más te dejaré volver. ¡Nunca encontrarás a nadie como yo! —Ese es el punto —murmuré en voz baja mientras me dirigía hacia la salida. *** Abrí las ventanillas de mi coche mientras conducía a casa. Necesitaba aire fresco para aclararme la cabeza. Aunque había bebido algunos vasos de alcohol, no me molestó tanto como el arrebato y el comportamiento de Gia. Recé para que no hubiera prensa cerca para capturar los momentos embarazosos. Para una persona que solo había bebido jugo de kiwi toda la noche, se había comportado como si hubiera bebido alcohol. Tal vez estaba drogada cuando salimos de casa esa noche, o los efectos de mi bebida se habían transferido a ella de alguna manera. En muchas ocasiones había pasado por alto el comportamiento de Gia. Me gustaría decir que el amor es ciego, pero dudo que amor sea una palabra que pueda usarse para describir lo que Gia y yo compartimos. Me pregunté si tal vez debería haberme ofrecido a llevarla a casa, pero sabía que era lo mejor. No podía imaginarme soportando el viaje de quince minutos hasta su casa con ella. Un minuto con Gia fácilmente podría parecer una hora. Ya fue suficiente. No necesitaba drama en mi vida. Cuando mi exesposa salió de mi vida, me había prometido evitar el drama como si fuera una plaga. ¿Por qué había ido y me había provocado más drama otra vez? Esta vez parecía que era la versión recargada. Al pasar por la casa de la profesora, solté el pie del acelerador. Podía sentir la aceleración disminuir con tal suavidad que sonreí ante el gran desempeño de este auto. Miré la casa preguntándome si la bailarina estaba despierta. Las luces estaban encendidas y me esforcé por vislumbrar cualquier movimiento proveniente de la casa. Bajé el volumen del estéreo del auto y escuché cualquier música alta. Sólo hubo un silencio decepcionante. Me reí entre dientes mientras me preguntaba qué haría si siquiera la viera. ¿Iría allí y diría: Hola, ¿vecina? Perdón por el estallido de antes. Te traeré algunos muffins por la mañana para darte la bienvenida al vecindario. Tal vez si hubiera música alta, la usaría como excusa para decirle que la bajara. Parecía como si no pudiera sacarme a la chica de mi mente. Ella me había lanzado un hechizo. El viento silbaba a través de mi ventana abierta mientras disminuía aún más la velocidad. ¿Qué estaba haciendo? Acababa de romper con una mujer porque estaba cansado del drama, pero aquí estaba esperando vislumbrar a una chica muy hermosa y demasiado joven que de seguro traería más drama consigo. Parecía que estaba condenado a atraer el drama y tenía que encontrar un hechizo para contrarrestar su encantamiento. ¡Dios mío, esas caderas! ¡Esos pechos turgentes! ¡Maldita sea mi interminable fascinación por la teatralidad!
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