“Lo que nos parecen pruebas amargas, a menudo son bendiciones disfrazadas” *** Fuego. No podía dejar de observar el fuego que estaba consumiendo el auto de mi novio; dos camiones de bomberos tenían sus mangueras a toda presión, en dirección al vehículo, mientras los socorristas trataban a toda costa quitar las puertas para sacarlo de ahí. No podía dejar de llorar abrazada a mi hermano. Lo había perdido, y yo, en vez de estar cerca de él, aún estaba pegada a la malla, deseando poder desaparecer junto a él. —¡Beth! ¡Beth! ¡Mírame! —a lo lejos escuchaba la preocupada voz de mi hermano mayor llamarme, quien a la vez apretaba mis mejillas, moviendo mi rostro de un lado a otro—. ¡Mierda, Beth! ¡Reacciona! ¿Reaccionar? ¿A qué se refería con eso? —¡Dios! ¡Traigan alcohol! —escuché a Astrid