Decisión

1301 Palabras
*** El caos en la empresa de los Lombardo había sido breve. La infiltración de una empleada que pasó información vital a la competencia fue un golpe duro, pero las pérdidas no duraron mucho. Gracias al apoyo de la familia Ricci, los padres de Violetta, la compañía Lombardo se recuperó rápidamente, logrando estabilizarse en pocos días. Sin embargo, aunque el problema parecía resuelto, quedaba una incógnita sin resolver: Lina Bella. Su identidad era un misterio, y desde su desaparición, una semana atrás, no habían tenido noticias de ella. Era como si se la hubiera tragado la tierra. La boda seguía en pie, apenas a unos días de celebrarse, pero la mente de César estaba en otro lugar. Aún sentía una profunda sensación de pérdida y, a espaldas de su familia, seguía buscando incansablemente a su ex secretaria. ¿Para qué? Ni siquiera él lo sabía con certeza. Quizás para hacerla pagar por lo que hizo, para pedirle explicaciones, o simplemente para comprender por qué se había marchado sin decir nada. Las razones eran muchas, pero lo que haría si la encontraba seguía siendo un enigma. —Amor —Violetta, su casi esposa, entró en su oficina con una gran sonrisa, sacándolo de sus pensamientos—, ¿adivina qué?. —¿Qué pasa? —le sonrió cariñoso, haciéndole un gesto para que se sentara en sus piernas—. Algo bueno debió haberte pasado. Estás radiante. —Acaba de llegar mi vestido de novia —chilló emocionada, abrazándolo—. ¿No es genial? Estamos a días de casarnos y me siento tan ansiosa. —Yo también —acarició su cabeza con ternura—. Se estaba tardando. Te quedará hermoso, estoy seguro. —No te escuchas tan entusiasmado —le hizo un puchero, mimosa—. ¿Sigues preocupado por lo que pasó con esa mujer? Te dije que no era buena gente, pero dudaste de mí. —Lo siento, no debí hacerlo —le dio un beso en la punta de la nariz—. Aprendí la lección, créeme. —¿Qué puedo hacer para que vuelvas a ser el de antes? —coqueta, empezó a dejarle besos en las mejillas—. ¿Quieres que te dé un masaje? Soy buena en eso. —¿Ah, sí? —sonrió pícaro—. Eso suena genial. Besó su boca suavemente, y ella correspondió con intensidad, jadeando sobre sus labios. Cada segundo se volvía más intenso y placentero para ambos. Ahora ella iba a ser su esposa, la mujer con la que compartiría su vida hasta el final de sus días, su amiga de siempre, su compañera. ¿Por qué no entregar su corazón a una mujer que realmente lo merecía?. César decidió olvidar todo y a todos. Inclusive la amarga traición de la mujer que creyó diferente, fundiéndose en la pasión con su prometida sobre su escritorio, besándola y tomándola como nunca antes. Se esforzaba por convencerse de que ahora su mujer era ella, que debía quererla, respetarla, y algún día, amarla profundamente. No solo había sido su apoyo emocional, sino también financiero. En parte se sentía en deuda, pero más que eso, trataría de vivir su vida feliz, construir una familia perfecta, sin disturbios. Y quizás, solo quizás, así podría olvidar a aquella pequeña "inocente" que había dejado marcas invisibles en su alma. *** —Ahora sí estás frita, Fénix —Stefano protestó por enésima vez, mirando a su amiga envuelta en las sábanas, lidiando con los cada vez peores síntomas del embarazo—. Lo sabía. Te haces la fuerte, pero al final no puedes luchar contra esto, ¿verdad? No eres capaz de quitarle la vida a un inocente. —Cállate —replicó ella, nauseabunda—. ¿Crees que quiero tus malditos sermones ahora? Me siento fatal, animal. Ten un poco de conciencia. —Tú te lo buscaste. ¿Cómo no pudiste cuidarte? Sabes bien que en esto no se puede tener un descuido, Fénix. Me extraña, viniendo de ti. —Yo... no sé qué me pasó —se tapó la cara con una almohada, ocultando su expresión de Stefano—. Simplemente pasó. No entiendo qué falló. Ese hombre era insaciable. —¿Te gusta?. —No —se quitó la almohada de la cara y se la tiró a su amigo, molesta—. ¿Crees que estoy para esas estupideces? Solo hice mi trabajo. —Con tres meses extras. —Quería un respiro. —En su cama. —¿Vas a seguir? —lo aniquiló con la mirada, y él se encogió de hombros. Fénix estaba decidida a abortar; ese era su objetivo. Si se deshacía de la criatura, tendría un peso menos en su vida y no tendría nada que la atara a ese hombre que seguramente estaba en los brazos de la mujer que amaba. ¿Tener el bebé de la persona que usó para lograr un objetivo? Era una locura. Consideró todas las posibilidades, pero su mente siempre optó por la salida más rápida, ya que, de otro modo, esa criatura estaría en peligro. Sin embargo, no pudo hacerlo. Sabía lo que significaba tener un ser viviente habitando en su vientre, dándole claras señales de que estaba ahí, creciendo, deseando algún día conocer la luz del sol. ¿Por qué debería negarle ese derecho? Constantemente arrebataba vidas, pero no de inocentes. Y, como había dicho Stefano, esa era la debilidad de Fénix, una mujer aparentemente dura y sin escrúpulos. Solo había una razón por la que se arrepintió luego de haberlo decidido, y solo por eso, optó por ser infeliz para traerlo al mundo. Tenía que pagar el precio, una vez más, tenía que hacerlo. —Fénix, prepárate —le avisó su amigo, atendiendo una llamada entrante—. Hay trabajo que hacer. Ella se levantó de la cama con dificultad, luchando contra los mareos y las náuseas. Mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en cómo le diría a Santoro que estaba embarazada. Su estado no le permitiría seguir con sus trabajos habituales, y menos cuando era ella quien debía liderar las operaciones. —No sé si hice bien dejándote con vida —murmuró, acariciando su vientre, hablándole al feto. Con esfuerzo, se dirigió al armario y sacó su pantalón táctico n***o, una camiseta a juego, una gorra negra con las iniciales "F.A.E." y unas botas de cuero. Se vistió lentamente, sintiendo el peso de la decisión que tendría que tomar. ¿Por dónde debía empezar?. —Lindo trasero —la voz de Stefano detrás de ella la sobresaltó. —¿Santoro? —preguntó, rodando los ojos, visiblemente irritada. —Sí. Nueva misión. —No sé si esta vez podré hacerlo. —Tendrás que hablar con Santoro, y sabes lo que eso significa. Aunque... —la miró de arriba abajo, con su habitual mirada lasciva—. ¿No eres su favorita?. —Cerdo —lo empujó a un lado para salir de la habitación—. No me revuelco con ese gusano. —Supongamos que no, pero eso no es lo que creen en la F.A.E. A pesar de tus errores, siempre eres su privilegiada. —Si quieres cambiamos de lugar, te lo cedería gustosamente —dijo con ironía, mientras enfundaba armas en su cinturón y muslo, y escondía cuchillos en las ranuras de sus botas de cuero—. Si piensas igual que ellos, adelante. Me sigue dando igual lo que piensen sus estúpidos cerebros. —Hey —la sostuvo de los hombros, girándola para que lo mirara a los ojos—. Estoy contigo, ¿de acuerdo?. Se inclinó y besó sus labios suavemente, pero ella se apartó de inmediato. —Vuelve a hacer eso y te quedas sin dientes —gruñó, lista para enfrentarse a su tormento, rezando para salir viva de allí.
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