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Ella se encontraba en una mazmorra, sus sentidos nublados por el efecto de la droga. El lugar era una caverna de pesadilla, con paredes de piedra fría y húmeda que rezumaban una humedad constante, creando pequeñas charcas en el suelo irregular. El aire estaba impregnado de un hedor rancio, una mezcla de moho y carne en descomposición, que hacía que cada respiración fuera un tormento.
Las cadenas que la sujetaban eran pesadas y resonaban metálicamente con cada mínimo movimiento. La temperatura era helada, y el frío se colaba por sus ropas, calando hasta los huesos y adormeciendo sus extremidades. En algún rincón oscuro, gotas de agua caían de manera rítmica, un sonido que acentuaba el silencio opresivo del lugar.
Fénix, desorientada, despertó de su inconsciencia. Los oídos le zumbaba
