¿Quién es mi jefe?

2614 Palabras
" Muchas veces nos dejamos llevar por lo que vemos, pero no sabemos que esconden en su interior, un rostro bello puede ser tan desalmado como hermoso" ****************************************** Regresé al hotel con la esperanza de encontrarla despierta, esperaba poder hablar y que confiará en mí, quería saber aquello que la afligía, y poder ayudarla. Sin embargo, todo lo que encontré fueron las sábanas en el suelo, pensé que tal vez pudiera estar tomando una ducha, pero no. Ella se había marchado. Una parte de su cuerpo sintió esto como una traición, ni siquiera se había despedido. — No sirve de nada seguir pensando en ella. — Él tenía mucho por hacer, empezando desde el departamento hasta familiarizarse con la empresa. Tenía todo un día para hacerlo. Pero conforme iban avanzando las horas, más llegaba el recuerdo de ella a su mente. — ¡Maldición! — exclamó llevándose las manos a la cabeza. Tenía la laptop sobre su escritorio y no podía seguir digitando, pues la voz, el cuerpo, sus sollozos, todo de ella lo atormentaba. La hermosa dama de ojos verdes y cabello castaño. ¿Por qué tenía que ser así? La primera vez que la vio ella lloraba con tristeza y ahora volvían a encontrarse en la misma situación. — Ojalá pudiera saber lo que te lastima. Las horas pasaron y la noche cayó, al día siguiente tendría su presentación oficial como nuevo jefe y señor de "Costruzione Barone" Podía ser un hombre amigable, incluso divertido, pero cuando se trataba de trabajo su actitud cambiaba por completo. Era como dos personas diferentes, y así debía seguir, estaba ahí para trabajar y llevar el nombre de la empresa por todo lo alto en el país y mundo. Despertó muy temprano, un hombre responsable era una de las primeras reglas para alcanzar el éxito. El departamento olía a limpio, la empleada había hecho un estupendo trabajo, las paredes blancas y el piso de mármol, todo lucía impecable, digno para el gerente de la constructora con mayor prestigio. Se levantó de la cama colocándose sus pantuflas, caminó hasta el armario de donde sacó su saco gris, pantalones a juego, una camisa blanca y una corbata negra. Se metió a la ducha, adoraba sentir esa sensación en su piel, las gotas que resbalaban por sus duros músculos. Después de un breve, pero refrescante inició, salió envuelto en una toalla que se sujetaba a su cintura, mostrando toda esa suave y brillante piel cubierta de gotas de agua. Se secó el cabello n***o, el cual siempre se veía perfecto, no importaba cuanto lo frotara, este regresaba a su lugar. Finalmente terminó con su corbata, ajustandolo correctamente a su cuello. Tomó las gafas oscuras de su mesita de noche y salió del departamento. El ascensor lo llevó hasta el primer piso donde al apretar el botón del control, se abrió la cochera dejando a todo su esplendor un auto moderno, recién salido del taller. El tipo había hecho un estupendo trabajo. — sonrió mirando con orgullo a su "tesoro" como él llamaba a sus autos. Abrió la puerta, ajustó los espejos y puso en marcha su vehículo. Llevaba tres días en la ciudad, pero no había tenido tiempo siquiera de recorrerlo, después de encontrarse con ella, solo había estado muy ocupado. — Quitatela ya de la cabeza. — se dijo así mismo girando el timón a la derecha. — ¿Qué probabilidad hay de que la vuelvas a ver? — Negó con la cabeza. — Ninguna. Pisó el acelerador recorriendo la pista a velocidad. … — ¡Por favor que nadie me note con esta ropa! — pedía mirando al cielo con las manos juntadas implorando por no pasar la vergüenza de su vida. — Señora ¿Dónde la dejó? —preguntó el conductor. ¿Señora?¿había oído bien? Apretó fuertemente los ojos y los volvió a abrir, No, no estaba soñando. — Señora, respondame, no tengo todo el tiempo del mundo. Stella prefirió callar, estaba tarde y una discusión era un lujo que no se podía dar en ese momento. — Me bajo aquí. Su orgullo le costaría caro, pues al bajar notó que aún faltaban tres cuadras y el taxista ya se había ido muy feliz con el dinero. — Esto tiene que ser una broma. — susurró decepcionandose de sí misma al mirarse en una de las puertas de vidrio de una cafetería. Su aspecto era incluso peor de lo que se imaginaba, realmente se veía como una señora en pleno invierno. Había seguido el consejo de Antonella de no usar bufandas, pero ponerse una sudadera negra en pleno calor no era una buena opción y sus pantalones holgados terminaban de darle una pésima imagen. ¿En qué estaba pensando? Era la asistente personal del gerente de la empresa, su imagen era importante para ellos. Por fortuna llevaba gafas oscuras así tal vez nadie la reconocería, tenía un solo punto a su favor. El señor Gerónimo era alguien amable, a lo mucho llegaría a reírse, pero solo eso, desafortunada en el amor, pero afortunada en el trabajo. Que bien le caía esa frase. — ¡Oh no! Ya debe haber llegado. — Aceleró el paso, corriendo por la calle con su cartera en el brazo. Las personas que pasaban de lado la miraron con extrañeza, ¿qué persona más rara?— Comentaron. Y justo cuando estaba por entrar el señor de seguridad la detuvo. — Luigui traigo prisa, por favor déjame entrar. — Identifíquese, no la conozco. — ¡Luigui! Soy Stella. El hombre alto de fuerte musculatura la miró con desconfianza. — Muestreme una identificación o me veré obligado a sacarla de aquí. — Pero Luigui… muy bien aquí está. — metió la mano a su bolso buscando entre sus cosas. — Aquí. — lo mostró con orgullo delante de él. — ¡Señorira Stella! —exclamó asombrado. — E-está bien, adelante . — se apartó permitiendo su ingreso. — ¡Gracias! — caminó molesta, llamando la atención de todo el que la viera. Luigui la observó durante unos segundos y comentó. — Pobrecilla, le ha afectado lo de su novio. Stella esperaba en el ascensor llegar al piso de reuniones, pero las miradas clavadas en su apariencia ya le estaban colmando la paciencia. — Tranquila Stella, respira. — se dijo así misma mientras exhalaba. El asesor se abrió frente a ella con una luz que le permitía el paso a un día que jamás olvidaría. Los aplausos sonaban con estruendo. — Ay, ¿Acaso el jefe había anunciado algo? Bueno, ya se encargaría de informarse preguntando a uno de sus compañeros de trabajo, suponía que no era tan importante. De haberlo sido, le habría llegado un correo. — Trataré de arreglar mi cabello. —se escabullo al baño sin notar que alguien la estaba viendo. El señor Barone le dio un apretón de manos al hombre que estaba al lado suyo. Aunque este tuviera los ojos puestos en cierta persona que acababa de escapar. Nunca en su vida había visto semejante falta de respeto, ¿venir a trabajar con ese atuendo de vagabunda? Las cosas en la empresa iniciarían un gran cambio, empezando por ella. … — ¡Rápido Stella! Al menos su cabellos debía verse presentable, pero por el apuro apenas y llegó a cepillarlo. —¡Ay! qué haré contigo Bracco. — recordó a su amigo peludo. — En fin… —suspiró descansando las manos sobre el lavamanos. Mientras veía su reflejo, recordó al hombre junto a su jefe, ¿Quién era? Parecía bastante importante, no lo notó bien debido a las gafas, pero su tamaño imponía seriedad. —¡Vaya que si era alto! Mary tenía un problema con los hombres, especialmente con los que eran muy altos, siempre tenía que tener la cabeza arriba, usar tacones y su pobre espalda era quien pagaba las consecuencias. ¿Por qué demonios todos los hombres debían ser tan altos? Bueno aunque ante ella todos eran gigantes, con su 1.58 los tacones se habían hecho sus mejores aliados. Guardó el cepillo en su bolso, se encomendó a Dios y salió lista a empezar con su trabajo. — Con tal que no me encuentre con ese señor, todo irá… — ¡Pump! — ¡Auch! Se había golpeado con algo a la salida del baño, al parecer el golpe fue muy fuerte pues necesito unos segundos para recuperarse. — ¿Qué me golpeó? — preguntó frotándose la frente. La vista fue subiendo por el amplio y fuerte pecho de alguien que yacía justo delante de ella, su terror por los hombres altos estaba apoderándose de su cuerpo que instintivamente retrocedió dos pasos, y fue ahí cuando observó con claridad ese rostro de bellos ojos. Era un hombre increíblemente atractivo, su pecho saltó con el corazón a punto de escapar. Debía estar soñando, ni siquiera Angelo podía llegarle a los talones, este tipo era pura testosterona por donde se mirase, elegante y bien parecido. — Ah… ah… ¿Hola? ¡¿Qué clase de respuesta era esa?! ¡Genial! Stella ¡Lo hiciste perfecto! Por otro lado, él no podía creer lo que sus ojos veían ¡Era ella! La mujer que lo miraba con confusión era la misma que había conocido en el bar. Todos los recuerdos de esa noche pasaban por su cabeza. — Ste… — ¿Es nuevo aquí? — preguntó ocasionando su cólera de inmediato. No era una broma, la pregunta de ella había sido clara, y lo peor de todo era que ella no lo recordaba. La protegió, cuidó sus sueños y ella no recordaba ni un poco de él, que decepción. En un inicio pretendía reprender a esa mujer por la falta de respeto de presentarse a trabajar luciendo con ropa informal, pero la cólera se había esfumado en cuanto la reconoció, sin embargo todo se fue por la borda al darse cuenta que ella no lo reconocía. ¡Maldita sea! Se había preocupado por su bienestar, incluso la había buscado a los alrededores del edificio, pero ella lo había borrado de su memoria, como si de un dibujo en un papel se tratará. Pasó saliva y con el ceño fruncido acortó la distancia entre ella y él. — ¿Por qué está vestida así? — Oh, esto… bueno, verá, tuve un problema con mi mascota, él es un tanto juguetón y destrozó lo que encontró, así que no me quedó otra opción más que venir así. La desfachatez y calma con la que respondía, tensaba sus músculos. — ¡Suficiente! — contestó logrando que Stella diera un saltito del susto. — Esa no es la forma de venir al trabajo, además ¿viste la hora? Llegaste retrasada ¿Ahora también le echarás la culpa al animal? — Espere un momento, ¿por qué me regaña tanto? Ni mi jefe se haría tantos problemas. — respondió volteando la mirada. — ¿Tú jefe? ¿Estás segura? — Por supuesto que sí, el señor Barone es un hombre amable y gentil, no como usted. — ¿Como yo? ¿Y se puede saber que soy yo? —acercó su rostro lo suficientemente cerca de ella como para ruborizarla. Un destello llegó a la mente de Stella. Estaba sobre una cama recibiendo besos en sus labios, pero nuevamente no podía ver quién era el sujeto, sacudió su cabeza ordenando su mente. — ¿Qué pasa? ¿Te quedaste muda? — El sarcasmo estaba en su máximo nivel. — ¡Por supuesto que no! Que mal genio tenía este hombre, la apariencia era lo único agradable que tenía, pues ese mal genio y actitud de creerse dueño del mundo le estaba colmando la paciencia. — Usted no se compara al señor Barone, es más podría asegurarle que con esa actitud de creerse el jefe no durará ni una semana en esta empresa. — Ja-ja-ja. — Arqueo una ceja soltando una risa ronca. ¡Por la cruz de Jesucristo! Hasta la risa era agradable y masculina. Pero no cedería, ese tipo debía escucharla, él no era nadie para criticar su atuendo. — Como es nuevo, pensaba en ayudarlo, pero ¿sabe algo? ¡Váyase al demonio! — Le gritó con toda su fuerza que muchos de los empleados alcanzaron a oirla. Las miradas de asombro no se hicieron esperar. ¿Cómo se había atrevido? Pero Stella no prestó atención y subió al ascensor hasta llegar al piso indicado, caminó a la oficina de su jefe, donde hablaría de la pésima actitud del nuevo empleado. Dejó su bolso sobre su escritorio antes de empujar la puerta de la oficina. — Veremos quien ríe al final. — pensó. Sin embargó, encontró el asiento vacío y con muchas cosas que no eran de su jefe. — ¿Qué? ¿Cómo? Yo no autorice una remodelación, se supone que soy su asistente personal ¿Por qué no me informó de esto? Entonces, algo extraño llamó su atención, la placa era nueva y el nombre… — Esto es un error, lo hicieron mal, se supone que aquí debe decir Geronimo Barone y no… — Massimo Barone. — resonó una voz a sus espaldas. La espalda se le congeló del miedo que fue incapaz de voltear a darle la cara. Sí sus pensamientos eran correctos, estaba despedida. El tipo con el que había discutido momentos atrás era… — Señor Barone, llegaron estos documentos, necesitamos su firma. — dijo el encargado de recursos humanos. — Tragame tierra y escupeme en la Antártida. — pensó, porque estaba segura que ni ahí era tan helado como la mirada de ese hombre. El señor de ojos color cielo se acercó hasta su asiento donde recibió los documentos para leerlos. Stella quiso aprovechar estos segundos para escapar sin llamar la atención de su nuevo jefe, pero su intento de fuga fue frustrado con solo tres palabras. — Señorita quédese ahí. — dijo sin despegar los ojos del papel. — Usted y yo tenemos mucho de qué hablar. — intercambiaron miradas por breves segundos. Sin otra salida, se quedó a esperar en un rincón. — Lo que te espera… Aunque muy bajo, pero lo escuchó de los labios del sujeto que salía con los documentos firmados. — Acérquese. — indicó. Ella obedeció en silencio. — Bien ¿como decía usted? ¡Ah si! ¿Qué me vaya al diablo? — En realidad dije que se vaya al demonio, pero… — ¡Silencio! — se levantó golpeando la mesa con sus palmas. — ¿Sabe a quien le gritó allá abajo? — No lo sabía, lo lamento. — ¿No lo sabías? Pero si cada empleado estaba enterado de que hoy se daría el nuevo anuncio. — Eh… yo… pedí licencia al señor Geronimo por… — Mira, a mi no me importan tus asuntos, pero se supone que trabajas aquí ¡Y tu deber era estar al tanto de lo que ocurre! — la ira se notaba hasta en su ojos, que de un azul cielo pasó a ser azul oscuro, cerró los ojos y exhaló — Dime ¿cual es tu cargo? — Soy la asistente personal del señor Geronimo… o bueno el suyo. — ¿Mi asistente? ¿Tú crees que voy a dejar que mi asistente me insulte como lo hiciste abajo? — ¿Si? — Se le escapó una sonrisa temblorosa. — Ah… — suspiró pasándose la mano por la cara. — ¿No le gustaría irse de vacaciones? — ¿Vacaciones? No entiendo señor. — Por supuesto que lo entenderás —la miró con fijesa para observar su expresión—. Porqué estás despedida.
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