El misterioso hombre

3163 Palabras
" Una sensación que se extiende en mi pecho, en el calor de tus brazos, parece increíble, pero aunque no te conozco me siento increíblemente cómoda" ****************************************** — Angelo… ¡Espera, no te vayas! ¡ANGELO! — despertó en la cama con los ojos llorosos. — vio a sus amigos y luego a su vestido. Se levantó de la cama sin decir una sola palabra, llevó sus manos a su cabeza, quitándose el velo para tirarlo a la basura. Carlo y Antonella intercambiaron miradas. — Stella… — la llamó su mejor amiga. — Chicos, agradezco su apoyo, pero necesito estar sola ahora. — contestó estando de espaldas a ellos. La joven ojiazul caminó detrás de ella colocando una mano sobre el hombro de la joven de blanco. — Estoy un poco cansada, y quiero dormir. La joven cabellos azabache abrió la boca, pero fue Carlo quien le hizo una expresión para que callara. Ninguna palabra lograría devolverle la calma. Ella había sido traicionada, no sólo por su pareja, también por su amiga, la persona que se supone que debía ser de su entera confianza. — Está bien —bajó los brazos con resignación—. Pero recuerda que si me necesitas, podrás llamarme, sea la hora que sea. — Gracias Antonella. — se giró hacia ella con la mirada caída. — Cuídate cariño. — Carlo le dio un beso en la frente antes de irse junto a la otra joven. La puerta se cerró, dejándola con los sueños rotos, la vida hecha pedazos, su corazón sin la razón de latir. Cinco años de relación, cinco años de su vida botados a la basura como si de algo inservible se tratara. Con la rabia contenida se sacó el anillo que él le entregó. — " Te amaré por toda mi vida…" — "Eres la mujer que tanto busqué" — "Para siempre" Cada una de esas palabras fueron falsas, promesas que jamás se cumplieron. La sangre le hervía, sus dedos apretaban con rabia el anillo, miró la basura y se acercó con una firme intención. — Creí ser la mujer de tu vida, al parecer nunca lo fui, ni lo seré. — movió su mano sobre las cosas inservibles, y aunque su mente lo tenía claro, sus dedos no se atrevieron a abrirse, apretó los ojos molesta consigo misma. — ¡No puedo! — Cayó de rodillas. — ¿Por qué lo hiciste Angelo? ¿Por qué? Si tan solo me hubieras dicho que te molestaba de mi, yo… El "hubiera" ya no existía, el presente era una realidad, y debía afrontarla por mucho que la lastimara. — Antes de amar a alguien, amate a ti. — esas palabras llegaron a su mente. Levantó la cabeza junto a su mano que fue a parar en la medallita. — Mamá… — sollozó. — Te necesito más que nunca, dime ¿Cómo lo olvido? ¿Cómo hago para que este corazón deje de sangrar por su traición? El puñal clavado en mi pecho ha dado más profundo de lo que creí, le di todo mi amor, pero para él no fue suficiente. Se levantó hasta llegar a su cama donde cayó de espaldas. — Los cuentos de hadas no existen, no hay final feliz. Nunca podré volver a amar...— susurró quedándose sin fuerzas. … La noche era joven, y él estaba dispuesto a salir a tomar alguna copa, había un bar cerca, tenía derecho a distraerse antes de comenzar con el trabajo. No estaba buscando una aventura, solo disfrutar de un buen trago en su paladar. ¿Qué mejor compañía? Imposible. Tomó la llave de su habitación y salió en camino al bar. Solo le tomó unos 6 minutos exactos en llegar, al entrar observó la gran afluencia del lugar, seguro debía ser uno muy bueno. O así lo indicaba en el celular según su búsqueda. Fue consciente de las miradas en él, hombres que lo miraban con una envidia disimulada, mientras que las mujeres con ojos de lujuria y deseo. ¡POR DIOS! Sin exagerar, era el hombre más atractivo que sus ojos habían visto. Alto y fuerte de piel clara, cabellera negra y corta, ojos azules como el color del cielo, labios varoniles con el rostro afeitado, un rostro masculino además de hermoso, hombros anchos, brazos fuertes con un torso que llamaba a ser acariciado lentamente con los dedos entre cada músculo, estaba de más decir que esa camisa negra de manga larga con los botones semiabiertos le daban un toque sexy, y ese pantalón gris. La boca se hacía agua solo imaginando lo que escondía en su interior, una espada gruesa y larga que cualquiera estaría gustosa de probar. ¿Pero cómo se llamaba? ¿Quién era el misterioso galán que acababa de entrar? Seguramente algún super modelo, actor. No lo sabían, pero debía ser alguien del espectáculo, ese cuerpo lo insinuaba. Lo que darían por pasar una noche entre sus sábanas, pagarían lo que sea. Con un solo toque de él estarían en la cima del éxtasis. — ¿Qué le sirvo señor? — Deme un Grappa, por favor. — indicó. — Como usted diga señor. Se sentó en la barra esperando su bebida, miró de reojo sintiendo todas las miradas deseosas femeninas, esto provocó que soltara una sonrisa de lado, que solo aumentaba su ego masculino. ¡Qué calor! — se oyó exclamar a un grupo de tres mujeres que brindaban por su soltería. Una de ellas se levantó animada por sus amigas, ajustó su vestido a sus pechos y caminó con la mirada que usaba para conquistar. — ¿Por qué tan solo mi amor? — preguntó susurrando con el aliento a la oreja del hombre. El respondió sin siquiera voltear a verla — Mmm dejame adivinar, tus acompañantes te animaron. — B-bueno, eso no importa, el caso es que estoy aquí, y tu estas solito, sí deseas podemos juntar nuestras soledades y… — pasó un dedo sobre los hombros del atractivo caballero. — Te pediré que no me toques. — dio la vuelta sujetando su muñeca. — No me conoces, ni yo te conozco. — tiró de ella para susurrarle al oído. — No sabes qué tan peligroso puedo ser. — la soltó notando las mejillas y respiración agitada de la mujer rubia. Ella se quedó en silencio, por primera vez en su vida no sabía qué responder. Era una mezcla de miedo y excitación. ¡Caliente! Ese hombre era más ardiente que el fuego. Regresó a su asiento con el corazón a punto de salirse de su pecho, sus amigas quienes habían observado todo, estaban igual de sorprendidas. ¿Cómo un hombre podía mojarte con solo su voz? El palpitar dentro de sus bragas las obligó a salir de ese lugar en busca de la diversión para satisfacer sus deseos. … Despertó con un dolor de cabeza terrible, llevándose la mano a la cabeza desató su peinado. se levantó y miró al espejo su reflejo, el maquillaje estaba corrido, su vestido tenía manchas de las veces que cayó al suelo. No era como se supone quería llegar a ese día. Caminó a su armario y sacó su pijama, pero de inmediato lo guardó y tomó otro cambio de ropa. — Debo quitarme toda esta basura. — se dijo refiriéndose al vestido de novia. Quedándose únicamente en lencería, se metió al cuarto de baño, se desprendió de lo que le quedaba de ropa y bajo el agua helada buscó quitar de su mente todas las estúpidas promesas de Angelo, nada era real, vivió un engaño durante años y ¡Vaya de qué forma se enteró! Envuelta únicamente en una toalla, desenredó su larga cabellera lacia y castaña, una vez secó, fue en busca de la ropa que había elegido, quedarse le recordaba todo a él, el vestido, las fotos, la mesa donde cenaban de vez en cuando, la televisión donde veían juntos películas. Necesitaba respirar, olvidar por unos segundos que todo eso ocurrió, olvidarse de su propia existencia y dejar que sus pies la llevarán por un camino sin rumbo. Decidió dejar su rostro al natural, no había ánimos para maquillarse, aunque no lo necesitaba, Stella llevaba una belleza única, que había enamorado a más de un hombre, que por supuesto ella rechazó por su amor a Angelo. Sus ojos verdes se miraron frente al espejo, el vestido era de color n***o con los hombros descubiertos y mangas largas, que dejaban notar sus bien redondos y proporcionados pechos, le llegaba hasta las rodillas permitiendole lucir esas esbeltas piernas. No lo hacía con el fin de encontrar a alguien, simplemente había elegido el atuendo con el color que representaba su alma en ese momento. Bracco dormía tranquilo, al menos eso la tranquilizaba. Salió de la habitación y se desplazó por un rumbo desconocido. Conforme caminaba iba encontrándose a más personas, alzó la vista y descubrió que estaba en una calle donde había bares, centros de entretenimiento, salones de baile, en fin. Para ir a bailar necesitaba pareja, y ya no lo tenía, su única opción era un bar. No acostumbraba a beber, pero ¡Al demonio! Lo necesitaba. Ingresó y ocupó una mesa libre en el fondo, no quería ser notada por nadie, simplemente borrar sus memorias. Antonella y Carlo decían que el alcohol lo curaba todo, y bueno tal vez pueda sanar ese corazón. Al cabo de unos minutos ya había bebido tres copas de tragos exóticos. No era buena con el alcohol y ya su cabeza empezaba a darle vueltas. — ¡Qué genial! Se supone que hoy era mi noche de bodas, en cambio me encuentro aquí embriagándome como una alcohólica. — se dijo así misma. Fue entonces, que unos hombres que la llevaban viendo desde que llegó, se le acercaron. — ¿Qué haces sola hermosura? — dijo uno de los hombres atreviéndose a sentarse al lado de la joven confundida. — ¿Yo hermosura? Ja-ja-ja, ustedes son payasos, creí que estaba en un bar, no en un circo. — Si tu lo deseas, puedo ser un payaso, prometo que haré que te quedes sin voz de tanto agitarte. — No, ustedes no parecen payasos, tienen una cara muy rara, parece que se les va a borrar. — Vamos linda, lo vas a disfrutar. — la tomaron de ambos brazos levantandola del asiento sin mucha dificultad. — No quiero, déjenme aquí, ustedes no me agradan. — intentaba liberarse, pero la fuerza no estaba de su lado. Si había algo que él odiaba desde pequeño era que otros se aprovecharán de seres indefensos. Bebió su última copa y dejó el dinero sobre la barra. — ¡Déjenme! — exclamó ella con sus pocas fuerzas. Estaban cerca a la salida y ella lo sabía por el aire que corría por sus piernas. Si daba un solo paso afuera estaba perdida. — ¿Qué creen que están haciendo con mi mujer? Los tres sujetos levantaron las miradas hacia el imponente hombre de ceño fruncido. — Hice una pregunta ¿qué hacen con mi mujer? Ellos se miraron y cayeron en cuenta que aunque fueran tres contra ese tipo, saldrían perdiendo, todos eran delgados sin músculos, gran diferencia al tipo elegante. — No sabíamos que era su novia, señor, lo sentimos tanto. — fueron quitando sus manos de los brazos de la joven. — Si no desean que llame a la policía, más vale que se larguen. — Si, ya nos íbamos. Como si se tratara de humo, ellos desaparecieron fugazmente. — Infelices aprovechados.— murmuró. —¿ Se encuentra bien señorita? — la ayudó a enderezarse. — Si, estoy… Fue solo durante unos segundos, pero suficiente para que una onda especial los invadiera. — Stella… — Susurró su nombre. — ¿Me conoces? Yo no te recuerdo. Él de inmediato lo entendió, era evidente que lo olvidaría, habían pasado varios años. — No, simplemente lo adivine. — Eso es muy extraño. — lo miró más de cerca, hasta pegar sus pechos al hombre. No lo hacía con mala intención, pero la cercanía provocó que él pasara saliva ante la maravillosa vista que ella le ofrecía. Después de analizarlo cuidadosamente, ella se alejó con seriedad, pero luego soltó una sonrisa. — Pareces ser una buena persona, pero no entiendo ¿Por qué me llamaste tu mujer? — Fue lo único que se me ocurrió, por si no lo sabías esos tipos querían aprovecharse de tu estado. — Lo sé, gracias por salvarme. — le extendió la mano en agradecimiento. Se podía notar a metros que ella no estaba en sus cinco sentidos, ¿Cuánto había bebido para estar tan despreocupada después de casi ser secuestrada? — Dime donde vives, te llevaré a casa. — ¿A casa? ¡Yo no tengo casa! — exclamó levantando los brazos al aire. — Oye cálmate. —le sujetó de las muñecas antes de que hiciera alguna tontería. No podía dejarla así, probablemente se arrepentiría si lo hacía, no había otra opción. — Muy bien, llévame a tu mesa. — Es aquella. — señaló con un dedo. Sin soltarla de un brazo caminó hasta ver cuánto había bebido. Grande fue su sorpresa cuando contó solo tres copas. ¿Podía alguien embriagarse con solo tres copas? Era absurdo. — Oye, yo creo que te conozco, no sé de dónde, pero tus ojos son tan bonitos. ¿Cómo podía una persona estar ebria y ser tierna a la vez? Ahí tenía su respuesta. Sacó su billetera, dejando unos billetes sobre la mesa. — Oye, yo puedo pagar mi alcohol. — Cállate, ni siquiera puedes mantenerte en pie tu sola. — ¿Así? Ya lo veremos. — se zafó de su agarre e intentó caminar dos pasos, pero entre los tacones y el alcohol, terminó tropezando. — ¡Te tengo! — la apretó de la cintura pegándola a su cuerpo. — Ay creo que si estoy un poco mareada, yo creo que… ¡Oye! Sin imaginarselo se vio en el aire cargada por los brazos de su salvador. — Pero ¿qué te pasa? ¿Qué crees que haces? — Sujetate de mi cuello o te caerás. — caminó a la salida sin prestar atención a las protestas de la joven de ojos verdes. Usando una de sus manos paró un taxi, rápidamente se subió con la mujer en sus brazos. — ¡Ya puede soltarme! No soy una niña. — Pues deja de portarte como tal. — No puedes hacerme esto ¿a dónde me llevas? ¡Me estás secuestrando! — llegó a esa conclusión al no tener respuestas. — Guarda silencio, no te estoy secuestrando, simplemente te llevo conmigo, no sé donde vives y no te puedo dejar ahí, porque seguramente terminaras muy mal. — ¿Y que me asegura que tu no eres como ellos? — Linda, si ya hubiera querido hacerte algo, hubiera ido directo al grano. — No digas eso por favor. — dijo bajando la cabeza con la mirada triste. — Yo no soy linda. Estando sentada sobre las rodillas del hombre misterioso dejó caer unas gotas que brotaban de sus ojos. — ¿Qué ocurre?. — levantó su carita con sus dedos, y como si se tratase de una flecha esos ojos verdes lo atravesaron. — ¿Por qué dices que no eres linda? — Porque no lo soy, yo… ¿por qué estoy hablando de esto con un desconocido? ¿Tan bajo he caído? — Oye, deja de hablar así sobre ti misma, no entiendo la razón para menospreciarte. — le limpió una lágrima de la mejilla con su pulgar. —Sí no quieres contármelo, está bien, pero no hables mal de ti. Eres una mujer preciosa, no lo olvides. — le acarició la mejilla estando sus rostros tan cerca del otro. — Tus ojos… me recuerdan a alguien, pero no sé a quién. — le susurró. Él le sonrió — Será mejor que duermas, para mañana tendrás un terrible dolor de cabeza. Era increíble, pero Angelo jamás había sido tan cuidadoso como aquel desconocido lo era con ella. Colocando suavemente su mano sobre la cabellera castaña de la joven la guió a su pecho, donde cerró los ojos hasta quedarse dormida. — Pobrecilla, ¿qué habrás tenido que pasar? Para tener esos pensamientos sobre ti. Abrió los ojos de sorpresa al sentir su pecho mojarse, aún en sueños ella lloraba. Algunos minutos después entró al hotel con la mujer en brazos, era tan frágil y bella, pero inconscientemente le provocaba unas ganas de protegerla ¿qué tan grave había sido lo que le sucedió? Su mirada quedó detenida en el cuello delicado de la joven, aún llevaba la medallita con ese recuerdo. Sonrió ante el breve recuerdo. Teniendo mucho cuidado abrió la puerta de su habitación y la cerró con la pierna tras de sí, caminó hasta llegar a su cama. No la dejaría dormir sobre el sofá, ya había pasado por mucho como para terminar durmiendo así. Una de sus piernas se apoyó sobre el colchón y teniendo cuidado de no aplastarla la depositó sobre su cama, sin embargo algo extraño lo dejó inmóvil sobre ella. Con los brazos lado a lado y mirando fijamente esos labios, tuvo un flash en su memoria. Su cuerpo empezó a moverse solo, acercó su rostro más al de ella, tenía una lindas facciones en el rostro, y esos labios… Dos trazos dibujados con delicadeza. — Stella. — susurró acortando cada vez más la distancia. Fue cuando ella abrió los ojos, sus mejillas se tiñeron de rubor al observar la cercanía del hombre, prácticamente estaba a milímetros de besarla. Ambos compartieron un intercambio de emociones sin decirse una sola palabra. Sin necesitar más, sus labios se encontraron, Stella colocó sus brazos alrededor de los hombros de él. Esto solo hizo que él se subiera por completo sobre la cama y profundizará el beso. Sus bocas de acariciaban con necesidad, con hambre de el uno al otro, deseo, pasión y un sentimiento extraño que inundaba sus corazones, no era amor, de eso estaban seguros, pero un deseo por estar juntos, de protegerse. Él introdujo su lengua de forma posesiva. Quería conocer cada rincón de ella, cada una de sus adorables expresiones. — Ah… — gimió cuando separaron sus bocas con un hilo de saliva que conectaba sus labios. Su pecho subía por la agitación, este hombre la estaba volviendo loca, nunca creyó que un beso podía ser así de apasionante. Angelo nunca se había mostrado así. — Preciosa… todo dependerá de ti ¿quieres que continúe? — preguntó con la voz ronca de deseo. Su parte baja se sentía húmeda, el cosquilleo en su vientre era casi insoportable. Se había guardado tantos años para su noche especial. Y todo para que él se largará con otra. Bien, esa debía ser su noche de bodas, así que lo haría aunque no estuviese el novio. Finalmente asintió con nerviosismo.
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