Valentina, tres meses antes de morir:
Dos semanas después, Valentina se encontraba en completa soledad en la casa donde alguna vez vivió con Lorenzo. La casa se sentía demasiado silenciosa.
Estaba sentada en una esquina de la habitación, abrazando un portarretrato que tenía la foto donde ella posaba felizmente con Lorenzo. Veía fijamente la cama cubierta con sábanas blancas y las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Le extrañó que en su vida hubiese tanta felicidad, había presentido que una desgracia como aquella podría ocurrir. Lorenzo no se llevaba bien con Marko, y si no le agradas a un Rumanof, no vivirás por mucho tiempo.
A Marko Rumanof nunca le gustó que le negaran lo que quería tener, de hecho, sus padres nunca pensaron en privarle de alguna cosa que él deseara, era su único hijo, ¿cómo podrían tener corazón para hacerlo?
Y todo indicaba que no lograba generar ningún tipo de empatía hacia las personas, ni siquiera por el hecho de haber asesinado a una persona. Así lo pudo ver Valentina cuando se llevó a cabo la investigación de la muerte de su novio. La familia Rumanof insistió en que había sido un accidente, que Marko iba conduciendo y no alcanzó a frenar cuando Lorenzo cruzó la carretera aun sabiendo que el semáforo estaba en rojo y por ello terminó arroyándolo.
La familia indemnizó a Valentina con un millón de dólares y quisieron ascenderla en la compañía, dándole la opción de cambiarse de sede, donde le entregarían una nueva casa y le aumentarían significativamente el sueldo. Todo esto se estipuló en un documento que le pidieron que firmara y se aclaraba que ella no iba a interponer ninguna demanda.
Las personas millonarias e importantes solucionaban sus problemas de esa forma. Valentina se sintió tan abrumada en su momento que firmó el documento con letra temblorosa y lágrimas corriéndole por las mejillas. Al instante en que terminó, el abogado le arrebató el papel y después le mostró una sonrisa.
—Ha tomado usted la mejor decisión, señorita Sandoval —le dijo.
Después salió de la sala de reuniones, dejando a una desdichada mujer sentada en esa fría e incómoda silla.
La mayor desgracia en la vida de Valentina Sandoval se llamaba Marko Rumanof. Desgraciadamente tuvo que vivir muchos años al lado de aquel magnate de los diamantes. Si bien en sus primeros años de vida pudo vivir en completa tranquilidad, todo cambió cuando conoció al magnate, el cual se encargó de hacerle la vida imposible cuando se enteró que ella provenía de una familia humilde. Para su desgracia, cuando decidió buscar trabajo al ser una adulta, el único lugar donde la aceptaron fue en la compañía Rumanof, donde Marko era el CEO.
Por un momento Valentina creyó que Marko habría cambiado, pues ya eran unos adultos, pero fue todo lo contrario, los abusos aumentaron y prácticamente la trataba como su esclava. Agregado a ello, el magnate parecía tener una rara obsesión con ella, no le permitía que ningún hombre se le acercara.
Esto empeoró cuando Valentina logró obtener el puesto de gerente regional en la compañía Rumanof. Marko se lo hizo saber, fue él quien la colocó en aquel puesto.
—Aquí podrás seguir siendo de mucha utilidad —le susurró al oído y después le mostró una retorcida sonrisa.
La hizo trabajar hasta altas horas de la noche y que lo siguiera como su asistente personal, explotándola hasta que Valentina enfermaba del estrés. Y cuando Marko se enojaba, la joven debía soportar sus gritos y humillaciones.
—¡¿POR QUÉ NO PUEDES HACER LO QUE TE DIGO?! —le gritaba al rostro.
Aventaba al piso todo lo que había sobre el escritorio con fuerza y soltaba fuertes gritos. Valentina empezaba a temblar y soportaba en silencio, sabía que, si se permitía llorar frente a Marko iba a ser peor para ella.
Muchas veces pensó en huir, esconderse en algún lugar remoto del mundo, pero sabía que Marko Rumanof la iba a encontrar, él tenía tanto poder como dinero para encontrarla en cuestión de días. Era el único heredero del imperio Rumanof, una de las familias más poderosas del mundo, podía hacer lo que le viniera en gana y por años Valentina había sido su mejor posesión.
Él nunca iba a permitir que ella se separara de su lado, por eso había asesinado a Lorenzo, él fue una amenaza, le quiso quitar de su lado a Valentina.
Ese día, cuando Valentina estaba sentada en el rincón de la habitación, abrazando el portarretrato, entendió que el separarse de Marko no era una opción, ya lo había intentado y una persona terminó muerta, además que la hicieron firmar un documento que compraba su silencio, la iban a comer viva como intentara revelarse contra la familia Rumanof.
Entonces, tomó la decisión de acabar ella misma con Marko, pero era tan débil físicamente y sin ningún tipo de poder que debía tener cuidado, necesitaba hacerlo de una forma en que él no sospechara.
Lo bueno de haber pasado casi toda su vida al lado de Marko Rumanof era que conocía demasiado bien cuáles eran sus mayores debilidades y qué era lo que más le importaba en el mundo.
Debía destruirlo desde adentro, dominarlo y hacer que se arrodillara ante él. Necesitaba destruir la voluntad de Marko, robarle toda su fortuna y enredarlo entre sus piernas, donde nunca pudiera escapar.
Y sería en ese instante que le quitaría la vida.
Sería tan silencioso y perfecto que nadie podría darse cuenta.
.
Una semana después, Valentina pudo conseguir las energías suficientes para poder ver a su jefe al rostro, estaba tan tranquilo y prepotente como siempre, sin imaginar que le quedaba menos de un año para morir de la misma forma en como él había asesinado a Lorenzo.
—Por fin puedo verte el rostro, Valentina —soltó él cuando la notó en el umbral de la puerta de la oficina—. Pasa, necesito que organices estos documentos.
La joven sonrió y entró.
—Claro, señor —aceptó ella.
Valentina se acercó al escritorio, Marko se levantó de su silla cuando ella tomó la carpeta de la mesa de cristal.
El hombre la tomó de la mano, deteniéndola.
Se observaron fijamente. Marko tenía los ojos verdes esmeralda.
—Creí que no volverías a trabajar conmigo, que renunciarías —le dijo.
Valentina tomó su momento para responder.
—Apartarme de usted nunca ha podido ser una opción.
Marko llevó una mano a la mejilla de la joven.
—Me gusta que lo tengas claro, nunca podrás separarte de mí —aclaró él.
Era momento de colocar su venganza en marcha. Había una vida por destruir: era la de Marko Rumanof, el magnate de los diamantes.
.
Valentina, minutos antes de morir:
Marko soltó una sonrisa socarrona.
—Claro, una persona como tú jamás pensará en que hizo mal —soltó él con amargura—, mucho menos sentiría arrepentimiento por sus acciones. Tú jamás pedirías perdón.
—¿Por qué debería arrepentirme por algo que nunca hice? —cuestionó Valentina—. ¡¿Por qué debería arrepentirme y pedirle perdón a la que desde niña me ha maltratado?! —preguntó con amargura—. Ojalá nunca se deba arrepentir por todo el daño que usted me ha hecho. Ojalá y cuando se entere de la verdad de quién es realmente la mujer con la que se casó el cargo de conciencia no lo mate.
Valentina aventó los papeles al suelo con fuerza.
—Y ojalá usted nunca deba pedirme perdón por todo el daño que me ha ocasionado, porque yo nunca lo voy a perdonar —finalizó.
Valentina salió a toda prisa de la oficina. Era de noche y la mayoría de los empleados ya se habían marchado, así que la joven caminó con premura por los cubículos vacíos. Escuchaba al fondo a su jefe y esto la hacía temblar del miedo.
Tomó el bolso de su cubículo y avanzó casi corriendo hacia el ascensor, cuando abrió sus puertas y ella logró entrar, vio al fondo del corredor al hombre avanzar con decisión. Valentina oprimió el botón de cerrar con rapidez y Marko no logró alcanzarla.
Valentina temblaba mientras esperaba que el ascensor ascendiera, respirando pesadamente, sin saber que le faltaban pocos minutos de vida.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron y ella avanzó hacia la entrada del edificio presintió que algo muy malo iba a suceder. ¿Por qué su jefe la estaba persiguiendo? ¿Acaso iba a hacerle daño?
Caminó con paso afanoso por la larga acera, maldiciendo al ver que todo estaba tan solitario, como si la muerte rondara la acera, persiguiéndola.
Empezó a correr por la larga calle, intentando alejarse todo lo posible del edificio. Iba a cruzar la carretera para poder acercarse a la avenida cuando escuchó el motor de un auto y volteó para ver.
Marko iba a toda velocidad, le hervía la sangre. Entre más se acercaba a Valentina, más aumentaba la velocidad.
Valentina a mitad de la carretera apenas si logró ver el auto que se avecinaba y no tuvo tiempo de reaccionar.
Marko la arroyó. Hizo que su cuerpo volara por los aires y cayera bruscamente a varios metros de distancia. El caucho de las llantas rechinó al quemarse con el pavimento.
Se detuvo en seco después de arroyar el cuerpo, fue tan repentino que su frente chocó con el volante, golpeándolo con fuerza en la frente. Dentro del vehículo nada más podía escucharse su respiración agitada, clavaba su mirada en el volante y obligaba a sus manos a no temblar.
De un impulso bajó del auto y corrió hasta donde se encontraba el cuerpo tendido de Valentina. Le salía sangre de la cabeza, era tanta que todo su torso comenzaba a ser rodeado por ésta; tenía los ojos abiertos y parecía casi verlo a la distancia.
Marko sintió la sangre caliente correr por su frente.
Por un momento le pareció que Valentina se había movido, así que se apresuró a agacharse, pero al notar que no respiraba, entonces lo entendió. De un susto cayó hacia atrás, jadeando, superado por la situación.
Sintió que algo comenzaba a humedecer sus manos y soltó un grito al ver que la sangre de Valentina lo estaba ensuciando.
De un salto se reincorporó y trastabilló hacia atrás. Observó su mano manchada de sangre.
Volteó a ver nuevamente a la mujer tendida en el suelo rodeada por su sangre.
Se había convertido en un asesino.
.
Valentina arrugó los ojos al sentir su mirada ser maltratada por la mucha luz. Cuando abrió los ojos logró verse en una habitación. ¿Estaba en un hospital? ¿No había muerto?
Se sentó en la cama y quedó sumamente extrañada cuando se vio en la antigua habitación de la casa de sus padres. Ahí estaba su viejo escritorio blanco de madera; la ventana que daba hacia el parque y hasta lograba escucharse a los niños jugar; el olor a comida que subía desde la cocina; y hasta la voz de sus padres al conversar alegremente.
Tal vez y así se sentía la muerte, te hacía recordar momentos bonitos de tu pasado.
Valentina bajó de la cama y notó que llevaba puesta una de sus batas rosadas de tiras blancas. Salió de la habitación y al caminar por el pasillo logró ver su reflejo en un espejo grande: se veía sumamente joven, como de diecisiete años.
Llevó una mano a su rostro y palpó la suavidad de su piel, bajó la mano hasta su cuello y notó que aún no estaba la cicatriz. A los diecisiete años aún no ganaba una cicatriz que Merina le hizo al agredirla.
—¿Esto es real? —balbuceó.