Capítulo 1: el magnate es un demonio
Lorenzo desplegó una enorme sonrisa retorcida y apoyó sus dos manos sobre el escritorio n***o de cristal, observaba fijamente a Marko Rumanof.
—Dime, ¿cómo lo vas a impedir? ¿Acaso tienes pruebas que puedan delatarme? —Dejó salir una risa ronca que hizo hervir la sangre de Marko.
El hombre de un rápido movimiento tomó a Lorenzo del cuello de la camisa. Sus respiraciones estaban agitadas y el corazón de Marko palpitaba con mucha fuerza.
—Vamos, Marko, a menos que aceptes mis reglas, jamás podrás librarte de este problema, ella nunca podría creerte —dijo Lorenzo aún sosteniendo su sonrisa arrogante.
—Claro que puedo librarme de este problema —gruñó Marko—, puedo asesinarte y acabarlo de raíz. —De un empujón Marko lo alejó y se levantó de su silla de escritorio de un salto—. ¿Crees que me tiembla la sangre para hacerlo? Tú no sabes con quién te estás metiendo, te equivocaste al intentar amenazarme.
Lorenzo acomodó el cuello de su camisa arrugado y después alisó su chaqueta con las manos.
—Bien, veo que tú y yo jamás podremos llegar a un acuerdo —soltó Lorenzo—. Así como tú dices, a mí tampoco me tiembla la sangre para asesinar, puedo hacerlo hoy mismo si es necesario. —Esperó a que las palabras fueran asimiladas por su jefe—. Es una pena, pudimos haber ganado todos y nunca en esta historia tendría que haber un muerto.
Después de haber dicho esto, Lorenzo salió de la oficina del CEO. Marko Rumanof quedó estático, procesando lo que acababa de acontecer.
De un impulso, sacó del cajón de su escritorio una pistola y procedió a salir a toda prisa de la oficina. El pasillo estaba oscuro, todos en la empresa ya se habían ido a sus casas, los únicos que se encontraban en el edificio habían sido Lorenzo y él.
Entró al elevador y descendió hasta el parqueadero donde caminó a paso ligero rumbo a su auto. Allí esperó unos segundos a la espera de que Lorenzo apareciera, pero después entendió que tuvo que haberse escapado de él y no bajó al parqueadero para no topárselo. Aceleró y salió a toda velocidad del edificio para lograr alcanzarlo y así poder asesinarlo.
Logró encontrarlo a dos cuadras, Lorenzo estaba cruzando una calle, ¿a dónde iba? ¿Por qué no se había ido en su auto? ¿Lo hizo para no encontrarse con él?
Marko iba a toda velocidad, le hervía la sangre. Entre más se acercaba a Lorenzo, más aumentaba la velocidad.
Lorenzo a mitad de la carretera volteó a ver el auto que se avecinaba a él y no tuvo tiempo de reaccionar.
Marko arroyó a Lorenzo. Hizo que su cuerpo volara por los aires y cayera bruscamente a varios metros de distancia. El caucho de las llantas rechinó al quemarse con el pavimento.
Se detuvo en seco después de arroyar el cuerpo, fue tan repentino que su frente chocó con el volante, golpeándolo con fuerza en la frente. Dentro del vehículo nada más podía escucharse su respiración agitada, clavaba su mirada en el volante y obligaba a sus manos a no temblar.
De un impulso bajó del auto con la pistola sostenida de su mano derecha y corrió hasta donde se encontraba el cuerpo tendido de Lorenzo. Le salía sangre de la cabeza, era tanta que todo su torso comenzaba a ser rodeado por ésta; tenía los ojos abiertos y parecía casi verlo a la distancia.
Marko sintió la sangre caliente correr por su frente.
Por un momento le pareció que Lorenzo se había movido, así que lo apuntó con la pistola y le disparó dos veces en el pecho.
—Te lo advertí —le dijo—, te advertí que no me amenazaras. —Deslizó una sonrisa en sus labios y se agachó para ver más de cerca a Lorenzo, con una mano tomó el rostro del hombre y obligó a verle fijamente, aún seguía con vida—. Soy Marko Rumanof, yo nunca pierdo. Ahora tú vas a morir y el problema habrá acabado de raíz. ¿Y tu muerte? —Dejó salir una corta risita—. Bueno, habrá sido un trágico accidente que no se pudo evitar.
Marko se reincorporó y observó su mano manchada de sangre.
—Aish… esto apesta. —Volteó a ver a su alrededor, para su fortuna las calles estaban en completa soledad.
Volteó a ver nuevamente al hombre tendido en el suelo rodeado por su sangre.
***
La sala de espera en el Hospital Central era sumamente larga y fría. El corazón de Valentina palpitaba con mucha fuerza y sus manos no dejaban de temblar. Llevaba tres horas de espera que le parecían sumamente eternas. ¿Por qué no le daban información de su novio? Lo habían ingresado a una cirugía de emergencia para lograr salvarle la vida, pero aún no le daban ninguna información.
¿Estaba muerto?, ¿logró salvarse?
Cuando Valentina vio que el doctor salió de la sala de operaciones, se levantó a toda prisa de la banca metálica y corrió hasta a él con lágrimas en los ojos.
—Por favor, doctor, dígame cómo está Lorenzo —suplicó.
Bastó con la mirada del hombre para que Valentina lo entendiera, sin embargo, necesitaba que el doctor pronunciara las palabras.
Y eso fue lo que hizo.
—Lo siento mucho, hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos —dijo con voz apagada.
El tiempo se detuvo para Valentina.
¿Cómo era posible? Apenas se habían comprometido, no podía estar muerto. No era posible que la única felicidad que tenía en su vida se escapara de sus manos tan rápido.
Valentina tragó saliva y dio un paso hacia atrás.
—Señorita Sandoval, ¿quiere que llamemos a algún familiar? —preguntó el doctor.
Valentina no podía hablar. Sentía que le faltaba el oxígeno. Un accidente de auto le acababa de arrebatar a su novio.
Un accidente de auto…
El auto de Marko Rumanof había atropellado a Lorenzo y le quitó la vida.
Su jefe… su propio jefe… había asesinado a su futuro esposo.
Valentina cayó sentada en el piso, tuvo que colocar sus manos de intermedio para que su rostro no chocara contra el frío suelo.
—¡Señorita Sandoval! —exclamó el doctor mientras la ayudaba.
Dos enfermeras corrieron a ayudar a la descompensada mujer.
Valentina logró sentir una presencia a lo lejos, una intensa mirada que estaba puesta en ella. Mientras las dos enfermeras la ayudaban a colocarse en pie, logró vislumbrar al fondo del pasillo la silueta de un hombre que lograba reconocer a la perfección: Marko Rumanof.
El asesino de Lorenzo acababa de llegar para presenciar cómo le daban la noticia sobre su fallecimiento.
Marko apenas tenía una herida en su ceja izquierda, producto del accidente de auto. Había logrado salir sin ningún golpe que comprometiera su salud. Se trataba de una fiera imposible de destruir.
Sí, Marko Rumanof era una fiera. Un demonio que la había perseguido toda su vida y era imposible escapar de él.
.
Valentina, 10 minutos antes de morir:
El líquido escarlata se esparcía por el pavimento, rodeando la cabeza de Valentina. Sus ojos aún seguían abiertos y lograba ver el auto estacionado a varios metros de distancia. La puerta del piloto se abrió y unos zapatos de cuero n***o avanzaron hacia ella, hasta que el hombre apareció en su campo de visión y se agachó para observarla de cerca. Aquellos ojos verde claros se abrieron en gran manera y el miedo lo consumió.
Marko Rumanof dio un impulso hacia atrás, cayendo sentado, teniendo que sostenerse sobre sus manos. Empezó a hiperventilar.
La había asesinado. Se acababa de convertir en un asesino.
Cuando Valentina notó el espanto en el rostro de Marko Rumanof entendió que ya no le quedaba vida, ahí acababa todo.
Qué irónica era la vida. Su jefe acababa de asesinarla. Después de años de abuso físico y psicológico por parte de él, terminó arrancándole la vida. Y todo porque ella decidió desobedecerlo.
Minutos atrás Marko le había aventado los papeles a la cara:
—¡Esto no sirve, vuélvelo a hacer! —le espetó.
Las manos de Valentina temblaban, llevaba tres días sin dormir y ni siquiera había podido bañarse y mucho menos comer. Le dolía el estómago y se sentía mareada.
Y su jefe ni siquiera había revisado el proyecto, simplemente lo rechazaba. Esa era su estrategia: le hacía la vida imposible.
—¿Qué? ¿No quieres? —cuestionó Marko y le respingó una ceja.
—Pe-pero, señor, usted ni siquiera lo leyó —trató de hablar.
—¿Ahora me vas a enseñar cómo hacer mi trabajo? —cuestionó el hombre.
—No, señor.
Valentina bajó la cabeza y después comenzó a recoger los papeles del suelo. Por un momento el mareo casi la hace caer al suelo, haciéndola tambalear.
Marko se levantó de su sillón y se plantó ante ella, pisando el papel que la joven intentaba recoger. Valentina alzó la mirada con miedo. Ahí estaba aquel rostro de prepotencia.
—Mírate, tan ridícula, eres igual que la misma basura —le dijo.
Un nudo de fuego se creó en la garganta de Valentina y sus párpados se volvieron pesados, haciendo que su mirada doliera, pero se obligó a no llorar.
—El karma existe, Valentina —soltó Marko.
Ella se levantó, sintiéndose cansada de tantas humillaciones. Su corazón latía con fuerza y sus labios temblaban, rogándole que les permitieran dejar salir las palabras atoradas en la garganta.
—¿Karma? —cuestionó la joven.
Marko sumergió las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón liso e inclinó a un lado la cabeza.
—Siempre has sido tan prepotente, humillando a los que te rodean, pero mírate —dijo él—, aquí estás, viviendo una vida tan miserable.
Valentina dejó salir un jadeo, ¿de qué rayos estaba hablando? Si había que señalar a alguien que fuera un déspota y agresor, debían voltear a verlo a él. Estaba empeñado en hacerle la vida imposible junto con su esposa Merina.
—Usted no me conoce, señor —se limitó a decir.
—Te conozco más de lo que tú crees —se jactó él y le respingó las cejas con suficiencia, como quien conoce un secreto y amenaza con revelarlo.
Valentina soltó un jadeo y mantuvo la boca abierta por la impresión. Las lágrimas amenazaban con deslizarse pronto por sus mejillas.
—¿Ah sí? —inquirió ella.
Tal vez hablaba porque estudiaron un tiempo en la misma universidad, cuando él la humilló en último año en público junto a Merina por ser pobre y estudiar con una beca.
—Sé que desde pequeña te encantó maltratar a Merina y casi la asesinas —reveló Marko.
Valentina arrugó el entrecejo y la impotencia en su pecho la obligó a derramar las lágrimas.
—Entonces, usted por todos estos años… —comenzó a decir— me ha maltratado porque cree que yo casi asesino a Merina.
—¿Te parece bien el que una persona viva su vida tranquilamente sin haber pagado por sus acciones? —cuestionó él con ironía y todo su rostro empezó a acalorarse—. Merina vivió por años las secuelas de tus maltratos y humillaciones, ¡por tu culpa el colegio se convirtió en un infierno y deseaba morirse! —gritó—. Y, aunque ella te suplicaba que pararas, nunca lo hiciste. Hasta en la universidad te empeñaste en hacerle la vida imposible y casi deserta porque no soportaba tu maltrato. ¿Entonces por qué debería tratarte bien si tú no eres capaz de sentir compasión por los demás?
Valentina apretó los papeles con fuerza, hasta que sus manos comenzaron a temblar.
—¿Alguna vez… usted cuestionó la veracidad de las palabras de su esposa? —preguntó—. ¿O simplemente le creyó porque se trataba de su esposa?