No había vuelta atrás

1315 Palabras
Freya caminaba rápidamente hacia la puerta trasera, después de entregarle la hoja a aquel hombre de Jack. El encuentro con el hombre desconocido la había dejado nerviosa. Sentía como si todos sus secretos estuvieran a punto de desmoronarse. La tensión se apoderaba de su pecho, y solo quería regresar a la mansión antes de que alguien sospechara. Justo cuando atravesaba el umbral hacia la entrada de servicio, una voz familiar la detuvo en seco. —¿Quién era ese hombre, Freya? —preguntó Estefan, apoyado contra la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos. El cuerpo de Freya se tensó. No lo había visto, demasiado distraída con sus pensamientos. Levantó la cabeza lentamente, enfrentando la mirada de Estefan, quien la observaba con una mezcla de curiosidad y sospecha. Su mente corría tratando de pensar en una excusa. —Es… —comenzó a tartamudear—, es el hombre que cuida a mi padre enfermo. Estefan arqueó una ceja. No parecía del todo convencido, pero no dijo nada por unos segundos, evaluando la situación. —¿Por eso trabajas aquí? ¿Porque tu padre no puede trabajar? —preguntó, con un tono que insinuaba más interés del que a Freya le habría gustado. Ella asintió, evitando su mirada. No podía dejar que Estefan supiera la verdad. Si descubría algo extraño, podría poner en riesgo todo. Estaba a punto de seguir interrogándola cuando la voz suave de Maggie, la ama de llaves, interrumpió la tensa conversación. —Disculpe, señor Cross, pero su primo, el señor Damon, está pidiendo su comida y… —Maggie dudó, mirando a Freya con cierta compasión. —¿Y qué? —preguntó Estefan, sin apartar la vista de la mujer. Maggie tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada inquisitiva de Estefan. —Freya es la única que puede subir a su habitación a dejárselo. —dijo finalmente, con voz vacilante. Estefan levantó una ceja, sorprendido por la información. —¿Solo ella? —preguntó con una sonrisa ladina que hizo que Freya sintiera cómo su rostro se encendía. ¿Por qué Damon insistía en que solo ella lo atendiera? La pregunta quedó en el aire, sin respuesta, pero el interés de Estefan crecía cada vez más. Era evidente que su primo tenía una relación peculiar con esta chica, una relación que no encajaba con la frialdad y desapego que Damon solía mostrar hacia los demás. —Interesante, —murmuró Estefan con una sonrisa, aunque no dijo nada más. El brillo de picardía en sus ojos revelaba que se guardaba sus pensamientos. Freya bajó la mirada, sintiendo cómo la vergüenza y la incomodidad se enredaban en su pecho. —Hagan su trabajo, no las detendré. —dijo finalmente Estefan, inclinándose levemente hacia un lado para dejarlas pasar. Freya agarró la bandeja con las manos temblorosas, sin atreverse a mirar a Estefan a los ojos. Sabía que él sospechaba algo, y ese pensamiento la atormentaba. Subió por las escaleras lentamente, sintiendo el peso de la bandeja y el aún más pesado peso del juicio de Estefan. Su mente daba vueltas en lo que estaba pasando, y en si la información que le dio a ese hombre sería suficiente para Jack y la dejara libre, a ella y a su padre, después de todo, había hecho lo que le pidió. Cuando llegó a la puerta de la habitación de Damon, su corazón latía con fuerza. Respiró hondo y llamó suavemente. —Pasa, —se escuchó la voz grave desde el otro lado. Freya empujó la puerta y entró. Damon la esperaba, sentado en su sillón de cuero junto a la ventana, con la misma expresión fría de siempre. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, como si quisiera asegurarse de que todo estaba en su lugar, como si ella fuera solo otro objeto más en su mundo ordenado. —Deja la comida ahí. —Ordenó, sin emoción. Freya obedeció en silencio, colocando la bandeja sobre la mesa con manos torpes. Intentó no mirarlo a los ojos, pero sentía su mirada fija en ella, como una sombra que no podía ignorar. —¿Te dijo algo Estefan? —preguntó Damon de repente, rompiendo el silencio. Freya levantó la cabeza, sorprendida por la pregunta. ¿Por qué le importaba? —No… nada importante. —murmuró. Damon asintió lentamente, como si analizara cada una de sus palabras. Luego, sin previo aviso, se levantó del sillón y se acercó a ella, deteniéndose a unos pocos pasos de distancia. —Ten cuidado con Estefan, Freya. —dijo en voz baja, con un tono que no había usado antes, más suave, casi protector. Freya sintió cómo un escalofrío la recorría. Esa advertencia no era solo una frase casual. Damon sabía algo que ella no entendía, y esa incertidumbre la dejó aún más confundida. —Señor… yo… —Freya intentó hablar, pero las palabras murieron en sus labios cuando, de repente, Damon la tomó de la mano y la jaló contra la pared. El aire se escapó de su pecho. El cuerpo de Damon, cálido y firme, apenas la rozaba, pero lo suficiente como para que cada nervio en ella despertara. Las manos de Damon, aunque contenidas, ejercían la presión justa para mantenerla inmóvil sin lastimarla. Su boca se acercó peligrosamente a su cuello, pero no lo tocó. En lugar de eso, su aliento cálido rozaba la piel de Freya, provocando un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. La electricidad habitual que siempre sentía en su proximidad se intensificó. El corazón de Freya martillaba con tanta fuerza que creía que él podría escucharlo. —¿Sabes por qué no quiero que estés cerca de Estefan? —susurró Damon cerca de su oído, con su voz grave y baja, cargada de deseo y posesión. Freya cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera protegerse de lo que estaba sintiendo. Pero no se movió, incapaz de romper el momento. Su respiración era entrecortada, y cada palabra de Damon se sentía como un latido más en su piel. —Porque no quiero verte con nadie más que no sea yo. Damon tomó su barbilla, firme pero sin dureza, obligándola a mirarlo a los ojos. Sus dedos acariciaban su piel con una mezcla de posesividad y suavidad que la dejaba sin aliento. Los ojos de Damon se iluminaron con una intensidad peligrosa, recorriendo cada rincón del rostro de Freya, como si quisiera grabar cada detalle en su mente. —¿Quieres que te recuerde a quién le perteneces? La pregunta flotó en el aire entre ellos, cargada de significado. Freya lo miró, atrapada entre el deseo, la confusión y la rendición. Por un segundo eterno, todo se detuvo. Y entonces, sin poder contenerse más, ella susurró un “sí”. Apenas fue un sonido, pero fue suficiente para Damon. Él sonrió, satisfecho y hambriento, como un depredador que finalmente obtenía su presa. Antes de que Freya pudiera arrepentirse, Damon la besó con una pasión arrolladora. El mundo a su alrededor desapareció. El beso era profundo y urgente, como si hubiera estado contenido por demasiado tiempo, como si cada segundo en que habían estado separados hubiera sido una tortura. Freya se perdió en él, incapaz de pensar, incapaz de resistirse. Sus manos, que antes estaban tensas contra la pared, ahora se aferraban a Damon, dejándose llevar por el momento. Su boca respondía con igual intensidad, atrapada en una tormenta que sabía que nunca podría controlar. El tiempo dejó de tener significado. Cuando Damon se apartó, solo lo suficiente para tomar aliento, sus ojos permanecieron fijos en los de Freya. —Nunca olvides a quién perteneces, —murmuró con voz baja y rasposa, con los labios aún rozando los de ella. Freya, temblando entre sus brazos, no supo qué responder. Pero en su interior, algo había cambiado para siempre. Y supo, en ese instante, que no había vuelta atrás.
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