—No me digan que los dos tienen un interés por esta coja —dijo Isabela, su tono tan frío como el hielo, dirigiéndose más a sí misma que a los presentes.
Freya sintió cómo la sangre se le helaba. Las palabras de Isabela la atravesaron como un cuchillo, cargadas de juicio y desprecio.
Estefan levantó una ceja, aún con esa sonrisa encantadora en su rostro, pero sus ojos se endurecieron ligeramente al captar el tono de su abuela.
—¿Qué estás diciendo abuela? no exageres. —dijo Estefan con una risa ligera. —Solo estamos… observando.
Damon, sin embargo, no sonrió ni hizo ningún esfuerzo por disimular su disgusto. Sus ojos permanecían clavados en Freya, exigiendo con la mirada que ella terminara con su tarea y se retirara lo más pronto posible.
Freya se apresuró a colocar la bandeja sobre la mesa, tratando de controlar sus temblores, pero en su prisa derribó accidentalmente una cuchara, que cayó al suelo con un ruido metálico.
El sonido pareció c******r el aire en la habitación. Damon apretó la mandíbula, visiblemente molesto, mientras Estefan soltaba una ligera risa burlona, como si todo aquello fuera una divertida escena que solo él apreciaba.
—Eres un desastre, niña. —la voz de Isabela resonó con desprecio. —No entiendo qué es lo que ven en ti.
Freya sintió cómo las lágrimas amenazaban con salir, pero se obligó a mantener la cabeza baja, agachándose con torpeza para recoger la cuchara caída. Su cojera se hizo más evidente al realizar el movimiento, y aquello solo pareció aumentar el disgusto en los ojos de Isabela.
—¡Déjalo, Freya! —ordenó Damon bruscamente, su voz tan cortante que hizo que Freya se quedara inmóvil por un segundo. —Regresa a la cocina y no vuelvas a derramar nada más.
Freya asintió rápidamente, sin atreverse a mirarlo, y dio media vuelta para marcharse lo más rápido que su pierna herida le permitía. Su corazón latía con fuerza en su pecho, sintiéndose humillada y fuera de lugar.
—Damon, no tienes por qué ser tan rudo. —dijo Estefan con una sonrisa perezosa mientras bebía un sorbo de su té. —Es solo una cuchara.
Damon lo ignoró, su mirada oscura seguía fija en la puerta por donde Freya había salido. Una mezcla de frustración y algo más profundo cruzaba por sus ojos, pero lo ocultó con su habitual frialdad.
Isabela observó a sus dos nietos en silencio por un momento, sus ojos afilados y llenos de desaprobación.
—Espero que ninguno de ustedes esté pensando en tomarse demasiadas libertades con esa chica. —advirtió Isabela con severidad, su voz baja pero cargada de amenaza. —La familia Cross tiene estándares, y no permitiré que ninguno los degrade por una simple mucama.
Estefan esbozó una sonrisa astuta, pero no dijo nada. Damon mantuvo su silencio, aunque una chispa de desafío brilló en sus ojos por un breve instante.
El desayuno continuó en un tenso silencio, pero todos sabían que aquella competencia entre los primos no había terminado. Había comenzado un juego peligroso, uno que Freya jamás imaginó estar protagonizando, y que apenas empezaba a desplegar sus oscuras consecuencias.
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Ivy King estaba sentada con las piernas cruzadas en el lujoso sofá de cuero de la oficina de su padre. Su mirada distraída recorría las páginas de una revista de moda, como si el mundo a su alrededor no existiera. Llevaba un vestido caro y perfectamente ajustado, el cabello recogido en una coleta alta, y sus uñas recién pintadas golpeaban rítmicamente el brazo del sofá, una muestra sutil de su impaciencia.
Al otro lado del escritorio, Roberth King la observaba con una mezcla de frustración y preocupación. Desde que su esposa había muerto, su hija se había convertido en su único punto de apoyo emocional, aunque lidiar con su naturaleza caprichosa era cada vez más complicado. Ivy siempre había sido acostumbrada a obtener todo lo que quería: ropa, viajes, la atención de los chicos más codiciados. Pero ahora, las cosas eran distintas, y Roberth sabía que el tiempo se agotaba.
El Grupo King estaba al borde de la quiebra, y la única solución viable que veía era asegurar una alianza estratégica con los Cross.
Roberth soltó un suspiro largo y se pasó una mano por la cara. Ivy lo miró de reojo, sin levantar del todo la mirada de su revista.
—¿Qué pasa ahora, papá? —preguntó con evidente desgano. Sabía que algo preocupaba a su padre, pero no tenía interés en escuchar problemas financieros. Los negocios nunca habían sido lo suyo.
—Ivy, necesito que me escuches con atención esta vez. —La voz de Roberth sonó más seria de lo habitual, lo que hizo que su hija finalmente levantara la mirada, aunque con visible aburrimiento.
—¿Qué cosa? ¿Es sobre la empresa otra vez? —preguntó mientras cerraba la revista con un golpe seco y la dejaba a un lado. —Sabes que ese tema no me interesa.
Roberth se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en su escritorio. Su mirada se volvió fría y calculadora, la misma que usaba cuando estaba cerrando un trato crucial.
—Tal vez no te interese, pero es importante. —Hizo una pausa, observando las reacciones de Ivy, que lo miraba con fastidio. —Escucha bien, Ivy. Necesitamos hacer un movimiento estratégico para mantener el estilo de vida que tanto disfrutas.
Ivy arqueó una ceja y cruzó los brazos, claramente desinteresada.
—¿Y cómo exactamente quieres que yo haga eso?
Roberth sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Sabía que debía ser cuidadoso con sus palabras para no provocar un berrinche.
—Damon Cross.
Ivy parpadeó y frunció el ceño. —¿Damon? ¿Qué tiene que ver él conmigo?
—Quiero que te cases con él. —La declaración fue directa, sin rodeos, como si estuviera proponiendo un simple contrato en lugar de un matrimonio.
Ivy lo miró por un momento, completamente atónita. Luego, una risa incrédula salió de sus labios.
Ivy King permaneció en pie, con una expresión calculadora mientras su padre la observaba con satisfacción. Había dado justo en el blanco: su hija estaba dispuesta a jugar su papel en el plan sin objeciones.
—Creí que nunca me lo pedirías, —dijo Ivy con una ligera sonrisa. —No puede haber mejor candidato que Damon para ser mi futuro esposo.
Roberth asintió, satisfecho con la respuesta. Ese era exactamente el tipo de cooperación que necesitaba de su hija: astuta, ambiciosa y dispuesta a obtener lo que quería a cualquier costo.
—Debes hacer que se enamore de ti. —La voz de Roberth era firme, como si estuviera dando instrucciones para cerrar un trato comercial.
Ivy torció los labios, mostrando una leve señal de disgusto, lo que no pasó desapercibido para su padre.
—¿Qué pasa? —preguntó Roberth, inclinándose un poco hacia adelante con interés.
Ivy soltó un suspiro teatral, como si lo que estaba a punto de confesar fuera un detalle menor, aunque sabía que no lo era.
—Aunque Damon y yo tengamos una buena relación, no creo que llegue a amarme. —Adoptó una expresión pensativa, jugando con una pulsera en su muñeca. —Sin embargo, su abuela, la señora Isabel, me adora. Y, como tú, piensa que la unión de ambas familias sería muy beneficiosa.
Roberth sonrió, satisfecho. Ese era el tipo de ventaja que necesitaban para inclinar la balanza a su favor.
—Entonces, casarte con Damon no debería ser difícil. —Concluyó, acariciando la barbilla en un gesto pensativo.
Ivy se encogió de hombros con elegancia.
—¿Vendrá a la fiesta de beneficencia? —preguntó su padre.
Ivy negó con la cabeza, frustrada.
—Es muy cerrado, no le gusta asistir a esos eventos. —Respondió, cruzando los brazos. —Aunque estoy trabajando con la señora Isabel para convencerlo.
Roberth asintió, pensativo.
—Sería muy beneficioso que la sociedad te viera a su lado. Eso mejoraría tu reputación y consolidaría la idea de su relación.
Ivy asintió lentamente, ya planeando su próximo movimiento. Su mente funcionaba a toda velocidad, buscando la forma perfecta de obligar a Damon a asistir a la fiesta.
De repente, una idea cruzó su mente, y su sonrisa se volvió astuta. Sabía que con la presión adecuada y los hilos correctos tirados, Damon no tendría más remedio que acompañarla.
—Ya sé lo que voy a hacer, —murmuró Ivy, más para sí misma que para su padre.
Roberth arqueó una ceja, curioso, pero no preguntó más. Confiaba en que su hija sabría ejecutar el plan a la perfección. Ivy era inteligente y manipuladora, y estaba más que preparada para jugar este juego.
—Hazlo bien, Ivy. —Fue todo lo que su padre dijo antes de regresar su atención a los papeles sobre su escritorio.
Ivy salió de la oficina con la misma elegancia con la que había entrado, pero ahora su expresión era más calculadora que nunca. Damon Cross sería suyo, y una vez que eso sucediera, no habría vuelta atrás.
Caminando por el pasillo, Ivy sacó su teléfono y marcó un número que había memorizado bien. Isabel Cross atendería la llamada en breve, y con la abuela de Damon de su lado, no habría forma de que él pudiera resistirse.