Todo el camino estaba recostada de la ventanilla, llorando. Por suerte había hablado con Santino y él le dijo que iba a pedir un traslado a Rusia y se iría tras ella. Evangelina estaba destrozada, siempre había sido una mujer fuerte, que había superado las adversidades sola. Pero en ese momento se sentía vulnerable y su corazón estaba deshecho. Cuando la azafata avisó que habían llegado, suspiró fuerte; sentía una opresión horrible en su pecho. Salió del aeropuerto. Enseguida un joven de procedencia rusa la esperaba en un auto para llevarla. —El señor Alexander le va a dar unos de sus apartamentos para que viva —Eva asintió con la cabeza al escuchar al hombre que medía casi dos metros de altura y parecía un guardaespaldas de la televisión. —Gracias —respondió con la mirada hacia el hot