En la trampa

2078 Palabras
Momentos antes… El ascensor se detuvo con un leve sonido, y Aisha salió tomada de la mano de un hombre cuya mirada delataba más deseo que conciencia. Todo había sido tan fácil. Los hombres como él, desesperados y con unas cuantas copas de más, eran presas simples para alguien con su ingenio y su atractivo, ella siempre había sido muy astuta y sabía el arte de usar lo que tenía a su favor. La sonrisa de Aisha no tenía un atisbo de duda mientras lo llevaba hacia la habitación del hotel. Cuando llegaron a la puerta de la habitación, él se quedó a la espera de que ella abriera. Pero no lo hizo, Aisha lo atrajo hacia su lado. Sus labios se encontraron antes de que alcanzaran el pomo, y él la empujó contra la puerta, ansioso, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su cuerpo. Aisha jadeó ligeramente cuando sintió su erección presionando contra ella, insistente, fuerte y tentadora. Era grande, demasiado cautivador. Por un momento, su cuerpo respondió a la situación sin necesidad de fingir. Pero rápidamente recordó su propósito. Este hombre no era para ella. Era para Ariadna. Pero las ganas… podían traicionarla. Si lo miraba bien, era muy atractivo, llamativo, aunque esas no fueron las cualidades por las que lo eligió esa noche, pero al verlo de cerca bajo aquello luz del pasillo, no estaba mal, no estaba nada mal. —Entremos —dijo él entre besos, su voz cargada de necesidad. Estaba cansado de los toqueteos y besos calientes, necesitaba entrar a la acción, su cuerpo se lo imploraba. Aisha lo empujó ligeramente, colocando una mano sobre su pecho. —Espera —susurró, lamiendo ligeramente su labio inferior para mantenerlo interesado—. Necesito unos minutos. Diez, para ser exactos. Déjame prepararme. El hombre la miró con una mezcla de sorpresa y frustración, pero el deseo en sus ojos lo mantuvo en su lugar. —¿Diez minutos? —preguntó con una sonrisa ladeada, como si aquello fuera un reto. —Diez minutos —repitió ella, acariciando su rostro—. Quiero que esta noche sea perfecta. Vigila tu reloj, y cuando pasen los diez minutos, entras. Quiero que me tomes, que me hagas tuya. He esperado toda la noche para esto. Desde que te vi, te deseé y no te imaginas las ganas que traigo ahora mismo—tomó la mano del hombre y la llevó hasta sus bragas, el calor de su centro inundando su mano, él empezó a tocarla, haciéndola cerrar los ojos mientras se mordía el labio inferior, Maximiliano volvió a besarla y la mujer casi pierde la cordura. “¡Concéntrate!” No podía caer en sus provocaciones, no podía perder el norte, ese hombre debía entrar a esa habitación, pero no para ella, para su hermana. De todos modos, nada impedía que ella pudiese disfrutar un poco. Pasaron varios segundos hasta que su cuerpo reunió las fuerzas para apartarlo, se estaba dejando llevar y eso era peligro. —¿Crees que puedas esperar? Te prometo que te lo recompensaré. Juro que valdrá la espera. Además, ¿podrás complacerme? Sus palabras parecían alimentar su ego, porque el hombre se inclinó, tomando su rostro entre las manos. —Claro que puedo —dijo con seguridad, su sonrisa ahora cargada de promesas. —Otra cosa… ¿podrías quedarte hasta la mañana? Luego puedes irte si quieres, sin esperar a que yo despierte, pero me gustaría amanecer contigo. —Eso no será un problema—le respondió, acariciándole la mejilla con algo de ternura. Aisha le devolvió la sonrisa, una muy coqueta, dejando al hombre con las ansias que se esparcían por todo su ser. Luego se giró y entró en la habitación, asegurándose de cerrar la puerta tras de sí. Sus pasos se volvieron apresurados mientras corría hacia la cama. Allí estaba Ariadna, tumbada e inmóvil, su cuerpo todavía enredado en las sábanas. Perfecto. La había drogado y, por cómo estaba en ese momento, los efectos seguían intactos. La desnudó por completo. Aisha ajustó la posición de su hermana, dejando su cabello pelirrojo extendido sobre la almohada y bajando ligeramente las sábanas para dejar al descubierto parte de su piel. Observó su rostro un momento, la calma en sus facciones, el peso del sueño que no se rompería gracias a lo que había puesto en su bebida. Siempre tan perfecta, tan intocable. Pero no más. Cuando todo estuvo listo, salió por la puerta que conectaba con la habitación contigua. Cerró la puerta con cuidado y se quedó allí, en la oscuridad, esperando. Los diez minutos transcurrieron al fin. Los sonidos no tardaron en llegar. Al principio fueron suaves, pero luego se hicieron más intensos. Los gemidos de aquel hombre se mezclaban con los suspiros y jadeos de Ariadna. Era hipnótico. Aisha sintió cómo el calor comenzaba a extenderse por su cuerpo mientras sus manos descendían lentamente por su cintura. Cerró los ojos, imaginando la escena al otro lado de la puerta con ella, desde luego, siendo la que disfrutaba de aquel hombre. Sintió una enorme punzada de envidia, pero no podía hacer mucho más, sus dedos viajaron dentro de sus bragas, el calor arropándolos y la humedad dándoles un sutil abrazo. Era tan injusto. Durante toda su vida, Ariadna había sido la niña buena, la intocable, la favorita. Incluso cuando Aisha hacía todo lo posible por sobresalir, su hermana siempre brillaba más. Pero esta vez sería diferente. El cuerpo de Aisha tembló mientras los sonidos al otro lado de la puerta se volvían más intensos, más salvajes. Sus propios suspiros se mezclaron con los de ellos, y cuando todo culminó, su cuerpo cayó al suelo, agotado y satisfecho. Permaneció allí unos segundos, sintiendo una sonrisa extenderse por su rostro. Todo estaba saliendo según lo planeado. Al día siguiente, Víctor llegaría para pasar el día con ambas. Un hombre perfecto para Ariadna, el tipo de pareja que cualquier mujer soñaría tener. Pero Aisha no podía permitir que su hermana se lo llevara a Estados Unidos, donde ella seguiría siendo la estrella y Aisha quedaría relegada en la sombra. No, eso no podía pasar. Aquel era plan, la hermosa pareja se iría a Estados Unidos con la beca que habían dado a Ariadna, mientras, de nuevo, Aisha se quedaba atrás. Eso no iba a suceder. Ahora, todo estaba listo. Ariadna había caído. Su reputación, su relación, todo estaba arruinado. Después de lo que había hecho, nadie la vería como la niña perfecta otra vez. Era el fin de Ariadna. Aisha se levantó del suelo, alisando su vestido y acomodando su cabello frente al espejo. La sonrisa en su rostro era de satisfacción absoluta. Por fin, toda la atención sería para ella. Por fin, sería su turno de brillar. Se acercó de nuevo a la puerta, dándose cuenta de que los gemidos habían comenzado de nuevo. ¿Otra vez? Apretó los puños a su costado y pegó su frente a la puerta, al parecer su hermana iba a disfrutar más de lo que Aisha había previsto. Esperó y esperó, hasta que el silencio lo llenó todo de nuevo. Abrió la puerta muy despacio, los dos cuerpos estaban en la cama, al acercarse pudo ver mejor la figura, cómo él la acurrucaba a su lado, el cuerpo de Ariadna parecía inconsciente, no dormida, las manos del hombre la rodeaban y ambos seguían desnudos. Deslizó la sábana hasta que el cuerpo de Ariadna pudiese quedar expuesto, entonces tomó varias fotografías. El collar con la media luna en su pecho no permitía dudas para reconocerla, era ella. Salió de nuevo de la habitación, muy despacio, la sonrisa se expandía en su rostro pensando en todo lo que iba a pasar en un par de horas. […] Maximiliano abrió los ojos lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su cuerpo y el calor de alguien más a su lado. El cabello rojizo de la mujer hacía cosquillas en su pecho desnudo mientras sus brazos aún la rodeaban. Su mente repasó los recuerdos de la noche anterior, y una sonrisa ladeada se formó en sus labios. Había sido increíble. Con cuidado, movió a la mujer, intentando no despertarla. Sus respiraciones eran lentas y constantes, como si estuviera profundamente dormida. —Ariadna. —El nombre resonó en su mente mientras se separaba de ella, sentándose en el borde de la cama. Sus pies tocaron la alfombra mientras recogía su ropa esparcida por el suelo. Había sido una noche para recordar. Al ponerse de pie, su atención fue captada por una puerta cercana. Pensó que era el baño, así que la abrió sin pensarlo demasiado. La luz del otro lado iluminó parte de la habitación contigua, revelando un espacio diferente. Maximiliano frunció el ceño y cerró rápidamente la puerta, orientándose mejor. Un hotel con habitaciones conectadas, claro. Giró hacia la otra puerta y encontró el baño. Dentro del baño, se vistió rápidamente, sintiendo el agua fría contra su rostro mientras se lavaba. Sus ojos se encontraron en el espejo, y la sonrisa seguía allí. Una noche perfecta para cerrar su tiempo en Londres. Buscó en su cartera una tarjeta con su información y pensó en dejarla para Ariadna. Ella le había intrigado, y aunque no esperaba nada más, le gustaba la idea de mantener el contacto. Regresó a la habitación, caminando en silencio hacia la cama. La luz tenue de la mañana hacía que las pecas alrededor de la nariz de Ariadna fueran más evidentes. Maximiliano la observó por un momento, admirando su belleza. Sus manos ajustaron las sábanas para cubrirla mejor. Luego colocó la tarjeta en la mesa de noche y, con un gesto suave, dejó un beso en su mejilla. Se dio la vuelta, listo para marcharse. Pero al llegar a la puerta, se detuvo. Algo le incomodaba. Una sensación extraña se apoderó de él, como si algo no estuviera bien. Demasiado quieta. Demasiado callada. Regresó a la cama y tocó el hombro de Ariadna. —Ariadna —susurró, intentando despertarla con suavidad. No hubo respuesta. Maximiliano frunció el ceño y la sacudió un poco más fuerte. —Ariadna, despierta. —Esta vez su tono fue más firme, pero ella no reaccionó. Un nudo se formó en su estómago mientras tomaba su muñeca, buscando su pulso. La sensación bajo sus dedos era débil, apenas perceptible. Cambió rápidamente a su cuello, presionando con precisión. El pulso estaba allí, pero era lento. —¿Qué demonios...? —murmuró, su voz teñida de preocupación. Con movimientos rápidos, apartó las sábanas y se inclinó sobre ella. Levantó sus párpados, revisando sus pupilas. La luz de la lámpara reflejada en sus ojos le dio la información que necesitaba. No había respuesta. Su mente de médico se activó. Maximiliano tocó su frente, buscando algún signo físico que le explicara su estado. Llevó dos dedos a la base de su mandíbula, buscando nuevamente el pulso, mientras su mirada recorría su cuerpo. Algo no estaba bien. —Ariadna, despierta. —Esta vez su tono era casi una orden, pero su voz tembló ligeramente. Con un suspiro cargado de tensión, se puso de pie y tomó su teléfono móvil. Marcó el número de emergencias mientras regresaba al lado de la cama, su otra mano revisando los signos vitales básicos de Ariadna. Sus pupilas seguían lentas al responder, su respiración apenas perceptible. —Necesito una ambulancia en el Hotel Trafalgar, habitación 524. Una mujer está inconsciente. El pulso es débil, pero presente. —Su voz era firme, profesional, aunque la preocupación lo carcomía por dentro. Le dieron instrucciones mientras se movía rápidamente por la habitación, colocando a Ariadna en una posición más cómoda. No podía permitirse perder el control. Sabía qué hacer, pero la incertidumbre de lo que había sucedido lo mantenía al borde del colapso emocional. Porque ella había estado bien en la noche, no sabía cómo había llegado a este estado cuándo. Colgó el teléfono y volvió junto a Ariadna, sosteniendo su muñeca mientras contaba los segundos entre latidos. Miró su rostro sereno, ahora alarmante por lo inerte que estaba. Minutos después, el sonido de las sirenas llenó el aire. Maximiliano se dirigió a la puerta, abriéndola para dejar pasar a los paramédicos. Mientras ellos ingresaban y comenzaban a revisarla, él se quedó al margen, su mandíbula tensa y sus manos apretadas en puños. No podía quitarse de la cabeza una sola pregunta: ¿Cómo había terminado todo así después de una noche que parecía tan perfecta? ¿Qué le había sucedido a esa mujer?
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR