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Los trillizos del millonario

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HE
de amigos a amantes
drama
pelea
ciudad
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Descripción

Una trampa orquestada por quien quiere destruirla.

Un error que puede acabar con su profesión.

Una noche con un desconocido, una acusación imperdonable y tres bebés que forzarán un matrimonio.

¿Podrá nacer el amor?

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Propuesta indecente
Una traición reciente lo empujaba a escapar, largarse de allí. Para Maximiliano Valenti, esta no era una noche cualquiera: era su despedida. Se encontraba en un rincón del salón, rodeado de colegas y amigos que ofrecían las últimas palabras de aliento antes de su partida a Valtris, la ciudad donde había decidido comenzar de nuevo. Una elección que no era solo profesional, sino también emocional. Amelie, el nombre que evitaba pronunciar en su mente, parecía bailar entre las copas de vino que sostenían sus compañeros, era un recuerdo que jamás podría borrar, se había dado cuenta de eso cuando ni en medio del alcohol podía sacarla de su cabeza. Hubo amor, traición… dolor. Siempre el maldito dolor teniendo que arruinarlo todo. ¿Por qué no pudo mantener su corazón sellado? Porque ella supo como abrirlo, adueñarse de él y luego destrozarlo sin piedad. —¿Seguro que no vas a extrañarnos, Valenti? —preguntó uno de sus amigos, alzando su copa con una sonrisa. Maximiliano dejó escapar una carcajada seca, ajustando la corbata negra que parecía sofocarlo. —¿A ti? Lo dudo. —Su tono fue sarcástico, pero su sonrisa era cordial. El grupo estalló en risas mientras él alzaba su copa, agradeciendo de manera breve los buenos deseos. Sin embargo, su atención no estaba completamente allí. Al fondo del salón, una risa cristalina le llamó la atención. Giró el rostro, buscando el origen de ese sonido, y sus ojos se encontraron con una figura que no reconocía. Había intentado olvidar a Amelie por todos los medios, menos con otra mujer. ¿Sería buena idea? Quizás no, pero la noche se hizo larga y los tragos nunca pararon, puede que el alcohol estuviera haciendo su efecto y empujándolo a hacer aquello que en su momento de lucidez no haría. Era una mujer joven, de cabello rojizo y lacio que se esparcía elegantemente sobre sus hombros. Llevaba un vestido n***o, llamativo, sensual, provocador, al mismo tiempo con una elegancia casi insultante. Sus labios curvados en una sonrisa parecían iluminar la esquina donde estaba. No era una de sus colegas. Estaba seguro de eso. Pero algo en ella le llamó la atención, como si su sufrimiento fuese capaz de esfumarse con ella, quizás no, pero él se estaba planteando intentarlo. "Solo una chica más en la multitud", pensó, apartando la vista y volviendo a su grupo. —Valenti, ¿qué pasa? —preguntó otro colega, dándole un ligero codazo—. Pareces distraído. —Nada —respondió con una media sonrisa—. Deben ser los años. Ya no tengo la energía para estas cosas. Pero no era eso. Era ella. La conversación continuó, pero Maximiliano apenas prestaba atención. El cansancio del viaje y los brindis repetitivos comenzaban a afectarle. Tomó un sorbo de su copa y estaba a punto de excusarse cuando sintió una mano firme en su hombro. Se giró rápidamente y allí estaba ella: la mujer de cabello rojizo, con esa sonrisa atrevida que parecía saber lo que buscaba. Desde tan cerca, notó sus ojos verdes, brillantes como joyas bajo la luz sutil de las lámparas. —¿Bailamos? —dijo, sin titubear. Maximiliano arqueó una ceja, sorprendido por su audacia. Pensó en rechazarla. Después de todo, no la conocía, y claramente no era parte de su círculo. Pero algo en ella lo animó, quizás la sutil idea de olvidar a Amelie con otro cuerpo, a lo mejor esa era la noche y la chica indicada y ella parecía tener un claro interés en él. Ella tomó su mano con decisión y lo arrastró hacia la pista de baile, dejando a sus colegas mirándolos con sorpresa. Cuando llegaron al centro del salón, ella se detuvo y guio las manos de Maximiliano hacia su cintura. Él obedeció, un poco aturdido, mientras la música cambiaba a un ritmo más lento. La cercanía lo tensó al inicio, por la repentina forma en la que ella se encargó de que su cuerpo se uniera al suyo, la manera de rozarse contra su entrepierna; su perfume era dulce, como algo que no había olido antes, y su sonrisa tenía un toque de peligro. —Eres... atrevida, ¿no? —dijo Maximiliano, esbozando una sonrisa a medias mientras ella se inclinaba ligeramente hacia él. —Solo aprovecho las oportunidades —respondió, sus labios a milímetros de los suyos. ¿La iba a besar? Él no, pero ella sí. El beso llegó antes de que él pudiera procesar lo que ocurría. Fue directo, justo como él esperaba que besase ella, exploratorio, intenso, como si su decisión no tuviese titubeos. Maximiliano sabía que estaba ebrio, pero ella parecía completamente sobria. Sobria y segura. Eso le gustó. Le gustó besarla. Cuando el beso terminó, ella sonrió y llevó sus dedos a su cuello, acariciándolo con firmeza, no había delicadeza en ella, más bien algo de urgencia. —Te he estado viendo toda la noche —dijo, su voz un susurro directo a su oído, rozando su piel—. Y solo quiero decirte que quiero salir de esta fiesta contigo. Maximiliano parpadeó, sorprendido por su declaración. Antes de que pudiera responder, ella lo besó de nuevo, y esta vez él no se resistió. La cercanía, su audacia, su sonrisa... todo era una combinación perfecta para lo que él necesitaba, cero cortejo, directa y con decisión. —¿Cómo te llamas? —preguntó él, saboreando el sabor que dejaban sus labios. —Ariadna —dijo, mirándolo con esos ojos verdes llenos de chispa—. Estoy de vacaciones en Londres. Tengo una habitación en un hotel cerca del centro a la que quiero invitarte. Maximiliano dudó un momento. Su vida estaba en un punto de transición. Una noche no cambiaría nada, pero... ¿realmente quería complicar aún más las cosas? Sí, necesitaba eso, pero sin complicaciones. ¡¿Por qué estaba dudando?! La deseaba, no era algo que pudiese ocultar en ese momento, la mujer estaba presionando su vientre contra su erección, decir que no quería ir con ella era algo sin sentido. ¿Estoy borracho? Se preguntó. Entonces, como si el destino decidiera interrumpir su indecisión, una voz familiar se alzó detrás de él. —Maximiliano. El sonido lo congeló. Giró el rostro y ahí estaba: Amelie. La mujer que alguna vez había sido su prometida, ahora casada con un colega. Su corazón se encogió al verla. Iba acompañada de su esposo, y ambos lucían felices, como si la traición que compartían no fuese suficiente para ensuciarles las manos. —A… Amelie—se sintió estúpido al nombrarla de esa manera. Con dolor. Dolía como el demonio. ¡j***r! Dolía demasiado. —He venido a despedirte —dijo Amelie con una sonrisa que parecía sincera, aunque Maximiliano sabía que no lo era. Se inclinó para besarle la mejilla mientras su esposo le ofrecía un apretón de manos. —Mucha suerte en Valtris —añadió su esposo, con la misma falsa cortesía. Maximiliano sintió que la rabia se acumulaba en su pecho. Hipócritas. Pero no les daría el gusto de verlo afectado, a pesar de que sí lo estaba. En cambio, deslizó una mano alrededor de la cintura de Ariadna y la atrajo hacia sí, sonriendo con satisfacción al ver la sorpresa en los ojos de Amelie. —Muchas gracias —dijo Maximiliano, apretando un poco más a Ariadna contra su cuerpo—. Estoy seguro de que me irá mucho mejor allá. Aquí no tengo nada que buscar, no dejo nada. Un camino nuevo me espera—dijo, mirando a Ariadna. Amelie lo miró, y por un instante, su sonrisa flaqueó. Sin decir nada más, giró sobre sus talones y salió del lugar, arrastrando a su esposo consigo. Cuando la puerta se cerró tras ellos, Maximiliano dejó escapar una carcajada baja, aliviando un poco la tensión en su pecho. —Eso fue... interesante —murmuró Ariadna, arqueando una ceja mientras lo miraba. Él la miró, y por primera vez en toda la noche, sintió que podía olvidarse de todo. —¿Todavía tienes esa habitación cerca del centro? —preguntó. Ella sonrió, tomó su mano y lo guio hacia la puerta. Maximiliano no miró atrás. Londres quedaría en el pasado, junto con todo lo que quería dejar atrás. Un corazón roto. Una traición. Un amor que lo hirió tanto como para salir huyendo.

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