Dentro de su fastuosa habitación decorada con molduras de oro y piedras preciosas incrustadas en las lisas paredes, pulidas con esmero. La gran consentida de Kairo Loguember, "Bastix". La diabla carmesí más poderosa del infierno. Se regodeaba con sus movimientos sensuales, ante los reflejos de su hermosa silueta en el piso tan reluciente que le servia de espejo. Engrosando su vanidad infinita. Mecía su cadera de un lado a otro con un vaiven erótico, como anticipo de la carga s****l que sentía entre sus piernas.
Exponía sus feromonas que brotaban por sus poros dorados, una estrategia para llamar al macho que deseaba sembrar en su sex0 hambriento.
Totalmente desnuda, también se veía en el espejo que tenía, en uno de los laterales principales del basto espacio, alumbrado por algunas velas que ya había comenzado a encender, para aclimatar la noche de pasión.
Tocó su melena oscura, brillaba con todo el esplendor. Sus labios le siguieron al andar de sus dedos inquietos; aún el sabor del semen de su amado rey estaba en su boca. Movió su lengua con suavidad, para explorar los restos de su esencia.
Después de contemplar sus pechos, que su clítor¡s empezaba a palpitar ante la espera del m*****o poderoso de su hombre, se desplazó hacia uno de los candelabros que yacían sin encender. Se acercó bastante. Con todo el poder que tenía, hizo brotar de las yemas de los dedos, la magia y el poder que había en su interior, una de sus uñas purpurinas se encendió con brotes de flama chispeante. Con esta le dió luz, a las mechas de las velas color carmesí,.
—Hermoso. —Susurró con su habitual voz aterciopelada.
Una de sus serpientes favoritas, se acercó a ella, enredándose con ternura alrededor de la extensión voluptuosa de su cuerpo."Sisi", silbo, luego le revelo su lengua
—¡Oh mí pequeña niña!.—Imitó el movimiento de su lengua reptiliana.—Debes irte, mi señor está por venir. Mamá piensa follar toda la noche.— Abrió un poco la ventana y la dejó escapar por las rústicas paredes del exterior. Su serpiente dorada siempre encontraba la forma de volver, pero ahora no deseaba compañía, quería estar a solas con su amado rey.
Se tiró en la enorme cama, vestida con la más fina seda. Se movió de un lado a otro en la textura que acariciaba su piel bronceada, Imitando los movimientos de una serpiente, de forma ondulada, suave y sensual.
El aroma de Kairon aún estaba en ella, miró el reloj robusto que colgaba de la pared. Debía estar por venir, en un momento que agudizó sus sentidos, sintió los pasos acercarse, pero en el retroceso del momento igual lo sentía alejarse, la desesperaba la inquietud ante la espera y el hecho de no verlo llegar.
Cerró levemente sus ojos. Pasados unos minutos, al abrir sus párpados con la curiosidad sustancial de reconocer el tiempo transcurrido con el caminar de la aguja del reloj, al moverse de forma circular.
Comprobó que traspasaba el límite de la espera lógica.
El dorado más el n***o de sus agujas, crucificaron sus anhelos. Los minutos transcurridos la dejaron frustrada.
No sentía su energía poderosa, agonizó ante la impotencia de que quizás se había regresado al palacete, a consumir su placer con una de esas mascotas inmundas e insignificantes. Seguro una de esas inmundas lo había seducido luego de su salida.
En la reina, no la sentía ser una rival de temer. Podía ser bella, pero no como ella. Aparte no era más que una débil bruja mística. En su mundo, ella era la reina. No le importaba que tuviera un vínculo con su rey Carmesí. No era nadie en comparación a ella, menos que una sombra. Intento apartarla de sus pensamientos.
Ya frustrada al saber que no llegaría, sus ojos amenazaron con cerrarse. Apagó las llamas de las velas silenciosas en su esplendor ruborizado. Solamente tuvo que aplaudir para que el viento de su fuerza psíquica borrará el fuego. Los restos del humo en hilo que subían al unísono por el espació pronto se difuminaron por el aire condensado. Fue a la ventana. Comprobó que Sisi se había alejado. Ya sólo le tocaba dormir, esperar el amanecer. Suspiró en la lejanía, con algo de letanía.
Su deseo tendría que consumirlo ella misma con sus dedos. No le gustó esa acción poco satisfactoria en comparación a las cogidas profundas de su amo y señor.
Mañana descubriría quién habia sido la maldita mascota que le había robado esa oportunidad placentera. También intentaría investigar sobre la bruja mística. La única preferida, la única que debía tener un valor especial para él debía ser ella. Le pertenecía en cuerpo y alma, eran dos seres equivalentes y apasionados. Nunca se resignaría ante la posibilidad de ser desplazada de su corazón.
En algún momento pensó que éste desistiría de su intención de encontrar algún día su destinada y le daría a ella la posición de reina.
Se puso de pie, con las ansias de ver lo que para ella era el recordatorio perfecto de su espera fiel. Paró en un extremo llamativo del interior de su alcoba, abrió el armario principal. Estaba lleno de vestidos rojos. Ansiaba algun día usarlos, solo la reina Carmesí lo podía lucir, era una regla milenaria impuesta por el mismo Lucifer.
No ha pasado, pero pasará. Si el no la alejaba como suponía. Sólo había que matar a esa bruja insignificante. Suspiro resuelta y decidida ante las opciones en su mente brillante.
—Eres tan inteligente Bastix. —Sonrió mientras saboreaba sus siniestros planes. —Eres la más bella y perfecta hembra que exite en todas las dimensiones.
Se lanzó nuevamente a la cama, enmascarando su tristeza con palabras de aliento para elevar su ego pisoteado. La oscuridad le fue ganando y sucumbió en el lecho del descanso.
Al otro día, luego de estar perfecta, para las miradas de los demás insignificantes habitantes de ese palacio de lava, "como solía expresar sin equilibrio verbal". Modelaba con su caminar altanero por los pasillos del segundo nivel, toqueteando las paredes doradas que estaban en las cercanías de su habitación.
Se fue desplazando. Los tonos oscuros, en ese ritmo de desplazamiento al frente, fueron variando a otras tonalidades.
La decoración y la atmósfera que derrochaba un lujo pretencioso era lo de menos en esos momentos de ansiedad s****l, buscaba respuesta, en tanto saber sobre su amo.
Dió muchos giros, descendió en busca de Boa, no dió con el, tampoco veía las otras serviles.
Cuando decidió subir nuevamente por las escaleras, vio a Peggy. Era de las serviles, aliadas a ella.
—Mi señora.—Se inclinó, como le había enseñado hacerle reverencia, ante su majestuosa presencia.
—¡Peggy!. ¿Acaso sabe dónde está el rey? Deseo verlo. —Esta negó con su rostro de tonta. Por suerte Boa se acercaba en ese momento.
—Mi señora Bastix, ¿cómo le amanece?.—La cosa fea, era la indicada para interrogar. Sabía cada paso que daba el rey.
—Me gustaría hablar con el rey.—Intento acercarse un poco, no tanto. Esa cosita era tan repulsiva. Solo lo suficiente para intentar persuadirlo con su encantadora belleza.—Tengo algo importante que comunicarle.
—Lo siento, mi señora. Tendrá que ser más tarde. El rey aún duerme. —Aprovecho y le hizo señas a Peggy para que se fuera. Le había resultado una inútil, en esa oportunidad. Le cortó los ojos para que lo entendiera.—No creo que salga del aposento en toda la mañana.—Eso la hizo sentir mejor, kairon nunca fornicaba en su habitación, era casi un santuario de espíritus ancestrales a los cuales veneraba, respetaba. Ese magnífico y poderoso demonio.
—No importa. Entonces iré a su habitación. —Le contestó animada, con la esperanza de arrastrarlo a su alcoba.
Le dió la espalda y se decidió a caminar en dirección al pasillo que daba a la habitación de Kairo. Boa la interrumpió. La cortó. Prácticamente se frisó en su último paso.
—¡Esperé, esperé, mí señora!.
—¿Qué pasa? —Volteó a verlo.
—El señor no está en su habitación.
—¿Cómo que no está en su habitación? —Eso no tenía lógica para ella.—¡Qué locura dices!, ¿acaso se quedó en el palacete con todas esas putas mascotas?.—Ya ni entendía lo que estaba pasando. Más el hermetismo silencioso de la cosa fea, que abría sus ojos con espanto.—¡Habla de una buena vez!, no se te ocurra mentirme.
—No, señora, amaneció con su reina. —Eso, sí que había sido la antítesis de todo lo que le gustaba al ser en llamas que tenía poblando sus entrañas. Como si un bloque de hielo la hubiera aplastado sin piedad.
¡No podía ser, no podía ser, no podía ser...¡. Gritó su ego engreído, revoloteando ante la impotencia de verse desplazada por una estúpida bruja.
Al parecer al final de cuentas tendría que matarla. «Sí o sí».