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Vendida al Diablo

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Descripción

Tienes la opción de huir, pero tu escape será inútil.

Desde antes de tu nacimiento, tu padre alteró tu destino para asegurar el suyo.

Creyó que al ocultarte en otro estado bajo una identidad diferente te protegería de lo que inevitablemente te aguardaba, pero siempre consigo lo que me pertenece.

Ahora es el momento de cobrar lo que se me debe.

Mientras tu padre pagó un precio alto con su propia sangre, tu deuda se saldará con tu propia vida; ahora estás bajo mi dominio.

Mis directrices son sencillas.

Te someterás.

Te quebrarás.

Obedecerás.

Si las sigues, tendrás la oportunidad de sobrevivir.

¿Qué sucederá si decides desobedecer?

Entonces, te someteré de maneras que desearás estar fuera de este mundo.

Soy Mateo Menessi, una encarnación del mal en forma humana.

Te doy la bienvenida a este lugar infernal.

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Capitulo 1
Mi madre me dijo una vez que no podía salvarme, que algunas personas simplemente nacieron para caminar por un camino de oscuridad. No fue hasta años después que entendí lo que quería decir. No puedes salvar al diablo. —Estamos aquí, jefe. ¿Dónde lo quieres? Martin dijo por teléfono. Miré la pantalla frente a mí y lo vi detenerse en el callejón al costado del club, esperando instrucciones. —Tráelo al sótano. Simplemente, haz que parezca una reunión normal. ¿Activaste el bloqueador de audio? —Sí. Lo hice tan pronto como me acerqué a él por si acaso llevaba un micrófono. No necesitaba que nadie supiera adónde íbamos ni con quién estuvo la última persona—. —Muy bien. Tráelo entonces. No tengo toda la noche—, dije y colgué. El fuerte bajo del Club Secrets, uno de los muchos clubes que poseía mi familia, vibraba a mi alrededor en el espacio húmedo. Era tan irónico que, mientras la vida prosperaba arriba, muchas terminaban abajo, en este mismo sótano. A veces me preguntaba cómo se sentiría la gente si supiera que aquí abajo estrangulan, queman con ácido, disparan y mutilan a personas mientras bailan toda la noche. —¡Deja de presionarme, cabrón! ¡Puedo caminar perfectamente bien!— Escuché afuera de la puerta. Saqué otro bloqueador de audio del estante y lo coloqué sobre el viejo escritorio de madera, encendiéndolo tan pronto como Joseph y Martin cruzaron la puerta. Asentí a Kovac y Swanson los guardias del lugar y cuando la puerta se cerró, Joseph volvió a mirarla cuando la pesada cerradura hizo clic desde afuera. —¿Qué pasa con la puerta cerrada?— preguntó, señalando la puerta con el pulgar. —Sólo una precaución. Tenemos algunas cosas importantes que discutir y no quiero que entre gente que no debería enterarse—, dije, apoyándome en el escritorio. —Toma asiento—. Lentamente se dirigió hacia la única silla de madera frente a mí y se sentó, sus brillantes ojos negros viajando entre Martin y yo. —Ojalá esta reunión no se alargue demasiado. Tengo una rubia ardiente esperándome—, dijo con una risa nerviosa. Crucé los brazos sobre el pecho con una sonrisa. —No tomará mucho tiempo. Sigamos adelante y comencemos entonces—. Señalé su camisa. —Deshazte de eso—. Miró hacia abajo y luego volvió a mirarme. —¿Qué? ¿Para qué?— —Tú más que nadie sabes que no me gusta repetirme Joe. Quieres volver con esa rubia, ¿no? Pregunté con una ceja levantada. La nuez de Adán se balanceaba en su garganta cuando tragaba. —Quiero decir, ¿hay alguna razón por la cual?— Puse los ojos en blanco. —No jodas , Sherlock. Estoy muy seguro de que no quiero ver tu barriga cervecera por diversión—, grité mientras sacaba el arma de mi cintura. —Deshazte de la maldita camisa—. Se tomó su tiempo sacando la parte inferior de su camisa de sus jeans, yendo tan lento que no podía soportar seguir mirándolo. —Martin, quítate la maldita camisa—, dije finalmente. Martin no perdió el tiempo arrancando la camisa del hombre de su cuerpo, revelando lo que sospechaba desde el principio. Chasqueé y sacudí la cabeza. —¿Un cable, Joe? Pensé que eras mejor que eso. Nunca te tomé por un soplón—. —No es lo que piensas, Matteo, lo juro. Algún imbécil me lo puso y... —¿Quién es la detective Lorein?— Interrumpí. Su boca se abrió y cerró por unos momentos. —No conozco a ningúna detective —, tartamudeó. Me reí entre dientes y recogí el sobre manila que estaba sobre el escritorio. —Parece que sí—, dije. La cara de Joseph se puso triste cuando saqué una fotografía de él y el policía tomada de la cámara que estaba en la sala de interrogatorios. —De hecho, hay muchas fotografías como estas con tu pequeña amiga policía—. Cuando dejé caer la carpeta de fotos a sus pies, él bajó y las agarró, mirándolas con los ojos muy abiertos. Matteo. —¡Vamos, Matteo! ¡Lo tienes todo mal! Sabes que nunca te traicionaría—, balbuceó Joseph, revisando todas las fotografías. Sólo mirar al hombre que tenía delante me dio ganas de ponerle una bala entre los ojos y acabar con esto de una vez. Pero no, tenía que hacerlo sufrir como él había hecho sufrir a mi negocio durante meses mientras todos tratábamos de descubrir quién nos estaba delatando. Cuando la gente amenazó mi libertad o detuvo mi flujo de efectivo, les hice pagar con su sangre. —¿Nunca me traicionarás?— Pregunté, entrecerrando los ojos hacia él. —¿ Entonces alguien retocó esas imágenes con Photoshop para incluirte en ellas?— —No sé qué hicieron, pero sé que no soy una maldita rata—, siseó. Levanté una ceja y señalé el cable que todavía llevaba. —Entonces, ¿por qué carajo estás conectado, Joseph?— Yo pregunté. Tragó, una gota de sudor rodó por su calva. —Águila calva—, murmuró, sin apartar la mirada de mí. Como no pasó nada, lo repitió un poco más fuerte. —¡Águila calva!— —Déjame adivinar, esa es tu palabra clave para decirles a tus amigos policías que estás en problemas—, dije con una sonrisa. Ni siquiera pueden escuchar esta conversación en este momento. ¿Creías que no lo sabía de antemano? Estaba preparado incluso antes de que supieras que vendrías aquí—. Su mirada siguió mi mano dentro de mi bolsillo mientras sacaba un pequeño reproductor de cintas. —¿Quieres adivinar qué podría haber en esta cinta que tengo?— —¡Sea lo que sea, te juro que no fui yo! ¡Alguien está intentando tenderme una trampa! El exclamó. —Te preparó, ¿eh? Bueno, veamos qué dijiste en esta cinta—, dije y presioné reproducir. El pequeño sótano se llenó con la voz de Joseph mientras divulgaba los asuntos comerciales de mi familia. Trata de personas, prostitución, contrabando de armas. Les habló de personas que habíamos asesinado y de cómo lavamos nuestro dinero a través de negocios legítimos. Mientras todos escuchábamos, Joe se limitó a bajar la cabeza y sacudirla. Miré a Martin. —Eso suena mucho a Joe, ¿no?— —A mí me suena a él—, el hombre corpulento a unos metros de distancia mientras miraba a Joseph. —Mi padre y yo pensamos que podíamos confiar en ti, Joe—, dije sacudiendo la cabeza antes de detenerme frente a él. —Eras mi tercero al mando. Después de todo lo que mi familia ha hecho por ti, ¿nos lo agradeces jodiéndonos y delatándote a la policía? —Matteo, te lo juro, hombre. Yo nunca te haría eso. ¡Ustedes son mi familia! el exclamó. —Sabes que no hay nada que odio más que un soplón y un mentiroso. Y resultó que eras ambas cosas —dije, mi voz incluso mientras bajaba mi arma y le disparaba en la rodilla. —¡ Mierda ! Matteo, ¡por favor hombre! ¡No tienes que hacer esto! -gimió, agarrándose la rodilla herida. Fue interesante observar lo que el miedo le hacía a un hombre adulto. Verlos suplicar. Alegar. Conviérte a cualquiera en una pequeña perra cuando tienes su vida en tus manos. El contundente bajo del club encima de nosotros le recordó lo inevitable. Nadie lo oiría gritar. Nadie pediría ayuda. Nadie lo salvaría. —Lo primero que pensé fue simplemente ponerte una bala en el centro de la cara, pero cambié de opinión.

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