El cabello canoso del abogado del gran Baltasar Novak, era lo único en el campo de visión de Rhys. Dejó dos largas y desnudas piernas en su cama en Londres el día anterior, para volar de urgencia a Ámsterdam para escuchar el testamento de su viejo padre. Rhys llevaba más de veinte años sin pisar tierra natal, y sin entrar a su mansión de la infancia. No le resultaba gratificante entrar al lugar que juró jamás volver a tocar, y del que se marchó después de decirle a su padre que la siguiente vez que regresara a Ámsterdam, sería para su funeral. Y de esa forma resultó, porque cuando el abogado lo llamó, fue para notificarle que su padre había muerto y debía asistir al funeral y la lectura del testamento.
Su padre era un adinerado terrateniente dueño de extensas cantidades de tierras y propiedades, tanto en las zonas poco pobladas, como la ciudad. Su padre amasó su fortuna de forma legal y transparente, aun cuando la mayoría pensaba que las propiedades que compraba eran para lavar el dinero en efectivo de sus múltiples negocios. El apellido Novak estuvo en boca de todos por largo tiempo como uno de los más poderosos en Ámsterdam por el dominio de Baltasar, hasta el fatídico día de su muerte.
Un hombre de casi setenta años, con un tumor cerebral, murió en medio de las lágrimas de su querida hija adoptiva. Aquella mujer de ojos tan azules como un zafiro, estuvo a su lado hasta que su último aliento brotó de entre sus labios agrietados. Las gruesas lágrimas de la jovencita de veinticinco años, era el más grande dolor de Baltasar. Era ella el motor de su vida, siendo más hija que sus propios hijos. De cuatro ramificaciones de Baltasar, cuando los cuatro se enteraron de su enfermedad, ninguno dejó sus obligaciones para estar con su padre. Baltasar no era un mal hombre, pero tampoco era bueno. Cometió muchos errores después de que la madre de sus hijos muriera en un accidente de tránsito. La forma de comportarse, llevó a sus hijos a marcharse, quedando solo en una enorme mansión en lo alto de una colina.
Aquella chica de rostro angelical y ojos de cristal, fue la única que se quedó a su lado hasta el final, y la que lo lloró y arrojó tierra seca sobre su ataúd oscuro. Sus hijos ni siquiera llegaron a su funeral. Solo a la lectura de su testamento, el día siguiente del funeral. La familia Novak estaba destruida, fragmentada, desequilibrada. No eran los chicos felices de la señora Novak, ni los que se decepcionaron de su padre cuando cambió después de la muerte de su esposa. Aquellas cuatro personas reunidas con el abogado, eran tan diferentes entre ellos, que no parecían de la misma cepa.
Rhys estaba deslizando el dedo por la pantalla de su teléfono, mientras Gwen, la segunda hermana, se encontraba revisando una de las viejas revistas en el salón de reuniones. Los gemelos Theo y Enzo, se encontraban sentados uno junto al otro, conversando sobre los últimos acontecimientos de la semana, y su cumpleaños dos días después de ese momento. El viejo Baltasar decidió el peor día para su muerte, no solo porque casi arruinó el cumpleaños de los gemelos, sino porque sacó a Rhys de su cama y a Gwen de una cita importante con su novio de años. Fue el peor día para morirse.
Rhys alargó su mano para sujetar una de las copas de vino que estaban en la mesa entre sus hermanos, y llevó la copa a su nariz. Solo por el olor sabía que no era un vino de buena calidad. Era casi orina de caballo para un paladar tan desarrollado como el suyo. Rhys dejó la copa de nuevo en la mesa y observó al abogado que comenzaba a extraer el documento oficial del testamento. Ese dinero no le caería mal a ninguno de los cuatro, quienes, aunque tenían una vida bastante estable, pendían del fino hilo de la quiebra.
Los hermanos no parecían una familia. Cada uno estaba por su cuenta, siendo los gemelos los únicos unidos por el apellido. El abogado de Baltasar lo sabía, todos lo sabían, sin embargo, ellos mismos pensaban que tenían el derecho total sobre el hombre que nunca quisieron, respetaron, ni ayudaron en sus últimos días de vida. Lo que Baltasar eligió para ellos no era un castigo. Era una forma de demostrarles que aun en su desprecio, en su pésimo comportamiento y con el apellido, eran sus hijos, y lo merecían por linaje, pero no tendrían acceso a eso que los regresó a casa.
—¿Están listos para la lectura? —preguntó el abogado.
Gwen, quien se encontraba de piernas cruzadas, bajó tan solo un poco la revista para que su oscura y alzada ceja se percibiera.
—Esta tardando, abogado —le dijo suave—. Tengo asuntos importantes que hacer en Estados Unidos este fin de semana.
El abogado les dijo que le prestaran atención para comenzar a leerlo. El hombre mantuvo su cuerpo detrás de la mesa de madera donde el viejo Baltazar se sentó a redactar dos cartas para Rhys. Los gemelos miraron al hombre y Rhys guardó su teléfono en el bolsillo interno de su saco. Había llegado el momento de la verdad.
—Yo, Baltazar Hall Novak, actuando bajo mi propio nombre y derechos, por el presente documento declaro, en pleno uso de mis facultades mentales, con mi puño y letra, y en capacidad legal para testar, formulo mi testamento en los términos que a continuación se expresarán —dijo el abogado lento para que todo quedase claro—. Primero, quiero agradecerles a mis hijos por regresar a su hogar. Los mejores momentos no los vivieron en este lugar, pero me reconforta saber que aun en mi ausencia, regresaron una vez más. Este siempre será su hogar, sin importar lo que se detalle en las siguientes líneas, ni los roces que alguna vez tuvimos.
Theo y Enzo se miraron a los ojos. Ellos eran los menores, los que se quedaron más tiempo con su padre, y quienes se marcharon cuando el viejo Baltasar les dijo que era momento de que extendieran sus alas y volaran. Ellos no estuvieron con él porque recordaban algo bastante emblemático que el viejo les dijo antes de que se marchasen. Los reunió a ambos y les dijo que no volvieran a casa hasta su testamento, que ellos no tenían que verlo degradándose ni perdiendo la fuerza de la que se enorgullecía.
Por su parte los dos mayores eran aves rapaces que el viejo agradeció no tener a su lado. Su hija era un demonio salido del inframundo, y Rhys era el hijo menos favorito de Baltasar. Los hermanos llevaban más de diez años sin reunirse en un mismo lugar y compartir algo, y lo que los regresó, fue una mala noticia.
—El fruto de mi amado matrimonio con Jeanette Queen Novak, son mis amados hijos, Rhys, Gwen, Theo y Enzo Novak —agregó el abogado—. No tengo hijos adoptivos, ni extramatrimoniales. Solo una jovencita adorable que ha sido mi amparo y fortaleza durante esta última década de vida, y siendo ella, un valor mayor que el dinero para mí, y la persona que se convertirá en una discordia para mis hijos cuando en mis líneas les cuente mi última voluntad.
Rhys frunció el ceño y Gwen lamió su labio inferior. Ellos sabían que su padre tenía a una jovencita bajo su ala desde que ella tenía catorce años. Los mayores no la conocían, los menores sí. Gwen soltó un suspiro y llevó una de las copas de vino de la mesa a sus labios y de un tirón lo escupió de regreso. Theo sonrió levemente y Enzo le golpeó el hombro. Estaban acostumbrados a las bebidas fuertes, almizcladas, amaderadas o lo bastante costosas como para que el sabor no importara, y ese vino, tal como Rhys lo pensó antes de ingerirlo, no era acto para los herederos de Baltasar Novak, sin mencionar que todo el salón estaba repleto de girasoles.
Rhys intentó mantener su respiración tranquila para que su garganta no se trancara por los girasoles. Agradeció cuando el abogado hizo una pausa para que Gwen escupiera el vino, para colocarse de pie y quitar las flores que estaban cerca de él. Gwen comenzó a maldecir el vino, y llamó a alguien del servicio para que sacara las botellas que su padre almacenaba en las bodegas y sirvieran vino de calidad. El abogado, consternado por el comportamiento de los herederos, hizo una pausa y se quitó los lentes mientras Gwen sonaba una campana para que llegara alguien que le diera algo lo bastante delicioso para mitigar el sabor del vino de supermercado que sirvieron en la vajilla fina.
De entre las puertas dobles, apareció una jovencita de ojos azules y cabello tan oscuro como la noche. Gwen miró a la puerta, se levantó de la silla y abrió los brazos como crucificado.
—Al fin aparece alguien del servicio —exclamó Gwen.
La jovencita miró al abogado que conocía, y luego a Gwen. Los gemelos se miraron entre ellos y movieron las cejas. La chica le mantuvo la mirada a Gwen, con las manos en su estómago.
—¿Disculpe? —preguntó ella.
—Tu niña —dijo Gwen despectiva—. Quita esos alérgicos girasoles de todo el salón. No solo son corrientes, sino que le producen alergias a mi hermano. Cámbialas por rosas, tulipanes, peonias, orquídeas, lo que quieras, menos los malditos girasoles.
La jovencita respiró profundo y mantuvo las manos apretando su estómago. Era la primera vez que los veía tan cerca. Había escuchado de ellos, pero en persona eran aún más desagradables.
—Eran las flores favoritas del señor Novak —dijo la chica.
Gwen resonó su alto tacón rojo sobre la madera del piso.
—Y el señor Novak no esta aquí para defender lo que le gustaba —le dijo mirando sus ojos azules—. Es una orden, jovencita.
La jovencita tragó saliva y miró la enorme espalda del hombre de altura prominente que recogía todas las flores en una sola mesa.
—Debe haber un error —dijo la jovencita.
Gwen chasqueó su lengua y alzó un dedo.
—Hay muchos errores en esta mansión, comenzando por la insolencia de los empleados —le dijo Gwen alzando los hombros.
Theo, quien se encontraba junto a su hermano, intentó intervenir para que la masacre entre las dos mujeres no se propiciara.
—Gwen.
—¡Cállate! —gritó Gwen antes de peinar su largo cabello oscuro y alzar una ceja hacia la joven—. Y tú, has mejor tu trabajo. No acepto la insolencia, así como tampoco la incompetencia, y si quieres mantener ese patético trabajo, te recomiendo obedecer. Tú necesitas más el dinero, de lo que yo te necesito aquí.
La joven sintió la punzada de ira en su estómago. Eso era de las peores humillaciones en mucho tiempo. Gwen no le dio oportunidad de decirle que no era sirvienta, ni trabajaba en la mansión. La atacó como si fuese un animal venenoso, cuando la serpiente enroscada en la garganta de la jovencita era ella. Los gemelos, siendo los únicos que sabían de quien se trataba, volvieron a intervenir para que Gwen cerrara la boca.
—De hecho, hermana…
Gwen cerró los ojos y despegó los labios.
—Que cierres tu linda boca, Theo —lo reprendió una vez más.
Gwen dio un paso más cerca de la jovencita justo cuando Rhys terminó con los girasoles y miró a la chica. La había visto de lejos cuando llegó, y no llevaba atuendo de sirvienta. Llevaba un vestido oscuro, con flores blancas adornando su corpiño. Lucía bastante joven con sus labios en forma de corazón y sus cejas amplias, pero la verdadera belleza de la mujer estaba en su paciencia y en esos ojos azules que eran tan profundos como el océano.
—También quiero que hables con tus amigos en la cocina y diles que la nueva señora Novak ordena que cambien los canapés y las botellas de vino —dijo Gwen alzando una de las botellas por el cuello—. Sé que es el post funeral, pero la comida esta insípida y el vino es económico. Baltasar no trabajó cuarenta años para que sirvan agua azucarada en su lectura del testamento.
Rhys movió los hombros y guardó las manos en su pantalón. Él también estaba de acuerdo con el vino y que cambiaran la comida fría. Su padre era la clase de hombre que amaba el orden, y lo que ellos hacían con su funeral era un enorme desastre.
—Mi padre tenía el dinero suficiente para que su funeral fuese una enorme fiesta, y no una sepultura insípida —agregó Gwen.
La jovencita no bajó la mirada, no agachó la cabeza ni se sintió intimidada por ella. Tuvo una serpiente de mascota cuando era una niña, así que sabía que Gwen no era venenosa. Solo se defendía. La jovencita de ojos zafiro giró levemente hacia Rhys. El hermano mayor no dijo una palabra. Dejó que Gwen se encargara. No dijo nada para defenderla a ella, y tampoco para apoyar a su hermana. Para la chica, Rhys no era más que un cobarde oculto en su diplomacia, mientras los menores, por ser menores, eran silenciados para que la diosa Gwen se alzara como la nueva dueña.
—¿Me escuchaste? —preguntó Gwen chasqueando los dedos para que volviera a mirarla y acatara su orden directa—. No tengo todo el día, y mi garganta esta seca. Trae vino y nueva comida.
La jovencita le quitó la mirada a Rhys y le sonrió a Gwen. Aunque era tan joven como los gemelos, no era como ellos. Ella si fue educada correctamente para que el apellido no dañase su ego.
—En seguida, señora Novak —le dijo la jovencita.
La jovencita le dio una mirada rápida a Rhys y abandonó el salón. El abogado, quien observaba todo desde su apacible lugar detrás del escritorio, entendió por qué la cláusula de Baltasar. Sus hijos no eran santos de devoción, ni merecían tener más poder. Si con ese poquito poder que conllevaba el apellido eran animales, con la fortuna de Baltasar, serían déspotas, narcisistas y desagradables.
—Lo primero que haré cuando vacacione en este lugar, será cambiar el pésimo servicio de Baltasar —dijo Gwen peinando de nuevo su cabello y regresando a la silla para continuar con la lectura—. Incompetencia es lo que sobra en estos lugares remotos.
Rhys mantuvo las manos en sus bolsillos.
—El servicio en otros lugares es impecable —continuó Gwen.
Rhys alzó las cejas, se rascó el labio inferior y volvió al sofá.
—¿Esperaremos que cambien las flores y el vino para continuar con la lectura del testamento? —preguntó el abogado.
Tres de los cuatro guardaron silencio, y siendo Rhys el mayor, tomó la palabra. Estaba cansado de convivir con Gwen. Era una diva, aunque él tampoco era la persona más sociable del planeta.
—No es necesario —dijo Rhys cruzando una pierna sobre la otra y recostándose en el espaldar—. Necesito salir de este lugar.
A Rhys no le gustaba la mansión, y si no fuera porque la lectura no se haría si los cuatro no asistían, no habría ido. El abogado, después de todo los percances, buscó la línea en la que se quedó. El testamento no era demasiado extenso. Estaban por leer la repartición de bienes, después de que el abogado detallara sus propiedades en todas las zonas, la cantidad de tierras y el valor de sus acciones en la bolsa, cuando la jovencita regresó con una de las botellas más costosas que encontró en la bodega, acompañada con otras sirvientas que llevaban rosas para cambiar los girasoles.
—Era tiempo —dijo Gwen con una sonrisa de hipocresía que no le agradaba a nadie—. Creí que fuiste a cortar la selva amazónica.
La jovencita dejó la botella de forma sonora en la mesa donde se encontraban las copas y miró directo a los ojos de Gwen.
—No hay rosas en la selva amazónica —le dijo segura.
Gwen apretó el sofá y se inclinó hacia ella.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gwen.
La jovencita enderezó la espalda y le sonrió levemente.
—Yo si fui a la escuela, señora —dijo la jovencita.
Rhys, quien se encontraba junto a Gwen, miró a su hermana por el rabillo del ojo y frunció el ceño hacia la jovencita. Su lengua era afilada, y los gemelos lo sabían. Ellos sonrieron cuando la jovencita se defendió del ataque de Gwen, y de inmediato hablaron en susurros. Lo que más les gustaba de ella era que se defendía, y eso era lo que molestaba a Gwen. A ella le gustaba tener a todos bajo el tacón de su bota, aplastados como una asquerosa cucaracha.
—Retírate —le dijo Gwen entre dientes, aun manteniendo la dura mirada en sus ojos—. No necesitamos tus servicios, ni tus clases. Cuando te necesite, tocaré la campana.
La jovencita asintió con la cabeza y se marchó en silencio. Rhys la vio alejarse hacia la puerta, igual que el resto del servicio.
—Puede continuar, abogado —le dijo Rhys cansado del drama familiar—. ¿Cuánto nos tocará a cada hermano?
El abogado leyó un par de cosas más antes de llegar al monto.
—Su padre amasó una fortuna de doscientos cincuenta millones de euros, eso sin incluir algunas de sus propiedades y negocios poco favorables que no entraron en el capital general —informó.
Los gemelos chocaron sus puños, Gwen sonrió y pensó que ese era el dinero que necesitaba para vivir como una reina el resto de su vida. Aun cuando eran cuatro, les tocaba una buena cantidad.
—Son sesenta y dos puntos cinco millones por cada hermano —dijo Gwen siendo buena con los cálculos matemáticos y el dinero que no trabajó—. No tendremos que trabajar nunca más.
Rhys mantuvo su rostro inexpresivo. Para él, quien conocía al viejo Baltasar, ese dinero no podía ser tan sencillo de llegar a ellos. Al viejo le gustaba el juego de “trabaja para tener tu propio dinero, no dependas de mí”, y que de pronto les diera todo su dinero sin que les costara nada, debía tener una cláusula engaño. Podía pedirles un hijo, o encontrarlo como el tesoro de un pirata. Para Rhys, que se los diera era muy fácil, y más considerando que ninguno de ellos estuvo junto a él por mucho tiempo, ni lo acompañó en su enfermedad. Los otros tres pensaban que su vida estaba hecha. Lujos, derroche, mujeres, fiestas, quizás un par de inversiones y serían los nuevos millonarios sin mucho esfuerzo.
—¿Cuándo tendremos acceso al dinero? —preguntó Gwen.
El abogado elevó sus lentes por el puente de su nariz.
—Su padre dejó establecida una cláusula importante, así como dos cartas escritas a puño y letra del señor Novak —dijo el hombre sacando ambas cartas de su portafolio y extendiendo su brazo hacia Rhys, por ser el hijo mayor—. La carta la dejó para usted.
Rhys se elevó del sofá y sujetó los dos sobres. No creía que su padre le dejara algo, y menos dos cartas.
—¿Qué contienen? —preguntó Rhys.
—No lo sé —dijo el hombre siendo honesto—. Su padre las redactó para usted, para que abriera una a los treinta años.
Rhys relajó el ceño y miró al abogado.
—Es imposible —dijo moviéndolas—. Tengo treinta y cuatro.
El abogado le sonrió.
—No son sus treinta —le dijo—. Los treinta de la cláusula.
Gwen miró a Rhys y apretó su entrecejo.
—Tiene que explicarnos —le exigió Gwen al abogado al cruzar los brazos—. No me gustan los abogados por la misma razón. No hacen más que confundirnos, y lo único que quiero es mi dinero.
Y mientras Gwen esperaba que le explicaran, la jovencita se encontraba en la cocina con las chicas que llevaron las flores al salón. Estaban asombradas de que esa familia fuese tan cruel. A ella no le parecían crueles. Solo necesitaban que los corrigieran.
—Todos son unos consentidos que no conocen nada de la vida. Son los típicos millonarios que piensan que por portar el apellido Novak hay que arrodillárseles —dijo la jovencita en voz alta cuando sujetó un mazo de girasoles y las colocó junto a la ventana—. Necesitan una lección, y Baltasar se encargará de dárselas.