2 | Cláusula de discordia

3212 Palabras
—¿Qué dice? —preguntó Gwen al inclinarse adelante. —Lo que escuchó, señorita —respondió el abogado con la mirada en ella—. Su padre no les dejó más que un fideicomiso de diez mil euros, que serán enviados a sus cuentas una vez al mes. El resto del dinero es del dominio de su hija adoptiva, Faith Ferrara. Los cuatro hermanos se congelaron en sus asientos al escuchar la última voluntad de su padre. No solo les dejaba una miseria comparada con los millones que amasó durante años, sino que le dejaba todo el dominio del dinero a una jovencita que desconocía el mundo empresarial o los negocios millonarios. Los gemelos lo tomaron como una bofetada de guante blanco por no estar con el viejo durante sus últimos años. Rhys lo entendió al comprender que Baltazar no les dejaría su dinero. Fue Gwen quien se levantó del sofá convertida en un demonio que solo buscaba la sangre de Faith. A ella no le quitarían la única razón por la que regresó a casa. —¡¿Diez mil euros?! —chillo al borde de la histeria por no comprender lo que su padre hizo—. ¡Eso cuesta uno de mis bolsos! Enzo, al tragar saliva, también se levantó. Él, a diferencia de Gwen, no estaba en desacuerdo de que su padre le dejara su dinero a una chica que estuvo a su lado en las buenas y las malas. Lo que le molestó era que su padre muriese y dejara como última voluntad una sentencia de muerte sobre aquella jovencita de ojos azules. —Debe haber un error —dijo Rhys al colocarse de pie igual que sus hermanos—. No puede dejarle todo el dinero a una desconocida, y solo dejar una maldita carta que no puedo abrir. El abogado se mantuvo en su silla, mirándolos a los cuatro. —No es ningún error —les dijo—. Así lo estipuló el señor Novak. Gwen insertó los dedos entre las hebras oscuras de su cabello y arrastró las yemas por su cuero cabelludo a medida que apretaba sus dientes y maldecía internamente por tener un padre como él. —¡Viejo malnacido! —rezongó entre dientes—. Era obvio que no nos dejaría el dinero que nos ganamos por ser sus hijos. Es tan maldito, que no le importamos. La verdad, nunca le importamos. Rhys la miró enojada. Los gemelos soltaron un suspiro y se rascaron la barba o frotaron su rostro. Pasar de tener poco más de sesenta millones casi seguros, a no tener más que diez mil al mes, era un golpe fuerte. Diez mil euros no eran nada para Gwen, cuando su prometido, uno adinerado empresario de una importante multinacional importadora de autos, le regalaba diamantes. Gwen siempre fue tras el pez más grande, y cuando ese hombre enloqueció por ella, vio su futuro siendo la mujer más elegante de toda Florida, sin embargo, esa relación no iba del todo bien las últimas semanas, y ese dinero era su resurgimiento. Gwen tenía un defecto y era que nunca se rendía hasta obtener lo que quería. Quizá para algunos era un defecto, pero para ella era la manera de conseguir las cosas que quería, como en ese momento, cuando caminó hacia el abogado y colocó sus manos sobre el escritorio. Lo hizo en forma dominante, para marcar territorio. —¿Qué debemos hacer para obtener ese dinero? —le preguntó por lo bajo—. Estoy dispuesta a cualquier cosa por esos sesenta millones. Pida por esa boquita, abogado, y lo complacemos. El abogado le sonrió. Él no solo era un hombre respetable. Era la persona en la que más confiaba el viejo Baltazar por no solo ser la persona que le demostró con hechos que haría lo que fuera por él, sino que lo ayudaría a que se cumpliera su última voluntad sin problemas. Fue por ello que el hombre, conociendo la reputación de Gwen, no cayó ante el coqueteo o la mirada lasciva de la mujer. —No solo soy un abogado respetable. Tengo una esposa —le dijo el hombre cuando la miró a los ojos—. No caeré, cederé, ni le daré el beneficio de la duda. Lo único que le sugiero como alguien con veinte años más que usted, es que lea la carta de su padre. Gwen no solo estaba enojada por el rechazo y el desplante del hombre, sino que era una de las pocas veces que seducir o incitar a alguien al sexo, no funcionaba. El abogado no podía ser tan difícil de derribar, sin embargo, Gwen rodó los ojos y enderezó la espalda. Sus hermanos estaban acostumbrados a verla seducir y embaucar a los ojos, pero jamás imaginaron que lo hiciera con el abogado. Eso sí que fue una novedad un tanto desagradable considerando que el abogado podía ser su padre por la edad, aun cuando su apariencia física era la de una persona más joven que el viejo Baltazar. —Lee la jodida carta, Rhys —le dijo ella. Rhys buscó la diferencia entre las dos cartas. Además de que su nombre estaba escrito por fuera del sobre, también tenía una pequeña inscripción en la parte delantera. Una decía que se abriera después de su muerte, y la otra cuando cumpliera treinta años. Rhys se guardó el segundo sobre en el bolsillo de su saco y rasgó el primero para encontrarse con una carta breve. Llevaba muchos años sin ver la letra de su padre, y menos que se refiriera a él como su amado hijo. Rhys, a medida que deslizaba sus ojos por las letras, casi podía escuchar la voz de su padre en la cabeza, cuando leyó para sí mismo que todo lo que el abogado les dijo, era cierto, y que la cláusula más importante para cederles el dinero que por derecho les pertenecía, era que cuidase, él en persona, de Faith hasta que cumpliera treinta años. Cuando ella alcanzase esa edad, el dinero sería liberado de forma equitativa, así como sus bienes. Rhys, al terminar de leer la carta, expuso lo que decía a sus hermanos. Los gemelos se miraron de nuevo entre ellos, sabiendo lo que eso significaba. No solo se avecinaba una guerra para Faith, sino que todo lo que alguna vez conocieron, cambiaría por ese dinero. El no darle a Gwen lo que le pertenecía, solo abría la boca del león que los tragaría igual que a un dulce. Gwen no estaba feliz, y cuando esa mujer no estaba feliz, nadie a su alrededor lo estaba. —¿Quién carajos es la heredera? —preguntó—. ¿Dónde esta? Gwen miró a sus hermanos y luego al abogado. El hombre le pidió un minuto más de su tiempo para terminar de especificar las cláusulas. El dinero sería liberado en el cumpleaños treinta de Gwen, siempre que la chica llegase con vida a esa fecha. Si moría en el proceso, el dinero sería enviado a fundaciones sin fines de lucro y a caridades a las que Baltazar pertenecía. Esa cláusula no solo era una obligación. Era la única manera en que, después de su muerte, Faith continuara protegida de los fantasmas de sus padres. Gwen cerró los ojos y soltó un suspiro. Esa cláusula no solo era estúpida, sino que colocaba su dinero en manos del destino. Desconocían el día que morirían, así como todos desconocían la razón por la que debían protegerla. En la carta no se especificó, y el abogado tampoco lo dijo. Todo era un enorme misterio que tarde o temprano reventaría, pero en ese momento, en ese salón, lo único que ellos necesitaban saber era dónde estaba la heredera. —Ella se encuentra en la mansión —informó el abogado. Rhys, en lugar de guardar la carta como un recuerdo de su padre, la arrugó en su mano, hizo una bola y la arrojó en un perfecto tiro de tres puntos hasta el bote de basura. Los gemelos no quisieron intervenir, no comentaron nada y solo dejaron que todo cayera por su propio peso. Ellos conocían a Faith, y sabían que así como su hermana era una víbora, Faith era una leona que protegía lo suyo. —¿Quién carajos es la desgraciada que tiene mi dinero? —preguntó Gwen con ira en sus palabras—. ¡Exijo conocerla! —Ya lo hizo —dijo la jovencita al abrir la puerta—. Soy Faith. Faith, después de conversar con el servicio en la cocina, espió un poco tras la puerta para esperar el momento idóneo y que todos la conocieran. Faith no estaba ajena a lo que Baltazar quería con su dinero. El hombre, mucho antes de su muerte, le dijo que él la adoraba con todo su corazón y que sería capaz de dar la vida por ella. También le dijo que la amaba como a una hija, e incluso, sabía que ella lo amaba más de lo que sus propios hijos lo hacían, y era por eso que dejaría una cláusula para que su hijo mayor la protegiera de eso que solo ellos dos, y el abogado, sabían. Faith no quería problemas, sin embargo, Baltazar le dijo que la única manera de que continuara viviendo en la mansión y que le dieran el lugar que le pertenecía, era quitándoles el dinero y colocándola como una cláusula inquebrantable que no se rompería hasta sus treinta. La mirada de los hermanos fue a la misma jovencita de vestido oscuro que llevó el vino, y que en ese momento era su rival más grande. Los gemelos sonrieron al saber quien era ella realmente, y que debajo de sus ojos hermosos y su rostro angelical, se escondía una leona, como a ellos les gustaba llamarla, que no bajaba la cabeza y que no se rendía. Ver como esas dos mujeres se enfrentaría, era casi tan excitante como una pelea de boxeo. —No soy la sirvienta de la familia Novak —dijo la jovencita con el mentón alzado y la voz tan firme como la de Baltasar—. Soy la heredera universal de la fortuna de Baltasar Novak. Gwen la miró de arriba a abajo con la misma prepotencia y de forma despectiva, que usó cuando la llamó niña. Gwen no solo no podía creer que su padre le dejara su dinero a una simple empleada del servicio, sino que ella no tenía el porte ni la elegancia para soportar más de doscientos millones de euros sobre su espalda. —Es una broma —comentó Gwen—. Por supuesto que es una broma. Tú no eres la heredera del dinero de mi padre. Faith cruzó los brazos. —¿Ahora lo llamas tu padre? —replicó Faith con las cejas tranquilas—. ¿No era el viejo decrepito que les arruinó la vida? Gwen lamió su labio inferior y arrastró su tacón hacia ella. —Mi padre era un puto viejo decrepito, y por eso piensa que caeré en su juego —escupió Gwen—. Sobre mi cadáver tendrás mi dinero. No eres nadie para que puedas tenerlo. Eres basura. Faith le sonrió y respiró profundo. Si había algo que a Gwen le molestaba en demasía, era que las personas se burlasen de ella, o tomasen sus palabras como algo sin importancia. Fue por ello que cuando Gwen actuó tranquila, ella lo sintió como una ameniza. —Escúchame bien, maldita cucaracha millonaria —escupió Gwen al acercarse un poco a Faith para lograr intimidarla—. Primero se congela el infierno, antes de cederte nuestro dinero. Faith no miró a los demás hermanos, ni le quitó la mirada. Siquiera mover los ojos a los costados, bastaba para darle una pizca de seguridad a Gwen, y ella buscaba quitársela, no dársela. —Colócate un abrigo, querida, porque eso jamás sucederá —respondió Faith sin titubeo—. Son órdenes de Baltazar Novak. Gwen tragó saliva, apretó sus puños y sintió las uñas penetrando sus palmas. No era doloroso, era placentero, considerando que estaba comenzando una guerra con una mujer que no se le rendía. —¡Esto tiene que ser una maldita broma! —gritó Gwen taconeando dos veces sobre el piso—. Ella no puede ser la heredera. Esto es una broma de la niña porque le dijimos sirvienta. Faith miró el suelo y luego a ella. —Mi ego no depende de lo que digan de mí. No me resumo a que me llamen sirvienta —dijo Faith—. A diferencia de ustedes, mi apellido no me precede, ni dependo de lo que piensen de mí. Faith desvió solo un momento la mirada a los gemelos, y luego a Rhys, quien se mantuvo en silencio observado como su hermana intentaba devorarse una presa que lucía más grande que ella. —En este momento soy la sirvienta si así me quieren llamar, o su adversaria por un dinero que no pedí, pero que su padre, a diferencia de ustedes, me consideró para tenerlo —dijo de forma tan educada, que Rhys tragó saliva y le mantuvo la mirada dos segundos antes de que ella mirara de nuevo a Gwen—. Esta es una lección para que piensen en todo lo que hicieron mal a lo largo de su vida. No culpes al mensajero solo por dar el mensaje. Faith miró al abogado y mantuvo su compostura. —No pensaban que la vida sería tan simple, ¿o sí? —les preguntó. En ese momento se encontraban en un jaque que casi los hacía perder el juego. No solo del dinero o las propiedades, sino de lo que la prensa diría, lo mucho que se los comerían vivos en la televisión y el internet, y que no podían quedarse como los hijos poco importantes de Baltazar Novak. Ellos eran una familia respetable, pero en ese momento lo único que los precedía era la ruina. Rhys, siendo el mayor, intentó pensar en algo que los ayudase a salir de ese embrollo. Él conocía las leyes y era ilegal que su padre los dejara sin percibir dinero de la herencia que les pertenecía por sangre y apellido. Rhys pensó que la forma en la que todo podía solucionarse, era traspasando el dinero con una firma de la heredera. Él entendía que eso no era lo que su padre quería, pero en situaciones desesperadas, medidas desesperadas. No voló tan lejos para que le dijeran, no solo que debía cuidar de alguien, sino que ese alguien era una maldita caja fuerte andante. —Tienes que firmar un documento de traspaso —le dijo Rhys. Faith percibió que finalmente el mayor de los cuatro hablaba. Pensaba que una rata se había comido su lengua, o que solo era un cobarde que dejaba que la mujer defendiera sus derechos. De igual forma, fuese lo que fuese, no era importante para ella. Lo que le competía era la exigencia que no sonó como una, pero lo era. —No lo haré —le dijo Faith con la misma ferocidad de antes. Rhys, quien se había mantenido en el costado de su hermana, dio un paso hacia Faith. La chica era delgada, un poco más pequeña que él, y ese rostro jodidamente bello era casi una jodida tentación, de no ser porque la lascivia y el morbo abandonaron el salón cuando una disputa legal y económica arrastró cualquier mínimo deseo que existió cuando la vio por primera vez y sintió su mirada. —Tienes que hacerlo —le dijo Rhys de nuevo. A diferencia de su hermana, él estaba calmado, como si el dinero no le importaba. La diferencia entre Gwen y Rhys, era que Rhys era un hombre más calmado, su edad lo permitía, mientras Gwen era alguien acostumbrada a que nunca le decían no, y tenía las cosas sin pedirlas. Gwen estaba enloqueciendo, mientras Rhys buscaba soluciones que por supuesto Faith, aun cuando el hombre entraba en su top cinco de los más guapos que había visto, no aceptaría. —No tengo que hacer nada —dijo Faith manteniendo la mirada en Rhys—. ¿Dónde estaban cuando su padre estaba muriendo? Rhys volvió a tragar. —Ocupados —dijo en un susurro. Faith asintió una vez. —Entonces no tienen derecho a pedir dinero que no les corresponde solo por portar un apellido —le dijo ella con un deje de dolor por la forma en la que los hijos del hombre que quería, se referían a él—. Baltazar Novak era más mi padre que suyo. Estuve con él todos estos años. Lo vi sufrir porque sus hijos lo despreciaban. Viví con él tantas cosas, que no tengo un solo recuerdo de él sonriendo porque recibiera una visita o una llamada de ustedes. Deberían sentir vergüenza de que una desconocida amara a Baltazar más de lo que su propia estirpe lo hizo. Gwen frunció el ceño. —Baltazar era un desgraciado —gruñó Gwen entre dientes—. ¿Acaso no sabes todo lo que hizo? Claro que no. Solo conoces lo bueno. No eres más que una maldita perra oportunista. —Y tu una clasista sin educación —le replicó Faith con dolor en el pecho por el recuerdo de Baltazar—. Lamentablemente su padre deseó por mucho tiempo no haberlos perdido, pero conociéndolos como son, agradezco que no regresaran. Lo hubiesen asesinado de dolor, y tú más, con esos aires de superioridad. Faith descruzó los brazos. —Ahora que te conozco, ¿quién es la verdadera oportunista? Gwen, cansada de escucharla hablar, de que ella fuese la portadora del dinero y que no bajara la cabeza ni un poco, la hizo elevar la mano para acentuar una bofetada en su mejilla. Gwen imaginó lo que se sentiría la piel tibia de Gwen en la palma de su mano, y lo hubiese conseguido, de no ser porque Rhys, quien contaba con excelentes reflejos, detuvo su brazo y la apretó para que no cometiera otra locura de la que se arrepentiría. —Gwen, basta. Se acabó. Nos vamos —la reprendió Rhys con el entrecejo fruncido a medida que Gwen intentaba zafarse y golpear a Faith con la mano libre—. Y tú, Faith Ferrara, volveré a hablar contigo más tarde. Tenemos mucho de que hablar. Faith retrocedió para que la desquiciada no la tocara. Gwen comenzó a soltar maldiciones y malas palabras hasta que su garganta se secó. Estaba fuera de sí cuando Rhys miró a Faith a los ojos y le dijo que tenían mucho de que hablar a solas. —Tómate tu tiempo —le dijo Faith mirando como Gwen enloquecía—. Si hablarás conmigo, será en privado. Primero me corto la lengua, antes de volver a hablar con tu querida hermana. Rhys le mantuvo la mirada mientras intentaba domar a su hermana. Gwen estaba pateando para que la soltaran. No aceptaba lo que su padre estipuló, ninguno lo hacía, pero ella era la más afectada, o así lo vio, porque mientras pataleaba, golpeaba y arañaba para que la soltaran, Faith pensaba que eso no era nada para lo que sucedería luego. Esa apenas fue la primera batalla.
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