Las lágrimas amenazan con desbordarse de mis ojos, pero me contengo con todas mis fuerzas mientras avanzo por el largo pasillo del hotel. Mi corazón late desbocado, pero mi determinación es más fuerte que el dolor que siento.
No voy a llorar, me repito una y otra vez como un mantra, no derramaré ni una sola lágrima por ese cobarde que no tuvo la decencia de ser honesto conmigo desde el principio, que prefirió mantener una doble vida a enfrentar la verdad.
El estruendo de gritos y golpes estalla detrás de mí, resonando por todo el lugar. Reconozco la voz enfurecida de mi padre, quien seguramente está enfrentando a ese traidor y su familia por la humillación que nos han hecho pasar.
Los alaridos de mi madre atraviesan el aire llamándome desesperadamente, y mis piernas responden aumentando la velocidad. Corro con todas mis fuerzas, aprovechando mi juventud y agilidad. Sé que ella, con sus rodillas deterioradas por la artritis y sus pies llenos de callos después de tantos años de trabajo, no podrá alcanzarme, lo que me da la ventaja que necesito para escapar.
Al llegar a la habitación del hotel, mi respiración está agitada pero mi mente está clara. Las maletas, que había preparado, me esperan como fieles compañeras. Sin perder tiempo, agarro la mía con decisión y me dirijo hacia la salida.
No voy a esperar a ese idiota que pensaba que podía tenerlo todo, ni pretendo someterme a un matrimonio sin amor solo porque las anticuadas leyes de nuestra sociedad dicten que debo pertenecer a un hombre. Mi vida me pertenece únicamente a mí, y ya es hora de que tome el control de ella.
El vuelo que estaba programado para nuestra supuesta luna de miel, ese viaje que seguramente planeaba compartir con su amante mientras yo vivía en la ignorancia, ahora se convierte en mi boleto hacia la libertad.
Mi mente ya traza el plan mientras me dirijo al aeropuerto: cambiaré el destino del vuelo, elegiré un lugar donde nadie pueda encontrarme, donde pueda empezar de nuevo lejos de estas absurdas leyes que pretenden encadenar mi existencia a tradiciones obsoletas y de este sistema que trata a las mujeres como propiedad.
Durante toda mi vida, he sentido que era diferente, como si mi espíritu fuera demasiado libre para las estrechas jaulas que esta sociedad construye alrededor de las mujeres.
Siempre anhelé una existencia distinta, donde pudiera tomar mis propias decisiones, seguir mis sueños y vivir según mis propias reglas. Pero el miedo y las expectativas familiares me habían mantenido cautiva, hasta que la traición de quien debía ser mi esposo se convirtió en la llave de mi liberación.
El sonido ensordecedor de disparos rompe el aire cuando salgo del ascensor, haciendo que mi sangre se congele en las venas. La situación en el salón de la boda ha escalado más allá de lo imaginable, transformándose en una violenta balacera. Los gritos de pánico y dolor se entremezclan con el eco de las detonaciones, creando una sinfonía aterradora que reverbera por todo el edificio.
Por un momento me quedo paralizada, escuchando los alaridos desgarradores de los invitados heridos. Mi mente vuela hacia mi familia, pero me obligo a mantener la calma recordando la fortaleza de mi padre, quien siempre ha sabido proteger a los suyos en las situaciones más difíciles. Confío en que él mantendrá a salvo a mi madre y a mis hermanos.
El sonido de pasos apresurados acercándose me saca de mi trance, y el instinto de supervivencia se activa. Corro hacia la salida, consciente de que los hombres armados podrían aparecer en cualquier momento.
En la calle, mis ojos buscan desesperadamente un taxi, pero las calles parecen desiertas. Sin pensarlo dos veces, me dirijo hacia el primer automóvil que veo, buscando refugio.
La sorpresa me golpea cuando, al entrar apresuradamente al vehículo, por el otro extremo entra un imponente hombre, quien me observaba intrigado.
Sus rasgos, parcialmente ocultos por las sombras del elegante interior del vehículo, son innegablemente atractivos, con una mandíbula definida y facciones aristocráticas que parecen esculpidas por los mismos dioses, pero hay algo inquietantemente en su mirada penetrante que me provoca un escalofrío involuntario mientras recorre cada centímetro de mi rostro con sus ojos.
—Yo... solo... necesitaba un lugar seguro para protegerme —balbuceo, consciente de lo extraña y vulnerable que debe parecer mi situación, vestida con un vestido de novia ahora manchado y arrugado, y huyendo de la ciudad como si mi vida dependiera de ello, lo cual no estaba tan lejos de la realidad.
—Señor ¿todo bien? —pregunta el conductor desde el asiento delantero.
—Si —responde secamente mi misterioso acompañante, sin apartar su intensa mirada de mí.
El auto arranca con un suave ronroneo del motor. Una sonrisa enigmática curva sus labios perfectamente delineados mientras me observa con calculado interés, y cuando habla, su acento italiano, profundo y melodioso, añade un matiz misterioso a sus palabras que hace que mi corazón se acelere inexplicablemente.
—Puedes estar tranquila, te encuentras en un lugar seguro —afirma con una seguridad que emana naturalmente de su presencia imponente, haciéndome dudar entre el alivio instantáneo y una creciente preocupación por lo surreal de la situación—. Aquí estás protegida —añade, mientras da instrucciones precisas al conductor en un italiano fluido y autoritario.
—Pásame el botiquín —ordena repentinamente, su voz tensándose por primera vez desde que subí al vehículo, revelando un atisbo de vulnerabilidad.
—Oh, está sangrando —mis manos temblorosas se mueven instintivamente hacia su mano ensangrentada que mantiene presionada contra su costado, pero él la detiene con la otra en un movimiento rápido y firme.
—¡No me toques! —exclama con una intensidad que me hace retroceder instantáneamente.
—Déjeme ayudarle... soy... bueno estudié enfermería —las palabras salen atropelladamente mientras recuerdo aquellos días en que escapaba sigilosamente de casa para poder estudiar a escondidas de mi padre, determinada a tener una profesión que algún día me serviría para sustentarme o ayudar a mi familia en tiempos de necesidad.
Al soltar mi mano con cierta reticencia, retira la suya de la herida, permitiéndome examinar el daño con ojo clínico. Mis dedos, aunque temblorosos, se mueven con precisión mientras toco la fina tela de su camisa, ahora perforada y manchada de un carmesí oscuro que se expande lentamente.
—¿Lo hirieron en el hotel? —pregunto, incapaz de contener mi curiosidad mientras evalúo la extensión de la herida.
—No hagas preguntas —responde cortante, su mandíbula tensándose visiblemente.
—Ok —respiro profundamente, intentando mantener la compostura—. Debo abrirle la camisa —le miro directamente, encontrándome con sus ojos penetrantes que provocan un aceleramiento incontrolable en mi pecho—, así podré ver mejor la herida y tratarla adecuadamente.
Empieza a soltar los botones de su camisa con movimientos precisos y controlados, y me quedo momentáneamente paralizada ante la vista de su torso perfectamente esculpido, marcado por algunas cicatrices.
—La herida está acá, linda —señala con un dejo de diversión en su voz, mientras siento como el calor invade mi rostro, tiñéndolo de un intenso carmesí.
—¿Puedo? —pregunto con voz suave, y él asiente mientras su mandíbula permanece visiblemente tensa, preparándose para el dolor.
Llevo mis dedos temblorosos a su piel cálida, toco con delicadeza alrededor de la herida y siento un corrientazo eléctrico recorrer mis venas— Solo ha sido un roce —digo con la boca inexplicablemente seca. Levanto la mirada conectándola con la suya, perdiéndome por unos segundos en esos hermosos ojos que parecen guardar mil secretos— Ha tenido mucha suerte —él sonríe con un aire de suficiencia que me desconcierta.
—No creo en la suerte —declara con convicción absoluta.
Mojo el algodón con alcohol y procedo a colocarlo suavemente en la herida, observando cómo él reprime estoicamente cualquier señal de dolor hasta que termino de limpiar y curar la lesión.
—Tienes manos de ángel —dice cuando sello la herida con una gasa estéril.
Mi rostro se sonroja y no puedo evitar bajar la mirada.
—Listo, no se infectará si tiene el cuidado debido.
—Gracias —musita acomodándose la camisa— ¿A dónde deseas que te llevemos? —pregunta sin apartar sus ojos escrutadores de mi figura temblorosa.
—Al aeropuerto, por favor —respondo, intentando mantenerme serena mientras siento su mirada estudiando cada detalle de mi apariencia desarreglada.
—¿El aeropuerto? ¿Estás segura de que es prudente dejarte allí? —cuestiona, y solo puedo asentir mientras me pierdo en la intensidad magnética de su mirada—. Si estás escapando, el aeropuerto podría no ser la mejor opción, considerando las circunstancias.
—No... no estoy escapando —miento patéticamente, sabiendo que mi voz traiciona cada palabra.
—¿Y entonces para qué es esa maleta? —pregunta con engañosa suavidad, señalando mi equipaje.
Las palabras se atoran en mi garganta, incapaz de formular una respuesta coherente ante su perspicaz observación—. Permíteme ayudarte, ya que tú me ayudaste —ofrece con una calma desconcertante, mientras extiende su mano para apartar con delicadeza los mechones rebeldes de cabello que se han pegado a mi rostro por el sudor y la agitación—. Te llevaré a Italia en mi jet privado, así podrás ir a donde desees sin que nadie pueda rastrearte.
—¿Italia? —Trago grueso, porque definitivamente no está en mis planes ir a ese lejano país mediterráneo. Yo había pensado dirigirme a América, donde la libertad de las personas brilla tan magníficamente como en ningún otro lugar, donde podría comenzar una nueva vida lejos de las ataduras y expectativas que me ahogaban en mi tierra natal.
—Sí, Italia. Pero será mañana, porque esta noche me quedaré en mi residencia, la cual puedo ofrecerte como hospedaje.
Tengo que estar loca para haber aceptado quedarme con un desconocido, que acaba de salir herido del hotel. Aunque, podría haberle rozado una bala mientras bajaba, tal vez, iba de salida cuando se desató la balacera y, salió herido.
Pero… tiene una villa en la ciudad, ¿por qué estaría en un hotel?