TIEMPOS DESESPERADOS… MEDIDAS DESESPERADAS.

1822 Palabras
Estoy dándole un sorbo a mi botella de agua cuando papá aparece y deja un beso en mi mejilla. —No te oí llegar. —Es evidente —señalo la consola antes de enroscar la tapa de mi botella. —Voy a poner la mesa antes de que la generala se enoje —susurra con voz cómplice que me causa gracia. Está por alejarse cuando se detiene y me da una bonita sonrisa. —Me alegra que estés en casa, ya casi no vienes. —Lo se, papá, mi trabajo me absorbe mucho, pero prometo que voy a intentar estar más presente. Él parece satisfecho con mi respuesta y se aleja cuando siento cómo me alzan desde atrás y ahogo un chillido. —Hola, perdida. —Mi hermano Jasper me deja sobre mis pies y volteo dándole un manotazo. —Madura, ¿quieres? —Nop. Si los hermanos menores no molestamos a los mayores, entonces la vida sería aburrida. —Tonto. Tú y Daniela siempre han sido unos toca pelotas. —Nos adoras —me guiña, —no lo niegues. Por cierto, te contó la abuela lo que Elsa hizo. —Asiento y una sonrisa se filtra en mis labios. —Te da un mes de casado antes de que te mate envenenado —me mofo y es su turno de reír. —No quiero una esposa para que me cocine, pienso contratar a alguien que nos eche la mano con la comida. —Aprieto las mejillas de mi hermano. —Qué tierno, ¿cuándo mi hermanito se convirtió en un hombre inteligente? —Cuchicheó—. Guapo e inteligente como su hermana mayor. —Jódete —se ríe antes de alejarse de mi agarre. —Bien, ¡todos a la mesa! —canta mi madre llamando nuestra atención. Cada uno toma un cuenco, bol y bandeja y se acerca a la mesa que ya ha sido puesta. Mis padres toman cada uno la punta de la mesa; por mi parte, tomo asiento junto a la yaya. Me sirvo un poco de patatas con alioli como entrada mientras todos hacen lo mismo con diferentes platos. Como siempre, la mesa es una mezcla de comida española y la comida preferida de papá como las costillas, unas buffalo wings. Mis sobrinos están sentados en medio de sus padres y cada uno está atento a sus necesidades durante la comida. Mi hermano y Elsa hablan de la boda, sobre una posible fecha y lo que esperan para ese día. —Mi tía tiene un contacto en un hotel de Huntington Beach —anuncia Elsa. —Quiero que sea una semana con actividades en familia antes de la boda. —Mientras ella habla, yo hago una nota mental de revisar mi agenda. «Para esas fechas estoy llena con los lanzamientos». —¿Una semana completa? —Me encuentro preguntando. Mi hermano me da una mirada brillante. —Sí, la boda es en dos meses, así que tienes tiempo de organizarte hermanita. —Por supuesto que voy a organizarme, no me perdería tu boda. ¿Quién crees que soy? —Lo sé, es solo que conozco que tu trabajo te absorbe. Y no quiero que nos salgas con que siempre solo llegas a la ceremonia. —Le doy una mirada apenada. — ¡Ves! Lo sabía. —Miranda va a asistir con la familia. ¿Verdad, cielo? Miro a mi madre y asiento con una sonrisa forzada. Supongo que no tengo mucho de dónde tirar. «Si no asistió a esa semana, no me lo van a perdonar nunca y en todas las reuniones será un tema en la agenda». De cómo Miranda fue tan insensible que prefirió el trabajo a su hermano menor. —Voy a hacer todo lo posible por estar durante la semana antes de la boda. Mi respuesta parece satisfacerlo y continua. —¿Debo dejarte lugar para alguna cita? —Levanto la vista ante la pregunta de mi hermano. Toda actividad se detiene y sus ojos se clavan en mí, haciendo que me remueva en mi lugar. —Es muy pronto para saberlo. —Digo al fin y remuevo mi plato. —Eso quiere decir que no hay nadie —interviene mi hermana desde el otro lado de la mesa. —Yo digo que le presentemos al hijo de la Lujan. —Es el turno de la yaya en hablar. —Acaba de llegar de España, y si lo vieras. Está como me gustan —se estremece. —Grandote y macizo. —Mamá, por Dios. —¿Qué? —La mira. —No soy ciega. —Sorda, puede ser, pero definitivamente no eres ciega —gruñe papá y siento que me sonrojo de vergüenza porque recuerdo las palabras de la yaya hace un rato. —Mira, amor hermoso. De ver, veo cada penuria en esta vida. —Me ahogo con mi bebida riendo hasta que me saca las lágrimas. Mi mamá está mortificada; por su parte, mi padre la mira con los ojos entrecerrados. —Pero no nos desviemos del tema en cuestión. —Me observa con atención—. Mi niña linda, eres la mayor de tus hermanos y no veo que quieras traerme un hombre que admirar. —Abuela —espeto en tono serio, dejando la diversión a un lado. —No tengo a nadie porque no quiero. Mi trabajo demanda mucho de mí… —Pero corazón de mi vida, alguien debe haber. Y no digo que sea un marido, no. Tráeme carne fresca que pueda admirar. Tuerzo el gesto. —Tal vez los hombres le huyen porque es una aplasta bolas —secunda mi hermana. —Puedo tener una pareja si es lo que deseo. —Me defiendo— ¡Joder, que no estoy vieja! Tengo treinta años. —Les recuerdo. —El hecho que mis hermanos vivan sus vidas de forma rápida no quiere decir que yo también deba hacerlo. —Mientras lo digo me pongo de pie. Mis hermanos me ven algo ofendidos, pero no me importa. —Lo sabemos, Miranda—interviene mamá. —Sabemos que puedes tener la pareja que quieras, es solo que siempre estás en la oficina o trabajando en tu casa. Me preocupas. No te estás haciendo joven y puede ser difícil luego tener hijos… —Lamento que mis óvulos te tengan en desvelo, mamá, —suelto en tono amargado. —Pero no te preocupes, no pienso tener hijos. Así que puedes estar tranquila. —No es verdad, pero solo lo hago para ser una maldita porque sus palabras me hieren de una u otra forma. Desvió la mirada hacia mi hermano y cuñada. —Voy a llevar a alguien a su boda, no se preocupen por eso. Así que resérvame un lugar. —Tomo una respiración. —Y ahora si me disculpan, iré a tomar un poco de aire. Sin esperar respuesta, me alejo y salgo al jardín trasero, el mismo ha sido transformado en un lugar elegante, pero relajante para reunirse en familia y amigos, tiene asientos de bloques personalizados recubiertos con cojines gruesos, cómodos. El piso está cubierto de azulejos, sobre esto, una pérgola con luces y en medio de todo un pequeño pozo para el fuego, hecho de cemento, con rocas de lava en su interior. Me dejo caer en uno de los cojines, meto la mano en el interior de la chaqueta y saco una pequeña cigarrera con encendedor electrónico, enciendo uno y le doy una profunda calada intentando calmar mi temperamento después de lo que acaba de suceder. «¿Por qué me sorprende? Siempre es lo mismo. Mi trabajo no es suficiente, mis logros no son nada porque no tengo un hombre e hijos». Cierro los ojos, sintiendo cómo mi mano tiembla, pero no me pienso dejar caer. Me concentro en mi cigarrillo y en relajarme. No puedo entender, ¿por qué mi vida privada no puede ser como la profesional? Perfecta, estructurada y sin fallos. «Bueno, era perfecta hasta que King ha aparecido en la oficina. El hombre me exaspera y enerva…» —¿Ñeña? —Escucho el apelativo de la yaya, pero no abro los ojos y solo dejo salir el humo. —Tu madre te va a reñir si te encuentra fumando. —¿Hay algo que yo haga y que ella no me riña? —Susurro y abro los ojos al fin viendo cómo se sienta a mi lado. —No era mi intención abrir un debate sobre tus óvulos. —Dice en voz baja y llena de remordimiento. —No te preocupes, ella solo estaba esperando la oportunidad para tocar el tema —dejo escapar un suspiro. —Sabía que no debía venir. —Doy un golpecito a su mano que está sobre mi pierna. —Lamento haber arruinado la cena de Jasper y Elsa. —La Frozen le dijo a Jasper que te dejara en paz. —Me quita el cigarrillo de la mano y le da una calada. —Tú no deberías fumar. —Le recuerdo. —Ni que fuera un porro. —Pero yaya, ¡¿En tu vida has fumado porro?! Me lanza una mirada pícara. —¡Uju, mi alma! ¿Si supieras? Y las galletitas de mariguana, ¡divinas! —Parpadeo con sorpresa y la boca abierta. —Ya sabes, mi artritis —agrega, pero no le creo ni cinco. Niego con exasperación. —Venga, vamos adentro y pasemos una velada en familia. —No sé, creo que lo mejor es que me vaya. Sabía que no debía venir. —Elizabeth, no dirá nada que te incomode. Bueno, ya no dirá más. —Susurra, apaga el cigarrillo. Toma la colilla, lo tira en la fogata apagada, y la entierra debajo de las piedras antes de guiñarme. —Iré en unos minutos. —Murmuro. Ella parece que quiere decir más, pero sabiamente se aleja, dándome el espacio que deseo. Guardo la cigarrera, donde también tengo una pequeña cajita de mentas. No soy fumadora, solo lo hago cuando estoy estresada o nerviosa. Es decir, cuando estoy cerca de mi familia. Me meto una menta en la boca y reviso mi móvil. Mis dedos se mueven por mis contactos, pero decido no jugar por ahí. En cambio, recuerdo el nombre de la app que Blue me recomendó donde encontró a su actual novio. Recuerdo que me reí y dije que era una locura. —Bueno, Miranda, tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. Voy a demostrarles que puedo tener al hombre que quiero y cuando quiera. —Busco entre las aplicaciones y descargo magic connections. Espero unos segundos mientras se descarga y cuando al fin lo hace, le doy los permisos antes de que se abra. —No puede ser tan difícil, ¿verdad? —Digo a nadie al tiempo que me pongo de pie, guardo mi móvil en el bolsillo con la intención de hacer el registro en casa. Ahora debo sobrevivir a una cena familiar.
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