Infierno

2142 Palabras
Pov Paula. Mi nombre es Paula Miller; soy la hija menor de tres hijas, la más frágil, la más obediente, y las más dulce: toda un ángel; un ángel que se tuvo que casar con él mismísimo Hades para salvar a su hermana, por ende vengo siendo la esposa equivocada, ya que mi actual esposo esperaba tener a una mujer s****l, extrovertida y hermosa como lo es mi hermana Sofía, no una mujer criada en con monjas cómo yo; una mujer sencilla, dulce e inocente que solo se burló de él y se hizo pasar por su gemela para engañarlo. Camino hasta el espejo que tengo enfrente y miro mi vestido; es hermoso, se ajusta a mi pequeña cintura, para luego abrirse como el de una princesa; es blanco, con perlas incrustadas en el corset, y con bordados de encaje en las mangas, pero, sin embargo, aunque quisiera estar contenta por mi matrimonio no lo estoy, y la respuesta es porque me casé sin amor. Viví toda mi vida encerrada entre las paredes de un convento, ya que mi abuela tuvo que dejarme ahí para protegerme de mi padre y mi madrastra, porque mi madre desapareció el día que me dio a luz, sin dejar rastro. Mi padre, James Miller, se llevó a mis hermanas: Sofía y Sara, sin ni siquiera imaginarse que otra niña se debatía entre la vida y la muerte en una incubadora por nacer débil y pequeña. Quito mi vestido enfrente del espejo, y miro mi silueta, soy blanca leche, con pecas en algunas partes del cuerpo, buen tamaño de senos, pero aún así no dejo de verme delgada y pequeña, además, de que mi cabello es castaño sin ningún gracia,(amor el cabello n***o). Y mis ojos de un verde aceituna; a eso tengo que sumarle mi manera de vestir, y de hablar, pero, ¿qué se le puede pedir a una joven que solo ha estado leyendo la Biblia toda su vida? O en su defecto rezándole a los santos. Tomo uno de los vestidos del enorme clóset y me pongo el más tapado, uno que cubra mi rodillas y no exponga mi cuello. Busco unos zapatos que usar, y también amarro mi cabello en una coleta alta, para salir al comedor por algo de comida. Antes de salir, recorro la habitación con la mirada, sintiéndome maravillada, porque a pesar de que se que mi familia tiene mucho dinero, yo tuve que dormir en una habitación con siete monjas más hasta hace unas semanas atrás que mi hermana y mi abuela me fueron a buscar; es hermosa, el papel tapiz de color crema lo ilumina, tiene una enorme cama negra con cogines blancos, un vestier a la derecha y un enorme baño a la izquierda; el sueño de toda mujer, pero no el mío, ya que mi esposo no es el príncipe azul con el que soñé toda mi vida casarme. Salgo de la habitación y termino por caminar hasta el comedor, no sin antes observar la mansión en dónde nos encontramos. Estamos en el norte de Chicago, Estados Unidos, mi ahora esposo es un mafioso peligroso que debe vivir apartado de la ciudad, es el rey de la mafia Italiana, sin embargo, no vive en Italia. Tengo entendido que su residencia común está en España, y que vino a éste país por negocios clandestinos, lo sé porque él mismo me lo dijo cuando le pregunté; es un hombre cínico, intimidante y narcisista, que solo le importa él y sus trabajos sucios. Camino por el corredor, y bajo por las escaleras metálicas que dan a la cocina; logrando captar a la persona que está ahí. Luciano Morgan es todo un gigante; mi actual marido mide alrededor de un metro noventa, tiene el cabello n***o como el ebano, y los ojos grises como el humo; además de que lleva una barba que adorda su mandíbula logrando que se vea más tensa de lo que es, y un aura que hace que cualquier mortal tiemble ante su presencia. —Buenas tardes —digo entrando a la cocina. Él ni siquiera es capaz de subir la mirada, ni siquiera me responde, solo me indica con el dedo cuál es mi puesto. Hago lo que me dice y me siento de brazos cruzados, haciendo que con eso él me fulmine con la mirada. —¿En el convento no te enseñaron modales? —espeta apretando los dientes. No lo hago caso y llevo las manos a mi almuerzo; realmente me muero de hambre, y más al ver que la comida dispuesta es variada en vegetales; desde ensalada de papa, hasta espárragos. Comienzo a comer en silencio, un poco nerviosa por la mirada del demonio que tengo enfrente de mí. Confieso que tengo miedo a levantar los ojos y que me coma el alma con solo verme. «Su mirada intimida a cualquiera» —¿Sabes perfectamente que me engañaste haciéndote pasar por tu hermana? «Ni que no me hubiera dado cuenta» —Sabes que eso te llevará a un castigo —Trago grueso—. Pero como eres mi esposa, y me agradas, no te lo daré —lleva las mano en su mentón mientras me analiza. —Si gustas nos podemos divorciar, me vine contigo porque no me apetecía que asesinaras a mi cuñado en mi cara —Aclaro—. No por qué me parezcas atractivo o buena persona. «Que dios me perdone por mentir, porque no creo en el divorcio, pero tampoco creo en estar viviendo obligada con un monstruo que solo causa miedo» —Primero, soy atractivo, segundo, tienes razón, no soy para nada una buena persona, soy un asesino, un mafioso, y narcotraficante peligroso —respiro profundo—. Tercero, tú no te puedes divorciar de mí, Paula —Aclara con voz cortante—. Desde ahora en adelante, tú eres completamente mía, soy dueño de tus decisiones, de tus actos, y sobre todo de tu cuerpo, hasta que la muerte nos separe. —Trago grueso y él se levanta la copa en señal de brindis. ¿Qué he hecho? Sin darme cuenta le he vendido mi alma al mismo Hades, al firmar un papel llamado matrimonio. —Las personas no suelen ser propiedad de nadie, Luciano Morgan, yo no soy tuya, yo soy tu esposa que es muy diferente, así que deja de decir bobadas —aclaro. Pincho con mi tenedor la ensalada y la llevo a mi boca mientras él me mira en silencio, a veces pienso que está encontrando mi vulnerabilidad para atacarme. —Yo no soy una persona común, esposa, yo soy el mismo demonio, y se te digo que eres mía eres mía —me amenaza con el ceño fruncido. Acomodo mi espalda a la silla y lo miro a los ojos; a pesar que mis piernas están temblando por el medio que tengo, trato de no demostrarlo, porque al diablo no hay que demostrarle temor, a el diablo hay que decirle diablo en su cara. «Esas eran las palabras de mi abuela» —Soy tu esposa… —Y serás mi mujer. —Lleva la copa de whisky a sus labios. Lo veo saborearse los labios sin dejar de mirarme, yo también hago lo mismo retadora. —No me voy a acostar contigo si es lo que estás insinuando, no por voluntad propia, al menos… —¡Yo no soy un violador! —Golpea la mesa y me hace entrecerrar los ojos. —¿Entonces qué estás insinuando? —Que tú deber como esposa es estar conmigo. —Mi deber como esposa es aclararte que me case contigo sin amor, lo hice para salvar el patrimonio de mi hermana, y por ende este matrimonio no es válido ante de Dios, sin embargo no puedo divorciarme, y la única manera que me entregue a ti es… es que me llegues a amar y que yo haga lo mismo contigo. El hombre enfrente echa una enorme carcajada que me hace doler los oídos, se pone de pie y llega hasta mí en cuestión de segundos haciéndome tragar grueso. —Jamás en mi vida te voy a llegar amar, me casé contigo porque pensaba que eras Sofía, porque pensaba que podías darme un heredero. Bajo la mirada por inercia. —¡Crees que soy una incubadora de niños! —le digo molesta. —No seas impertinente, necesito un hijo, y tú me lo vas a dar querida esposa —me aclara. Tomo la copa que tengo enfrente y que no he tocado y se la lanzo en la cara en un reflejo rápido. No sé qué me pasa, nunca he sido una mujer de carácter fuerte, y mucho menos una mujer contestona, pero el hombre que tengo enfrente saca en mí todo lo malo. «Dios mío perdóname por esto» Lucifer me mira anonadado con la mandíbula tensa, se levanta de dónde estaba agachado y comienza a lanzar todo lo que estaba servido en la mesa. —¡No vuelvas a hacer lo que acabas de hacer más nunca en tu vida! —espeta furioso. No le contesto, me quedo ahí con la mirada puesta en él viéndolo sangrar por cortarse con la copa de vidrio, pero pareciera que nada le causa dolor. —¡Terzo! —grita molesto y enseguida un hombre llega. El hombre en cuestión mide aproximadamente como dos metros, imagino que el nombre Terzo es porque se parece a tarzan, con cabello largo y espalda ancha, además, de que da más miedo que el mismísimo lucifer. —Encierra está mujer en su habitación, y no la dejes salir hasta que aprenda comportarse —indica molesto. … Después de varios días encerrada sin ver la luz del día, Luciano me mandó a llamar para que me presentara en la cocina. Aunque las ganas de verlo son mínimas, me visto con un mono ancho y un suéter para salir a verlo. Está vez la casa se siente llena de personas, por los ruidos en el jardín, sin embargo, no sé de quién se trata porque el no me lo ha informado. Cuando llego al comedor, ya el hombre en cuestión está sentado en la mesa. Tiene un traje n***o, que lo hace ver más tenebroso de lo que es, y tiene las manos cruzadas bajo su mandíbula. —¿Por qué usas ropa tan holgada? Pareces… —Buenos días, gracias por invitarme a desayunar, y gracias por sacarme después de una semana encerrada como animal sin tener ni siquiera un buen libro para leer —le digo molesta. —Si te sigues comportando de tal manera, seguirás encerrada, yo soy tu esposo y tu deber es respetarme —aclara frunciendo el ceño. —¡Y yo soy tu esposa, tu deber es cuidar de mí, no encerrarme…! —Te recuerdo que yo no fui la que me hizo pasar por mi hermana, y me casé con un mafioso para salir del convento donde vivía. —¡Yo no quise salir de ningún convento! —le digo molesta—. Las circunstancias me obligaron a ayudarla y lo sabes, tú fuiste el culpable de todo esto, porque tú te obsesionaste con ella —le aclaro. —Vuelves a alzarme la voz y está vez te encierro sin comida. —Amenaza con los ojos rojos. Bajo la mirada muerta de miedo por como se oyen sus palabras y puedo sentir una sonrisa en él. —Así me gusta, ahora que nos entendemos quiero que entiendas algo, si tú obedeces, tendrás más libertad, y sino lo haces, pues no la tendrás, así de sencillo, ¿me oyes? —aclara. Asiento con la cabeza porque ya me estoy muriendo por saber de mi hermana, además de mi abuela, pero… —Primera regla, no podrás ver, ni hablar con tu familia —me pongo de pie—. No hasta que me des un heredero —aprieto mis puños. «¿Por qué es tan importante para él un hijo?» —Segundo, por ahora no te voy a tocar, quiero que asimiles primero que te casaste con un Demonio, no con el príncipe de Persia. …. Apenas llega la noche, y después de estar en mi habitación sin hacer nada, decido tomar una ducha para dormir, pero cuando estoy apunto de hacerlo, alguien toca a mi puerta. Acomodo mi cabello en una coleta desordenada y abro la puerta con curiosidad. Está mansión es tan inmensa que si alguien más vive aquí uno no se da cuenta. —¿Qué haces? —Pregunto cuando lo veo pasar con una almohada a mi habitación. —Me voy a mudar a dormir contigo —trago grueso. —Dijiste que ibas a respetarme, que no ibas a tocarme —mi voz tiembla. —Y eso voy hacer, pero tenemos que dormír juntos como la pareja que somos —explica lanzándose en la cama.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR