Invitados nuevos.

2003 Palabras
Pov Paula. El corazón se me detiene al verlo entrar como si nada y lanzarse en la cama, ¿de verdad pretende que duerma con él? ¿Acaso se volvió loco? Me cruzo de brazos con las manos temblando por el miedo, y lo miro a la espera de qué se vaya, pero en vez de eso toma el control remoto y enciende el televisor como si yo no estuviera ahí. —Salte de esta habitación, Luciano, se que está casa es tuya, y por ende todas las habitaciones, pero yo como tú esposa te pido, mejor dicho te exijo… —¡Cómo tú esposo te exijo que duermas conmigo! —Me grita furioso. Puedo ver cómo sus venas titilan de la rabia, y como empuña sus manos con fuerza, tan fuerte que estoy segura que se esta lastimando. «Está completamente loco» —Si no te vas voy a gritar —se encoge de hombros como si nada. Camino al interior del cuarto, y me planto enfrente del televisor para que no siga viendo nada, pero él se mueve en busca de la pantalla sin tomarle importancia. —¡Auxilio!, ¿me quieren violar!, ¡auxilio! —grito a todo pulmón. A los cinco segundos tengo a lucifer tapando mi boca con las manos; las venas de su frente titilan de la rabia que siente y su agarre se vuelve más fuerte. —No te tapo la boca para que no grites, nena, sino porque la maldita bulla me aturde. Te recuerdo que el jefe soy yo, y que por más que grites nadie me hará nada, ni me dirá nada, porque yo soy el toma las decisiones aquí, y si yo digo que vas a dormir conmigo, vas a dormir conmigo, ¿me oyes? —dice en mi oído logrando que mi piel se erice. Lo miro con las lágrimas cubriendo mis mejillas, y sus ojos están más oscuros de lo normal. «Me aterra» Pero bien que no dejo de retarlo, pero es que… Uy, no lo soporto, quisiera golpearlo, decirle que a mí no me da miedo sus amenazas. «Aunque si me da miedo» —Te voy a soltar, pero no vas a volver a gritar, ¿ok? —Asiento con la cabeza. Apenas quita la mano de mi boca, me quedo mirándolo con odio. Lleva una mano de dormir gris, y una franela negra que hace que se vean los tatuajes en sus brazos. «Que feo» —Eres un demonio, el mismo Hades del infierno —le digo limpiando mis mejillas húmedas. Lo veo sonreír de lado, y juro que puedo ver el cinismo en su cara. «Es malo y lo odio» «Dios mío perdóname por odiar a una persona» —Sí, soy el peor, el más malo, y el más cruel, pero soy tu esposo, estás ligada a mí hasta que yo quiera, —se vuelve a lanzar en la cama. Aprieto los puños por la rabia que me da dormir con el gigante que tengo como esposo, así que tomo mi almohada e intento salir pero… Luciano me toma por las caderas y me lanza a la cama. No obstante, a los cinco minutos estoy amordazada y atada de pies y mano, acostada en el lado derecho de la cama. «Es un animal sin escrúpulos» Mis pensamientos se quedan cortos, cuando lo veo en mis ojos quitarse el mono que lleva puesto, la franela negra y los zapatos para lanzarse en la cama a mi lado. Luciano es un hombre delgado, pero con el cuerpo tonificado. Su dorso al igual que sus brazos están llenos de tatuajes, además de qué… sus ojos se ven tan intensos siempre que sientes que te desnuda con la mirada. «Dios me libre» Cierro los ojos con fuerza para no verlo; es un pecado desear a alguien sin amarlo, y no es que lo esté deseando, sino que… bueno que él es un abusador que se está desnudando en mis ojos. —Igual en algún momento me tienes que ver, nena —dice acostándose a mi lado. Las siguientes horas se me hacen eternas, no puedo dormir y él no deja de moverse en medio de pesadillas que no puedo consolar porque estoy atada, hasta qué… Decido comenzar a rezar y él logra quedarse dormido de espalda a mí, y entonces es ahí cuando veo su trasero; es redondo como dos pelotas de fútbol, y también me imagino que igual de duras. Me persigno mentalmente y cierro los ojos para por fin quedarme dormida. … Escucho los pajaritos cantar afuera en el jardín, y también siento los rayos del sol filtrarse por la ventana. Abro los ojos y busco a Luciano en mi cama pero no esta, se ha ido, y le doy gracias a Dios, porque tener que mirarlo en boxer de nuevo es algo que no me apetece en estos momentos. —Buenos días señora —Entra una mujer de unos cincuenta años más o menos. Tiene un acento extraño, ojos azules y cabello blanco, con destellos plateados. Me quedo mirándola sin responder porque obviamente no puedo hacerlo. «Aún sigo amordazada» —Disculpe, el jefe dijo que le desatará —comienza a quitarme todo y yo logro estirarme cuando lo hace. —¿El señor dónde está? —le pregunto. Deseo insultarlo, golpearlo, patearlo, y todo lo que terminó en "arlo" porque me dejo dormir toda la noche como un pollo rostizado. —La está esperando para desayunar, le va a presentar a su familia, me dijo que le dijera que bajara rápido —Me dice la mujer que no se el nombre. —¿Cómo se llama? —le pregunto curiosa. —Anna, soy la ama de llaves del patrón, y ahora la suya, señora —baja la mirada. —Me puedes llamar Paula, o Pau, así me decían en el convento —le digo con cariño y ella asiente. Entro al baño después de dejar mi ropa en el cesto, tomo un ducha en la tina que ya está llena de espuma para mí; me encanta disfrutar el baño, en el convento todo tenía que ser rápido, y no tenía mucha privacidad. Me termino de duchar y también me cepillo para luego salir a vestirme. Trato de buscar entre las ropas que hay en el closet algo acorde para mí, pero no hay nada que pueda combinar con mi forma de vestir, así que opto por ponerme un un vestido como falda, y una camisa negra de Luciano para después bajar por el desayuno. Apenas bajo las escaleras puedo escuchar la risa de varias personas en la mesa, logrando ponerme nerviosa por pensar que se trate de su familia. «¿Y si no me quieren?» Trago grueso y termino por caminar hasta el comedor con los puños apretados por los nervios, y… Luciano está sentado en la cabeza de la mesa con una camisa de vestir gris que se ajusta a sus codo, y lo hace lucir bastante bien, además de que tiene la mano puesta en el mármol de la mesa mientras mueve sus dedos con impaciencia. —Hay una hora de desayuno Paula, debes cumplirla —Me dice mirándome de arriba abajo como si fuera lepra. Me siento a su lado izquierdo con la mirada gacha, porque no quiero tener problemas tan temprano, o mejor dicho, porque hay mucha gente. «Deja que se vayan» Miro por el rabillo del ojo a las personas que nos acompañan este día, y me doy cuenta que son tres personas, una es un joven como de mi edad, y una chica como de veinte años que se parece bastante a Luciano, además de una mujer de cabellos como el oro, con pecas en el rostro y bastante hermosa que está frente a mí. «¿Quién es esta?» Por alguna razón me incomoda su presencia, por la sencilla razón que se ve que no es familia de Luciano por el color de sus cabellos, además, de que me mira como si fuera la cosa más fea que han visto sus ojos. —Paula, él es mi hermano, Mattia, y mi hermana Gabriella —Dice Luciano señalando a los seres que me sonríen con disimulo. Les devuelvo el gesto y enseguida la ama de llaves, Anna comienza a servir la mesa junto con otras sirvientas que presumo llegaron nuevas, porque no estaban. Traen frutas picadas, capuchino, jugo de naranja y otras cosas más, pero yo solo tomo un sándwich y lo pongo en mi mesa junto con la taza de capuchino que me sirven. —Deberías de comer frutas, y jugo natural, el café y el pan no lo comen las mujeres para cuidar su figura —escucho la voz de la única persona que no me presentaron. Busco la mirada de la chica enfrente de mí, y veo sus ojos azules detallarme con molestia; no le tomo importancia, comienzo a rezar en silencio para luego comenzar a comer mi pan. —Deberías… —¿Y tú quién eres? Disculpa que te pregunte, es que no te presentaron, pero se ve que eres alguien muy importante como para decirle a la esposa de Luciano lo que debe y no debe comer —le digo molesta. «No sé qué ha pasado con mi vieja yo» La chica enfrente de mí, se levanta molesta y pega las manos en la mesa con ganas de decirme algo, pero Luciano la detiene para que se siente. —Ella es… —Carraspea—. Una prima. La rubia lo mira con una ceja alzada queriendo comerselo con la mirada, pero no dice nada, me mira a mi y me tiende la mano: —Mi nombre es Caeli —Me muestra su mano blanca con un perfecto manicure que me deja fría. —Paula de Morgan —respondo y puedo ver el rojo en su cara. No le tomo importancia, termino de desayunar con paciencia hasta que veo a todos pedir disculpas y retirarse, incluso la tal Caeli que se va apretando los puños, y con ella Luciano detrás. «¿Quién es esa mujer?» Me pongo de pie y comienzo recoger los platos para llevarlo hasta la cocina, pero Anna entra con un carrito. —Señora, no haga eso, no es su deber —Me regaña. —Déjame, me gusta colaborar —le digo sincera y termino por acomodar todo en el carrito con ella para luego entrar a la cocina. Me quedo maravillada al ver el interior de la misma, es amplia, mucho más amplia que la del convento, y perfectamente combinada entre n***o y blanco, con una lámpara plateada que ilumina todo. «Hermosa» —¿Te gusta cocinar? —me pregunta Anna. —Sí, de hecho se hacer varios platillos, también me gusta leer, y algunas ocasiones escribir —rio emocionada. —Aquí hay una biblioteca llena de libros para leer, cuando quieras te puedo llevar —dice Anna con amabilidad. La abrazo emocionada porque para estar en esta mansión día y noche sin hacer nada se necesita un buen libro, o muchos libros más. Eso era lo que me entretenía en el convento, cuando no estaba leyendo estaba escribiendo cosas que me pasaban ahí dentro, o que solo me imaginaba, como el color de cabello de mamá, y la forma de ser de mis hermanas. Recuerdo que creaba personajes como yo creía que eran ellas. «La extraño y aún no la conozco» Dejo todo en el lavaplatos, y luego salgo en busca de Luciano; quiero hablar con él, o mejor dicho insultarlo por lo que pasó la noche anterior. Salgo al jardín, y no veo a nadie, lo busco entre las habitaciones y no veo a nadie, así que decido ir a la parte de atrás de la mansión, dónde hay una casa pequeña como establo, o una casa de huéspedes. Entro con cuidado y puedo oír las voces de las personas dentro, así que deduzco que ahí esta, pero cuando entro me quedo estática al ver lo que están haciendo ahí dentro.
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