Un hijo o la cárcel

1808 Palabras
Pov Damián Pincho el trozo de fresa que llevo a mis labios; está entre dulce y ácida, haciendo explotar mi paladar al degustarla. Aston se mantiene a mi lado derecho comiendo el trozo de filete que le dió la mujer de servicios. Acaricio su melena gris sin dejar de comer con la otra mano, hasta que… mis ojos se encuentran con Brahin y mi escolta de confianza que vienen entrando al comedor de la mansión. —Encontramos el reloj señor, lo tenía un vagabundo cerca del callejón donde encontramos a la señorita —me explica el empleado tendiendome la joya. Se la arranco de la mano con desespero y la reviso ansioso porque realmente sea el reloj que me regaló mi padre y… efectivamente sí lo es. —De la que te salvaste hermanito —me suelta Lucían entrando también al comedor y ruedo los ojos. No es que le tenga miedo a Luciano Morgan, pero sí un profundo respeto; mi padre nos enseñó que debemos apreciar lo que con amor se da, así sea una joya de mucho valor como el reloj o la comida de mi madre. «Eso y que no quiero lidiar con sus malditas amenazas de empalamiento» —¿Y hay noticias de la extranjera? —pregunto con curiosidad tratando de calmarme. Me pongo de pie y rodeo el comedor mientras mi mente recuerda a la mujer de baja estatura y de cuerpo voluptuoso que robó y perdió mi reloj. —Es colombiana, tiene veintitrés años de edad, publicista, pero graduada por medio de becas —Brahin me entrega las notas que no sé como mierda encontró. Es exorbitante la puntuación con la que se graduó, pero más exorbitante es saber que no ha encontrado empleo en Florencia. —También tiene una hermana de seis años que sufre de una enfermedad asmática, vive con su tía materna y de sus padres aún no se registra nada, pero supongo que se quedaron en su país natal —me muestra todo lo que quiero saber. —¿Qué piensas hacer hombre? —se mete Lucian—, ya conseguiste el reloj, déjala en paz, solo es una pobre mujer sin suerte. —Pero con curvas —habla Brahin acomodándose los lentes de manera coqueta y lo aniquilo con los ojos. —Quiero que me la lleven a esta dirección mañana por la noche —le digo a mi escolta volviendo al asiento. Aston se sube a mis piernas y lo acaricio bajo la mirada inquisidora de Lucian, quién pareciera que pudiera leer mi mente. … La frente me suda y el cuerpo me tiembla. La respiración la tengo acelerada y el corazón pareciera que va a salir de mi pecho. Abro los ojos y dejo que mis pies reposen en mis sandalias de casa. Es de madrugada y estoy sudando, gracias a la pesadilla que tuve. Camino al baño y me refresco la cara para luego volver a la habitación. «Las últimas noches ha sido lo mismo» —Aston —le hablo al animal que está en la piecera de mi cama—, ¿quieres dormir conmigo? —le pregunto y me ladra en señal de respuesta. Lo veo subirse a la cama y me acuesto dejando que la figura voluptuosa de mi cuerpo en boxer más él acostado entre mis piernas hagan el contraste perfecto, digno para una fotografía de revistas playboy. A la mañana siguiente me arreglo frente al espejo para ir a la oficina. Me coloco un traje de vestir de color gris y una gabardina del mismo color. El reloj que me dio Luciano lo dejo guardado junto a la colección y tomo uno de oro blanco que abrocho en mi muñeca izquierda. Me echo perfume y me pongo los guantes antes de bajar a las escaleras. —¿Va a desayunar, señor? —pregunta la empleada y niego con la cabeza recibiendo el café en el pequeño termo que me entrega. Subo a la camioneta y degusto lo mío mientras mis hombres se mueven a la empresa. Cuando llego a la oficina encuentro a Lucian en ella sentado en mi silla con las piernas en el escritorio mientras muerde una manzana. Lo aparto ignorandolo por completo porqué ya se a que mierda vino y… —¿Será ella no es así? —me pregunta y no me da la gana de responder. «Si jode» —Damián —se masajea las sienes imitandome—, ¿cómo harás para convencerla de que te dé un hijo, joder? ¡Solo es una niña de veintitrés años, no le arruines la vida así carajo! —No le voy a arruinar la vida Lucian —lo observo a sus verdes un poco más claro que los míos. «Nos parecemos mucho, pero no somos idénticos ya que, somos mellizos no gemelos» —¿No? —bufa—, ni siquiera sabes si es virgen, si tiene novio en su país o si no le interesa tener hijos…—habla y no me interesa. «No pienso tocarla» —Nadie es virgen a los veintitrés años —le hablo y se pone la mano a la cintura—, y si tiene novio que lo deje y ya está. —Dudo mucho que sepas de esas cosas —comienza y no creo que pueda seguir soportando. —No soy gay y si vuelves a decir eso de nuevo te voy a partir la maldita cara, carajo —me exaspero logrando que suba las manos. —Solo piensa bien las cosas, podemos pagarle a alguien, mira, hablé con estás mujeres que aceptaron entrevistarse contigo y… Me muestra varias fotos que medio míro. «Cuando se me mete algo en la cabeza no hay poder humano que pueda hacerme cambiar de opinión». Además, que me agrada la idea de que mi hijo tenga sangre latina. Eso y sumándole que, ella me debe su vida. Bueno, ya no, pero eso Salomé Uribe no lo sabe. —No tendré a mi hijo con ninguna prostituta. ¿Qué te pasa? —Me exaspero—, ahora largo de mi oficina que tengo que trabajar —lo corro logrando que salga furioso. «No lo soporto» Recibo la llamada de mi padre que se queja porque no lo había hecho antes y también hablo con mi madre. Para horas de la noche salgo desde la oficina al restaurante donde cité a Salomé. Mientras la espero no puedo evitar mirar los documentos que me entregó Brahin junto a sus fotografías y, cada vez que lo hago me convenzo más que quiero que sea ella quien lleve a mi hijo en su vientre. —¡Suélteme! Yo puedo caminar sola —escucho a la mujer que es arrastrada al interior del restaurante por mi escolta. Me masajeo las sienes al detallarla; lleva unos vaqueros desgastados, con una franela de algodón blanca y unas zapatillas de trenzas. Sus cabellos castaños caen de un lado y sus labios gruesos y provocativos están pintados de un rosa pálido. Le hago señas a mi escolta para que la suelte y ella enseguida camina hasta la mesa donde me encuentro. A pesar de que me robó un maldito reloj que cuesta más que su vida, se mueve con la mirada en alto y con seguridad hasta mí. «Descarada» Me pongo de pie cuando está cerca y le abro la silla para que se siente. Puedo ver el nerviosismo de sus manos al detallarme. Claramente soy mucho más alto que ella. Además de que estar rodeado de cinco hombres con trajes y armas no es algo muy común que digamos. —Salomé Uribe —saboreo su nombre mientras sonrío. La veo sentarse con la mirada fija en mis verdes y aprieto la mandíbula con seriedad cuando lo hace. —Veo que ya sabes mi nombre —dice fingiendo desinterés. —Hay muchas cosas que ya sé de tí, por ejemplo, que eres colombiana, que tienes una hermana menor, que vives con tu tía y… —Vaya, qué rápido ruedan los chismes en Florencia —habla con desinterés. Llevo un dedo a mi nariz y la masajeo detallandola; ni siquiera tiene idea con quién mierda está hablando. —Hablame más de tí —le pido mientras subo la mano para pedir el menú. Ella toma él de ella y comienza a leer la carta. Me sorprende que sepa el idioma. Brahin me dió la información de que es graduada de publicista, pero jamás me dijo que era tan buena; los publicista deberían saber mínimo dos idiomas, pero al ser ella graduada por medio de becas no lo creí así. —¿Sabes italiano? —pregunto y asiento con la cabeza. —Italiano, ingles y español que es mi idioma natal —explica neutra. Observo el movimientos de sus labios y también lo rojizo que se tornan sus mejillas de repente. —No hay nada que pueda saber de mí que no lo haya averiguado señor… —intenta decir mi nombre pero no lo sabe aún. «No recuerdo habérselo dicho» —Hábleme de usted, ya que le debo mi alma al diablo, por lo menos quiero saber su nombre —dice. Recibimos los alimentos y veo como intenta comer la pasta con boloñesa que pidió. Corto el trozo de carne al vino y la llevo a mis labios sin dejar de mirarla. La carne está jugosa, los sabores con la que la condimentaron se pegan a mi paladar de manera armoniosa. —Todo el mundo sabe quién soy Salomé, así que no creo que tú seas la excepción —respondo de manera neutra. —¿Tendría por qué saberlo? —me pregunta de vuelta y achico los ojos. —Eso esperaba —tomo la copa de vino y la llevo a mis labios para degustarla. «Soy más de whisky y de bebidas calientes pero era buena compañía para el platillo que pedí» —Pues no lo sé, solo sé que tengo una deuda enorme con usted señor y me gustaría saber cómo puedo pagarla —habla con voz aguda—, no fue mi intención tomar ese reloj de su coche, pero… —Se traga las palabras que quiere soltar y me aflojo el nudo de la corbata. —¿Pero qué? —pregunto curioso. —Pero no tenía opción —susurra—, sin embargo no quiero justificar mis actos y quiero hacerme responsable de ellos, por eso, estoy a su completa disposición —habla haciendo que ensanche una enorme sonrisa. Me siento sádico, perverso por aprovecharme de la situación sabiendo que el reloj está a mi poder; pero así soy, astuto, hago de lo imposible lo imposible y, Salomé Uribe es eso que llegó para cumplir mis deseos. —Es fácil lo que te diré —le hablo sonriendo—, o un hijo o la cárcel, tú decides —suelto con perversidad.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR