Llegada con la amante

2092 Palabras
A la mañana siguiente, Atenea, hastiada de la rutina monótona en la mansión donde pasaba la mayoría del tiempo sola, decidió invitar a su amiga para compartir un refresco en la sala y conversar. Mientras Layla estaba absorta en su teléfono, deslizando el dedo por la pantalla, Atenea se dedicaba a limarse las uñas con calma, observando de vez en cuando a su amiga que parecía más interesada en chatear que en prestarle atención. Sin embargo, Atenea finalmente rompió el silencio. —Anoche tuve una discusión con Valentino —le confió, y enseguida Layla levantó la mirada —nuevamente por esa mujer llamada Lirio —soltó un suspiro de desinterés. —¿Ese tipo no se cansa? —exclamó Layla con descontento —¿Cuál es el problema? Es solo un matrimonio por contrato; nadie le está impidiendo que mantenga a esa mujer con él. —Es porque su padre le hizo un reclamo, ya que no quería concederme el lugar que me corresponde en esta mansión —Atenea bostezó, luego miró a su amiga —¿Crees que debería haber cancelado todo? Esto está resultando un tanto aburrido. —Ya te lo dije, deberías hablar con tus padres. Si fuera yo, no soportaría a ese tipo amargado; que se quede con su amante y que su fábrica se desmorone. Al fin y al cabo, no es tu problema —comentó encogiéndose de hombros. Atenea sonrió ampliamente, negando con la cabeza, y su amiga la miró con los ojos entrecerrados, reconociendo esa risa maliciosa como señal de que estaba tramando algo, aunque Atenea no reveló sus planes, y Layla optó por no perder tiempo en hacerle preguntas. En ese momento preciso, la puerta principal se abrió, rompiendo la tranquilidad de las dos jóvenes que disfrutaban de su espacio. Dos presencias no deseadas hicieron su entrada: Valentino, recién llegado de la empresa, acompañado de Lirio Moretti, quien tomaba su brazo con una sonrisa triunfante en el rostro. —¿Cómo vas con tu "amigo", Layla? —preguntó Atenea de repente, ignorando a los recién llegados —. No me has contado nada desde que llegamos. —Ah, sobre eso... —Al parecer, tus padres no te enseñaron buenos modales —cortó Valentino, interrumpiendo la conversación —. ¿No ves que acabamos de llegar?. —¿Y qué quieres, que bese sus pies o algo así? —inquirió Atenea sin apartar la mirada de sus uñas —. Hagan lo que tengan que hacer y déjanos en paz, ¿es mucho pedir?. —Sigues siendo una arrogante maleducada —replicó su prometido con frialdad —. Lirio se quedará a cenar esta noche. —Perfecto —esta vez, Atenea levantó la mirada con una sonrisa en los labios —. Me parece excelente, porque parece que la señorita Lirio tiene recursos bastante limitados como para permitirse el lujo de probar los exquisitos platillos que se preparan en esta espléndida mansión. Mis padres me enseñaron a brindar ayuda al prójimo. —Valentino, creo que será mejor que me retire... —murmuró Lirio en tono bajo, apretando ligeramente el brazo de Valentino como si sintiera vergüenza. —No, no te irás a ningún lado; esta es mi mansión —dictaminó él, rodeándola con su brazo mientras Lirio disimuladamente sonreía. Layla intercambió miradas con Atenea, quien mantuvo una expresión imperturbable —. Atenea, será mejor que trates a Lirio con respeto; aunque serás mi esposa, ella es la mujer que yo quiero. —Lo sé, cariño, lo sé —suspiró ella en respuesta —. ¿No es encantador? La amante y la futura esposa bajo el mismo techo y en la misma mesa; esas cosas solo las veía en las telenovelas —rió maliciosamente, mientras su amiga sentía ganas de soltar todas las maldiciones atascadas en su garganta —. Muy bien, por mí adelante, no tengo ningún problema con eso; después de todo, la amante solo será eso, amante. —Valentino, mi amor —le habló Lirio con voz dulce y aparentemente calmada, aunque él se veía notablemente disgustado —. ¿Por qué no vamos a tu habitación? Terminaste un poco cansado; te daré un masaje. —Por supuesto —respondió él, girándose hacia ella, tomó su rostro entre sus manos y le dio un beso en los labios delante de Atenea y Layla —. Vamos, quiero que descanses también. Así, Valentino se retiró escaleras arriba, lanzándole una mirada dura a Atenea antes de desaparecer de su vista. Una vez que ambos se habían ido, Layla dejó su teléfono y se puso de pie, dirigiéndose hacia su amiga. La tomó del brazo con fuerza y la miró a los ojos. —Nos vamos de esta mierda —dijo severamente —¿Vas a tolerar estas humillaciones por parte de ese hombre? Mira lo que acaba de hacer delante de nosotras: traer a su amante aquí, decir que se quedará a cenar, besarla frente a su prometida y ahora llevársela a su habitación, seguramente para hacer no sé qué porquerías. No puedo permitir que te quedes aquí. —No le des tanta importancia —se soltó de su agarre, suspirando —¿No me conoces, Layla? ¿Crees que algo así me hace siquiera cosquillas? Déjalos, ellos ríen ahora, luego seré yo. —De verdad que no tienes remedio, Ate —su amiga peinó su lizo cabello con frustración —estando yo en tu lugar, hasta un veneno le hubiera dado a ambos. Esos malditos lo hacen a propósito. —Qué te puedo decir, no soy una mujer complicada que pierde su valiosa energía con cosas insignificantes como esas. —Oye —Layla la miró con interés —¿Por qué no vamos a la piscina?. —¿A qué viene eso?. —Hace buen clima para tomar un bronceado. Has estado todo este tiempo viendo los preparativos de tu boda y además soportando a ese idiota, y yo he estado ocupada con algunas cosas del trabajo. Nos merecemos relajarnos —le propuso, acercándose a ella mientras esbozaba una sonrisa torcida —. Además, muéstrale a esa cucaracha que no te vas a dejar. —Buena idea —Atenea sonrió con complicidad —. Vamos, necesito un masaje relajante. Tomada la decisión, ambas mujeres ascendieron emocionadas por las escaleras y entraron a la habitación en busca de sus bikinis para disfrutar del sol en la piscina. Atenea optó por un juego de dos piezas bastante revelador, al igual que su amiga Layla, quien eligió uno de color amarillo. Atenea, por su parte, se decantó por un bikini de color rojo, moderno y sencillo. Ambos conjuntos presentaban partes superiores en forma de triángulo que resaltaban sus figuras, y las partes inferiores de corte alto revelaban de manera elegante y audaz la curva de sus caderas. Una vez listas, se envolvieron en pareos de baño y salieron rumbo a la piscina. Allí, ordenaron algunas bebidas refrescantes que fueron colocadas en mesitas junto a cada tumbona. Además, solicitaron bloqueador solar y unos lentes de sol para disfrutar plenamente del día. —Scott, por favor, aplica el bloqueador solar en mi cuerpo —le solicitó amablemente Atenea a uno de sus subordinados presentes. El hombre, complacido, se dispuso a cumplir la orden. Atenea se colocó de espaldas en la tumbona, con la cabeza ligeramente inclinada para recibir el sol, mientras Scott subía las mangas de su camisa para aplicar suavemente la crema en sus manos y esparcirla por la espalda de Atenea. Ella sonrió con malicia, mientras su amiga estaba absorta leyendo una revista con los lentes de sol puestos, disfrutando de un jugo de frutas. Por otro lado, Atenea era consciente de que, a lo lejos, entre una de las ventanas de la mansión, otros ojos la observaban. —Por favor, extiéndelo por toda la espalda y también en mis piernas —le indicó ella, notando a Valentino de pie cerca de la ventana de su habitación, observándola mientras llevaba un vaso de licor a sus labios. Scott, siguiendo las instrucciones de Atenea, comenzó a aplicar el protector solar en todo el cuerpo de ella, masajeando con delicadeza su espalda desnuda, así como sus piernas y muslos. Realizaba movimientos circulares, relajando cada músculo mientras Atenea se dejaba llevar y mantenía sus ojos fijos en la ventana. La silueta masculina de Valentino continuaba observándola detenidamente, con la mandíbula fuertemente apretada y la ira consumiéndolo en silencio. —¿Qué planeas, zorra? —le preguntó su amiga, quien se percató de sus intenciones—. ¿Quieres darle celos a un hombre que te odia? No pierdas tu tiempo, créeme. —Solo yo sé lo que hago —respondió ella calmadamente, mientras el hombre continuaba con su trabajo—. Quiero que se llene de rabia, que vea a otro hombre tocar el cuerpo de su futura esposa, y no por celos, sino por orgullo. Mi intención es golpear directamente su ego. Que se dé cuenta de que nada de lo que haga con su amante me afecta en lo absoluto. —Vaya manera —murmuró su amiga sin darle mucha importancia. *** Valentino subió a su habitación con Lirio y se deshizo de su saco, dejándolo sobre la cama. Mientras tanto, ella tomó asiento en uno de los sofás, ocultando su ira y molestia tras haber recibido comentarios desagradables por parte de Atenea. A pesar de querer expresarle sus verdades directamente a ella, optó por contenerse, mostrándole una imagen de fragilidad e indefensión ante Valentino. —¿Estás bien? —le preguntó a Valentino, acercándose—. Esa mujer es muy grosera; solo dice todo eso para molestarme, porque no quiere que esté aquí contigo. —No le des importancia. Ya le dejé claro que la mujer que quiero eres tú —respondió él, acariciando su mejilla, pero luego se alejó para servirse un trago de licor. —¿Tu padre no se molestará por mi presencia esta noche? —inquirió ella con cautela. —Es lo más probable, pero no me importa —dijo fríamente, acercándose a la ventana de su habitación para observar el jardín—. Hablé con él y le dije que estaría dispuesto a casarme con esa mujer si no se metía contigo o trataba de alejarte. —Muchas gracias, mi amor —sonrió ampliamente y lo abrazó por detrás—. Solo deseo que todo esto termine para estar finalmente juntos, como lo hemos deseado todo el tiempo. —Sí... yo también —contestó él, perdido en sus pensamientos, sin darle mucha importancia. En ese momento, observó a dos mujeres dirigirse hacia la piscina, y notó cómo se acomodaron en las tumbonas, ordenando bebidas, colocándose lentes de sol y solicitando bloqueador solar para broncearse. Sin embargo, sus ojos se centraron especialmente en una pequeña figura de piel clara, con cabello oscuro y un cuerpo perfectamente moldeado, parecido al de una modelo. Las curvas perfectas, un trasero grande y redondo, y unos pechos que se delineaban a través del bikini rojo, captaron su atención. Frunció el ceño al darse cuenta de que era ella, su prometida, quien sonriente solicitó la atención de uno de los hombres presentes para aplicarle bloqueador solar en su cuerpo prácticamente desnudo, ya que solo cubría las zonas esenciales con dos capas de tela. Experimentó disgusto, porque era incapaz de soportar su comportamiento soberbio, especialmente al intentar involucrarse con Lirio, según él pensaba. Su ceño se frunció aún más al ver a un hombre masajeando de manera deliberada el cuerpo de su prometida, recorriendo su espalda desnuda y sus piernas, palpando cada centímetro de su piel como si no estuviera tocando el cuerpo de su futura esposa. Lo que más le molestaba era la descarada sonrisa de Atenea, como si estuviera disfrutando la situación, sin saber que ella solo disfrutaba que él la observara desde lejos. —¿Pasa algo, Valentino? —le preguntó Lirio al notar su inusual silencio. —Sí, ocurren muchas cosas en este maldito momento —replicó él, apartando el vaso de licor a un lado y liberándose del agarre de Lirio para salir. —¿A dónde vas? —inquirió ella sorprendida, pero él ya había salido por la puerta molesto. No podía entenderlo hasta que miró por la ventana y vio a Atenea, a lo lejos en la piscina, con ese hombre que la masajeaba de manera poco apropiada. La castaña apretó sus puños con rabia y salió de la habitación para seguir a Valentino, consciente de que seguramente armaría un escándalo por el comportamiento tan descarado de Atenea en la mansión.
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