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Después de tanto caminar con su hijo, Morse llegó a Fer, los niños hambrientos los recibieron con los brazos abiertos, felices se encontraban todos al ver que el hombre que los cuidaba, traía consigo sacos de muchos alimentos, ayuda que le había brindado Zaya, después de despedirse. Ya solo eran diez, algo que a Morse le causaba una herida en su corazón y un dolor en su alma, cuando los abrazó durante muchos minutos, recordó a todos esos niños que ya no estaban presentes, que habían llegado uno por uno, desde el más pequeño hasta el más grande, bebés de meses, niños con discapacidades, enfermos y casi muriendo, con ayuda de su difunta esposa sacaron adelante ese hogar donde compartieron tantas alegrías, risas y diversión, que al cabo de unos días al volverse monje, lo ayudó a superar su do