La guerra había causado grandes pérdidas y dolor, entre ellas, la muerte de un amado padre y adorado esposo era llorada por una pequeña y su amorosa madre que no encontraban consuelo que igualara el tamaño de su pena, tras este hecho desgarrador, la viuda debía tomar muchas importantes decisiones respecto a la economía y la vida cotidiana para poderle brindar la prometida calidad de vida a la pequeña, aún con el recuerdo de ese padre y esposo en su memoria vívida y aún más con el llanto y el luto en el fondo de su corazón. Como todo mundo esperaba, ellas debían sonreír frente a la adversidad, ser fuertes y continuar con sus vidas, además de demostrar generosidad y amabilidad para inspirar esperanza a quienes las rodeaban.
Con el tiempo, la guerra había terminado al fin, pero había dejado a su paso pobreza, esclavitud y múltiples problemas más que parecían no tener solución, por lo que tras meses de guardar el luto, la viuda se vio obligada a contraer nupcias nuevamente para intentar salvar lo que más amaba de la desdicha y de un futuro incierto y abrumador, ella era hermosa y joven, sus cabellos brillaban como el oro puro, su figura arrebataba suspiros por doquier y su personalidad sencilla y simpática atraía a diversos caballero que estaban dispuestos a todo con tal de obtener un poco de su atención, por lo que no le costó mucho trabajo encontrar a un hombre que quisiera tomar esa gran responsabilidad, y pronto su nuevo matrimonio se celebró entre flores y el cantar de los pájaros, pues era primavera, y algunas personas se regocijaban por la nueva vida que les esperaba, a todos los invitados a la celebración se les ofreció un gran banquete acompañados de la mejor orquesta de la ciudad, hubo baile, pastel y muchas personas expresaron su alegría con obsequios y bendiciones hacia el nuevo matrimonio, pues todos creían que esta unión acarrearía armonía y bienestar.
Pese a que ya habían transcurrido tres meses desde la tan festejada boda, aún costaba trabajo acostumbrarse a su nueva vida en compañía de ese hombre que parecía adorarlas, pero en su mirada se escondía un gran odio y devoción por arrebatarles lo que con tanto esfuerzo se había construido, él lo disimulaba muy bien, pero tenía personas a su mando trabajando para que un día no muy lejano él pudiera quedarse con todo lo que a ellas les pertenecía y, desafortunadamente, ese día se acercaba más y más.
Era el festejo de su séptimo cumpleaños cuando la madre de la pequeña... Isabella, vamos a llamarla, ya que se desconoce su verdadero nombre, le organizó un hermoso festejo acompañado de todas las amistades de la familia, música en vivo, juegos, dulces, piñata y un gran pastel que, luego de partirlo, todo se tornó oscuro, pues la familia recibe un aviso de que un enorme pelotón enemigo ha sido visto aproximándose hacia ellas, por lo que ambas deben abandonar el lugar inmediatamente.
— ¡Vamos, querida! ¡Es mi deber ponerlas a salvo! — sugirió el hombre
— Gracias querido, aunque no eres el padre de mi hija, has cumplido tu compromiso de amarla y protegerla a pesar de todo
— Es una niña encantadora y las amo a las dos, ¡anda, sube! — la carreta estaba más que lista para partir al refugio que había sido preparado con antelación previendo tal situación
— Pero ¿y tú no vienes? — pregunta la madre mientras el hombre toma la muñeca preferida de la pequeña y la coloca en sus manos
— Lo siento, pero sabes que debo quedarme a proteger nuestro hogar, debo pelear como cualquier otro hombre.
Él cierra la puerta y ellas se alejan en compañía de uno de los sirvientes, la señora llora temerosa de volver a perderlo todo y la pequeña envuelta en la incertidumbre sin lograr entender lo que estaba sucediendo. En el camino, la velocidad va en aumento, el sirviente ignora las órdenes de su ama, y ambas se asustan por la actitud del rebelde creyendo que las ha traicionado.
En cierto momento, ya en medio de la oscuridad de la noche, el sirviente detiene la carreta y se baja de ésta, se quita la capucha dejando ver una marca en su cuello igual a la del marido, sin oportunidad de bajar a enfrentarlo, la señora ve cómo él pone algo sobre los caballos que los hace ir de manera veloz y sin control, ella toma a su hija en brazos y suplica a Dios que la salve, entonces, decide tomar el control de la situación, acomoda a su hija y le pide que se sostenga muy fuerte mientras ella intenta tomar las riendas y controlar a los caballos, abre la parte de enfrente de la carreta y con mucho cuidado se pasa al asiento del conductor, toma las riendas y comienza a maniobrar, pronto se da cuenta que es inútil seguir intentando, pues lo que sea que el sirviente haya puesto en los caballos ha dado resultado, entonces, desata a los caballos poco a poco y uno a uno para que sigan su camino sin ellas, pero en el intento por desatar al último caballo, la carreta se ladea y ella cae pero no puede zafarse, pues su ropa está atorada, el caballo sigue su camino, arrastrando a aquella madre que intenta salvar a su hija de la muerte.
— ¡Aaaah! — podía escucharse el grito de la niña
— ¡Salta, hija! ¡Ahora! — la pequeña obedece
— ¡Mamáaaa!
A caballo, alguien las alcanza a gran velocidad, se trata de Gerardo, el sirviente más noble y fiel que pudiera existir sobre la tierra, con su espada logra liberar al caballo, Isabella está bien, aunque con un raspón en la frente, mientras que su madre ha sido arrastrada y malherida por las piedras y hierbas del camino, una rama se le ha enterrado en el vientre, al acercarse, Gerardo alcanza a escuchar las últimas palabras de su ama.
— Sálvala — refiriéndose a su pequeña — por favor — dice agonizante
— Mi señora, así lo haré, se lo juro — responde tratando de ahogar el sentimiento que lo invade con la escena.
Ella pierde la vida en ese momento, Gerardo y la niña quedan abatidos entre el dolor y el temor de que el enemigo pueda encontrarlos y concluir el objetivo, por lo que luego del llanto de ambos, él le explica a la pequeña lo que deben hacer para salvar sus propias vidas. Él sabe que todo esto ha sido obra del ahora viudo de su madre y no puede permitir que la niña viva a sus expensas, pues sería como asesinarla allí mismo o condenarla a una vida miserable para siempre, por lo que toma la decisión de hacer pasar a la niña por muerta.
Intentando cumplir el objetivo del conductor, coloca el cuerpo de la madre sin vida sobre lo que queda de la carreta — perdóneme, mi señora — suplica Gerardo al cuerpo inerte de su ama y la lanza al vacío junto con la muñeca de la niña, así cuando el enemigo acuda a cerciorarse de su acometido, no tendrá ninguna duda de que ambas perecieron como lo tenían planeado.
— ¡MAMÁ! — Grita Isabella luego de ver caer a su madre por el precipicio, ella grita de dolor al haber perdido lo único valioso que le quedaba, Gerardo la abraza e intenta consolarla, luego de un tiempo se van en silencio a un rumbo completamente desconocido.