No seré tuya

2013 Palabras
Mi boca estaba inundada por su sabor. Tenía los labios de Edzel acariciando los míos. Su mano me apretaba detrás de mí cintura ¡Señor! ¿Qué me está pasando? Traté de empujarlo, pero él seguía firme. No podía permitirle continuar, no debía, esto no estaba bien, esto… Pero las fuerzas me abandonaron, mis manos resbalaron, mientras sentía los flashes de las cámaras en mi rostro. — Ah… —separando su boca. Él rápidamente me apartó como si quemara. Su rostro fue directo a las cámaras, quienes satisfechos nos dejaron continuar. —¿Qué fue todo eso? —me dije en la mente, llevando mis dedos sobre mis labios aún cálidos. Bajando mis dedos a mi pecho, apreté la mano con un puño de rabia. Esto sólo había sido un estúpido juego. Maldición, me usó y yo no tuve tiempo a resistirme. — Vámonos —me dijo abriendo la puerta del auto. Aún con las cámaras detrás de nosotros, yo me quedé fuera sin hacer un solo movimiento. — Hanna —me miró con frialdad—. He dicho que vámonos. Sube ahora. ¿Quién se creía? ¿Con qué derecho pensaba que le obedecería? Mostrando mi ceño fruncido, retrocedí un paso. — Hanna… — No eres mi dueño, ni yo soy tu maldito juguete —murmuré, dejándolo en medio de todos las cámaras. — ¡Hanna! —lo escuché llamarme una vez más. Sin embargo, sólo perdía su tiempo. No soy esa clase de mujer que se pondría a llorar delante de un idiota. Estos seis años sirvieron para endurecer mi corazón y definitivamente el ingreso de él estaba prohibido. Como el ave Fénix, resurgí un día de las cenizas para desechar el recuerdo y sentimiento de ese amor que nunca fue correspondido ¿En serio? creía que sería tan débil como para seguirle. Que volviera a nacer, porque yo no tengo dueño. … Tras haber tomado un taxi, le pedí que me llevara a un lugar que tenía desde hace meses en mente. Aún estaba débil por el desmayo de esta mañana, pero al demonio, me sentía tan preparada como para darle en la cara a ese estúpido que creía que con un beso me podía dominar. Sí, estaba ardiendo en rabia, pero no voy a permitir que lo note. Jamás iba a dejar que viera el efecto que tenía en mí. Nunca. — Llegamos señora —me dijo el buen hombre. Le pagué con un billete que saqué de mi bolso y él se fue más que feliz. Aspiré hondo frente al lugar. El momento en que Hanna se hiciera ver como lo que era, había llegado. … Ese día me tomé la tarde libre, después de todo ya tenía los papeles de publicidad y marketing preparados. Así era cuando una es responsable en el trabajo, se anticipa a cualquier suceso. El resto quedaba en manos de mi secretaria. Buscando despejar mi mente, y fingir que ese beso no ocurrió, desaparecí hasta que el sol se ocultó y la luna lo reemplazó. Sentir el aire gélido clavarse en mi piel me ayudaba a olvidar otros dolores. Decían que era mejor mantener a la mente ocupada para no hundirse en la agonía de un alma destrozada. — No Hanna —me palmee las mejillas para darme fuerzas—. Eso sí que no, definitivamente no. Podrás sentir tristeza solo cuando realmente sea importante. Edzel no lo es, él nunca lo fue —me decía hasta sentir esa liberación en mi pecho —. Regla número uno, jamás dejar que los sentimientos me controlen, y menos por ese estúpido arrogante. Entonces, sentí mi celular vibrar en mi bolso, lo saqué para contestar, pero al ver de quien se trataba, dudé en hacerlo ¿Qué quería ahora? ¿Más dinero? Era mejor terminar con esto. — Hola mamá —respondí. — ¿¡Supongo que lo que vi en televisión, fue una broma, verdad!? — No lo entiendo ¿De qué estás hablando mamá? — No te hagas, que ahora mismo te localizo y te agarro de los pelos. Así que por tu bien, di que nada de lo que salió frente a la clínica fue verdad. — Maldición —dije en mi cabeza—. Ya veo que las noticias vuelan rápido. — Déjate de idioteces, Hanna. Tu marido me ha llamado más de una vez, pensando que estás aquí. — ¡Pues que se vaya al infierno! —grité presa de la rabia. — ¡A MI NO ME LEVANTES LA VOZ, MOCOSA! Recuerda que soy tu madre y por mi tienes esa vida llena de comodidades. Eres una malagradecida. — ¿Agradecer? —apreté mis labios para no quebrarme. — Por supuesto. Por mi tienes esa gran casa, eres la señora de Erardi, una magnífica fortuna. Hice lo mejor que una madre puede hacer para su hija. — ¡Me vendiste! ¡Eso hiciste! —estallé, sintiendo con rabia como las lágrimas mojaban mis mejillas—. Nunca te importe, solo viste en mí una inversión. Y lo único que te debo es el hecho de que gracias a ti, soy inmensamente infeliz ¡Ojalá pudiera odiarte! — exclamé colgando la llamada y apagando mi celular. Saqué un pañuelo de mi bolso, limpiando las lágrimas que odiaba soltar. Regresé a casa, solo después de sentir que mi mente retornaba a la calma. Además yo no tenía que escapar. No hice nada malo, y nadie podía reclamarme. Manejando mi nuevo auto; Un convertible en color gris, me llevé la mirada de sorpresa de más de uno. Sus bocas abiertas lo decían todo e inconscientemente, sonreí. Si tengo un capricho me lo compro, no necesito el permiso de quien solo en papeles es mi esposo. — Señora… — Buenas noches —dije, saliendo del auto— ¿Podrías estacionarlo por mi? —le pedí entregándole las llaves al portero. — Eh… sí, por supuesto. Acomodé mi bolso en mi hombro. Sentía tantas ganas de comer algo. No debía volver a saltarme las comidas, no iba a darle el gusto al monstruo ese. Metí mi llave a la cerradura e ingresé soltando una larga exhalación, pretendía ir primero a mi habitación, entonces, recordé que Edzel estaba ahí ¿Maldición, qué haría? Me mordí el labio pensando en que hacer, hasta que vi a Ann, bajando de las escaleras. — Ann —la alcancé. — Señora Hanna —me respondió la mujer mayor—. Que bueno que llegó. El señor Edzel está en la habitación preguntando por usted. Está muy enojado por lo que salió en las noticias. — ¿Ya lo saben todos? —dije sorprendida de que eso estuviera ya estuviera en transmitiéndose en televisión. — Salió en vivo señora. Y muchas figuras públicas lo comentan. — Ay —dije llevándome las manos a la cabeza—. Acaso no podía tener un momento de calma ¿Tan difícil es pedir eso? — ¿Desea que le dé aviso al señor? — No, más bien quería pedirte que arreglarlas y sacaras mis cosas de la otra habitación. Llevalas a la otra, en la que pasé la noche. Ann, con algo de duda y temor, finalmente asintió. — De acuerdo señora, pero le recomiendo que hable con su esposo. No está para nada contento, y evitarlo no traerá nada nuevo. — ¡Por supuesto que no! —irrumpiendo con su voz grave, tanto Ann como yo levantamos la mirada a la cima de las escaleras. — Señor Edzel —musitó Ann asustada. — Sube de inmediato —me ordenó con su gélida mirada. — Primero cenaré, y no tengo tiempo ahora para tus pedidos. De repente, tuve su mano apretando mi muñeca. — No te lo estoy pidiendo, te lo estoy exigiendo —como si lanzará ácido con su boca, mi cuerpo se sintió débil. Llevándome a la fuerza a la habitación. Fue un fuerte golpe de la puerta al cerrarse, lo que hizo que mi piel se erizara. Edzel me soltó solo cuando estaba seguro de que no escaparía, y debido al impulso caí sobre la cama. — ¿Qué te pasa? ¡No eres nadie para tratarme así! —exclamé, reincorporandome de pie. — ¿No soy nadie…? ¡SOY TU ESPOSO, MALDITA SEA! ¡Y HOY ME HAS HECHO QUEDAR EN RIDÍCULO, FRENTE A MILLONES DE PERSONAS! — Pues te lo mereces —levanté el rostro, manteniéndome erguida a pesar del temblor en mis rodillas. Él guardó silencio, parecía estar pensando en algo. — Muchos dicen que estábamos en esa clínica, porque estamos buscando orientación para que estés embarazada. — Eso jamás ocurrirá. Nunca tendría un hijo tuyo. — Lo mismo pensé cuando escuché eso del abogado. Pero si es necesario para obtener la herencia, haré ese sacrificio. — ¿Qué dices? —no obtuve respuesta. Apenas pude contener mi respiración, pues Edzel se quitó el saco y jaló los botones de su camisa, mostrando sus pectorales y abdomen perfectos—. ¿Qué crees que estás haciendo? ¡No te acerques! —grité, colocando mis manos por delante. — Apresuremos el divorcio. Me odias, yo siento lo mismo, y sólo un hijo nos dará la libertad del otro. Así que no saldrás de esta habitación hasta que me asegure de que quedes embarazada. Entre el terror y la desesperación me giré para salir, pero los brazos de Edzel me retuvieron de los hombros. Apreté fuertemente los ojos; me estaba haciendo daño. — S-suéltame, no quiero. No quiero… —dije con la voz entrecortada. —¿Qué te pasa ahora? ¿Por qué estás temblando? —me sacudió para que abriera los ojos—. Correspondiste a mi. beso, es evidente tu deseo por mí. —¡Estúpido arrogante! —respondí, observándolo fijamente—. Ni loca dormiría contigo —agregué—. ¿O es que ya olvidaste el asco que decías sentir por mí? Con eso logré que su agarre fuera más débil. Su rostro se veía desconcertado. Debía decir algo más para lograr que me suelte y escapar. — ¿Estarás bien al acostarte con la mujer que otro ya tomó? —mentí— ¿Te agrada saber que otro hombre me tocó? Que alguien más me hizo su mujer, que me besó y acarició en lugares que tú nunca lo harás. — ¡Cállate! —me volvió a sacudir. Su mirada era intensa ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso realmente pretendía cumplir con su palabra? — Podría estar embarazada ahora mismo, y nunca sabrás si es tuyo —pensé que al decir esto se detendría, pero estaba fuera de sí mismo— ¡Suéltame! —exigí. Repentinamente, mis nervios se alteraron, cuando él ruido de un adorno que estaba a nuestro lado, cayó por el empujón del brazo de Edzel. — Pues haremos pruebas, pero te aseguro que tendrás a mi hijo —no sirvieron de nada mis palabras para hacerlo entrar en razón. Él tomó mis labios en un beso posesivo. Su boca era ruda, empujando con su lengua a mis dientes para entrar. Hice un esfuerzo, pero su boca es tan astuta que mi barrera cedió. Maldición, su boca estaba por hacerme perder el conocimiento. Se sentía más íntimo que lo hecho frente a las cámaras. ¿En verdad esto está pasando? ¿No es otro de mis sueños de adolescente? La mano de Edzel colocándose suavemente en mi cintura, me respondió. Su beso poco a poco dejó de ser rudo ¿Qué rayos le ocurría? ¿Por qué de pronto se volvió delicado? Ya no era un beso forzado, ni robado. Se sentía muy real, tan real como lo eran esos abdominales en los que mis manos estaban apoyadas. No podía, debía detenerlo, morderlo o decir alguna clase de estupidez para que me soltara. Entonces, sentí su gran mano posándose sobre mi pecho, y fue eso lo que me devolvió a la realidad. Dando toda mi fuerza, hice que me soltara. — ¡No! Nunca Edzel Erardi —dije con la voz agitada—. Nunca seré tuya ¿Lo entiendes?
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