Locura agridulce

2500 Palabras
Cuando alcancé a Melody, estaba sollozando con la mano apoyada en su mejilla. — Edzel… —se giró, mostrándome sus ojos llenos de lágrimas—. Ella me golpeó —confesó, provocando que todo mi cuerpo despertara en cólera. — ¿Cómo dices? — Yo solo quise hablar, pero reaccionó tan violenta como en la oficina. Ella me odia, me odia. Por favor no dejes que me haga daño. — Ya, tranquila —la abracé para tranquilizarla—. Nadie te hará daño cariño mío. Aquí estaré para protegerte. — Está celosa. Ella quiere como a de lugar tenerte. Estoy segura que hará de todo para ensuciar tu nombre y quedarse con la herencia. No permitas que eso suceda, debes buscar alguna alternativa antes de que su plan se lleve a cabo. — Ya estoy trabajando en eso, he pedido a uno de mis hombres de confianza que busque otro abogado para invalidar el testamento. — ¿Lo dices en serio? —Melody levantó su rostro con tanta ilusión, los ojos le brillaban. Haría lo que sea por ella. Con tal de ver feliz a la mujer que amo, iría hasta el fin del mundo—. Me da tanta dicha que pronto podrás ser libre. — Pronto cielo. Pronto seremos tú y yo. — Pero ahora… Bajando mi vista la observé mordiendo sus labios con ganas de decir algo, pero que no tenía el valor para hacerlo. Siempre tan tierna. Melody era única. — ¿Qué sucede? — Eh… bueno, mi vestido está todo manchado y… — Descuida —enrollé mi índice con un mechón de su cabello rubio —. Ahora mismo te traerán los mejores vestidos y podrás escoger el que más te agrade. — ¿Harías eso por mi? — Solo por ti —le sonreí. … Al final, Melody terminó por llevarse tres vestidos que eran parte de la nueva colección que sería sacada al mercado comercial. Parecía que todo este alboroto al fin había tenía calma, pero no. Aún tenía un gran pendiente con Hanna. Su actitud de niña malcriada y querer pasar por encima de mí. Había sobrepasado mis límites. Luego de que Melody se fuera y de cambiar mi camisa. Dejé la orden a la señora Lois, de que nadie ingresara a mi oficina hasta mi regreso. Bajé hasta el piso donde se ubicaba la oficina de Hanna. Que horror, nunca pensé en tener que ir a buscarla. — Señor Erardi —me detuvo la secretaría de ella. — ¿Qué ocurre? — No estoy segura que la señora quiera recibirlo. Desde que llegó ha estado encerrada ahí, y su expresión era muy decaída. — A mi no me interesa eso. Ella y yo tenemos asuntos importantes de qué hablar, y me va a escuchar. — Pero señor… — ¡ Vas a impedirmelo! La mujer retrocedió atemorizada. — N-no señor, adelante, puede pasar. Empujé su puerta, esperaba decirle a la cara un par de cosas para que entendiera que aquí el que mandaba era yo, y si se atrevía a hacer otras de su tonterías lo pagaría muy caro. *Flashback* Una maldita mocosa, eso es lo que es ella ¿Por qué Diablos mi padre me embarraba en sus asuntos? ¡Maldita sea, le llevo cinco años de diferencia! Encima ella pretendía que aceptara su amor como si fuera algo que yo esperaba ¡Qué ilusa! Esa misma noche me fui donde Melody, ahí planeamos nuestro viaje. Estaría loco para quedarme en esa casa con una desconocida. Jamás la aceptaría, nunca la vería como mujer. Me creía tan estúpido como para recibir su sentimientos, despues de haber estado casada con él viejo. Solo lo imaginaba y me daba repulsión. Y al cabo de sólo unos días, ya estaba con las maletas listas para partir. De acuerdo, toleraría ese matrimonio, pero no viviendo bajo el mismo techo. Yo solo podía estar con la única mujer que ocupaba mis sentimientos, y no con una interesada. Con los pasajes en la mano, y teniendo a Melody recargando su cabeza en mi pecho, suspiré hondo. Ya estando a punto de abordar el avión, una niña que corría en el aeropuerto, resbaló y cayó justo delante de nosotros. Sus manos se pegaron a su rostro, soltándose a llorar por el fuerte golpe. — Hey, vamos pequeña no pasa nada —le dije, colocándome en cuclillas para ayudarla a levantarse. Ella sonrió mostrándome su escasa dentadura. Solo unos segundos después, una señora que era la madre de esa niña, apareció para cargarla en su hombro. — Te he dicho que no corras muy lejos , tu padre casi pierde la cabeza al pensar que habías desaparecido. — Lo siento, mami. — Bueno, lo importante es que estés bien. Ahora vámonos antes de que el avión nos deje. Gracias por ayudar a mi pequeña florecilla —me dijo la señora. — ¿Cómo la llamó? —pregunté con asombro. — Mami me llama así, Me llamó Flor, pero todos me dicen florecilla. — Entiendo. — Con permiso —tanto madre como hija se alejaron. Y sólo un instante después, escuchamos el llamado a nuestro vuelo. — Ya es hora, Edzel —dijo Melody, pero yo no estaba del todo prestándole atención. — Eh… — ¿Te pasa algo? —me preguntó. — Emm no, nada —negué—. Vamos al avión. Pero durante el camino al avión, mi mente solo me traicionó con el recuerdo de una cara llorosa. Y solo por un segundo, por un pequeño segundo, dudé en sí estaba bien lo que iba a hacer. Pequeña florecilla… Esa mirada triste junto a una fuente. Un beso, una promesa… — Déjate de tonterías, y sólo enfócate en este momento —me dije en la mente para borrar el pasado. Iba a empezar una nueva vida. Esto era lo que busqué desde que conocí a Melody, y así se haría. *Fin Flashback* Entré a la oficina, esta no tenía seguro en la puerta y por alguna razón el ambiente se sentía frío. Miré adelante, y observé a Hanna de espaldas, sentada con la silla apuntando a la ventana. Esto era el colmo. Durmiendo en el trabajo. — ¡Hanna! — de igual modo me acerqué para reclamarle el hecho de haber golpeado a Melody. Podía soportar que me mandara al demonio, que se atreviera a desafiarme, pero que se metiera con la mujer que quiero. Eso jamás—. ¡Hanna, vas a disculparte con Melody! —ordené, pero ella no me respondió, de hecho no hizo ningún movimiento. Tomando de su silla, la giré para observarla, traía los ojos cerrados y las manos sobre su regazo. — Hey —la moví del hombro, mas no me mostró su mirada llena de rencor. Solo permaneció en silencio, sin reacción—. Hanna —la llamé, esta vez con un tono de voz más suave, sintiendo algo extraño recorrer en mi espalda, toqué sus mejillas con mis manos. Estaba fría. Colocándome en cuclillas, rápidamente tomé su brazo, la moví, pero ella no daba señales de estar consciente. Su brazo resbaló de mis manos, cayendo como un objeto inerte. — Mierda —maldije entre dientes, apresurándome tomarla en mis brazos. Su cuerpo era delicado, tan suave como una flor. Sus labios carmesí ahora se veían pálidos—. Maldición —gruñí. Salí de la oficina con Hanna en mis brazos. Su secretaria se llenó de horror. No tenía la más mínima idea de como explicarlo. — Está desmayada, no reacciona con nada. — Tra-traeré alcohol, solo espere un poco, señor. — Al demonio con el alcohol. No voy a dejar que en mi empresa alguien muera. Entre las miradas de todos los empleados, me dirigí con Hanna a la salida. Mis piernas fueron más rápido que nunca. Tenía la sensación de que algo frío provocaba que mi cuerpo actuara solo, pues aquello que parecía más frágil que las alas de una mariposa, estaba apagándose como una vela. La metí dentro de mi auto, ajusté el cinturón a su cuerpo, para luego tomar el camino más corto que me llevaría a una clínica. — Maldición —dije entre dientes, sintiendo como una gota de sudor bajaba por mi frente. Y al fin, cuando llegué, salí con ella. Muchos de los que estaban ahí, se sorprendieron. Por supuesto, la noticia de mi regreso al país ya debía estar en las noticias, y el hecho de que estuviera entrando a una clínica con mi esposa, despertaba mayor interés. Mierda ¿Acaso no podía tener un poco de privacidad? Seguro que en cualquier momento llegan las cámaras a importunarme. Con gusto podría mandarlos al mismísimo infierno, pero ahora no era el momento más idóneo. … Cuarenta minutos después, y tras haber tenido que quedarme a escuchar al médico sobre la situación de Hanna, presencié el momento en que sus colores retornaron a sus mejillas. — Ay… mi cabe… ¿Tú? —sus ojos se abrieron a la par cuando me vio al pie de la camilla junto al médico—. ¿Qué hago aquí? ¿Y por qué estás tú también? — Calma señora, su esposo sólo la ha traído tras el desmayo que usted tuvo. — ¿Desmayo? —preguntó confundida. — Sí, pero no hay nada de qué preocuparse, podrá irse hoy, apenas el contenido del medicamento se acabe. — Oh, ya veo. Supongo que el hecho de no haber cenado ayer, pasar una mala noche, ni desayunado hoy, más la discusión que tuve, causaron esto —dicho esto, su mirada se posó en mí, como si fuera mi culpa. — ¿Ahora dirás que yo causé todo esto? —le reclamé—. Deberías estar agradecida de que te haya salvado. — Por supuesto, te lo agradeceré cuando los cerdos vuelen, además, no necesito que te quedes. Puedes irte, sé cuidarme sola. En medio de nuestra discusión, el médico sonrió negando con la cabeza. — Iré a preparar el alta, veo que la energía de su esposa ya ha vuelto a la normalidad. — ¡Futura ex esposa! —exclamó Hanna, antes de que el médico saliera de la habitación. — Que fastidio —murmuré sentándome a esperar. — Pues si te molesta, vete. De hecho exijo que te alejes. Tú presencia aquí, solo hará que me enferme y muera. — Desgraciadamente, no creo en milagros —respondí. La escuché gruñir por lo bajo, lo cual causó que soltará una imperceptible sonrisa. La observé quitar las sábanas de sus piernas, parecía querer levantarse. — ¿Qué haces? — Nada que te importe. — ¡Hey! No puedes irte aún, el medicamento sigue pasando. — ¿Y qué? ¿Desde cuándo te importa? Esta mocosa, le encantaba provocarme con su filosa lengua. Pequeña y contestona. — ¿Sabes? Tienes razón, lo que te ocurra no me importa. Tanto mi cabeza como mis sentidos están solo fijos para Melody. — ¡Entonces vete como su perro faldero! ¡Anda, búscala! En solo un instante, ya me encontraba delante de ella. Su mirada no mostró temor alguno, todo lo contrario, siguió observándome fijamente, era como ver a un ratón desafiando a un león, y por alguna razón que desconocía, sentí un impulso en mi pecho, fue bastante extraño, pero no molesto. Fijé mis ojos en sus facciones. En realidad… Hanna ya no era esa adolescente de seis años atrás. Su rostro posee rasgos muy finos y delicados, como pequeñas pinceladas hechas con sumo cuidado. Su piel blanca y cabellos azabache eran como un imán a mi vista ¡Maldición! Por qué no puedo dejar de verla. Entonces, sin proponérmelo, pegué la atención en su delgado cuello. Piel cremosa y sensible ¿Cómo se verían con unas marcas rojas? Seguro sangraría, se veía tan delicada… ¡Pero qué diablos estoy pensando! — Bien, ya tengo el alta médica —entró el médico mostrando la hoja que así lo indicaba—. La señora Erardi podrá irse en este momento. Apartandome para que la enfermera quitara el equipo de venoclisis de Hanna, esperé en la puerta. Era mejor mantenerme lo más alejado posible de ella. Mi cabeza definitivamente, no estaba pensando con claridad. — Y por favor, no se salte las comidas, señora. Esto podría traerle problemas a futuro, sobre todo cuando desee tener un bebé. Ella estuvo por responder, pero evité que lo hiciera, sujetando su brazo para llevarla a la salida. — Puedo caminar sola —se alejó ejerciendo fuerza—. La única ayuda que recibiría de un hombre es la de Harry, no la tuya. — Harry… ¿Quién es él? Oh, déjame adivinar, el idiota que tomaba la foto en la graduación. — No lo llames idiota. Él es mucho mejor compañía que la que tengo ahora. Mi respuesta tuvo que esperar, pues al salir, una gran cantidad de luces, cámaras y micrófonos nos esperaban. Tal como lo supuse. No podía tener ni un solo momento de paz. — Señor Erardi, bienvenido a Italia. Díganos ¿Por qué volvió tras una larga temporada en Inglaterra? ¿Acaso fue por su esposa? — Son respuestas que deseo mantener en privacidad. Por favor, ahora debo irme —intenté pasar entre la muchedumbre, pero era tan difícil como pelear contra las olas del mar. — Señor Erardi, hay rumores que dicen que su matrimonio con la señora Erardi, sólo es por la cláusula de un testamento de su difunto señor padre ¿Es verdad? — ¿Y qué le hace suponer eso? —le pregunté. — Bueno su matrimonio fue inesperado, y no hay pruebas de su ceremonia. Noté a Hanna muy incómoda, miraba de un lado a otro como si quisiera escapar. — Las ceremonias más importantes se hacen en privado, no necesitamos que el mundo apruebe nuestra relación, porque sólo es suficiente con que ella y yo lo aprobemos —tuve que mentir en mi declaración, pues la imagen Erardi es la más respetada en el mundo de la moda. Un simple error y todo se iba por un barranco. — ¿Entonces nos puede regalar un beso? Ustedes son la pareja más discreta en el medio. Y muchos anhelan verlos. — Eso… — Por supuesto, no tengo problema en ello —interrumpí a Hanna, antes de dijera algo que pusiera en riesgo el apellido Erardi. — Pero… — Shhh —callé su boca, colocando mi índice en sus labios. — ¿Qué diablos piensas hacer? —susurró con las mejillas rojas, mientras yo tocaba su mejilla con la mano —. No… Evite que dijera algo más, presionando su boca contra la mía, claramente sentí primero su resistencia, de modo que con mi otra mano acerqué su cintura a mi cuerpo. Esto era totalmente distinto al beso tímido que años atrás habíamos compartido. Ahora tenía mayor intensidad. Sus manos en mi pecho que intentaban alejarme, se relajaron. Y lo único que mi mente pudo hacer, fue relajarse y entregarse a ese instante de locura. Una locura con sabor agridulce.
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