Sentado en el sofá individual mientras sus brazos rodeaban un gran frasco de vidrio lleno de galletas con chispas de chocolate, Ollie fingía que escuchaba con mucha atención todo lo que Lucía, su vecina, le estaba diciendo.
Moviendo su cabeza de forma positiva justo en los momentos adecuados, mientras una de sus manos se internaba dentro del frasco, Ollie se llenaba su boca con su querida y deliciosa galleta.
—¿Me estás escuchando, Oliver? —preguntó Lucía, observándole con sus cejas perfiladas levemente juntas.
Que hubiera utilizado su nombre completo ya era una gran señal para Ollie de que había sido descubierto, pero eso no evitó que volviera a asentir con su cabeza de forma efusiva, logrando que su abultado cabello rubio y semi ruloso se agitara con el movimiento.
—Por supuesto —mintió descaradamente, volviendo a empujar una galleta en su garganta.
—Ah, entonces sabes que acabas de aceptar que tiña tu hermoso cabello de azul y te pinte tus uñas —indicó alzando una ceja.
Dejando de mover sus mejillas llenas de galletas, Ollie se limpió suavemente las migajas que quedaron en la comisura de sus labios y su mentón.
—Bueno, a decir verdad, no me importa si me pintas mis uñas si en primer lugar logras cortarlas de forma decente —anunció—. Pero mi cabello… —negó con un suspiro—. No puedo ver a mis orejitas de color azul, será un caos y realmente, no creo que exista ningún animal que sea de ese tono para fingir ser él cuando estoy aburrido —indicó.
—Se supone que teñiré tu cabello, no tus orejas —resopló divertida.
—Me refería a estas —le recordó señalando sobre su cabeza, donde entre su enredadera de pelo, dos orejitas peludas similares a las de un lobo color castañas se alzaban dejando su escondite.
—Oh, cierto —pronunció observándole con ternura—. Como no las muestras casi nunca, por poco y me olvido de ellas —comentó.
Ollie resopló sin poder evitarlo.
—Eres la única persona que realmente ve esto —señaló su segundo para de orejas—, como algo normal u adorable —indicó—. Mis abuelos piensan que soy un fenómeno, y por lado tienen razón —dijo pensativo—. Nunca he visto a otra persona con orejas o cola, excepto yo, y eso es muy raro. El abuelo dice que yo soy un fenómeno, y la abuela que no debería de haber existido en primer lugar —comentó como si nada.
—Cariño —pronunció Lucía con su corazón apretándose—. Solo eres un poco diferente a los demás.
—¿Un poco? —repitió y soltó una risita—. Está bien, Lucía, sé que no soy una persona normal desde que tengo memoria, por eso me gusta venir y escuchar tus historias, siempre hay un final feliz para el protagonista sin importar cuál es su problema o defecto —expresó alegremente.
Soltando un suspiro, su amiga simplemente asintió dejando el tema.
—Al menos, cuando vengas a verme deberías de estirar un poco tus orejitas o tu cola, me imagino que con los idiotas de tus abuelos no lo tienes permitido —dijo no muy feliz.
—Por eso siempre trato de evitar encontrarme con ellos, si no nos vemos, no recuerdan que existo. Y si mantengo mi cola y orejas siempre ocultas, no estoy en peligro de que mi abuelo intente cortármelas… O mi abuela —explicó frunciendo el ceño y observando el frasco entre sus brazos cuando su mano tocó el vacío—. Lo siento, creo que me comí todas tus galletas —dijo observándole un poco avergonzado con aquellos bonitos ojos ámbar.
—Está bien, cariño, sabes que las preparo especialmente para ti —aseguró levantándose para recuperar el frasco—. Tomate tu taza de leche ahora que está tibia —ordenó.
—Si mi capitán —respondió estirándose para llegar a la pequeña mesita de centro, tomando la divertida taza con cara de una tierna vaca y sus manchas pintando todo el espacio.
—Y solo para que lo sepas, no accediste a nada raro mientras fingías prestarme atención —aclaró volviendo con él.
—¿No hay más galletas? —preguntó el joven chico lindo con un puchero.
—Creo que por hoy es suficiente, cariño —dijo con una suave sonrisa de labios—. Te comiste todas las que había en el frasco, y no eran exactamente pocas.
—Es tu culpa por hacerlas tan deliciosas —argumentó sonriente.
—O la de tus abuelos por no alimentarte correctamente —contestó observándole—. Parece que has adelgazado desde la última vez que me visitaste.
—Pedirle comida a mi abuela significa recordarle de mi existencia —torció sus labios—. Por eso prefiero intentar cocinar mi propia comida cuando tengo la oportunidad, y no termino arruinándola —rió suave.
—Sabes que puedes venir a pedirme siempre que tengas hambre —le recordó con expresión cálida.
—Lo sé —asintió—, pero no es justo —bebió de su leche.
—Lo que hacen tus abuelos tampoco es justo —refunfuñó—. Dios, si no fuera por ti, esa arruinada granja prácticamente no serviría para nada y serían ellos los que se morirían de hambre —gruñó—. Tú eres el que cuida de los cultivos y ves por los pocos animales que quedan.
—Y por ello tengo mi propio espacio y comida… De vez en cuando —le sonrió como si eso ayudara a disminuir la molestia de la mujer, a la cual consideraba su amiga a pesar de la diferencia de edad entre ellos.
Mientras Ollie tenía veinticuatro años y ya había pasado por todas las desgracias que podría pasar una persona normal, Lucía aparentaba tener unos cuarenta y seguía viéndose tan estupenda como la primera vez que se habían encontrado hace unos cinco años.
Su cabello siempre corto y rubio, con su sonrisa amable y sus manos cálidas.
—Tal vez si me prestaras un poco de atención cuando intento enseñarte algo útil, podrías salir al mundo y hacer algo más que cuidar de una granja para unos malagradecidos —comentó.
—No creo que en cualquier lugar me tratarían diferente a mis abuelos, no soy una persona normal —le recordó señalando sus orejitas que de forma instintiva habían vuelto a esconderse entre su cabello—. Y a pesar de que ellos están ahí, realmente me gusta lo que hago —prometió, dejando la taza vacía sobre la pequeña mesa de centro—. Ya hasta logré finalmente que el señor Pan sea mi amigo y no me persigue amenazándome con su pico cada vez que me ve —contó con emoción.
—¿Te refieres a ese ganso viejo? —recordó divertida.
—Sí, ese mismo —asintió y soltó una risita—. Tardé, pero creo que finalmente lo logré —sacó ligeramente su pecho con orgullo.
—Por supuesto, querido, eres un encanto total que hasta esos animales caen por ti —le guiñó un ojo.
Riendo alegremente, Ollie se detuvo y soltó un notorio suspiro cuando contempló como el atardecer ya estaba en lo último.
Tendría que volver a su casa en ese momento si no quería recorrer el bosque en medio de la oscuridad, encontrándose con otros animales salvajes.
—¿Ya tienes que irte? —preguntó Lucía, perdiendo su sonrisa.
—Sí, o si no tendré que caminar bajo la oscuridad.
—Siempre te puedes quedar aquí, sabes que las puertas de mi casa están abiertas para ti en todo momento —le recordó con cierta preocupación.
—Lo sé, gracias —le sonrió—. Pero si me quedo aquí, no alcanzo a llegar a primera hora en la granja para robarle unos huevos a las gallinas antes de que mi abuela pase por ellas, y entonces me quedo sin desayuno o almuerzo —explicó dirigiéndose a la entrada.
—Espera ahí —ordenó Lucía, levantándose y desapareciendo unos segundos.
Abriendo la puerta de al frente, Ollie se percató como Lucía ya había encendido las lámparas que alumbraban su camino desde el suelo. Ella lo había hecho después de la segunda vez que se perdió sin poder encontrar su casa al final del bosque.
—Toma —anunció Lucía apareciendo a su lado, empujándole un bolso.
—¿Qué es? —preguntó curioso, intentando abrirlo.
—No —dijo, golpeando suavemente su mano—. Es un regalo que abrirás cuando llegues a tu casa —ordenó ayudándole a poner el tirante del bolso sobre su hombro, cruzando su pecho—. ¿De acuerdo?
—Bien, por supuesto —sonrió con una de manos aferrándose al tirante mientras que la otra viajaba a su espalda.
—Y nada de hacer trampas —advirtió.
—Claro —asintió mientras cruzaba con fuerza su dedo índice y del corazón tras su espalda.
—Bien, puedes irte y asegúrate de que no te tome tanto tiempo volver —ordenó señalándole con su dedo.
—Bien, lo intentaré —prometió descruzando sus dedos—. Adiós, nos vemos —se despidió cruzando la puerta.
Agitándole su mano mientras se alejaba, Ollie esperó a alejarse lo suficiente, que sería hasta que el camino de luces se acabó y la casa finalmente se ocultó entre los miles de plantas que a Lucía le gustaba cuidar.
Con una sonrisa cruzando en su pequeño rostro, Ollie tuvo la paciencia de alejarse un poco más hasta que la perdió totalmente de vista. Entonces, sin dudarlo ni un solo segundo, dejó que sus rodillas se estrellaran contra la maleza del bosque y se quitó el bolso dejándolo frente a él.
Inmediatamente, sus manos trabajaron abriendo los dos botones y luego el cierre para abrirlo, encontrando una nota pequeña en la superficie.
—Sin hacer trampas —leyó y soltó una risita traviesa—. Lo siento Lucía, pero no es trampa si crucé mis dedos mientras aceptaba —argumentó y guardó la nota en el bolsillo de su pantalón desgastado antes de volver a rebuscar.
Apartando la nueva manta suavecita que cubría toda la parte superior del bolso, Ollie encontró un pequeño tesoro en forma de dulces, un poco de comida para preparar y dos infaltables libros, uno para colorear y otro un cuento infantil.
Sin poder evitarlo, sus dedos inmediatamente fueron por un dulce.
—Sip, debería de haber esperado para cuando llegara a mi casa —reconoció mientras revisaba el libro para colorear, con el cual tendría algo que hacer en las noches antes de dormirse, además de solo observar las estrellas hasta el aburrimiento.
Guardando todo nuevamente, el joven rubio se levantó del suelo y sacudió su trasero antes de colgar otra vez el bolso sobre su pecho.
Retomando su camino, Ollie frunció el ceño cuando su segundo para de orejas sensible percibió algo de ruido, lo suficiente como para mantenerse en alerta. Deteniéndose, sus manos se aferraron a su tesoro mientras abría sus sentidos, concentrándose en lo que le rodeaba.
El sol estaba por ocultarse, estaba en el medio del bosque, lo que sea que estuviera por ahí observándole no era nada bueno.
Entonces, de la nada, un pequeño conejito blanco como la nieve que destacaba entre tantos tonos de verde y café saltó frente a él, le observó, movió su pequeña naricita rosada y luego volvió a saltar plantando una rápida carrera.
—Solo era un conejito —pronunció relajando su cuerpo, soltando una risa boba.
Volviendo a caminar, Ollie dobló en el siguiente roble y tropezó cayendo sobre sus rodillas y manos con una molesta raíz sobre saliente del suelo que antes no había estado ahí.
Frunciendo sus labios con molestia, observó sobre su hombro y parpadeó un par de veces, muy lentamente, mientras contemplaba el cuerpo de un muy desnudo y lastimado hombre respirar dificultosamente tirado en el suelo.
—Oh, vaya —balbuceó con sorpresa, estremeciéndose cuando el extraño se quejó suavemente.
Reaccionando de forma instintiva, Ollie gateó hacia él, deteniéndose a su lado y entonces observó con dolor el feo corte en su frente junto al golpe por el costado de su cabeza, y como si eso no fuera lo peor, desde los brazos hasta el torso del hombre estaba cubierto con cortes extraños y… ¿Mordidas?
—Oh, no… ¿Fuiste atacado por un lobo salvaje? —preguntó y lo picó suavemente con la punta de su dedo, pero su única respuesta fue un quejido doloroso.
Rascando su nuca sin saber qué hacer, Ollie observó a su alrededor por una señal. Estaba más cerca de la granja de sus abuelos que de la casa de Lucía, pero al ir por todos los implementos necesarios para ayudar al extraño, este podría volver a ser atacado atrayendo a los animales salvajes por la sangre, sin contar que no era médico y no sabía si realmente el hombre podría aguantar tanto con toda la sangre que estaba perdiendo.
Mordisqueando su relleno labio inferior, Ollie tardó un segundo en decidirse y entonces, asintió con su cabeza.
—Muy bien, te ayudaré —anunció mientras observaba al inconsciente extraño, obviamente sin recibir alguna respuesta—. Si no recuerdo mal… —murmuró observando a su alrededor—. Aja —sonrió triunfal al contemplar al pequeño arrollo—. Espérame aquí —pronunció quitándose su bolso para dejarlo al lado del extraño.
Alejándose, cogió una de las hojas grandes y gruesas de un árbol y se aseguró de lavarla, quitándole toda tierra y bichito antes de intentar reunir algo de agua en esta. Volviendo con el extraño, se agachó a su lado con cuidado y vertió el agua sobre este, limpiando la sangre en exceso.
Repitiendo el proceso unas cinco veces más, sin recibir ninguna señal por parte del extraño, Ollie finalmente quedó satisfecho de poder contemplar claramente las heridas del humano, junto a su muy trabajado y firme cuerpo, y…
—Concéntrate, Ollie —ordenó golpeando suavemente sus mejillas.
Necesitando algo para cubrir las heridas, Ollie buscó en su bolso, no encontrando nada útil para la tarea, y negándose a destruir una perfecta manta que le serviría más adelante, prefirió quitarse su camiseta y destrozarla en tirar para poder vendar las heridas del hombre.
Y sin poder contenerse, tiró de la manta nueva al regazo descubierto del apuesto hombre, donde todos sus atributos estaban siendo expuestos para la curiosidad de Ollie, pero no se sentía bien revisar al extraño cuando este se encontraba mal y totalmente fuera de combate.
—Muy bien, hice lo mejor que pude —anunció y entonces se concentró en el rostro del hombre—. Tienes un feo huevo aquí por un golpe —indicó tocando un costado de la cabeza—. Y creo que deberé de poner unos puntos aquí, pero tienes suerte, sé colocarlos y no dejan marcas —prometió sin importarle estar hablando solo.
Observándolo un poco más fijamente, Ollie recorrió aquella mandíbula con una incipiente barba y subió por el puente largo y recto de su nariz, deteniéndose en el centro de dos cejas fruncidas. Sin poder contenerse, su dedo empujó entre ellas, borrándolo.
—Tranquilo, yo te cuido —prometió y observó a su alrededor—. Ahora… ¿Cómo te llevo a casa? —expresó.