Capítulo 2

2130 Palabras
Claire se había ido a acostar, luego de dormir a su hija. Sin embargo, se había quedado sentada al borde de la cama, la tenue luz de la lámpara de la mesita iluminando la habitación con un resplandor cálido y acogedor. Sin embargo, no había nada acogedor en su interior. La conversación que había sostenido con su esposo hace días seguía resonando en su mente, una y otra vez, como un eco insoportable. Vincent nunca se quedaba. Siempre encontraba una excusa, una reunión, un compromiso, cualquier cosa que le diera un motivo para salir de la casa y distanciarse de ella. Pero esta vez… esta vez, Claire sintió algo diferente. Un presentimiento inquietante que no podía ignorar. Aún más cuando había estado al tanto de ciertos rumores que había evitado confirmar. No quería pensar demasiado pero todas sus sospechas se estaban haciendo realidad, y de alguna u otra manera sabía que terminaría más lastimada de lo que ya estaba. Las lágrimas resbalaban silenciosamente por sus mejillas. No hacía ningún esfuerzo por detenerlas. Estaba agotada, no solo físicamente, sino emocionalmente. Se sentía como una sombra de la mujer que solía ser, y todo por seguir intentando amar a un hombre que nunca la había amado a ella. Estaba exhausta. Claire observó la sortija que adornaba su dedo. Era algo invaluable al igual que el lugar donde vivía, sin embargo, solo era un recordatorio de que estaba atrapada en una jaula de oro resplandeciente. El sonido de la puerta abriéndose de golpe la sobresaltó, sacándola de sus pensamientos. Giró la cabeza rápidamente, tratando de secar sus lágrimas, pero no tuvo tiempo suficiente. Allí estaba Vincent, de pie en el umbral, con su traje oscuro impecable, su postura rígida y su expresión tan indescifrable como siempre. ¿Por qué lo seguía amando? —¿Vincent? —preguntó Claire, su voz débil, apenas un susurro. Su corazón no evito emocionarse y su mente aunque le gritaba que no se hiciera ilusiones, comenzó a suponer la razón detrás de la llegada sorpresiva de su esposo. Los ojos de él se encontraron con los de ella, pero no hubo rastro de calidez en su mirada, gesto que hizo que sus pensamientos alocados frenarán de golpe. La visita de su esposo no era para algo bueno, lo presentía. Durante un momento eterno, ambos permanecieron en silencio, como si el tiempo se hubiera congelado en ese instante. Claire sintió un nudo en el estómago. Sus ojos mantuvieron el contacto con la mirada de Vincent, algo que para su orgullo, había aprendido a hacer con el pasar del tiempo. Mantenerse firme aunque por dentro se estuviera cayendo a pedazos. La sola presencia de su esposo la estremecía, sin embargo, la falta de calidez por parte de este le había enseñado a fingir. Vincent cerró la puerta detrás de él, avanzando un par de pasos hacia el centro de la habitación. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos. Llevaba algo en la mano, un sobre, y su rostro estaba más sombrío de lo habitual. —¿Qué ocurre? —preguntó Claire, levantándose lentamente de la cama. Su voz estaba cargada de incertidumbre, pero también de miedo. Algo no estaba bien, y ella lo sabía. Por sus labios se filtro una de las lágrimas que habían estado cayendo sin control anteriormente y que no había sido capaz de limpiar, dejándole un sabor salino y amargo en la boca. Vincent no respondió de inmediato. Se aclaró la garganta y extendió el sobre hacia ella. —Esto es para ti —dijo, su tono seco y distante. Claire frunció el ceño, mirando el sobre como si fuera un objeto extraño y peligroso. No lo tomó de inmediato. —¿Qué es esto? —preguntó con cautela, su mirada alternando entre el sobre y el rostro de su esposo. Vincent no respondió. En lugar de eso, pasó junto a ella, quitándose la chaqueta y dejándola cuidadosamente sobre la silla del rincón. Luego se aflojó la corbata y comenzó a desabotonarse la camisa, actuando como si acabara de cumplir con una obligación más y ahora estuviera listo para relajarse. Actuando como si en este preciso momento no fuera a terminar con la vida que había sido forzado a construir. Claire siguió cada uno de sus movimientos con la respiración contenida, sintiendo cómo una frialdad comenzaba a asentarse en su pecho. Finalmente, Vincent se giró para encararla, su expresión tan dura como siempre. —Son los papeles del divorcio —dijo con una franqueza que le golpeó como un puñetazo en el estómago. El sobre cayó de la mano de Vincent al suelo, y Claire lo miró como si fuera una bomba que acabara de detonar. Sus piernas casi cedieron debajo de ella. —¿Qué…? —su voz se quebró, incapaz de comprender lo que acababa de escuchar. Vincent no mostró ningún signo de vacilación. Cruzó los brazos sobre su pecho y continuó mirándola con la misma mirada fría e impenetrable. —Es lo mejor, Claire. Lo sabes tan bien como yo. Este matrimonio no tiene sentido —dijo, su tono carente de emoción.—Quiero el divorcio. Claire dio un paso atrás, sintiendo que la habitación daba vueltas a su alrededor. Las lágrimas comenzaron a correr libremente por su rostro nuevamente. No hacía falta ocultar que estaba herida, ya que a la persona que tenía en frente eso no le importaba. —¿No tiene sentido? —repitió, su voz temblorosa—. ¿Después de cinco años, después de todo lo que hemos pasado, después de nuestra hija… me dices que no tiene sentido? Vincent cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando paciencia. —Esto nunca fue un matrimonio real, Claire. Lo sabías desde el principio. Ambos lo sabíamos. —No hables por mí —espetó Claire, su tono ganando fuerza a pesar de su dolor—. Tal vez para ti esto nunca fue real, pero para mí sí lo fue. Vincent la miró con una mezcla de cansancio y frustración. —Claire, yo nunca… esto nunca fue algo que quise. Fue un acuerdo, un compromiso impuesto por nuestras familias.— Vincent se llevó la mano a la cabeza, tratando de eliminar la frustración que está situación le hacía sentir. —¿Eso es todo lo que soy para ti? —preguntó Claire, su voz rompiéndose—. ¿Un compromiso? ¿Un acuerdo? ¡Soy la madre de tu hija, Vincent! ¿Cómo puedes hacernos esto? Vincent apretó los puños a los costados, claramente incómodo, pero no dijo nada. —¿Qué hay de Adeline? —continuó Claire, dando un paso hacia él, su mirada llena de desesperación—. ¿Qué le vas a decir? ¿Que su padre decidió que no éramos suficientes para él? —Adeline estará bien —respondió Vincent con frialdad—. Yo me encargaré de que no le falte nada. —¿Encargarte? ¿Tú?—Claire dejó escapar una risa amarga, sacudiendo la cabeza—. No puedes encargarte de ella si no estás aquí. Ni siquiera puedes estar presente ahora. ¿Cómo cuidaras de ella? Es solo una bebé…¿Estás consciente del dolor que le vas a causar? Vincent se mantuvo en silencio, mirando hacia otro lado, como si las palabras de Claire fueran demasiado para él. —Ella volvió, ¿Verdad? Es por eso. Ella debe estar aquí. Debe ser por ella.—Claire sintiendo que todo en su interior se encendía en llamas, dejó a un lado la actuación sumisa que había adoptado hace años para mantener a su esposo a su lado.—¿Desde hace cuanto tiempo lo sabes? El silencio volvió a reinar en la habitación. Claire avanzó los pocos pasos que la separaban de su esposo, cada paso le ardía, era como si estuviera caminado sobre lava, desprendiendo cada porción de su piel sin piedad alguna. Su acercamiento captó la atención del hombre. Ambos quedaron mirándose fijamente, su respiraciones se enlazaban cargadas de emociones fuertes. —¿Es por ella?—volvió a preguntar Claire, sintiendo el caliente de sus lágrimas marcar un camino por su rostro. — No te engañé. —Entonces es cierto.—susurró la rubia dejando escapar un jadeo.—Todos esos rumores que traté de ignorar son verdaderos. La mujer que amas volvió. —Claire… —¿Qué debo hacer? Yo también te amo y Adeline, para ella eres su mundo aunque no pases suficiente tiempo con nosotras.—la mujer con una expresión completamente lastimada, alzó una de sus manos y la puso al nivel del corazón de su esposo.—¿Por qué no puede haber espacio para nosotras aquí? —¡Basta, Claire!—Vincent tomó la mano de su mujer y la aparto con rudeza. —No los firmaré, Vincent —dijo finalmente, su voz apenas un susurro tratando de organizar sus ideas y calmar el dolor que dominaba su pecho. Mirando la mano que ahora le dolía—No voy a renunciar, no cuando he esperado tanto tiempo para que me ames, no daré por perdido nuestro matrimonio solo por ella. ¡No me apartaran de mi hija tampoco! Vincent la miró entonces, su expresión endureciéndose. —Eso no está a discusión—respondió, su tono lleno de advertencia.—Firmaras el divorcio y me sederas la custodia de Adeline. Claire sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía. Había construido una vida sobre arenas movedizas y ahora estaba recibiendo las consecuencias de sus acciones. Las lágrimas brotaron nuevamente. Su peor pesadilla se había cumplido. —¿Cómo puedes ser tan cruel? —susurró, su voz cargada de dolor—. ¿Cómo puedes destrozar todo sin siquiera pestañear? Vincent no respondió. Simplemente recogió el sobre del suelo, lo dejó sobre la cama y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él con un clic seco. Claire se dejó caer sobre la cama, abrazándose a sí misma mientras el llanto la consumía. La realidad de lo que acababa de suceder era demasiado abrumadora, demasiado devastadora. Su matrimonio, su familia, su vida… Lo iba a perder todo. *** Claire paso la noche en vela. Cuando amaneció, se levantó con desgana de la cama. Lo único que deseaba era quedarse acurrucada entre las sabanas para sentir un poco de calidez y consuelo, sin embargo, debía cuidar a su hija. Luego de arreglarse y asegurarse de que no se notará el cansancio que sentía, la mujer salió de su habitación a paso lento, estaba desanimada. Sus pasos se dirigieron hasta la habitación de Adeline, su pequeña bebé. Ella era lo único que valía la pena de su matrimonio con Vincent Hamilton. De solo pensar que este se quería quedar con ella, su alma se estremecía. Sabía que si consentía el divorcio podría salir adelante, sin embargo, no podía perder la custodia de su hija. No podría. Se volvería loca si eso pasaba. Claire se paró un momento en frente de la puerta de la habitación de su hija tratando de ocultar el malestar que sentía, ya que no deseaba que su hija la viera triste. La mano se apretó al pomo y lo giró mostrando una sonrisa al abrir la puerta y visualizar la parte interior de esta. El ceño de la mujer se arrugó y su mirada recorrió la habitación, encontrándose extraño que su hija no estuviera en la cama. —¿Adeline? Claire se adentró a la habitación, supervisando con cuidado cada espacio. —¿Addy, dónde estás? Claire abrió la puerta del closet y lo revisó, sin encontrar nada. Luego, pensando que su hija tal vez se había despertado temprano, se dirigió al baño. Adeline era una niña muy independiente, por lo que no era raro para ella encontrarla ocupándose de su propio aseo. Sin embargo, el resultado fue el mismo. Adeline no estaba en su habitación. —Quizás fue a la cocina a buscar algo de comer… La mujer salió con prisa del baño y corrió hacía la cocina sin encontrar signos de que su hija hubiera estado ahí. Sintiendo como su corazón se agitaba, Claire se detuvo en medio de la casa. Su mente trabajando de forma rápida, tratando de descubrir en dónde su hija se había escondido. Está con un nudo en la garganta empezó a buscar por todas partes y a llamar a su hija, la cual no respondía. —¡Adeline, no es divertido! Claire salió al jardín, sintiendo como el sudor se deslizaba por su frente. —¡Adeline! La mujer se quedó paralizada sin saber que hacer. Su respiración se había vuelto un poco pesada y se le hacía difícil mantener sus manos quietas. Estaba temblando. Sus ojos se le cristalizaron y la garganta se le hizo un nudo. No encontraba a su hija.
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