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Restaurando Tu Corazón

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Descripción

Isabela Montero dejó de amar la navidad, de creer en el amor, incluso siente una repulsión por los hombres que intentan seducirla, Pero cuando conoce a Gabriel, no puede evitar que su corazón se acelere. Pronto se ve cautivada por ese arquitecto que la envuelve en sus historias románticas.

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Capítulo 1.
El sonido de “All I Want for Christmas Is You” se filtraba insistentemente a través de las paredes de la oficina de Isabela Montero, provocándole una mueca de disgusto. Era apenas principios de diciembre, y ya todo el edificio parecía haber sido secuestrado por el espíritu navideño. En los pasillos de Montero & Asociados ya lucían guirnaldas doradas, y el aroma a canela y ponche flotaba desde la recepción, donde Lucía, su secretaria, había instalado un pequeño difusor de aceites esenciales “para crear ambiente”, según había explicado. Isabela se masajeó las sienes mientras intentaba concentrarse en los planos desplegados sobre su escritorio de caoba. A sus 28 años, se había convertido en una de las arquitectas más respetadas de la ciudad, y su firma, heredada de su padre había crecido exponencialmente bajo su dirección. —¿Café? —La voz de Lucía interrumpió sus pensamientos. Su secretaria ingresó sosteniendo una taza humeante decorada con diseños navideños, otro recordatorio más de la temporada que Isabela tanto detestaba. —Gracias, Lucía. Déjalo ahí —respondió, señalando un espacio libre entre sus papeles, sin levantar la vista de los planos. —Isabela… —Lucía dudó un momento antes de continuar—, el comité de la fiesta de navidad de la empresa necesita tu aprobación para el presupuesto, y también quieren saber si este año… —No —la interrumpió secamente—. No asistiré, apruebo el presupuesto que consideren necesario, pero no cuenten conmigo. Lucía asintió en silencio, acostumbrada ya a la actitud fría de su jefa durante estas fechas. Antes de salir, dejó sobre el escritorio un sobre color crema con el logotipo de la: “Fundación Nueva Esperanza”. Isabela observó el sobre con curiosidad, ya que, la: Fundación Nueva Esperanza, era una organización benéfica reconocida por su labor con niños en situación de vulnerabilidad. Ya teniendo el sobre en sus manos lo abrió con cuidado, encontrando una carta formal que solicitaba una reunión urgente para discutir un proyecto de restauración. Mientras leía los detalles, sus ojos se detuvieron en la fecha propuesta para la reunión: 24 de diciembre. Esa era una fecha que había marcado su vida de manera indeleble en dos ocasiones: la primera fue hace cinco años atrás, y por un segundo se sumergió en el pasado. «Aquella nochebuena, la mesa estaba perfectamente dispuesta en el comedor familiar: el pavo horneándose en la cocina, el árbol de navidad resplandeciente en la esquina, Isabela radiante en su vestido rojo esperando el momento que cambiaría su vida para siempre. Rafael, su novio desde la adolescencia había anunciado que tenía algo importante que decir durante la cena, después de diez años juntos, Isabela podía imaginarse lo que diría. Cuando el timbre sonó, Rafael entró con su característica sonrisa, pero algo era diferente en él. Sus ojos no la buscaron a ella como siempre lo hacían. En esta vez, se dirigieron hacia Clara, su media hermana, quien acababa de regresar de sus estudios en el extranjero. Esa noche, Rafael sacó un anillo, el cual se suponía debía ser para ella, no obstante, las palabras “quiero pedir la mano de Clara” resonaron en el comedor como una sentencia, destruyendo no solo el corazón de Isabel, sino, todos sus planes. Isabela no se puso a llorar de amor, ni hacer un escándalo, simplemente abandonó la casa y fue a un bar a desahogar sus penas ahí. En ese sitio conoció a un hombre que le agradó, con quién meses después empezó una relación, pero él también la había abandonado tiempo después, dejando esa fecha marcada y acabando su fe en la Navidad y en el amor mismo». Isabela parpadeó, volviendo al presente. Sus dedos habían arrugado inconscientemente los bordes de la carta. Tras un suspiro, Isabela se levantó y se acercó al ventanal de su oficina, observando la ciudad que comenzaba a vestirse de luces navideñas. —Señorita Montero —la voz de Lucía sonó por el intercomunicador—, su padre está en línea uno. Isabela volvió a respirar profundo antes de tomar el teléfono. —Papá. —Isabela, cariño, ¿has recibido la carta de la Fundación? —La tengo en mis manos. —Es un proyecto importante, muy importante. La mansión Victoria necesita una restauración completa, y tú eres la mejor en esto. —Papá, sabes que no trabajo en nochebuena. —Lo sé, pero este proyecto… es especial. Podrías ayudar a muchos niños, incluso a ti. Además, ya es hora de que dejes el pasado atrás, cariño. Han pasado dos años. Isabela cerró los ojos y pensó que su padre tenía razón, pero las heridas aún escocían como el primer día. —Lo pensaré —respondió finalmente. Después de colgar volvió a mirar la carta que se refería a la mansión Victoria, la cual era una joya arquitectónica del siglo XIX que había permanecido abandonada durante décadas. Convertirla en un hogar para niños sin recursos era un proyecto que, en otras circunstancias, la habría emocionado profundamente, sin embargo, ahora no había amor en el corazón de ella. Isabel ladeó la cabeza porque el sonido de villancicos seguía flotando en el aire, y por un momento, muy breve se permitió recordar cuando la navidad era: su época favorita del año decoraba el árbol con ilusión, horneaba galletas con su madre, creía en el amor y en los milagros navideños. Tras unos segundos de sumisión en pensamientos, tomó su abrigo y su bolso. —Lucía, cancela mis citas de la tarde. Necesito ir a ver algo —dijo al salir. Media hora después, Isabela estaba frente a la imponente mansión Victoria que, a pesar del abandono la estructura mantenía una digna presencia. Sumida en los pensamientos, se dijo internamente que: quizás algunas cosas rotas merecían una segunda oportunidad. Y esa mansión merecía una segunda oportunidad, más si los beneficiados fueran los pequeños. Tras pensar en ellos sacó su teléfono y marcó el número de la Fundación. —Acepto la reunión —dijo simplemente—, pero la quiero mañana mismo. Tras concertar la reunión para el día siguiente, Isabela guardo el móvil en su bolsillo y continuó observando la imponente mansión. Mientras la contemplaba pensaba que debía empezar con este proyecto lo antes posible, después de todo los niños no tenían la culpa de lo salada que era su vida para la navidad. Al día siguiente, la mansión Victoria se alzaba ante Isabela como un gigante dormido mientras esperaba en la entrada principal, el aire frío de diciembre mordía sus mejillas, y el cielo gris amenazaba con la primera nevada de la temporada. Había llegado media hora antes de la reunión programada, una costumbre que su padre le había inculcado desde pequeña. Era mejor ser puntual, a tener que llegar tarde y que todos la miraran y la vieran como una irresponsable. Mientras observaba la fachada deteriorada, los recuerdos comenzaron a filtrarse como agua entre las grietas de un muro. Él, ella, sus sueños, las metas que tenían, todo, absolutamente todo se desbordó dejándola a ella con muchas grietas, tal cual estaba la mansión. Esta mansión había sido parte de su vida de niña. Su madre solía traerla aquí cuando aún estaba abierta al público como museo, y juntas imaginaban las grandiosas fiestas que debieron celebrarse en sus salones durante la época victoriana. “Las paredes guardan historias, Isabela,” solía decir su madre. “Si escuchas con atención, podrás oírlas susurrar.” El sonido de un auto aproximándose la sacó de sus pensamientos. Un Range Rover n***o se detuvo junto a su BMW, y de él descendió una mujer mayor elegantemente vestida que reconoció como Elena Suárez, la directora de la Fundación Nueva Esperanza. Isa, agradecido que la mujer fuera puntual, pues a ella le agradaban las personas que eran puntuales, eso dejaba una buena imagen de las personas y, significaba lo mucho que le importaba el proyecto. —Isabela, querida —la saludó Elena con un abrazo cálido—. No sabes cuánto apreciamos que hayas aceptado reunirte con nosotros tan pronto. —Elena, es un placer verte después de tanto tiempo —respondió Isabela, recordando las numerosas galas benéficas a las que había asistido con sus padres en el pasado. —De igual manera, hermosa. Estoy feliz de verte —dicho eso se giró hacia la mansión y observó lo deteriorada que estaba—. Sé que la dejarán muy bien. —Pues sí, pondré todo mi empeño en que quede como antes. —De eso no tengo dudas, eres una gran profesional. Isabela agradeció el cumplido y solicitó—. Entremos. —No, aún no —refutó Elena con voz apacible. —¿Por qué? —Estamos esperando a una persona más —explicó Elena, mientras sacaba un manojo de llaves antiguas de su bolso. —¿Alguien más? —Isabela creía que era la única a cargo. —Sí —respondió Elena. A nuestro especialista en restauración histórica. Él será fundamental en este proyecto. Isabela enarcó una ceja y se cruzó de brazo. Esperó con impaciencia a qué llegara el tal especialista, y mientras lo hacía hablaba con Elena, sin embargo, su paciencia se estaba agotando. —¿No crees que ya se tardó mucho tu especialista? —Elena sonrió— ¿Le diste la hora y dirección exacta? —asintió— Entonces, ¿por qué no llega? Antes de que Elena pudiera responder, otro vehículo se acercó. Un Jeep Wrangler verde oscuro se estacionó, y de él bajó un hombre alto, de espaldas anchas y cabello castaño oscuro ligeramente despeinado por el viento. Vestía una chaqueta de cuero marrón sobre un suéter n***o, y sus jeans gastados y botas le daban un aire casual. —Lamento la tardanza —se disculpó con una voz profunda y cálida mientras miraba a las dos mujeres, haciendo que Isabela sintiera un inexplicable escalofrío—. El tráfico estaba imposible. «Siempre la excusa del trafico. Todo irresponsable dice lo mismo». Replicó para sí misma, Isabela. —Gabriel, llegas justo a tiempo. —¿A tiempo? ¿¡Ahora le llamamos así a llegar media hora tarde!? —Resopló con evidente indignación. Elena sonrió ante las palabras sarcásticas de Isabela. —Isabela Montero, te presento a Gabriel Andrade, nuestro experto en restauración histórica. Cuando los ojos de ambos se encontraron, Isabela sintió como si alguien hubiera encendido todas las luces de la mansión de golpe.

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