Desliz
Zane Lancaster se sentaba en la última fila del aula de literatura fantástica, su postura relajada, pero distante, con la vista fija en la pizarra mientras el profesor hablaba sobre los mitos y leyendas que giraban en torno a su r**a. La clase estaba llena de estudiantes curiosos, algunos obsesionados con las historias de lobos y vampiros, otros meros interesados en la parte académica del tema. Zane no podía evitar entrecerrar los ojos con molestia. Las representaciones de los humanos sobre los seres como él siempre lo hacían sentir incómodo y esta no era la excepción.
El profesor, con su voz entusiasta, describía cómo los lobos y los vampiros eran enemigos naturales, como si esa simple afirmación pudiera encapsular toda la complejidad de su existencia. Zane soltó una risa baja, una mezcla de desdén y cansancio. “¿Enemigos naturales?” pensó irónicamente. Si solo supieran la verdad. “¿Natural?” Para él, su familia debería ser entonces lo menos natural que uno podría imaginar. Su madre y su hermano mayor, Caleb, eran hombres lobos y su padre y él eran vampiros, todos formaban una amalgama de razas que deberían chocar entre sí y, sin embargo, convivían bajo el mismo techo, protegiéndose mutuamente. Eran una familia. El concepto de ser enemigos naturales le resultaba absurdo, incluso cómico. “¿Natural?”, ¿Quién decide qué es natural?
Zane se pasaba las manos por su cabello oscuro y desordenado, una cabellera rebelde que caía sobre su frente con algo de desdén. Su rostro estaba marcado por una juventud rebelde, pero su mirada - profunda y algo cansada - delataba algo más. A pesar de su aparente despreocupación, Zane era consciente de su condición y no solo de la relación poco convencional de su familia. Desde pequeño, había estado marcado por una enfermedad extraña, un mal que lo debilitaba constantemente.
A diferencia de la mayoría de los vampiros, Zane y su padre no procesaban bien la sangre con la que se alimentaban. No era que carecieran de hambre, sino que su cuerpo rechazaba esa necesidad primaria, como una alergia alimentaria crónica, una condición terrible e irónica: lo único que los vampiros podían consumir, lo único que necesitaban para sobrevivir, era lo que sus cuerpos no toleraban. Eso lo había hecho sentir diferente toda su vida, pero también lo había obligado a aprender a adaptarse de formas que los demás nunca comprenderían.
Se ajustó las gafas de sol, aunque el aula estaba a oscuras, simplemente por costumbre. Zane tenía una imagen que proyectaba, una capa de indiferencia, pero detrás de esa fachada, se encontraba alguien que lidiaba con la frustración de no ser completamente humano, pero tampoco completamente vampiro. Su cuerpo era un campo de batalla en constante lucha con la sangre que necesitaba para mantenerse vivo.
La profesora continuó hablando sobre los rituales de los vampiros, los encuentros fatales entre vampiros y lobos. Zane no podía dejar de pensar en lo absurdo de la situación. ¿Cómo podían los humanos tener tantas ideas erróneas sobre ellos y, al mismo tiempo, haber descubierto algunas verdades inquietantes? Una parte de él sentía una irónica admiración por la forma en que se capturaba la esencia del mito, mientras que otra sentía rabia por cómo los humanos seguían creando historias basadas en su ignorancia.
De repente, uno de los estudiantes comenzó a mencionar los rituales de caza y la necesidad de “control” entre los vampiros y lobos. Zane levantó la mano con una sonrisa burlona.
- “¿Control? ¿De verdad creen que los vampiros y los lobos están en guerra constante? ¿En una pelea épica por la supremacía? Mi madre y mi hermano son hombres lobos y de alguna forma, todos estamos juntos en esta misma habitación sin que se nos caigan los dientes o las garras. ¿No les parece irónico?” - dijo con sarcasmo, aunque la verdad es que su voz era suave, tranquila, como si estuviera acostumbrado a desacreditar las suposiciones ajenas con un simple comentario.
La clase se quedó en silencio, algunos mirando a Zane sorprendidos, otros murmurando entre sí, intentando comprender si era una broma o una verdad desconocida. Zane se recostó en su asiento, disfrutando de la atención sin realmente quererla. Sabía que no comprendían y tal vez nunca lo harían.
- Es más complicado que todo eso, - añadió, mientras se cruzaba de brazos. - Solo recuerden esto: no todos los vampiros tienen la misma hambre y no todos los lobos se comportan como el mito dice. Nos adaptamos a como forma de vivir, por muy mal que nos caigan algunos.
Afuera, el sol brillaba tenuemente, y Zane no pudo evitar sentirse atrapado entre dos mundos. Uno de ellos, el humano, era fascinante y complicado. El otro, el sobrenatural, estaba lleno de historias y contradicciones, como su propia familia. Zane sabía que su vida, al igual que la de su madre y su hermano, no cabía en ninguna narrativa sencilla, pero también sabía que, en algún momento, todo eso podría cambiar.
- ¿Estás loco? - dijo un compañero, casi entre risas, como si fuera una broma ridícula.
Zane se dio cuenta del error demasiado tarde. Al principio, su lengua afilada había estado en piloto automático, pero al ver las miradas atónitas y las risas nerviosas de sus compañeros, supo que algo había salido mal. Las palabras se quedaron flotando en el aire y una incomodidad palpable invadió el aula. Zane había cruzado una línea y no de la manera que había planeado.
Zane sintió que su estómago se hundía. Su corazón latió con fuerza mientras miraba las expresiones de incredulidad que adornaban los rostros de sus compañeros. Las palabras de Zane no eran solo extrañas, sino peligrosas. Vampiros y hombres lobo no debían existir en este mundo. Y mucho menos podían ser parte de una conversación en una universidad humana, donde todo ser sobrenatural debía permanecer en la oscuridad.
Rápidamente, se dio cuenta de lo que había hecho. Aquellas palabras que había lanzado sin pensarlo ahora ponía en riesgo todo lo que su familia había luchado por proteger. “¿Cómo pude ser tan estúpido?” pensó, mientras sentía las miradas escudriñadoras sobre él. Las leyes no escritas que regían la coexistencia entre humanos y seres sobrenaturales exigían discreción, silencio absoluto sobre su existencia.
El profesor, aún sorprendido, frunció el ceño.
-Zane, ¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? - comentó, aunque en su voz había más confusión que enfado. - Estamos hablando de leyendas, de mitos. No debes tomar estos relatos de manera tan literal.
- ¡No, no es eso! - Zane se apresuró a corregir, su mente corriendo a toda velocidad para tratar de arreglar lo que había dicho. - Lo que quería decir es que... mi hermano Caleb, bueno, él no es un hombre lobo. Bueno, gruñe como uno - Se pasó la mano por el cabello en un gesto de frustración, sin saber bien cómo continuar sin comprometer aún más la seguridad de su familia.
El aula se sumió en un silencio incómodo. Zane miró a sus compañeros, que lo observaban ahora con una mezcla de duda y asombro.
-Miren, - continuó, buscando una salida. - Quiero decir, todos tenemos nuestras rarezas, ¿no? Mi familia tiene algunas cosas que son... un poco raras, eso es todo. - Se forzó a sonreír, pero la incomodidad seguía pesando sobre él como una sombra.
Afortunadamente, el profesor decidió intervenir antes de que la situación se descontrolara más.
-Creo que hemos tenido suficiente por hoy, - dijo con tono algo nervioso. - Zane, quizás podamos continuar esta discusión más adelante. Ahora, volvamos al tema que estábamos tratando.
Pero Zane no pudo evitar sentirse atrapado. Mientras el aula retomaba su ritmo, él seguía ahí, consciente de que había roto una de las reglas fundamentales de su mundo: nunca hablar sobre lo que era, nunca dar detalles de lo que realmente vivía. Los vampiros y los hombres lobo, aunque ya se habían integrado a la sociedad humana en secreto, seguían siendo una parte oculta del mundo. Y cualquier revelación imprudente podía desatar consecuencias imprevisibles.
Zane suspiró, sintiendo la presión de la mirada de todos. Su hermano Caleb, su madre, su padre, todos los que formaban esa familia fuera de lo común... Ninguno de ellos debía saber jamás lo que acababa de hacer. Fue imprudente.